martes, 30 de octubre de 2012

Programa SF 38 - Daniel Miguez y Gabriel Pandolfo - 27 de Octubre de 2012

Que te salga lo mejor que puedas. 
Por Mariana Moyano
Editorial Sintonía Fina del 27-10-2012

Hoy me voy a habilitar la primera persona con la que tengo un vínculo muy pendular. Por momentos pienso que es imposible escaparse de ella. Pero en otros, siento que es sólo un exceso de narcisismo o de "demasiado ego", como definió con precisión de cirujano ese artista que suele describirnos antes inc
luso de que hagamos el gesto.

En esta oportunidad, entonces, me voy a dar permiso y me voy a disculpar la autorreferencia porque en una circunstancia así, o uno habla de uno o habla del protagonista. Tiendo a creer que el relato personal, modesto, íntimo es la única forma de estar a la altura; centrar este escrito en el personaje sería asignarle un espacio que le queda excesivamente chico.

Lo único otro posible, ya lo hizo el más grande, Rodolfo Walsh, cuando ante la partida de otro líder cruzó las cinco columnas de la portada del diario Noticias con la palabra "Dolor" atravesando además de la página principal, el corazón de todo un pueblo.

Así que, pues, luego de dar las explicaciones del caso, se levanta la barrera para que pasen la primera persona y la autorrreferencialidad. De todas formas, no soy demasiado original. En estas ocasiones -en esta ocasión- es casi imposible evitar que uno viaje dos años en el tiempo. Son de esas marcas que le hace a la historia la partida de un ser de dimensiones extraordinarias; esas hendiduras en el transcurrir que quedan habilitadas como hitos y que dan permiso a la pregunta cuya única referencia es ese hecho que congela por un instante el devenir. "¿Qué estabas haciendo cuando cayeron las Torres gemelas? , ¿qué estabas haciendo cuando derribaron el muro de Berlín?, ¿Qué estabas haciendo cuando asesinaron al Che Guevara?, ¿Qué estabas haciendo cuando... te enteraste de la muerte de Néstor Kirchner?

Yo -y ahí va la primera persona, en un obvio primer plano pero puesta en el centro de esta escena también a modo de invitación a quien esté escuchando- estaba cambiándole los pañales a mi hijita que ese miércoles tenía apenas un mes y tres días.

La banda de sonido de esa jornada de censo era, por supuesto, nuestra radio pública. Es que ese hecho administrativo y burocrático, esa posibilidad de escrutarnos cada 10 años, se había transformado, gracias a las operaciones del terror puestas a andar desde los grandes conglomerados mediáticos, en una epopeya. Teníamos que demostrarles a los mentirosos y odiadores de siempre que nadie iba a resultar herido por abrir la puerta, que no había bandas de delincuentes recorriendo las ciudades sino maestros y empleados públicos munidos, como toda arma, de una carpeta, un pilón de formularios, una birome y un sticker con la leyenda "Gracias por responder".

El micrófono lo tenía la protagonista de la jornada, Ana María Edwin, quien como titular del INDEC, era la voz cantante de ese feriado nacional que nos tenía a todos metiditos en casa.

"Tenemos que hacer que todo salga perfecto y dedicárselo al ex presidente", dijo.

Me detengo un instante y aprovecho la oportunidad para disculparme públicamente con la funcionaria por lo que pensé y que voy a contar ahora: "¡Pero por qué tiene que ser así de obsecuente!", grité para mis adentros. "¿Para qué le da pasto a las fieras con esa dedicatoria? ¿No se da cuenta de...?"

Y entró a la habitación mi compañero con los ojos mojados. Y sonó el teléfono. Y mi hermana lloraba del otro lado de la línea. Esas micronésimas alcanzaron para tener que obligar a la cabeza a que entendiera lo incomprensible, a que digiriera el sacudón, a que asumiera que había emprendido la partida el hombre gracias al cual los objetivos por los cuales se milita no necesariamente se van al desagüe de las desilusiones.

Lo había votado con entusiasmo por alguna razón que no logro explicar desde la lógica. Sí recuerdo -y no con demasiado orgullo porque da cuenta del costado conservador que tengo en algún rincón- que me había gustado y hasta conmovido eso de "un país normal". Quizás porque esa frase proponía cierto arrullo, alguito de calma, después de tanto tiro, tanta muerte, tanto cimbronazo. El "cuanto peor, mejor" nunca me convenció. Eso debe ser culpa del otro costado, del más peronista.

Así que en esta combinación contradictoria y paradójica de conservadurismo y peronismo estaba mi cabeza y mi decisión cuando colocó entusiasmada el nombre impronunciable de un desconocido en la urna, con el corazón deseoso de que ese desgarbado llegara a la Presidencia.

La primera vez que le dí la mano fue el mismísimo 25 de mayo de 2003. El recorrido entre el Congreso y la Casa Rosada tenía menos gente que ilusiones en el pueblo argentino y hasta los granaderos parecían sin mucha gana de cuidar a nadie.

Por esa combinación de pueblo abatido y desorganización militar es que pudimos escurrirnos mi amigo Matías Miller (hijo del histórico del cine Tato Miller) y yo entre las patas de los caballos y llegar al auto que trasladaba a ese ignoto santacruceño que me había copado el corazón.

Sacó la mano, se la agarré y me acuerdo que murmuré algo que estoy segura él jamás escuchó. "Que te salga lo mejor que puedas", le dije. Y me volví contenta con mis amigas a un bar de la calle Perú para ver la jura de los ministros por televisión.

Era raro, la gente que nos rodeaba aplaudía junto con nosotras a los nuevos funcionarios. ¿Cómo era posible que con el "Que se vayan todos" aún tibio hubiera ya respeto y hasta admiración por los que extendían y le prometían a la patria, a Dios o a los Santos Evangelios hacer las cosas más o menos bien? ¿Qué emanaba ese virola, lungo y desprolijo que ya contaminaba a personas y edificios detestados hasta hacía apenas meses?

La segunda vez que lo vi personalmente fue el 9 de diciembre de 2004 en Casa de gobierno cuando acompañamos a Olga Aredes y a nuestro amigo Ricardo, su hijo, a la entrega del premio Azucena Villaflor a esta heroína jujeña. Se instituía esa costumbre y varios vimos en ese encuentro una oportunidad de reinvindicación de Olga y de una lucha que durante los años noventa nos había puesto, a los ojos de muchos, en el rincón de los trasnochados y nostálgicos. Salí de ahí con alegría, calor y una foto abrazada al Presidente que hoy es premio mayor.

Ya para ese momento me batía a duelo con muchos amigos queridos que me decían que todo era muy lindo en esto del kirchnerismo, pero que era "muy simbólico" y que no se metían con la estructura de poder de las décadas pasadas. No entendía bien esa lectura: abrir la ESMA y permitirle a muchos recorrer su lugar de tormento y que al mostrarlo pudieran darle materialidad a su padecimiento para que adquiriera más veracidad; decirle a los Macri que si el Correo andaba mal, el Estado iba a empezar a demostrar que no estaba ahí para ser el bobo del grado; bajar dos cuadros para marcarle a los cadetes que si te interesa la carrera militar no debe ser para robarte un gobierno; contestarle en un mano a mano a uno de los cerebros ideológicos de la derecha mediática; pedir la cadena nacional para denunciar las extorsiones de una Corte suprema que nos hundió como nación en el más hondo de los bochornos, no me parecía a mí simbólico si por eso se entiende cosmética.

Y mucho menos les podía permitir que minimizaran lo que los pibes ya estaban testimoniando: los chicos cagados a palos (literal y metafóricamente hablando) durante el menemato le habían dado como ofrenda a ese proceso político que se abría, lo único que los había contenido en la segunda década infame, el folklore del rock local encabezado por el pogo y el oh, oh, oh, oh, para darle más fuerza y menos solemnidad al himno. Para decirlo de otro modo, los que no tenían ni recuerdos de cosas mejores, ni motivos para esperanzarse con el futuro estaban ese 25 de mayo de 2004 saltando y bailando con la versión patria de Charly García bajo una lluviecita molesta y en esa acción se sintetizaba el puente inaugurado entre pibes y política.

Mientras el río subterráneo de amor se iba cargando, los poderes dejaban hacer a este pingüino que les garantizaba gobernabilidad y reposición de la autoridad presidencial. Pero ya durante 2006 y 2007 las presiones y los lobbys retomaban la costumbre de ir por todo y las zancadillas tanto a él como a su esposa primero candidata y luego presidenta no se hicieron esperar.

La furia del golpismo de 2008 me lo cruzó de nuevo durante aquellos días aciagos en que Carta Abierta ponía palabra y acto en medio de la cadena nacional de medios privados. El sábado 13 de julio se acercó a conversar con ese grupo original, heterogéneo y extraño que conformamos de la mano del inmenso Nicolás Casullo, otro que no tuvo mejor idea que irse también en un octubre y quedarse esperando para debatir jugadas a este otro hincha fanático de la Academia.

Durante esas dos o tres horas de visita en la Biblioteca Nacional dijo, bromeó, habló y aceptó de todo. Y se adelantó cuatro años. " ", dijo micrófono en mano ante un auditorio fascinado por la presencia, pero sobre todo por la pasión y el entusiasmo de un hombre a quien gurúes, oráculos televisivos y plumas renombradas daban por eliminado de la faz de la política.

Ese río que transita por los subsuelos y sólo accesible a quienes ponen algo de empeño en el intento de comprender, iba aumentando su caudal, quisieran o no, supieran o no, pudieran o no verlo los fiacas y los mentirosos.

Y un día ese agua que circulaba torrentosa encontró la superficie. Y salió a la acera. E inundó las calles. Y trabajadores al lado de pibes, y mujeres jóvenes y grandes al lado de putos y lesbianas militantes al lado de intelectuales y clasemedieros al lado de cirujas se le apresentaron a los cegados por la necedad cuyo principal deporte es la calumnia y le mostraron que lo que cala hondo y es auténtico no se va con la ida del líder. Muy por el contrario, se queda y le taladra el cerebro a los vivos. Y les avisa que cada aniversario de su partida será un certificado de ratificación y un grito de guerra mientras no quieran entender que esto no es un capricho; es el anhelo de generaciones que empieza a concretarse.

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