sábado, 29 de diciembre de 2012

Programa SF 46 - Taty Almeida - 22 de Diciembre de 2012



Palabras. 
por Mariana Moyano
Editorial Sintonia Fina del 22-12-2012
Cada vez que lo pronuncian así, las lágrimas se confunden; se fusionan con las de otros en el abrazo interminable que surge luego de oírlo y se mezclan las del resabio del horror con las que nacen de la emoción por la justicia que llega. Son palabras que no borran pero reparan, acarician, contienen, ponen paz. “Perpetua”, “cárcel común” y la ratificación en boca judicial de que aquí hubo un genocidio. “Es poco, falta, debería ser algo normal” indican algunas voces quizá genuinas pero ganadas por el pesimismo ó desconocedoras de a qué demonios, a qué huracanes hubo que enfrentarse para llegar hasta aquí.
Hay otros que más que aporte son hijos del oportunismo y a veces logran que sobrevuele a los juicios, a los organismos y al sector del oficialismo comprometido con estas condenas, la acusación de la impostura. Como si detrás de cierto abrazo o de los ojos mojados hubiera más una especulación que la templanza y la calma que conceden el saberse en el camino correcto. Quizá sea por eso que para muchos, en algunas oportunidades los crímenes de lesa humanidad sean un tema más o directamente no formen parte de su agenda. O tal vez de lo que se trata en realidad es de que estas sentencias no son otra cosa que combustible para quienes flaquean, demostraciones de que no hay vuelta atrás, la materialización de una puerta que se abre hacia los no uniformados de aquella delincuencia ó la puesta en evidencia de que estas mujeres (antes) quejosas y ahora -inexplicablemente para muchos- sonrientes, han dejado de ser una figura decorativa para lavar culpas propias o para limpiar la imagen de algunos socios de la muerte.
Justito en el medio de una semana que no se sabía para dónde pintaba, un civil, el primer funcionario civil de la dictadura también civil, fue a parar a la cárcel común. Muchos se venían haciendo los distraídos, silbaban bajito mientras dispersaban argumentos borrosos y sucios, de ésos que sólo manchan el escenario.
En el diario La Nación - mascarón de proa, como siempre en estos temas - el mismísimo 10 de diciembre - jornada en la cual a nivel internacional se conmemora el Día Universal de los Derechos Humanos - el centenario diario se preguntaba en ese espacio editorial reservado para la primera persona política “¿Justicia o venganza para James Smart?” y sugería, así como sugiere La Nación (que vaya a saberse por qué tiene la capacidad de que suene a apriete) “que es de esperar que prime la justicia y no el afán revanchista al resolver la situación judicial del ex ministro de gobierno bonaerense”. Y no era la primera vez: en setiembre ya se había lanzado con iguales argumentos y la misma impunidad. “La persecución a Jaime Smart” habían escrito. “Es de esperar que en los juicios a funcionarios civiles del gobierno militar prevalezcan la equidad y la objetividad” habían agregado. Y como si no alcanzara con esa capacidad sanadora que tienen estas sentencias dichas en voz alta y que abren (valga el juego) la posibilidad de cerrar , ese mismo tribunal sostuvo que la cosa no quedaba ahí, que las responsabilidades de diarios en la muerte que aún hoy duele debían ser investigados. Como en Bahía Blanca ¡tan luego en Bahía Blanca! Ahora Clarín y La Nación junto con La Nueva Provincia están en el ojo de esa tormenta silenciosa y de reparación que crean las culminaciones de los juicios.
En el momento exacto en que escuchábamos a los jueces de La Plata leer su fallo, un hombre que supo enfrentar a los poderosos de en serio en tiempos en los cuales sólo se señalaba a los políticos, fallaba también. Fallaba, la pifiaba, se equivocaba, se confundía, erraba el golpe y daba la estocada. Esta vez en el único corazón posible que tiene hoy la Argentina para la transformación. Y su voz se propalaba por obra y gracia de quienes en el mismo dictamen judicial eran enviados al rincón de las averiguaciones, ahora ya no políticas ó periodísticas sino judiciales.
Extraño, verdaderamente infrecuente y hasta casi extravagante era ese momento del miércoles 19 de diciembre en el cual a la misma hora Rozansky leía para la historia mientras el sindicalista camionero intentaba llevar el tiempo hacia atrás. Y era un tanto abrumador porque esos dos discursos no sólo colisionaban entre sí sino que colocaban al 19 de diciembre de 2001 en la obligación de definirse acerca de si había sido un estallido traumático que le abrió la puerta a una nueva Argentina o si nos llevaba de vuelta a momentos tortuosos de nuestro país. Encima la semana se partía en dos y no había sido una semana más, una común, una de ésas que se surfean con apenas algo de cintura política y un poquito de conocimiento de cómo respirar hondo. Se trataba de un lapso donde los sacudones no se detuvieron jamás. Si no nos quitaba el aire un juez ó una cámara ó un pedido de per saltum, nos zarandeaba la noticia de la vuelta de una fragata que -valga la digresión- partió a aguas extranjeras como buque militar y vuelve a nuestro océano como símbolo de soberanía popular. Y si nos emocionaba el amparo que le concedían por fin los legisladores a otra madre coraje con una ley que la ayudaba a seguir salvando chicas, nos estremecía preguntarnos a qué se había referido el otro dirigente gremial con sus anuncios sobre futuras guerras nucleares.
Ayer algo supimos de eso, y lo que vimos no colabora con la calma que a esta altura del año se vuelve la zanahoria detrás de la cual todos corremos con el humilde objetivo de llegar.
Lo que se viene no será sereno; la moderación y la ecuanimidad no parecen ser las características de lo que se abre. Templanza, paciencia y sosiego harán mucha falta, en cantidades formidables diría. Porque sospecho que los hilos que unen a cada uno de los acontecimientos que advertimos o presenciamos estos días comenzarán a quedar a la vista y notaremos cómo esta anteúltima semana de 2012 fue una muestra concentrada de la pelea titánica que lleva adelante nuestra Argentina para convertirse en otro país, en otro mejor, en uno en el cual ya ni la Sociedad Rural siquiera sea intocable. En ése en el que tener la vaca atada sea apenas una ironía de un pasado bien pero bien lejano.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Programa SF 45 - Leopoldo Moreau - 15 de Diciembre de 2012


Democracia. 
Por Mariana Moyano
Editorial Sintonía Fina del 15-12-2012.

Se llenan la boca. A borbotones se les chorrean por las comisuras todas esas palabras grandilocuentes que de tanto emplearlas, las desgastan y de tanto usarlas, las destiñen. Y se les quedan así, vacías, huecas. Porque son puro “decir”, sin que nada de eso que declaman se les vuelva acción.
La que más les gusta es República,

siempre y cuando la pátina sea aristocrática, elitista si se puede. Una república de iluminados y liberales, querrían. Pero no lo dicen así. No lo dicen. República, repiten. Y la presentan como una señora ultrajada, pero no por los explotadores de todos los tiempos, de todos los géneros y de todas las instituciones, sino por lo oscuro, lo subterráneo, lo que tiene poca representación en el mundo de arriba, lo popular. Y les da lo mismo que sea radical o peronista. Lo que les molesta es que lo hereje, lo siempre negado y vilipendiado, lo que viene del subsuelo cuestione, pregunte, pretenda cambios y, encima, los lleve adelante.
La República. Eso es lo que sostienen que les preocupa. Las instituciones, agregan. “En peligro”, termina la frase. Pero hablan poco de democracia. Y cuando la mencionan es para cuestionar que alguna formalidad, con la que carga la Argentina desde las épocas del primer Bartolomé Mitre ha sido trastocada, modificada o simplemente puesta en cuestión.
Dicen que la Argentina de los últimos tiempos no hace honor a sus hombres de gloria, a sus próceres, porque en la Patria actual reina el conflicto, el enfrentamiento, la división. Y así, con grageas argumentales bien esparcidas en un manto de vaguedad, pintan una postal del pasado en la cual, los hombres de Mayo, el Libertador San Martín, Belgrano, el mismísimo Sarmiento y hasta el jacobino Mariano Moreno hicieron el país tomando el té. En horario puntual, siempre limpitos y pidiéndole de muy buenos modos y con galanterías monárquicas a los diferentes y sucesivos imperios conquistadores que, por favor sean corteses y amables y nos devuelvan las tierras que consideramos nuestras. Muchas gracias, buenas tardes y como en un cuentito bien, pero bien infantil, un día amanecimos y teníamos presidente en lugar de un rey que nos comandaba océanos de por medio.
No les gusta el conflicto… No, no, momentito. No les gusta que el conflicto abandone la zona de penumbras. Que lo podamos ver todos y, por ende participar en él. No les gusta que se hable, que se sepa del combate inherente a la disputa de poder, o sea a la democracia.
No les gusta que aprendamos que ese choque no es otra cosa que el mecanismo para que algunos, que tienen todo, pierdan algo de espacio ante los que no tienen nada.
Porque, valga la comparación de hipercoyuntura, el debate por la riqueza, por la democracia no dista demasiado de la discusión sobre el espectro: se trata de algo finito, con límites. Es lo que hay. Y hay que repartirlo del modo más justo posible. Y no les gusta.
No les gusta que sepamos que esta puja es, fue y será motor de la Historia.
Entonces lo denuestan. Le achacan a otros un absurdo argumental: dicen que quien describe la existencia de un enfrentamiento es, en realidad, el que lo causa porque lo desea y ahí se mandan la zancadilla ideológica: en lugar de asumir que ellos también forman parte de la disputa, se ponen a buen resguardo a la vera de la historia y señalan al que asume la existencia de antagonismos, disputas y combates como quien propone la rivalidad y el choque como único mecanismo.
Así, quedan del lado de los exaltados, de los exacerbados y de los exacerbadores, de los desmesurados y de los crispados quienes sólo están sincerando un diagnóstico que, por otra parte, no es más que inevitable al quehacer social.
En voz baja y sin que nadie se dé cuenta. Todo, siempre, entre susurros. No vaya a ser que se oiga. Que todo se quede como está.
El libremercado, las rémoras de las dictaduras sucesivas enquistadas en el Estado bajo la figura de carta orgánica del Banco Central, los programas de estudio de las fuerzas armadas y de seguridad, el modo de considerar los testimonios de mujeres en un juicio por trata, los mecanismos de elección de jueces. Todo quietito y asumido como un fenómeno climático, y por ende, natural.
Nada de cuestionar a magistrados, que por algún designio divino ha de ser que están ahí. Que nunca se les ocurra. No meterse con los poderosos y menos nombrarlos porque la cantinela de las libertades liberales caerá con oportunidad de guillotina y toda completita sobre la nuca de quienes lo intenten.
No poner en cuestión los modos ya tolerados y establecidos de democracia formal, porque ésa es la única permitida. El dedo señalador, la mirada de sospecha y la desconfianza llevarán su caudaloso río de acusaciones, motes y fiscalizaciones hacia el rincón de la política explícita. Sindicatos, dirigentes partidarios, comités, manifestaciones organizadas, elecciones internas, comisiones internas y agrupamientos que pretendan un tantito más que una ONG serán cuando menos corruptos, cuando más fascistas.
Correr la línea de lo permitido por quienes creen que la Historia les ha asignado el derecho de conceder no es tarea sencilla. Esta obviedad no aceptada por los hipócritas e indignados comentaristas de la política, cuyo máximo esfuerzo militante es exclamar un oportuno “qué barbaridad” que libra de cargo y culpa es una verdad de hierro para quienes cargan décadas de poner cabeza y cuerpo en pos de algún, aunque más no sea, gestito emancipador.
A veces no se logra, pero el no obtenerlo tendría que ser la causa del desvelo porque con la democracia se debería comer, curarse y educarse. A 29 años de la reconquista, al menos pudor tendrían que sentir quienes se jactan, se enderezan, se acomodan la corbata o las faldas y pronuncian “DEMOCRACIA” engolosinados más con ellos que la nombran que con lo que ella misma implica.
Hablan de los modos pero molesta el modelo. Cuestionan los portazos pero les duele el aliado. Critican el grito pero temen la palabra.
No es un problema de estilos, sino de avances.
Ponerse solemnes y separar la palabrita en sílabas no nos hace sus más conspicuos defensores. Ejercerla es levantar su bandera. Asumir el riesgo, los piedrazos, los sinsabores y las derrotas. Bancarse el insulto y la penumbra, la puteada y la mayoría de las veces, la soledad. Esa que regala paciencia y templanza y que, a la larga, tiene premio. Porque contra quienes tienen razón, señores pacatos, por suerte, no hay manera.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Programa SF 44 - Marcelo Fuentes - 8 de Diciembre de 2012



Cautela, que sí hubo 7D 
por Mariana Moyano
Editorial Sintonia fina  8-12-2012.

La primera vez que escuché de ella hubo algo que no entendí: su nombre era duro, tirando a distante, mucha erre y cacofonía. Y, sin embargo, la mencionaban con amor, hasta con cierta dulzura. Eso me sorprendió. Pero lo que directamente me conmovió fue que la nombraban con un genérico, como si todos supiéramos -supieran- de qué se trataba. Como si un código común recorriera el hilo de la parte no hablada de la conversación: La ley, de decían, sin más. Sin que hiciera falta explicar, aclarar, cuál.

No corrían estos tiempos en que está en todas las tapas de los diarias, en todas las conversaciones y en que se ha instalado como un motivo para explicar situaciones que, en teoría, le son ajenas. Eran aquellos primeros días de discusiones a fondo pero son el temor lo suficientemente presente como para seguir hablando en voz baja.

Pero en los espacios que los límites de esa incipiente y renga democracia lo permitían, ocupaba mucho espacio, todo el espacio. Era tema. Era EL tema cuando la discusión lo permitía. Vivíamos un momento en el cual los pocos para quienes la necesidad de una nueva ley de radiodifusión ocupaba los primeros lugares de las preocupaciones políticas y esos habíamos hecho una especie de pacto de sangre. Un acuerdo a partir del cual el momento histórico y la universidad pública nos inoculaba la obligación de bregar por una norma de la democracia desde el puesto de lucha que el futuro nos deparara.

Quizás sea precisamente por esto que duele tanto hoy oír a algunos y algunas, que tan bien saben de qué estamos hablando, hacerse los zonzos y levantar los hombros cuando uno les muestra cuánto en juego hay en estas épocas.

Corrían los años ochentas, esos que parecían eternos pero que a fuerza de poder real marcando la cancha y de poder político apenas en condiciones de ponerse de pie, se apagaron antes de que la década incluso culminara.

La soledad consciente de esos tiempos y la extrañeza lógica en la cara del interlocutor ocasional cuando uno mencionaba esta cuestión tan fundamental para esos nosotros pocos y tan ajena para las mayorías, se volvió ostracismo, exilio verbal cuando no burla posmoderna con la llegada de la segunda década infame.

Con total liviandad y soltura -porque ya desde el mismo club habían provocado la hiperinflación que iba a disciplinar- los gerentes y los dueños del poder elaboraron la estrategia perfecta: en nombre de algo que nada tenía que en con los medios de comunicación se hacían con la capacidad de propalación de ideas, palabras y modos de comprender.

A fuerza de ajuste, del susto por la supervivencia ya nos habían parcelado el pensamiento, nos habían loteado la capacidad de comprensión. Y así, y por eso, y con ayuda inestimable de Doña Rosa, es que Reforma del Estado nada tenía que ver, en el sentido común, con la capacidad ciudadana de poner palabra; la propiedad de los medios de los medios de comunicación no tenía ninguna vinculación con la democracia y la libertad de expresión de todo un pueblo -así había quedado establecido y aceptado- tenía los límites duros y plásticos del control remoto.

En la capacidad de pulsación del dedo pulgar residía todo el poder popular de comunicación. Ese apretar y soltar demarcaba la perspectiva y además debía ser suficiente para encontrar en la pantalla lo que nos identificara y representara. Nadie, o para ser justa, pocos, preguntaban por los bordes de ese comando televisivo, por lo que quedaba fuera del control y no estaba ni mencionado en esa grilla ideológica llamada canales de televisión.

Estábamos dormidos, ciegos, de shopping o quebrados. La profundización de la democracia no suponía vinculación alguna con el poder de fuego de los dueños del poder mediático. No discutíamos los medios porque veíamos la vida por televisión.

Pero lejos de debilitarse, esa mujer de nombre fuerte con esa erre tan pronunciada se negaba a no parte central del debate. Y la ley de radiodifusión no sólo siguió siendo la ley a secas para muchos, sino que con el paso del tiempo, de las desilusiones y de los sopapos se llenó de contenido, de lucha y de destino.

"Es la madre de todas las batallas", dijo de ella el más fanático, el más enamorado cuando ya había dejado su protagonismo en ámbitos universitarios y sindicales para comenzar a ocupar lugar en los otros rincones de la política. Lo miraron raro, como se mira a quien de tal nivel de exageración parece un delirante.

Hay temas mucho más importantes, decían. Y sí que los hay. Casa, comida, educación, salud para cada uno de los 40 millones. Por supuesto. Ahora. Yo les pregunto a los que le dijeron talibán a Gabriel Mariotto cuando blandiendo el Pre proyecto en el Teatro Argentino de la Plata nos alertó sobre lo que se venía: ¿Ha habido en los últimos años algo que tocara tan el estómago del poder real y simbólico de nuestra patria? ¿Y si hubo algo similar, por qué es esta la única ley que ha tenido que padecer 3 años de no implementación y que ha obligado a ese poder siempre oculto a salir a batallar a cara descubierta?

Hubo 7D, mal que les pese a los que miran sólo en línea recta. Porque ese día se puso en evidencia TODO lo que quedaba por ser visto. Los que vivían de extorsionar sin exponerse se vieron obligados a mostrarse. Y, encima, como escribió Nicolás Tereschuk en un rapto más de los suyos de gran inspiración twittera: "Si el que se opone al gobierno es un sector sin votos, le da al kirchnerismo su combustible más preciado: sentido" Y agrega desafiante: "te conviene adecuarte, grupo".
Esta semana, señoras y señores, Clarín ganó. Ganó tiempo y tiempo es lo que nos sobra a quienes llevamos casi tres décadas en esta epopeya.

Esta semana, señoras y señores, Clarín perdió. Se vio obligado a quedar a la vista, a dejar su juego descubierto a los ojos de cualquiera. El grupo de construcción de sentido, el que viene moldeando a la Argentina desde hace medio siglo tuvo que obscena y pornográficamente mostrara todo su modo de operar.

La pistola en la cabeza de la democracia pende de un hilo. Porque el grupo más poderoso de nuestro país, el que siempre todo lo pudo tiene su poder sostenido por una siempre y por definición endeble, medida cautelar

lunes, 19 de noviembre de 2012

Programa SF 41 - Tristan Bauer - 17 de Noviembre de 2012



Si el adjetivo es rimbombante, sospeche
Por Mariana Moyano
Editorial Sintonía Fina del 17-11-2012.

El 5 de abril de 2011 cometieron un crimen. El Estado de la ciudad miró para otro lado -como hace cada vez que quiere desentenderse de los pobres- y una ambulancia no ingresó al barrio Padre Mugica, al que la urbanización y no su propia historia llama Villa 31. La consecuencia de esta negligenci
a bien regada con el discurso de la seguridad fue que un hombre murió. Sin atención ni cuidados. Y sin nombre. Y ahí el otro delito que no está tipificado en nuestros códigos pero que debería estar marcado a fuego en las conciencias de todos y cada uno de los que en esta nuestra Argentina que a veces parece desperezarse para despertar de una buena vez, ejercemos el periodismo.

Los más malos de todos los malos, ésos a los que siempre -y con razón- señalamos y les señalamos sus intereses, negocios y entuertos; ésos que trafican ideología jugando a la independencia; los mismos que repiten en progresión geométrica la palabra República para pisotear todos los peldaños de la institucionalidad que tengan cerca; ésos que buscan atajos, excusas o cacerolas para anteponer su poder y dinero al de una democracia, le quitaron la posibilidad de irse de este mundo sin el manto de olvido destinado y casi reglamentario en las crónicas sobre pobres.

Pero no fue sólo esta desvergüenza la que hizo su trabajo. El olvido, la costumbre y la no siempre advertida o asumida parte de colonización que todos tenemos también hizo lo propio: el único medio que le dio nombre, y con ello identidad, historia, familia, amigos a este hombre fue Página 12. "Aunque el certificado de defunción diga que Humberto Ruiz, "Sapito", murió de un paro cardiorespiratorio luego de un ataque de convulsiones provocado por epilepsia, no fue así. Sapito murió de discriminación", escribió este diario, al que bien la Presidenta describió como un faro, una "contraseña". Los otros, los ajenos y lamentablemente, muchos de los propios, nada.

Viví esta pequeña anécdota como un síntoma, como un llamado de atención, como un mojón, como la obligación de detenernos y pensar. ¿Liberar el espectro de oligopolios y concentradores; limpiar nuestro éter de ambiciosos y voraces no va, acaso de la mano, de pensar un modo diferente de comunicación? ¿Y esa otra comunicación no implica otros (nuestros) soportes, otras (nuestras) lógicas, otros (nuestros) mecanismos, otras (nuestras) herramientas?

Debe haber alguien, alguno, alguna, por ahí, con un poco de furia, enojado, respondiéndole a la radio para contestarme a mí: "Yo no. Yo no los compro, no los leo, no los miro. Soy libre de ellos y sus formas". Ahá, pues malas noticias: la industria y la cultura, ni hablar, tienen sus modos más complejos, más sutiles, más entreverados, más tramposos, más contaminantes. ¿Cuántos de los seres libres, puros y atentos que pululan por este debate han comprado discos de la colombiana Shakira o de la furiosa anticastrista Gloria Stefan? Pocos o ninguno, apuesto y sé qué gano.

Pero ¿cuántos de esos mismos, apenas la maquinaria se pone en funcionamiento y lanza una de sus canciones puede tararear aunque más no sea una frase del estribillo? La mayoría. Apuesto y gano sencillamente porque sé que ellos vienen triunfando desde hace rato. De esto va esta batalla. De ahí es la obsesión.

¿O acaso no son los poderosos triunfando cada vez que uno de nosotros se refiere a los noventa días de rutas cortadas como "el conflicto con el campo"? ¿No suben ellos al podio cuando decimos "la gente" y "la clase política" para nombrar a nuestro pueblo y a nuestros dirigentes? ¿No se frotan las manos cuando hablamos de inseguridad y le dedicamos esa palabra enorme sólo a los delitos contra la propiedad? ¿No somos nosotros hablados por su propio periodismo cada vez que una cámara oculta, un show o el vértigo de la primicia y el espectáculo pisotean a una forma distinta de ejercer la profesión?

Hay un canalla que siempre lo fue y hacía de las suyas desde mucho antes de que la mayoría se diera cuenta. En el preciso momento en que toda nuestra Argentina se destrozaba a pedazos y los escombros se nos caían en nuestras cabezas, envió una cámara a Tucumán y convirtió en nota de alto impacto el crujir de una pancita con hambre. Lo logró: Barbarita, la nena desnutrida lloró en televisión. De hambre y de furia y de injusticia y de desnutrición.

Esa chiquita de entonces, es ya una mujercita. Mientras ella crecía el Estado fue otro, cambió, intervino, se metió y la ayudó. Y llegó, con netbook y oportunidades, con créditos y dignidad. Cuán noble es que esto se sepa, cuánto da cuenta de la nueva Argentina. Cuán difícil no caer en los tentáculos del monstruo y hacer en nombre de objetivos loables un trabajo entrañable con armas adversarias.

Porque la cosa vino pensada. Del mil novecientos para acá. Fue una guerra por el territorio, pero más por los modos de pensar. Uno, que de convencer con la metodología imperial algo sabía -me refiero al ex secretario de Estado de los Estados Unidos Edward Barrett- sostuvo durante la emblemática década de los 50 que "en la contienda por ganar la mente de los hombres, una hábil e importante campaña es tan indispensable como la fuerza aérea".

A cada modelo económico le corresponde un modelo informativo y en eso se les fue la vida. Porque la gran labor fue que todos creyéramos -ilusos ingenuos- que la cuestión era el contenido, mientras nos colonizaban con sus formas. ¿O acaso es una circunstancia climática y natural que el neoliberalismo le haya robado, extirpado, a la crónica contemporánea de las cinco W justo las dos (cómo y por qué) que pueden indicarnos contexto y ponernos en situación, esos dos interrogantes que nos permiten tener parámetro de comparación?

Si la democracia lo logra y le tuerce el brazo a la corporación que está dejando todo en imponerse, se nos abre un escenario impensado. Por la novedad y por el desafío. Un terreno en el cual deberá ser más protagonista la creación propia que el señalamiento de lo malo ajeno. Una época en la cual llenarnos la boca sólo será honesto si sostenemos el alarde con los detalles de nuestra labor.

Porque si el adjetivo es rimbombante, amigo oyente, sospeche. Se sostiene en la oración lo que esculpe la militancia. Los barnices de calificaciones son sólo eso, pinceladas en la superficie.

La pelea política -más que nunca- también se da en la gramática. Porque, como les decía, de eso va la batalla y de ahí es la obsesión.

martes, 30 de octubre de 2012

Programa SF 38 - Daniel Miguez y Gabriel Pandolfo - 27 de Octubre de 2012

Que te salga lo mejor que puedas. 
Por Mariana Moyano
Editorial Sintonía Fina del 27-10-2012

Hoy me voy a habilitar la primera persona con la que tengo un vínculo muy pendular. Por momentos pienso que es imposible escaparse de ella. Pero en otros, siento que es sólo un exceso de narcisismo o de "demasiado ego", como definió con precisión de cirujano ese artista que suele describirnos antes inc
luso de que hagamos el gesto.

En esta oportunidad, entonces, me voy a dar permiso y me voy a disculpar la autorreferencia porque en una circunstancia así, o uno habla de uno o habla del protagonista. Tiendo a creer que el relato personal, modesto, íntimo es la única forma de estar a la altura; centrar este escrito en el personaje sería asignarle un espacio que le queda excesivamente chico.

Lo único otro posible, ya lo hizo el más grande, Rodolfo Walsh, cuando ante la partida de otro líder cruzó las cinco columnas de la portada del diario Noticias con la palabra "Dolor" atravesando además de la página principal, el corazón de todo un pueblo.

Así que, pues, luego de dar las explicaciones del caso, se levanta la barrera para que pasen la primera persona y la autorrreferencialidad. De todas formas, no soy demasiado original. En estas ocasiones -en esta ocasión- es casi imposible evitar que uno viaje dos años en el tiempo. Son de esas marcas que le hace a la historia la partida de un ser de dimensiones extraordinarias; esas hendiduras en el transcurrir que quedan habilitadas como hitos y que dan permiso a la pregunta cuya única referencia es ese hecho que congela por un instante el devenir. "¿Qué estabas haciendo cuando cayeron las Torres gemelas? , ¿qué estabas haciendo cuando derribaron el muro de Berlín?, ¿Qué estabas haciendo cuando asesinaron al Che Guevara?, ¿Qué estabas haciendo cuando... te enteraste de la muerte de Néstor Kirchner?

Yo -y ahí va la primera persona, en un obvio primer plano pero puesta en el centro de esta escena también a modo de invitación a quien esté escuchando- estaba cambiándole los pañales a mi hijita que ese miércoles tenía apenas un mes y tres días.

La banda de sonido de esa jornada de censo era, por supuesto, nuestra radio pública. Es que ese hecho administrativo y burocrático, esa posibilidad de escrutarnos cada 10 años, se había transformado, gracias a las operaciones del terror puestas a andar desde los grandes conglomerados mediáticos, en una epopeya. Teníamos que demostrarles a los mentirosos y odiadores de siempre que nadie iba a resultar herido por abrir la puerta, que no había bandas de delincuentes recorriendo las ciudades sino maestros y empleados públicos munidos, como toda arma, de una carpeta, un pilón de formularios, una birome y un sticker con la leyenda "Gracias por responder".

El micrófono lo tenía la protagonista de la jornada, Ana María Edwin, quien como titular del INDEC, era la voz cantante de ese feriado nacional que nos tenía a todos metiditos en casa.

"Tenemos que hacer que todo salga perfecto y dedicárselo al ex presidente", dijo.

Me detengo un instante y aprovecho la oportunidad para disculparme públicamente con la funcionaria por lo que pensé y que voy a contar ahora: "¡Pero por qué tiene que ser así de obsecuente!", grité para mis adentros. "¿Para qué le da pasto a las fieras con esa dedicatoria? ¿No se da cuenta de...?"

Y entró a la habitación mi compañero con los ojos mojados. Y sonó el teléfono. Y mi hermana lloraba del otro lado de la línea. Esas micronésimas alcanzaron para tener que obligar a la cabeza a que entendiera lo incomprensible, a que digiriera el sacudón, a que asumiera que había emprendido la partida el hombre gracias al cual los objetivos por los cuales se milita no necesariamente se van al desagüe de las desilusiones.

Lo había votado con entusiasmo por alguna razón que no logro explicar desde la lógica. Sí recuerdo -y no con demasiado orgullo porque da cuenta del costado conservador que tengo en algún rincón- que me había gustado y hasta conmovido eso de "un país normal". Quizás porque esa frase proponía cierto arrullo, alguito de calma, después de tanto tiro, tanta muerte, tanto cimbronazo. El "cuanto peor, mejor" nunca me convenció. Eso debe ser culpa del otro costado, del más peronista.

Así que en esta combinación contradictoria y paradójica de conservadurismo y peronismo estaba mi cabeza y mi decisión cuando colocó entusiasmada el nombre impronunciable de un desconocido en la urna, con el corazón deseoso de que ese desgarbado llegara a la Presidencia.

La primera vez que le dí la mano fue el mismísimo 25 de mayo de 2003. El recorrido entre el Congreso y la Casa Rosada tenía menos gente que ilusiones en el pueblo argentino y hasta los granaderos parecían sin mucha gana de cuidar a nadie.

Por esa combinación de pueblo abatido y desorganización militar es que pudimos escurrirnos mi amigo Matías Miller (hijo del histórico del cine Tato Miller) y yo entre las patas de los caballos y llegar al auto que trasladaba a ese ignoto santacruceño que me había copado el corazón.

Sacó la mano, se la agarré y me acuerdo que murmuré algo que estoy segura él jamás escuchó. "Que te salga lo mejor que puedas", le dije. Y me volví contenta con mis amigas a un bar de la calle Perú para ver la jura de los ministros por televisión.

Era raro, la gente que nos rodeaba aplaudía junto con nosotras a los nuevos funcionarios. ¿Cómo era posible que con el "Que se vayan todos" aún tibio hubiera ya respeto y hasta admiración por los que extendían y le prometían a la patria, a Dios o a los Santos Evangelios hacer las cosas más o menos bien? ¿Qué emanaba ese virola, lungo y desprolijo que ya contaminaba a personas y edificios detestados hasta hacía apenas meses?

La segunda vez que lo vi personalmente fue el 9 de diciembre de 2004 en Casa de gobierno cuando acompañamos a Olga Aredes y a nuestro amigo Ricardo, su hijo, a la entrega del premio Azucena Villaflor a esta heroína jujeña. Se instituía esa costumbre y varios vimos en ese encuentro una oportunidad de reinvindicación de Olga y de una lucha que durante los años noventa nos había puesto, a los ojos de muchos, en el rincón de los trasnochados y nostálgicos. Salí de ahí con alegría, calor y una foto abrazada al Presidente que hoy es premio mayor.

Ya para ese momento me batía a duelo con muchos amigos queridos que me decían que todo era muy lindo en esto del kirchnerismo, pero que era "muy simbólico" y que no se metían con la estructura de poder de las décadas pasadas. No entendía bien esa lectura: abrir la ESMA y permitirle a muchos recorrer su lugar de tormento y que al mostrarlo pudieran darle materialidad a su padecimiento para que adquiriera más veracidad; decirle a los Macri que si el Correo andaba mal, el Estado iba a empezar a demostrar que no estaba ahí para ser el bobo del grado; bajar dos cuadros para marcarle a los cadetes que si te interesa la carrera militar no debe ser para robarte un gobierno; contestarle en un mano a mano a uno de los cerebros ideológicos de la derecha mediática; pedir la cadena nacional para denunciar las extorsiones de una Corte suprema que nos hundió como nación en el más hondo de los bochornos, no me parecía a mí simbólico si por eso se entiende cosmética.

Y mucho menos les podía permitir que minimizaran lo que los pibes ya estaban testimoniando: los chicos cagados a palos (literal y metafóricamente hablando) durante el menemato le habían dado como ofrenda a ese proceso político que se abría, lo único que los había contenido en la segunda década infame, el folklore del rock local encabezado por el pogo y el oh, oh, oh, oh, para darle más fuerza y menos solemnidad al himno. Para decirlo de otro modo, los que no tenían ni recuerdos de cosas mejores, ni motivos para esperanzarse con el futuro estaban ese 25 de mayo de 2004 saltando y bailando con la versión patria de Charly García bajo una lluviecita molesta y en esa acción se sintetizaba el puente inaugurado entre pibes y política.

Mientras el río subterráneo de amor se iba cargando, los poderes dejaban hacer a este pingüino que les garantizaba gobernabilidad y reposición de la autoridad presidencial. Pero ya durante 2006 y 2007 las presiones y los lobbys retomaban la costumbre de ir por todo y las zancadillas tanto a él como a su esposa primero candidata y luego presidenta no se hicieron esperar.

La furia del golpismo de 2008 me lo cruzó de nuevo durante aquellos días aciagos en que Carta Abierta ponía palabra y acto en medio de la cadena nacional de medios privados. El sábado 13 de julio se acercó a conversar con ese grupo original, heterogéneo y extraño que conformamos de la mano del inmenso Nicolás Casullo, otro que no tuvo mejor idea que irse también en un octubre y quedarse esperando para debatir jugadas a este otro hincha fanático de la Academia.

Durante esas dos o tres horas de visita en la Biblioteca Nacional dijo, bromeó, habló y aceptó de todo. Y se adelantó cuatro años. " ", dijo micrófono en mano ante un auditorio fascinado por la presencia, pero sobre todo por la pasión y el entusiasmo de un hombre a quien gurúes, oráculos televisivos y plumas renombradas daban por eliminado de la faz de la política.

Ese río que transita por los subsuelos y sólo accesible a quienes ponen algo de empeño en el intento de comprender, iba aumentando su caudal, quisieran o no, supieran o no, pudieran o no verlo los fiacas y los mentirosos.

Y un día ese agua que circulaba torrentosa encontró la superficie. Y salió a la acera. E inundó las calles. Y trabajadores al lado de pibes, y mujeres jóvenes y grandes al lado de putos y lesbianas militantes al lado de intelectuales y clasemedieros al lado de cirujas se le apresentaron a los cegados por la necedad cuyo principal deporte es la calumnia y le mostraron que lo que cala hondo y es auténtico no se va con la ida del líder. Muy por el contrario, se queda y le taladra el cerebro a los vivos. Y les avisa que cada aniversario de su partida será un certificado de ratificación y un grito de guerra mientras no quieran entender que esto no es un capricho; es el anhelo de generaciones que empieza a concretarse.

domingo, 21 de octubre de 2012

Programa SF 37 - Gustavo Lopez - 20 de Octubre de 2012



Esa costumbre de llevarse puesta a la República
Por Mariana Moyano

Editorial Sintonía Fina. 20-10-2012 

Cuando recurrieron a la aparentemente inofensiva -pero ideológica y políticamente tramposa formulita “la gente”-,me dije “Zas, una nueva derrota". Corría esa década en la cual todos los días, las mayorías –estuviésemos anestesiados, derrotados o en asumido franco retroceso-nos desayunábamos con una nueva capitulación. Y eran tantas y tan poderosas las entregas y los fracasos que esa –la receta lingüística a la que me refiero- que a mí me atravesó de un dolor tan profundo, parecía a tal grado menor, que hasta temor me generaba comentarlo.
La usaron la primera vez, seguro, a modo de test. Para ver si estaban en condiciones de elevar el umbral de permisidad de los argentinos. Y los habilitamos. Y pudieron. Y, en consecuencia, siguieron. “Si es bueno, la gente tiene derecho a elegirlo”, se lanzaron. Para luego animarse a más, a mucho más, en 1999 con un “Si la política no cambia, pierde la gente”
Estamos hablando, por supuesto, de un conglomerado de medios. De un grupo económico, sí. Del poder comunicacional más extraordinario del que tenga memoria la historia argentina. De un oligopolio con comportamiento monopólico cada vez que encuentra -o le dejan abierta- una hendija. Pero también –y me tiento de decir, sobre todo- estamos hablando de la corporación con el dominio más fenomenal durante décadas de los modos de decir y pensar de los argentinos; del imperio que mejor supo medir y oler el estado de situación de las mentes locales; del emporio proveedor de sentidos cuya supremacía tuvo como pilar el profundo y acabado conocimiento de cómo era la clase media argentina a la que ellos le hablaban, que ellos moldeaban y a la que ellos se referían.
Ese sector de la sociedad que decía como verdad bíblica una estupidez mayúscula: “Vos tenés a La Nación que es de derecha, y todos los sabemos; tenés a Página 12 que es de izquierda. Y tenés a Clarín que es de centro, que es más independiente y objetivo". Y la hilada avanzaba (avanza, porque aún algunos quedan) engañada, ciega o con fiaca de pensar.
Ellos le tenían el timing a la democracia. Sabían cómo esmerilar cuando lo necesitaban, cómo construir climas cuando les hacía falta, cómo bajar el pulgar o subirlo, como elevar o enterrar personajes y figuras, cómo modelar nuestros modos de ver y de vernos, cómo banalizar lo peligroso, como licuar a lo riesgoso, cómo volver inofensivo lo disruptivo y cómo meter hasta a sus propios enemigos dentro de sus propias lógicas. Así, Abuelas de Plaza de Mayo, ex detenidos desaparecidos, políticos valientes, voces discordantes y hasta los antisistema aparecían entre sus páginas y sus notas mezclados en un igual a igual obsceno con canallas, gerentes de canallas, aprendices de canallas, dueños del poder y entregadores de la patria de turno. Todo valía lo mismo. Cuando la política estaba de rodillas, un tema de los Redondos de Ricota podía ser cortina de un noticiero para hablar de la caca de perro. No importaba si la banda más contracultural los estaba, incluso, denunciando o creaba espacios -aunque más no fuera mínimos- de contención de los desangelados abandonados por todo y por todos, incluido el por ese entonces espejo de la Argentina.
Ellos tenían la enorme capacidad de fagocitar lo insubordinado, lo sucio, lo revoltoso y volverlo digerible. Y así, no sólo le instalaban una pátina no perturbadora ni turbulenta al personaje o tema en cuestión. Lo hacían suavecito, liviano, asimilable hasta que perdiera toda la originalidad. Lo quebraban, lo recuperaban, lo eliminaban. Si, si. Bien les queda el léxico castrense de la política dominante de los años negros. Bien les va, porque mucho, muchísimo, tuvieron que ver en su instalación.

Le tenían el tiempo tomado a la democracia. A políticos corajudos y a los cobardes. A los entregadores y a los honorables. Le sacaron el jugo a dictaduras y exprimieron a 25 años de gobiernos institucionales. Engañaron, mintieron, sedujeron. Ellos, los dueños, los gerentes y varios periodistas que hicieron el trabajo sucio.

“Yo les pido que lean el Clarín que se especializa en titular como si quisiera hacerle caer la fe y la esperanza al pueblo argentino”, bramó Raúl Alfonsín el 13 de febrero de 1987, como solía hacerlo el líder radical, mal que les pese a quienes pretenden edulcorarlo luego de muerto. Nadie, salvo ellos, oyó con atención. Y lo devastaron, lo rompieron, le arrodillaron el gobierno. Se lo sacaron de encima.
“Cometí un error”, se arrepintió el que les dio todo y más de lo que alguna vez habían soñado. “Derogar el artículo 45 de la ley de radiodifusión fue un error. No medí las consecuencias y se monopolizó la prensa”, dijo incluso él, que se jactó de todo lo malo posible. Porque a Carlos Menem le hicieron lo mismo, lo propio, hasta convertirlo en el ejemplo de lo más pavoroso para una República en el mismísimo espacio periodístico que sin el riojano jamás sería de ellos.

Se los había dicho, aclarado y explicado el CEO del grupo a los dirigentes de la Alianza que pensaban, ingenuos, que en esos años 90 podían sacar la cabeza más alto de lo que los propietarios lo permitían. “La oposición a Menem somos nosotros. La señora y yo”.

Y un tiempito después, con las urnas a favor y la creencia equivocada de que con eso alcanzaba, se le animó Chacho Álvarez, con el traje de vice electo ya calzado: “Viste, Magnetto, ya tenemos el poder”.De un plumazo, el verdadero hacedor lo cortó en seco:
“No te equivoques, el poder lo tenemos nosotros”.

Es que el líder del Frente Grande se olvidaba de un detalle no menor, de esos datos simbólicos que no sólo sugieren sino que definen en un solo gesto el modo de ser y hacer de todo un movimiento, de todo un gobierno o de toda una década: el acuerdo electoral entre la UCR y el Frepaso se había terminado de definir en julio de 1997 en los estudios de TN. No es inocente el lugar, el rol, que se le da al dueño de casa en semejante operación.
El país le estalló a Fernando de la Rúa, por supuesto, no a Ernestina de Noble. Así son las cosas cuando el poder "de en serio" maneja los hilos. Se prenden fuego los gobiernos, las instituciones, incluso todo el sistema democrático, pero no los patrones.
Y a Adolfo Rodríguez Saá le alcanzó una semana para aprender clarito y rápido cómo eran las reglas en estas tierras. Jorge Rendo se lo había dicho con toda nitidez: “No queda otra que devaluar”. El puntano, en lugar de hacer los deberes recibió a Hebe de Bonafini, en un gesto folklórico que salió caro y la tempestad completa le cayó encima.

Tiempo después, unos cuantos años más tarde, fue a buscar la escupidera al territorio de Jorge Fontevechia, cuando el titular de Perfil era aún un adversario más o menos digno de la patria paralela construida por el grupo del barrio de Constitución. “A mí me sacó Clarín”, afirmó rotundo luego de explicar con pelos y señales el operativo devaluación puesto en marcha desde las oficinas de la calle Piedras.

Y tiempo después, cuando otro presidente interino sí hizo la tarea encomendada, hasta Elisa Carrió se atrevió a dejar sellado para la posteridad en la taquigrafía parlamentaria que había leyes hechas a medida de un diario.
No eran los primeros, ni habían sido los únicos. En los 80, César Jaroslavsky, un dirigente radical de fuste, corajudo y conocedor como pocos de los entramados de una patria, lo había dicho de un modo que aún no ha sido superado por la retórica política autóctona: “Hay que cuidarse de este diario. Ataca como partido y si uno le contesta, se defiende con la libertad de prensa”.
Pero vino un viento. Un huracán. Y un día, no se puede exactamente definir cuál de ese año bisagra que fue el 2008, se vio por primera vez un afiche. Y la leyenda se repitió en paredones con fondo de cal y letra celeste. “Clarín Miente”, habían escrito. Si, si. Así, cortito. Eficaz. Contundente. “Clarín Miente”. ¿Cuándo? ¿En qué? ¿Siempre? Por supuesto que esa consigna arrancaba una sonrisa cómplice y no había ninguna otra alternativa que acompañar a esa afirmación que, tímidamente primero y con fuerza después, se iba instalando. Pero cerraba. Abroquelaba. Clausuraba. “Qué bien”, me dije, “por fin, un adversario real de la democracia aparece escrachado con nombre y apellido en esos espacios de trinchera barrial que son las paredes urbanas. Pero faltaba increparlos, interrogarlos, hacerlos salir" .
Y una tarde, una de esas 90 tardes de rutas cortadas y chacareros golpistas, el ex presidente, el santacruceño que nos había dado decenas de sorpresas, el mismo que por no haber sabido o podido romper de entrada con la lógica dominante del vínculo entre dueños del poder político y dueños del poder les había extendido las licencias de sus canales de TV, hizo un movimiento desconcertante. En medio de un acto en Tres de Febrero les espetó sin que nadie lo demandara en voz alta y lo esperara: “¿Qué te pasa Clarín?, ¿estás nervioso?”.

Y la historia se paró. Se detuvo un rumbo. Una página se dio vuelta y se inició un ciclo completamente distinto al que acaba de terminar segundos antes. “¿Qué te pasa, Clarín?”, les había dicho. “Hablá con la verdad”, sumó.
Ese instante congeló vasos conductores de sangre, pero sobre todo paralizó una secuencia de la historia. En ese preciso segundo las relaciones de fuerza entre política y poder real dieron un giro copernicano. “Que me saquen una foto es como que me fusilen”, había dicho el ex impune Alfredo Yabrán, casi como deslizando para la posteridad un mandamiento de lo que significa el anonimato para los dueños de todo y de todos. Y Néstor Kirchner había lanzado al centro de la escena el nombre de lo intocable. Lo puso ahí, en el medio de la arena de la política para que se las arreglara de igual a igual con todos los mortales, con todos los otros nombres cuyo destino ese diario digitaba bajo la presión de un adjetivo o del centimetraje.
“En el campo”, me dijo mi marido, conocedor de lo telúrico, “funciona así. Cuando queremos que los bichos y las fieras salgan, echamos agua. Y eso acaba de hacer Néstor. No les dejó más remedio que mostrarse”.

Les dio con el reflector de lleno. Porque la política no tiene muchas más herramientas que la palabra y la visibilización de los conflictos. Así es el juego limpio, a cara descubierta.
Y aquí estamos, a días de saber si la democracia podrá, si tendrá la fuerza suficiente como para torcerle el brazo a las coporaciones. Y si sucede, si eso es lo que pasa, nadie sabe cómo será lo que viene. Porque será un momento nuevo, absolutamente original. Será la primera vez en la Argentina de los conglomerados mediáticos y del poder transnacional en que las instituciones habrán puesto en su lugar a los que siempre, desde hace 200 años, se vienen llevando puesta a la República.



miércoles, 17 de octubre de 2012

Programa SF 36 - Jose Natanson - 13 de Octubre de 2012



La juventud, la política, Chávez y los medios
Por Mariana Moyano

Editorial Sintonía Fina del 13-10-2012.

Se jugaban una fuerte. Lo demostraron con millaje y con foto. Viajaron munidos de lugares comunes, prejuicios, falta de información, desconocimiento y en el equipaje no faltó una operación político mediática que, de tanto repetirla y propalarla, se la terminaron creyendo. Y les fue mal. Les

salió mal. Porque la realidad suele hacer eso: se encapricha con que los hechos sean más contundentes que los climas creados, incluso por quienes tienen décadas, poder y expertise en construir esos escenarios.

Hubo un balcón, muy parecido a otro que tanto duele a algunos. Y fue un cachetazo. Un baldazo de realismo -mágico, por qué no, de tan caribeño- que se hizo sentir. Y atronó a tal punto que debieron escuchar, incluso los que casi nunca quieren oír.

A ellos no les faltan ni asesores, ni estudios, ni consultoras, ni contactos. No es por ahí que transcurre su debilidad. Tienen un problema de oído. No es sordera. Tienen la incapacidad muy bien delimitada de escucha. Es a un sector en particular de la sociedad (de las sociedades, se ha demostrado) que ellos no pueden, no quieren o no saben ponerle oído.

Los subsuelos, lo subordinado, lo sublevado cada tanto, grita, pero carece del poder de propalación de, por ejemplo, las cacerolas. Son siempre más, pero en el mundo de lo obvio, de lo superficial, de lo funcional, suenan menos.

Funciona así. Y quedó a la vista que no es sólo por estas tierras. La derecha oportunista, la boba, la que gerencia y no es dueña, se ciega, niega y se enreda en sus propias trampas y queda atrapada en su propia red. Igual que con el 54 por ciento de aquí, les ocurrió con el de allá. No oyeron, no vieron, no estaban atentos.

Y por eso fue tan estrepitosa la caída, tan brutal el baño de realidad y tan extendida la derrota. Toda la Patria Grande vio en directo el papelón. Y hasta un candidato profundamente antidemocrático en otros tiempos quedó a la vanguardia del cuidado institucional frente a esta nueva derecha improvisada y escurridiza que por apelar al más absoluto descuido republicano termina no cuidándose siquiera a sí misma.

En el mismísimo momento en que el pueblo venezolano los dejaba boquiabiertos, por estas pampas se debatían y se sucedían acontecimientos que no tienen vinculación directa con los comicios de las tierras bolivarianas, pero que forman parte del mismo proceso político. Porque como dicen los que entienden, es la derecha la que segmenta, compartimenta, separa y no pone en contexto.

¿O acaso los padecimientos que le provocan a la democracia argentina la concentración mediática y el monopolio de la palabra no se replican en el resto del continente y provocan terremotos políticos en Buenos Aires, Brasilia y Caracas?

¿O no es cierto que fueron las armas de las fuerzas de seguridad de Quito las que pusieron en jaque a Ecuador y un frío similar corrió por las espaldas criollas en estos días?

¿O acaso no es verdad que cuando se pronuncia el nombre de Paolo Rocca en una punta de América Latina, el otro extremo para la oreja porque sabe que le afecta?

No, no es papel de calcar. Por supuesto que no. Se trata, simplemente, de no hacer de la zoncera ideología suprema y ver que los vasos comunicantes son algo más que un dato en un libro de anatomía.

Porque cuando los que siempre soñaron con la Patria Grande encuentran la grieta y construyen poder adquieren una capacidad: la de crear una especie de falla que en lugar de geológica es política. Y recorre y atraviesa los pueblos y los suelos y los une, y los vincula y pone en evidencia que padecimientos y recuperaciones andan por avenidas muy parecidas.

Esto es algo de lo bueno de estos tiempos: se ve más, lo inocultable ya no lo es tanto y lo que hace apenas un ratito era natural empieza a ser interrogado. La derecha mediático-ideológica se ha visto obligada a explicitar sus apoyos y adhesiones externas, muy a contrapelo de la comodidad que siempre le provocó funcionar en las sombras.

Y esos que partieron, con sus maletas cargadas de quejas y de denuncias volvieron, livianos de triunfos pero con sus equipajes repletos de derrotas y desdichas. Y aquí los esperaba una pelea que es la misma; y un impulso, que es el mismo; y un "¿Vieron?", que es igual.

Y los aguardaba un acto, y un aniversario, y un nombramiento, y un Parlamento y una renuncia y alguna resolución. En medio de ese clima de aplausos, abrazos, saludos de unos y pases de facturas y decepciones de otros, en un rincón, en el mismo rincón de siempre, se asomó esta semana otra ratificación, la constatación permanente de cuál es el lado bueno de la historia.

Escuchen aquí. Y escuchen en Venezuela. Y escuchen los que saben. Y escuchen otros, sordos... Simplemente para que aprendan.

Programa SF 35 - Eric Calcagno - Marcelo Fuentes - 6 de Octubre de 2012

Un emblema llamado 7
 Por Mariana Moyano

Editorial Sintonía Fina del 6-10-2012.

Ella lo terminó de decir y algunos de los que estábamos ahí nos miramos y tragamos saliva. No por incomodidad ni por temor. Fue un poco por la sorpresa que semejante frase implicaba en boca de alguien de su envergadura. Pero, sobre todo, porque los que conocíamos de qué disputa se trataba ni nos imaginábamos los a
lcances de la artillería pesada que poseen esos poderes contra un Estado de decidido. El conocimiento que nosotros llevábamos a cuestas nos permitió imaginar un panorama de guerra impiadosa. A los verdaderos dueños de todo no les gusta ni que los desafíen, ni que los enfrenten. Y muchos menos que los desenmascaren.

La frase de la Presidenta no dejaba lugar a muchas dudas acerca de a qué estaba dispuesta: "puede que sea imposible, pero alguien tiene que hacerlo", dijo sin mirar específicamente a ningún interlocutor. Porque -y esta una sensación absolutamente personal- no nos estaba hablando a nosotros en particular. Estaba, más bien, haciendo un juicio histórico; una promesa; un juramento.

Aquello no fue dicho en días calmos. La resolución 125 era la excusa de ocasión para poner orden frente a un poder político que empezaba a descarriarse. Tenían ellos, los poderosos de en serio, no sólo que ganar la pulseada sino que mostrar y demostrar que les pasan cosas serias a los que se les atreven.

Discutir una nueva ley de Radiodifusión no era un saludo a la bandera, con todo lo emotivo y conmovedor que éste puede ser. Era desmontar una operación ideológica de décadas; hacer hablar a las marionetas y a los que mueven los hilos; obligar a tomar partido a trabajadores, pero sobre todo mostrar la cara, el nombre, la ubicación y la identidad de los dueños de los medios y -a veces- también de los trabajadores.

La historia reciente dejaba en evidencia que había habido jefes del Estado con muy buenas intenciones. Que los había habido otros con la fuerte convicción de que con el poder empírico la negociación es acaso posible. Que estaban también aquellos a quienes no les había temblado el pulso para favorecer a favorecidos y empoderar aún más a los poderosos. Y siempre la marca que quedaba era la misma: el poder real reacciona con virulencia cuando el poder político levanta un poquito de más la cabeza.

Por eso, esa frase, y esa Presidenta, inauguraban era una etapa, la que se definía sobre dos pilares básicos: de allí en adelante el tótem periodístico, el ideario liberal por excelencia, también podía ser puesto en cuestión y la propiedad de unos pocos dejaba de ser un problema privado para convertirse en la raíz de la desigualdad general.

El tema llevaba más o menos 25 años de discusión. Los ánimos ya estaban calientes y había cierta gimnasia en ámbitos gremiales, culturales y universitarios. Allí había alarido, código común, pacto de sangre. Pero la calle... La calle no tenía la más mínima idea de ese debate ni de lo que implicaba. El liberalismo de siempre, el neoliberalismo de hacía poco y la siempre a mano herramienta de la antipolítica se habían solidificado lo suficiente en los sedimentos de todas las cabezas y habían hecho la intravenosa correspondiente para que ante cada acción relacionada con los medios de comunicación, la reacción fuera por el andarivel del cercenamiento de la libertad de expresión.

Ya estaba instalado casi como un acto reflejo en el sentido común de una sociedad entera y enteramente colonizada: si alguien cuestiona a un periodista no es más que un censor; si alguien habla de un medio, no es otra cosa que un stalinista expropiador.

César "Chacho" Jaroslavsky lo había dicho de otro modo y poniéndole nombre propio al asunto: "Hay que cuidarse de este diario. Ataca como partido político y si uno le responde, se defiende con la libertad de prensa". En estas andaba este texto cuando un grupo de prefectos y otro de gendarmes me sobresaltó, violentó mi escrito, rompió la cadena de mandos institucional y puso en estado de zozobra a medio país. "Bueno, cambió el tema. Tengo que empezar de nuevo. Va otra nota editorial, no es sobre medios que tenemos que hablar", pensé. Hasta que algo en mí, más inteligente y suspicaz que mi primera impresión me detuvo y me hizo recalcular. Y ese GPS político interior primero le puso signos de interrogación a lo que había aparecido a priori como una definción y a través de la pregunta se respondió solo: "¿Cambió el tema?, ¿Tengo que empezar de nuevo con otra nota?, ¿No es sobre medios que tenemos que hablar?". La mirada boba o la interesada va a decir que no, que no es lo mismo hablar de medios que de sublevaciones. Que esos diagnósticos conspirativos y esas paranoias no es más que cosa de Montoneros. La mirada boba o interesada, esa que piensa, o dice que piensa, que los medios son sólo esquemas de periodismo, espacio de profesionales de la comunicación, la vivienda de la noticia. La mirada boba o interesada, esa que o no ve u oculta que en estas eras ya sólo los muy ingenuos o los muy distraídos piensan que los medios se dedican sólo a la comunicación. Ojo. Aquí nadie está diciendo que hay un Héctor Magnetto comandando a las fuerzas de seguridad que no aceptan a su comandancia. Estas líneas no están sugiriendo que desde las oficinas de un diario se dio la orden de reunir a suboficiales y familiares a las puertas del edificio Centinela. La realidad es mucho más compleja que semejante literalidad, más sinuosa y mucho menos cuadrada. Ni soy tan boba, ni tengo una visión tan interesada. Hoy es 6. Por esas cosas de las costumbres milenarias de los pueblos y de las convenciones sociales, mañana, entonces, será 7. Y entonces faltarán dos meses para una fecha símbolo, para una fecha sueño. Para el día que permitirá abrirle una puerta al futuro. Y faltarán tres días para un nuevo aniversario de otra fecha símbolo, de otra fecha sueño, de la fecha que empujó para cerrarle las puertas al pasado. Y lo recorrido desde aquel 10 tiene consecuencias. Y el camino hacia este 7 convoca tempestades. De las de letras de molde y de las que no se ven. De las que se asumen y de las que no dejan huellas.

La línea argumental de los poderosos en riesgo se estructuró alrededor de la supuesta “impericia" y el "desorden administrativo" como causas de un "conflicto meramente gremial". Quienes pensaron, intuyeron o indicaron que había olorcito a algo más no hacían otra cosa que ver "fantasmas donde no los hay" o construir el "relato fabulador elucubrado por el kirchnerismo". Sin embargo, sus propias plumas y en sus propias páginas escribieron acerca de: "quebranto de la disciplina", "anomalías en el funcionamiento del Estado", “extrema tensión" y de "daño institucional derivado de la ruptura de la cadena de mando".

¿Flagrante contradicción?, ¿Desprolijidad editorial?, ¿Doble comando periodístico?, ¿Diarios copados por patrullas perdidas? Eso es edición a secas?, ¿Eso es puro periodismo? Nada de eso. Lisa y llanamente, operación a dos puntas, interlocución partida: burla, menosprecio y minimización por un lado y temor, temblequeo y terror, por el otro. Bien remarcado el responsable y lo más difuso posible el problema. Porque la novedad del accionar en este nueva América Latina es pergeñar la destitución sin que sean necesariamente los uniformes golpistas los que le protagonicen la epopeya a la derecha. No es tanto el peso de los tanques como el poder de la esmerilación. Ya ni es el comunicado número 1, ni la seguridad interior la herramienta más a mano. No quieren, no les sirve, no pueden recurrir a un clásico golpe de Estado. Los grupos de poder, los dueños del poder, el poder, lo único que necesita para extorsionar y lograr su cometido es democracias de baja intensidad, repúblicas tuteladas, gobiernos débiles. De modo que sean los propios oficialísimos los que -quebrados y con las manos atadas- desalienten y desanden cualquier camino libertario, cedan fácilmente a las presiones y se enfrenten a los intentos populares de avanzar. La ecuación es sencilla y la búsqueda es clara: sectores populares enfrentados a gobiernos que no pueden. Y poderosos anónimos que se encojen de hombros y se burlan con cinismo de quienes hacen pública su preocupación por la zancadilla a la democracia.

Por ello, ni todo está teñido de 7 de diciembre, ni todo divorciado de aquella fecha emblema. La cuestión y el desafío es mantenerse en puntas de pie en un fino equilibrio entre la paranoia y la mirada aguda. Porque hacia lo que vamos lo hay ni recorrido fijo, ni ruta fijada. Es de a pasos cortos, movimientos firmes y avance astuto. Es una cuenta regresiva hacia lo deseado, pero también hacia lo completamente desconocido. Se trata, claro, de un punto de llegada. Pero es, sobre todo, una línea de partida. Y separan a este hoy de aquello, a este hoy de ese fin de época, muchos pliegues y toneladas de carroña. De todos modos, la venda ya se movió y cuando se corre de los ojos, como decía Sartre, no puede volver nunca al mismo lugar en el que estaba

lunes, 1 de octubre de 2012

Programa SF 34 - Francisco "El Barba" Gutierrez y Mercedes De Pino - 29 de Septiembre de 2012



Paranoia
Editorial Sintonía Fina del 29-9-2012. 
Por Mariana Moyano

Ustedes me van a comprender, yo lo sé, y van a saber disculpar cierto estado de paranoia -política y no policial, mal que le pese a la cloaca virtual y periodística-. Hay olorcito a cosa sucia. Hay tufillo a operación desmadre. Hay aroma a intento de reedición. 

Este permiso que les pido y que le doy a cierta paranoia trae de 
la mano algunas lecturas y miradas conspirativas y desde esa licencia hago la afirmación para que luego minimicemos, confirmemos, descartemos o le demos una vuelta más para que se transforme en otra cosa: hay quienes están haciendo un esfuerzo inmenso para reeditar los antagonismos políticos de la Ezeiza del 20 de junio de 1973.

"Eh, no. No exageres", debe estar gritando alguno mientras otro piensa que esto no es más que un delirio. Me apuro a aclarar que ya sé. Que no se trata de lo mismo, que el momento político es distinto, que la época es otra y que el paso de la historia y su peso sobre las espaldas de los pueblos hace su trabajo.

Por otro lado, hay un barbudo, uno de Treveris para ser más precisa, que lo dijo tan pero tan bien allá por 1852 que para qué buscar una fórmula mejorada cuando la de él es insuperable: "todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Una, como tragedia y la otra como farsa".

Entonces, no se trata de pensar que algo de otro tiempo puede reiterarse sino de echar una miradita, aunque más no sea, de refilón, hacia el rincón en el cual se reúnen los que ponen ahínco, esfuerzo e intención para que eso sí suceda. Es decir, atender al deseo de algunos más allá de si tienen con qué o si son dueños de algún cómo para llevar adelante ese objetivo.

Es cierto que a quienes andan en eso se les nota el gesto y, a veces, hasta se les ven los piolines. La invitación es a no descartar, así de cuajo, y espantar la idea con el ademán que la mano le dedica a la mosca.

Hay hechos que no son hijos de la torpeza y hay secuencias narrativas que no son herederas de la casualidad. ¿Adónde lleva una interpretación más o menos atenta y apenas un poco responsable de la foto del acto del martes 25? ¿Qué es un palco que tiene como protagonistas a Claudia Rucci, Jorge Busti, Hugo Moyano, Adolfo Rodríguez Saá, Francisco De Narváez, José Manuel De La Sota y Eduardo Amadeo y que levanta banderas íntimamente ligadas más a lo que implica Rucci que con su propia historia individual?

¿Cómo leer las notas de un número uno del diario en guerra, cuidadosamente separadas en el tiempo entre sí y con una marcación de territorio característica de un macho alfa? Primero le dedicó una carta a Néstor Kirchner, luego, con un tono similar se dirigió a su esposa cuando ella ya ocupaba la primera magistratura y este año se lanzó a la demarcación de la cancha con la biologicista y poco feliz fórmula del GEN Montonero y hace pocos días con "grupos armados de ultra izquierda que borraron sus últimos rasgos de peronismo".

El kirchnerismo los (nos) puso en un problema de, digamos, ubicación. Peronistas de Perón y Evita, como gustan decirse, afirman con la autoridad que les da la pertenencia que ningún otro gobierno desde 1955 ha respetado tanto la Constitución de 1949. Radicales de Yrigoyen y Alem se entusiasman con las medidas ejecutadas por el Ejecutivo porque, aseguran, se está realizando lo que a Raúl Alfonsín el poder económico no le permitió. Comunistas no sectarios caminan a sus anchas por la también ancha avenida en la cual el progresismo se siente cómodo. Montoneros y erpianos defienden y se emocionan con la misma intensidad que la primera vez cuando escuchan la repetición de las palabras de aquel Kirchner diciendo "pertenezco a una generación diezmada". Madres, Abuelas, Hijos, Nietos y Hermanos no tienen el más mínimo inconveniente de aceptar que no confiaron en ninguno y que ahora este proyecto los incluye y los representa.

Todo eso convive. No sin tensión, pero sí con fuerza esperanzada dentro de este peronismo que igual que el de siempre camina por la ruta de lo indefinible.

Y eso molesta, incomoda, enoja, enfurece y, a veces, pone en acción a los que nunca se quedan quietos sino que sólo desensillan un rato... hasta que aclara.

Extraña, entonces que un fenómeno tan particular se consolide. Se trata de la malformación de toda lógica política, pero al sentido común dominante no sólo que no le extraña sino que lo fogonea, lo provoca, lo busca, lo desea: El antiperonismo más rancio celebra y propugna un espacio común de los adversarios históricos. Diarios centenarios y oligárquicos se olvidan de pasados, de curricula y de prontuarios de los potenciales manipulables de hoy y el ex vocero de desarrollismo niega que el fifty-fífty sea una medida popular. Y en el medio una presentación diaria de distritos bonaerenses que se instalan en el imaginario como algo bien cercano al far-west. Allí no hay familias, trabajo, vida cotidiana, costumbre y rutinas, sino el miedo propio de las zonas calientes.
Un esfuerzo denotado y escondido para que nadie pueda liderar el descontento. Un cacerolazo como etapa final de la representación institucional. Un línea de conducta hacia el único resultado posible: el caos como preciso diagnóstico de época.

Acepto -ya lo dije- el mote de paranoica, pero usted, sólo mire las caras, escuche las demandas, vea cómo traen el pasado para que retumbe acá a la vuelta. Y ametrallan sólo que agazapados, trajeados y prolijitos. Y después del estruendo miran a cámara y dicen, sin ponerse colorados, que ellos sólo piden mesura... Mesura y, por supuesto, conferencias de prensa

lunes, 17 de septiembre de 2012

Programa SF 32 - Maria Pía Lopez - 15 de Septiembre de 2012



Editorial Sintonía Fina del 15-9-2012. 
Las bestias K (Por Mariana Moyano)
No fueron jornadas sencillas. El estado de hiperventilación macrista, lejos de calmar los ánimos, los encendió y el día del número que se le atribuye a la mala leche le puso el moño a una semana llena de calificativos y en la cual la cloaca subió a la superficie convertida en revista.
El temple y la paciencia se pusie

ron a prueba y sólo un equilibrado cóctel de fuerza de espíritu, lectura adecuada y clásicos de la ciencia política permitieron seguir andando en medio de tanto batifondo golpista.
Las cacerolas sonaron y los cacerolos pidieron por la pronta reunión de la Presidenta constitucional en ejercicio con su esposo muerto; la discriminación ocupó espacio, esta vez, bajo la democrática consigna de dejar afuera a los menores de 16, por las dudas; y el machismo más beligerante, ofensivo y desagradable se posó sobre un supuesto goce de la jefa del Estado para ocultar que lo que les molesta es que lo que ella hace provoque el goce y la felicidad, de millones que ni soñaron con esto.
Todo sucedía y todo se cometía mientras el Peronismo Federal empapelaba con el adjetivo de "Bestias" las paredes de la ciudad y en tanto el PRO certificaba -más a modo de conquista reciente que de verdad a secas en vigencia desde hace décadas- que "Podés pensar distinto". Lo dicen así, tan sueltitos de cuerpo y tan convencidos porque el régimen que los oprime, día a día, minuto a minuto, tranco a tranco no se los impide. Paradojas de la política actual que se han afirmado como musgo a la coyuntura gracias a la capacidad de esmerilar que poseen los nuevos palitos para abollar ideologías.
Porque extraña es esta dictadura que no hace nada de nada frente a la mayor ofensa gráfica que haya sufrido la líder indiscutida del movimiento de gobierno.
Particular es este régimen autoritario que no discute cuando desde las esquinas de la más flagrante contradicción le lanzan adjetivos que van desde el estatismo stalinista al parecido hitleriano, sin que siquiera se sonrojen a la hora de escupirlo.
Rarísima es esta Presidenta sometedora que se aguanta estoica y hasta con humor no sólo el dibujo ofensivo y denigrante a su condición de mujer, sino que acepta sin chistar que el mundo ruidoso de las ollas se pronuncie sin demasiada claridad sobre qué, que repitan de memoria el guión de otros e incluso que su vagina y su viudez sean el principal objeto de las declamaciones.
Los convocantes ocultos de una espontaneidad fabricada se asomaron tímidos y el rótulo de “simples ciudadanos” fue la carta de presentación. “Los vecinos no esperaron órdenes”, se ufanó el mismo diario centenario que un par de semanas atrás había lanzado la panfletaria convocatoria disfrazada de nota editorial y bajo el nada sutil título de “Cuando el cambio está en nosotros”. Allí, sencillito, simple y claro decían: “todo en la vida tiene un final” y les aclaraban a los lectores devenidos falange que “no es mediante la murmuración que se dejan atrás las encrucijadas, es por la acción política manifiesta”. La operación ya estaba en marcha.
Unidos y organizados la despolitización vergonzante de políticos sin vergüenza y la política más dura escondida bajo el manto de la independencia mediática convocaron, prepararon, alentaron, elaboraron y organizaron nuevamente el ruido y desde ese cono de encono le dieron escenario y protagonismo a todas las cantinelas gastadas del libreto que hegemoniza la Argentina desde 1880.
La responsabilidad de sostener un proyecto obliga a poner oreja, a escuchar y a intentar comprender qué pide cualquiera que se agrupe en la calle. Pero es la propia demanda la que acarrea la emboscada. ¿A qué parte del reclamo hay que ponerle atención? ¿Al "que se vayan"?, ¿al "morirte"?, ¿a las vaguedades?, ¿al enojo rabioso?
Las contradicciones tan furibundas como habituales en estas protestas serían graciosas si detrás no estuviera este fino y sutil mecanismo de meter trotil pero hablar de República, de minar cualquier puente pero decir que se extiende la mano, de desordenar lo más que se pueda el ruido para pasarle por encima a una negociación.
Porque el riesgo está más en romper la regla básica de la política que en los alaridos golpistas, antidemocráticos, machistas, injuriantes y desagradables no son tan riesgosos como la maquinaria que se ha desplegado por detrás de esa vidriera crispada y gritona.
Políticos que reniegan de su condición y que eligen la perversa fórmula de “la gente” como estandarte se unen a las grandes fábricas de discurso y de argumento para darse cita en el mismo espacio con la desprolijidad, el grito suelto, la locura individual y la pancarta desatada. Los que saben de qué se trata echan combustible, y del altamente inflamable, a esta nueva patrulla perdida que recorre algunas plazas.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Programa SF 31 - Alan Iud - 8 de Septiembre de 2012


Editorial Sintonía Fina del 8-9-2012. 
Las creen estúpidas (Por Mariana Moyano)
De esas, hubo miles. Pero una siempre me pareció la más particularmente cruel: la revista Noticias la hizo, ¿cuándo no? La tapa era más o menos así: el perfil de Néstor Kirchner sobresalía por dos motivos. Uno, natural, la prominente nariz del ex presidente se veía desde lejos. El otro, bien político. El photoshop y el

encono le habían puesto un pañuelo blanco en la cabeza. Y el título decía esto: “Cómo los Kirchner exponen a Madres y Abuelas. El peligroso uso de los Derechos Humanos”.
Varias cosas siempre me llamaron la atención de aquella edición de junio de ese año parte aguas que fue el 2008. Por un lado, la idea de “utilización”. No tanto porque supusieran, sospecharan o porque tuvieran la certeza de que un gobierno podía sacar tajada de eso que ellos de modo superficial y por pereza intelectual o por profundo desconocimiento político llaman sin precisar “los Derechos Humanos”, sino porque en esa afirmación vuelta denuncia, quedaba implícita una idea peligrosa cuando no estúpida. Sugerían allí de que luego de perder lo más preciado y tener la excepcional capacidad de transformar algo que se siente en las tripas en un ejemplo universal; que después de demostrar con sus propias vidas y trayectorias que la justicia por mano propia no le hace mal al que la sufre sino a la humanidad entera yque habiendo peleado contra los códigos penales y siendo ellas las que le buscaron la vuelta al genetismo a favor de la verdad, estas mujeres eran lo suficientemente pánfilas y limitadas como para, así nomás, sin pensar, “dejarse usar”.
Lo otro que me provocaba especial sorpresa -y risa, tengo que admitirlo- de esa portada es que alguien más o menos lúcido pudiera suponer que dos referentes de dos de las organizaciones más reconocidas en el planeta, enfrentadas entre sí desde hace décadas, quitaban del primer plano sus diferencias sólo porque un hombre, un matrimonio o una mujer las había seducido con vaya uno a saber qué palabras o promesas vacías y que algún tipo de cholulaje o fascinación se había interpuesto entre cada una de ellas y la búsqueda de un objetivo al cual le habían dedicado más de la mitad de sus propias existencias, su salud incluso y más de un tercio de sus vidas privadas.
Estaban ofendidos. Noticias y todos. Pero, ¿por qué? Hay cierta legitimidad, o es por lo menos comprensible, cuando los protagonistas primigenios sienten como una afrenta que otro tome y lleve adelante lo que ellos crearon o cuidaron desde un inicio. Se puede discutir, pero hay lógica en la herida. Pero los que vociferaban eran o los cómplices que se lavaban la cara con estas banderas cuando sabían que no había riesgo de que se volviera política de Estado, o los cínicos que recurrían a la vitrina y quitaban de allí a las mujeres del pañuelo blanco y les entregaban alguna que otra gentileza en los momentos en los cuales ellas estaban bien resguardadas de la posibilidad de accionar y quedaban todos habilitados de colocarlas en el huequito reservado a las figuras decorativas.
Así, cuando uno tira del piolín y sigue el hilo del razonamiento encuentra el porqué del enojo. Lo que les molesta no es que dos a quienes ellos suponen crápulas, ensucien una lucha de décadas y una dignidad intachable. Ni les importa lo que se haga con la honradez de estas señoras. Lo que les interesa, sencillamente porque los atañe y los afecta, es que estas mujeres sigan siendo lo que son pero que en los Tribunales empiece a haber movimiento; que los papeles se pongan en circulación, que los implicados pasen de testigos a imputados y de ahí a la sentencia; que la voz con capacidad de palabra performativa que siempre posee el Poder Judicial pronuncie “lesa humanidad”, “imprescriptible”, “plan sistemático” y, sobre todo, que puedan llegar a caer esas calificaciones sobre personas bajo cuya complicidad hasta hace no mucho Ledesma era sólo la marca de un papel y James Smart, un local de ropa de hombre.
Estela de Carlotto se había enojado feo con aquella edición de la Revista. Y con razón. El semanario hizo un mohín de disculpas y en pluma de la periodista que cometió la canallada dijo: “Nunca estuvo en el ánimo de Noticias confrontar ni agraviar”. No, claro. Si cuando uno sigue el itinerario de la publicación se da cuenta enseguidita que jamás quieren ofender. La prudencia los define. Si, si.
Además, la edición que sin vergüenza publicaron ayer y que hoy decora Buenos Aires, me exime de cualquier otra consideración o ironía.
Pero en esta ocasión, en serio optaron por mesura y la circunspección. Los medios de comunicación más poderosos eligieron estos días la moderación. Y se contuvieron, incluso se reprimieron. Y callaron. Y silenciaron. Y no dijeron una sola palabra. Y escondieron uno de los temas nodales de la semana: que el Tribunal Oral Federal 1 había acusado también de homicidio a 15 represores; que entre ellos se encontraba un ex ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires; que ese era el primer funcionario civil del Estado terrorista que llega a juicio; y que aún con ropa que vale un salario mínimo había sido enviado a una cárcel común.
No es el pañuelo blanco lo que cuidan. Son los trapos propios. Eso les preocupa. Por eso vociferan. Eso los ofende. Que la pilcha de los responsables ya no sea sólo de color verde yque los veredictos no caigan exclusivamente sobre los de uniforme. Que Marcos Paz también sea el destino de quienes tienen coincidencia en DNI y en etiqueta. Que para ellos y para los que se parecen a ellos la cárcel común también pueda ser una opción.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Programa SF 30 - Oscar Gonzalez y Daniel Santoro - 1 de Septiembre de 2012


Editorial Sintonía Fina 1 de septiembre de 2012
¿Y éstos quiénes son?  (por Mariana Moyano)
El último que lo dijo fue Diego Capussotto, pero no fue ni el primero ni el único. “A la izquierda del kirchnerismo no hay nada”, aseguró él y habían afirmado otros antes. Claro. Esto de “quedar de ese lado de otros”, vaya uno a saber por qué entre los bien pensantes, los políticamente correctos y los militantes suena a elogio. Los que piensan lo contrario se asustan, pero no lo dicen. Hacen, pero se callan.
Porque hay una costumbre: Cuando se está a la izquierda, se alardea. Cuando la derecha es el lugar elegido, la autodefinición nunca es sincera: “No, no. No soy de derecha, soy de centro. Equilibrado y con una profunda confianza en el consenso”, indican. Si, si. Claro. Por las dudas, usted, señor oyente o lector, si escucha o ve esto, le sugiero con humildad, huya, porque como dijo Feinman el bueno en estos días “la derecha es tan cruel como cada coyuntura se lo permite”, lo digan o se hagan los giles, agrego yo. 
Y a esos, a esa derecha, el kirchnerismo no les gusta. Pero no porque lo ubiquen al calor del leninismo o bajo el ala de Fidel Castro, sino porque les da asco, odio, rencor, pavura. Esos sentimientos despierta este movimiento que quién sabe de qué rincón de la historia argentina exactamente surgió.
¿Qué no? ¿Qué no es eso lo que les provoca el kirchnerismo actual o el peronismo de siempre? ¿Qué exagero? Les tiro un dato que no es mío sino del enorme Norberto Galasso. Contó el historiador que mientras buscaba material para escribir sobre Discépolo se topó con esta información: el año en que más suicidios ocurrieron entre los miembros de las clases altas de nuestra Argentina fue 1945. A digerir esa revelación, señores. A masticarla. Y sobre todo, a hacerse cargo.
Así, desde el asco, el kirchnerismo es la vuelta de los Montoneros, el retorno de la subversión marxista, los negros arriados por el chori y un poco de vino, los llevados por un plan, el gobierno de los revanchistas, la vida feliz de las locas, el regreso de la hija bastarda, el autoritarismo, el campo libre para las juventudes hitlerianas, el fascismo, la crispación. 
Dan risa. ¿Pero y por izquierda? ¿Cómo se corre por izquierda al gobierno a la izquierda del cual según muchos no hay nada? Lo testimonial siempre sirve. Lo imposible también. El enojo juega un rol y el gesto adusto ni les cuento cómo cotiza.
El pero, el pelo del huevo, el acento en la hendija, la lupa en el detalle, la marcación de lo imperfecto, la construcción desde los hipotético, la historia contrafáctica, el lugar de comentarista y lo cristalino como única opción. “El bloque de poder sigue siendo el mismo”, “Los ricos del menemismo son los ricos de ahora”, “no se meten con los verdaderamente poderosos”, “son socios de los poderosos”, “son los poderosos”. Ah, y si se está en determinado lugar de esa izquierda, en el cual el asquito que siente la derecha que se oculta no provoca ninguna nausea, la cosa se resuelve fácil y te tiran con la más a mano: “son peronistas, ¿qué querés’”.
Paren, paren. Ordenémonos. ¿Son los Montoneros en remake o son los dueños de la Argentina?, ¿son los ricos o los morochos con choripán?
No. Se ve que por acá no es. Este no es el camino. Para definir a los definidos como binarios, el binarismo queda muy chiquitito.
Entonces, qué es el kichnerismo. ¿Es el tercer cordón del conurbano o los intelectuales de Carta Abierta?, ¿es el peronismo histórico que cuestiona o el socialismo que se entusiasma?, ¿es el progresismo que dice que falta mucho o el progresismo amigo del anterior que le responde que lo más importante es defender el piso conquistado?, ¿son los aindiados jujeños o los chacareros gringos que pese a sus comandancias bancan igual?
¿Y si es todo eso? ¿Y si el problema es que es todo eso? ¿Y si lo brutalmente intolerable es la condensación de la indefinición? ¿Y si es lo inabarcable lo que lo hace atractivo? ¿Y si la imposibilidad de una definición acabada es lo que enoja y emociona? ¿Y si el problema es que es la fuerza centrífuga desde la cual surgen los ejes de todos los debates? ¿Y si el problema es que es la fuerza centrípeta con la infinita capacidad de almorzarse las iniciativas de otros para invitar a cenar a quienes ni pensaban tener una migaja? ¿Y si la verdadera molestia es que hay fiaca, pereza, desgano, falta de intención de discutir, de crecer, de debatir, de tener la cabeza todo el tiempo buscándole la vuelta al mundo? ¿Y si lo imbancable es que se les escapa?
¿Qué es el kirchnerismo? Preguntárselo sin asco y sin enojo. Sin ceño fruncido, ni mueca de mal olor. Embarrarse y criticar, alejarse y saludar, involucrarse y aplaudir, comprometerse y cuestionar. Por ese lado va la cosa.
¿Por la definición me pregunta? Ah, no, disculpe. De eso no hay. De lo acabadito, cerradito, con moño y encerado no tenemos. Pero, venga igual, hombre, anímese. Piense, rómpase la cabeza y no pare de preguntar. Le aseguro que va a llegar mucho más lejos que los que tienen enunciados en cajitas con candado.