lunes, 27 de agosto de 2012

Programa SF 29 - Fernando Buen Abad - 25 de Agosto de 2012


La versión local y la foránea (por Mariana Moyano)

Tiene su versión local y el reverso foráneo. “Sicario”, “mercenario”, afirman por estas pampas y clausuran cualquier discusión. Hay otros que optan por el “periodismo militante”, en un como si de argumentación que no hace más que disfrazar de elegancia algo que no es otra cosa que insulto. “Fascista”, escribe desde un diario centenario otro que se dice pluma eximia pero que no es más que la versión humana del cavernícola portazo. Nunca aparecerá el término “profesional”. Ese, se lo guardan bajo siete llaves para ellos, para sus socios, para sus aliados o para sus conveniencias. Y lo van sacando del encierro según lo van necesitando. Porque tienen su versión local y el reverso foráneo. Le decían experto en comunicación. No era ni hacker, ni delincuente. Era un diestro especialista en obtener información secreta y a veces, hasta le prestaban las charreteras con brillo, lustre y todo: “periodista” habían, algunos, bautizado al forastero. Claro, corrían aquellos tiempos en los cuales a su mercancía de ocasión, la definían como “cables diplomáticos”, porque les servía como excusa inigualable para titular: “Grave acusación de Estados Unidos por la corrupción en el país”, “Para Estados Unidos, los Kirchner eludieron el combate contra la corrupción”, Argentina posee un “sistema judicial frágil, un débil y castrado marco institucional y una enorme impunidad de quienes delinquen”. Y hablaban. Y se regodeaban. Y se retroalimentaban. Y les encantaba el sonido de su propia voz. Todo un verano bailaron al ritmo de la melodía Wikileaks. Porque no eran “consideraciones generales”. No, no. Se trataba de “reportes” de tremenda credibilidad. Y hablaban. Y se regodeaban. Y se retroalimentaban. Y podían celebrar que otro había dicho lo que ellos habían dicho y que querían volver a decir. 2200 cablecitos con la música más maravillosa para esos oídos ávidos de insultos: “los Kirchner son paranoicos del poder”, “ácidos”, “impermeables al consejo ajeno” e “ineptos en política exterior”. El estilo K es “errático y caracterizado por la tensión extrema en el corto plazo”. “Néstor Kirchner tiene dos caras”, “Kirchner no es un genio perverso, es sólo un perverso”. Y Hiilary. Y hablaban. Y se regodeaban. Y se retroalimentaban. Y Hillary que se preguntaba““¿Cómo controla Cristina Fernández sus nervios y ansiedad? ¿Toma alguna medicación? ¿En qué circunstancias controla ella mejor el estrés?”. “Y la enfermedad gastrointestinal del ex presidente? ¿Está tomando medicamentos? ¿Demuestra una tendencia mayor a oscilar entre extremos emocionales? ¿Cuáles son los principales disparadores de sus enojos?, ¿es por colon irritable que su personalidad rígida tiene tendencias obsesivo compulsivas y es por esto mismo que Kirchner no pone atención en las ceremonias protocolares excesivamente largas”. Y hablaban. Y se regodeaban. Y se retroalimentaban. Y tiraban papelitos porque alguien de muy, muy arriba, decía que Cristina no terminaba el mandato, que Néstor no sabía nada de economía. Y como si no alcanzara con tanto para tanta felicidad, se rubricaba con el sello de las águilas que el susto por la posible sanción de una la ley de medios audiovisuales había pasado. Tapas, páginas, columnas y análisis. Y mucha celebración: Julianne Assange era el personaje de moda y nuestra Argentina bailó a su ritmo mientras los utilizadores así lo necesitaron. Ríos de tinta; miles y miles de chismes y comentarios azotaron y asolaron la agenda local. Un empalagoso copiar y pegar pero nada menos que del New York Times, El País, Le Monde, The Guardian y Der Spiegel. Hasta que la burbuja explotó y el canoso australiano quiso hacerse el anarquista. Se pasó de la raya y cruzó la barrera que el Departamento de Estado, el foreign Office, Frau Merkel, la moral, las buenas costumbres, el decoro, y todo el stablishment habían considerado simpática y conveniente. Ahora el sablazo cayó sobre él, sobre el traidor a su clase. La guillotina jacobina devenida comportamiento multilateral hizo lo que sabe: lo reubicó en su nuevo lugar de delincuente y de amenaza internacional. “Terrorista high tech”, le lanzó el vicepresidente de los Estados Unidos. Y entonces fue advertido: le quedó claro que apenas saque una uña por fuera de indigna embajada que lo cobija, lo tomarán de las pestañas y le harán saber qué hace el mundo dominante con los que se le animan.

lunes, 13 de agosto de 2012

Programa SF 27 - Horacio Pietragalla Corti - 11de Agosto de 2012


Editorial 11 de agosto

Un número (Por Mariana Moyano)
Comparados con los más de 40 millones que habitamos estas tierras, 106 no es nada. Medido frente a los 30 mil, suena insignificante.
Contrapuestos con los 400 que faltan, se vuelve un número menor.
Es una cifra. Y como tal es fría, dura, impersonal, distante. Sin embargo, tiene la capacidad única de incrustarse y detener el tiempo. Porque lo atraviesa. Viaja hacia el pasado y trae desde ahí toda la furia, la densidad que jamás se le podrá robar a la historia y las vivencias, no de una, sino de todas las personas que forman parte de ese rompecabezas que esta pieza recién llegada, completa.
El martes, en el mismo lugar desde el cual cada vez que comunican algo cruje, las Abuelas anunciaron que a la lista se agregaba un integrante más: dijeron que Pablo Javier Gaona Miranda derribaba un poco más el muro que aún separa el mundo de las penumbras de éste.
Es un número. Un minuto lleva la revelación. Y un pequeño recuadro de un diario alcanza para que la información se haga pública. Pero el poder que trae consigo, lo excede, lo supera. Lo deja solo y sin embargo a cargo de echarnos en la cara todo el pasado reciente.
Es esa carga histórica lo que lo hace poderoso. Es verdad. Pero hay algo de otro orden lo que lo hace altivo y desafiante. Es que los nietos, de modo provocador, han elegido ese modo tan castrense como forma resignificada de nombrarse a ellos mismos. “Numerarse”, grita la fórmula cuya capacidad principal barrer todas las características distintivas debajo de la alfombra del anonimato. 
Sin embargo, como si el objetivo fuese usar la fuerza del enemigo a su favor, estos  aparecidos reformulan la lógica hasta el punto de lograr darla vuelta por completo.
 “Yo soy el nieto 84”, dice uno como al pasar, hasta con displicencia. “Yo soy el 101”, agrega otro. “Ella es la 1”, señala otra. Lo indican así, con esa frase cortita, inofensiva y sin siquiera exclamarlo demasiado.
Y ese dato que podría pasar inadvertido. Sin embargo, se detiene y detiene. Porque la información que aporta va más allá de la secuencia. Abre un temporal que, sabemos, va desde aquel 1979 hasta la actualidad y cada número representa una historia, un nombre, una búsqueda, una causa y un momento preciso de la historia más actual y más reciente.
Nos trae directo de aquella desaparición a este aparecido, de aquel no saber a este no hay excusas, de ese no vi a este qué hago, del entonces ni idea al actual no hay opción.
Ahí es donde no hay excusas. Y el pasado congelado se vuelve presente continuo, presente continuado. El número se abre, se ramifica, interpela, se mueve, remueve, moviliza, convoca. Y hasta incluso, se separa de la persona a la que le pertenece. Y mira de frente y fija la vista y coloca a la Argentina para que mire, se mire, a un espejo. Obliga. Aunque no chille, no grite, no exclame.
Y ahí está, ahí se ve la densidad histórica que le da peso, carnadura, extremo y hasta irracionalidad a ese número frío, impersonal, distante. Y es también el modo amoroso en que las enormes derribadoras de imposibles lo que mece, vuelve tierno y pone de pie a esa cifra.

La escena es siempre definitivamente conmovedora. Esas mujeres de pelo cano, maquilladas, cuidadas y cuidadosas hacen el anuncio. Detrás hombres y mujeres ya las escoltan, con su número a cuestas, con sus ausencias presentes, con su pasado mentiroso derrotado y con la reivindicación política de sus dos apellidos. Ahí están de pie los de siempre y otros más.
Ahí están, de pie, los de siempre, y otros más.
Ahí están 106
Aquí están
Anatole Boris y Victoria Eva Julien Grisonas
Tatiana Mabel Ruarte Britos y Laura Malena Jotar Britos
Juan Pablo Moyano
Tamara Ana María Arze
Martín Baamonde
Humberto Ernesto Colautti Fransicetti y Elena Noemí Ferri Fransicetti
Sebastián Rosenfeld Marcuzzo
Eduardo Garbarin
Ana Laura Hisi.
Astrid Patiño Carabelli
Federico Luis Spoturno
Andrés La Blunda Fontana
Amaral García Hernández
Diego Mendizabal Zermoglio
Paula Eva Logares
Sebastián Ariel Juárez
Felipe Martín y María Eugenia Gatica Caracoche
Carla Graciela López Rutila Artes
Jorgelina Paula Molina Planas
María Fernanda Álvarez.
Marina Leonor y Liliana Bau Delgado
Paula Eliana y Esteban Javier Badell Acosta
Ramón Angel Pintos
Laura Ernestina Scaccheri
Marcos Lino Moscazo
Paula Orlando Cancela
Elena Gallinari Abinet
Gabriela Alejandra Gallardo
María José Lavalle Lemos
Hugo Ducca
María Victoria Moyano Artigas
Ximena Vicario
Gonzalo Javier y Matías Angel Reggiardo Tolosa
Marcelo Mariano Ruiz Dameri
Emiliano Carlos Castro Tortrino
Mariana Zaffaroni Islas
José Sabino Abdala Falabella
María Alejandra; Stella Maris y Raúl Roberto Fuente Alcocer
Carlos D`Elia Casco
Laura Fernanda Acosta
Manuel Goncalves Granada.
Javier Gonzalo Penino Viñas
Paula Cortassa
Andrea Viviana Hernández Hobbas
Carmen Gallo Sanz
María de las Victorias Ruiz Dameri
Claudia Victoria Poblete Hlaczik
Hilda Victoria Montenegro
María Macarena Gelman García
Guillermo Rodolfo F. Perez Roisinblit;
Martín Castro Rocchi
Gabriel Matías Cevasco
Simón Antonio Gatti Mendez
María Eugenia Sampallo Barragán
Susana Coloma Larrubia
Horacio Pietragalla
Gustavo Godoy Ferreira
Juan Cabandié Alfonsín
Victoria Donda Pérez
Pedro Luis Nadal García
Leonardo Fossati Ortega
Sebastián José Casado Tasca
(Natalia) Suárez Nelson
Alejandro Pedro Sandoval Fontana
Marcos Suárez Vedota
(Pablo Hernán) Casariego Tato
Celina Rebeca Manrique Terrera
Belén Altamiranda Taranto
(Evelin) Bauer Pegoraro
Laura (Carla) Ruis Dameri
(Milagros) Castelli Trotta
Jorge Guillermo Goya Martínez Aranda
(Alejandra) Cugura Casado
Laura De Sanctis Ovando
Federido Cagnola Pereyray Sabrina Valenzuela Negro
(Bárbara) García Recchia
(Martín) Amarilla Molfino
Matías Nicolás Espinosa Valenzuela
Francisco Madariaga Quintela
El hijo de María Graciela Tauro y Jorge Daniel Rochistein.
María Pía, hija de Cecilia Beatriz Barral y Ricardo Horacio Klotzman
El 104 no nació, ya que su mamá, Liliana Ross fue asesinada embarazada de cinco meses y medio.
Laura Reinhold Siver
Y Pablo Javier Gaona Miranda
Ahí están, de pie, los de siempre y uno más.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Programa SF 26 - Jorge Taiana - 4 de Agosto de 2012



Editorial Sintonía Fina del 4-8-2012.
El preso, el gran periodista de investigación y la tía. (Por Mariana Moyano)

Atrasan. Eso quedó a la vista. Pero ¿ellos lo saben? ¿Se dan cuenta? ¿Notan que, además de la ferocidad para hacer de las operaciones, noticias, poseen un profundo desconocimiento y que cuando pasa el estupor frente a lo crean sólo queda a la vista el enorme papelón del que son prot
agonistas?

Hace unos cuantos años, un enorme profesor universitario, miembro de una cátedra de otro enorme profesor e intelectual llamado Oscar Landi, nos dijo de modo categórico “hay que salirse del concepto tiista de la cultura” y siguió con lo suyo. Nosotros, los estudiantes, aún tiernitos y, por ende, menos soberbios y más dubitativos, nos miramos. Ese gesto bastó para comprobar que no entendíamos de qué nos hablaba ese hombre de barba que estaba al frente del curso. “Disculpame”, lo interrumpió uno de los alumnos, “¿a qué te referís con concepto tiista de la cultura?”

“Ah”, dijo super relajado el docente, “el concepto tiista de la cultura es el concepto que tiene mi tía de la cultura: ir al Colón, haber leído algunos libros y que te guste la música clásica”. Y todos nos reímos. Porque había complicidad, algún que otro código común y dos o tres pautas compartidas.

Pasaron 22 años de aquella anécdota y aún la tenemos grabada a fuego. Porque esa frase poseía dos peculiaridades que la hacían poderosa: por un lado, iba al nudo del sentido común y, por el otro, pegaba directo en el costado más absurdo y burdo de ese sentido común. Tenía la capacidad de desenmascarar y dejar en ridículo a las pontificaciones de señora gorda que a veces escuchamos.

Por estos días, 22 años después de aquella carcajada, el espíritu de esas mismas señoras gordas -o de las tías de este profesor- volvieron a las andadas, Pero llegaron desde la boca, la pluma y la argumentación de periodistas y de políticos que se dicen dirigentes.

“Cultura es saber comer en la mesa”, afirmó sin ruborizarse ni pedir disculpas uno de los escribas con título de periodista de investigación en la radio, propiedad del mismo diario que le publica su fotito.

"Esto es idéntico al 73, cuando dejaron salir a la gente de la cárcel. Son soldados para cualquier causa, para un enfrentamiento o para un robo. Así no se puede luchar contra la inseguridad cuando tus punteros políticos son delincuentes", afirmó sin ruborizarse ni pedir disculpas una de las mujeres que mejor sabe preparar la ensalada rusa de la política, mezclando las dosis necesarias de pasado y presente sin pasarlo jamás por el tamiz de la seriedad y el contexto.

En ese mismo instante, Walter Benjamín, Theodor Adorno, la escuela de Birmingham completa, Ramoncito Williams, Nicolás Casullo y Edward Said se revolcaban en sus respectivas tumbas y hasta el propio Eduardo Grüner, que de kirchnerista no tiene nada, sudaba frío ante semejante brutalidad argumental.

Y es que se habían abierto las puertas y las tempestades ingresaban habilitadas por la desfachatez editorial y por el absoluto desconocimiento de las más mínimas líneas de pensamiento de la sociología, la filosofía y la ciencia política que vienen de Antonio Gramsci para acá.

Todos nosotros, cuando éramos estudiantes, nos habíamos reido. Porque no entendíamos demasiado, pero sí poseíamos el más elemental conocimiento: la cultura es al menos algo más que un par de volúmenes en la biblioteca o un abono en algún palco barroco. Eso lo sabíamos, eso lo sabemos, eso lo debemos saber y el que no lo sepa que tenga el decoro de o guardar silencio en público o no suponer que tiene las charreteras suficientes como para decirnos qué pensar, qué hacer o qué opinar.

“La trampa estaría en argumentar que se trata de un evento cultural cuando es un acontecimiento político”, escribió el (entre millones de bastardillas y comillas) periodista de investigación que (entre millones de bastardillas y comillas) denunció –y fue desmentido con documento en el módico tiempo de menos de 24 hs- las salidas supuestamente no autorizadas de presos para participar de actividades organizadas por una agrupación militante.

Él, mientras escribía eso no se rió. Estaba serio. Enojado, incluso, y hasta con el seño fruncido. Porque no podía ser. No podía ser que esos ensuciaran a la cultura mezclándola con la política. A ella, a esa dama delicada, tersa, inocente, de buena cuna… ¡A ella le habían hecho eso! ¡La habían llevado obligada a un encuentro con hombres sucios, militantes y, encima, peronistas!.

O no. O lo que quizás lo enojaba era que fueran presos los que habían sido llevados. Ellos no son ni inocentes, ni delicados, ni de buena familia. Ellos no tienen siquiera familia, porque de pura casualidad son humanos y a esos se los encierra para siempre y para que durante la condena no vean ni luz, ni arte, ni se relacionen, ni estudien, ni se comuniquen. “Van a aprender lo que es bueno: Veinte años sin hablar con nadie y van a ver que salen buenitos de ahí adentro”.

Él, mientras pensaba eso no se rió. Porque a él no le importan ni los presos ni los cientos de gigantes intelectuales de todos los orígenes, colores y países que han construido una sociedad más reflexiva, más pensante, más democrática e incluso más exquisita al hacernos saber, al hacernos comprender, que la cultura no es una mercancía ni un objeto transaccional que se ubica en un sitio o en un recipiente, sino el fruto mismo de toda una sociedad y de una época.

Él, mientras tecleaba, no se rió. Por eso, cuando releyó que en su nota él había escrito: “la trampa estaría en argumentar que se trata de un evento cultural cuando es un acontecimiento político”, se sintió conforme. Porque a él no le importan los presos, no le importan las sociedades y mucho menos le importa Edward Said, alguien que de la mano de su identidad palestina y de su formación gramsciana nos dice, beligerante, que “la cultura es una especie de teatro en el cual se enfrentan distintas causas políticas e ideológicas. Lejos de constituir un plácido rincón de convivencia armónica, la cultura puede ser un auténtico campo de batalla”.

Él, mientras le daban a conocer esta definición, no se rió. “¿Quién es ese Said que habla a favor de los conflictos y que no pone el acento en que los presos hacen política? Mirá cómo habla de batalla y se opone a la armonía. Seguro que es kirchnerista”, le dice a su tía, con quien se lleva estupendo, a quien acompaña a escuchar ópera y con quien siempre comenta con igual indignación y con el seño igual de fruncido que “el problema de este país es que falta cultura”.
“Y qué querés?”, le dice él “no se ocupan de la inseguridad y sacan a pasear a los presos. Son así, tía, vos siempre tuviste razón. Ellos son el problema, no tienen cultura. Siempre tuviste razón, tía. El problema son ellos… Claro que sí, porque ellos son peronistas”.