sábado, 29 de diciembre de 2012

Programa SF 46 - Taty Almeida - 22 de Diciembre de 2012



Palabras. 
por Mariana Moyano
Editorial Sintonia Fina del 22-12-2012
Cada vez que lo pronuncian así, las lágrimas se confunden; se fusionan con las de otros en el abrazo interminable que surge luego de oírlo y se mezclan las del resabio del horror con las que nacen de la emoción por la justicia que llega. Son palabras que no borran pero reparan, acarician, contienen, ponen paz. “Perpetua”, “cárcel común” y la ratificación en boca judicial de que aquí hubo un genocidio. “Es poco, falta, debería ser algo normal” indican algunas voces quizá genuinas pero ganadas por el pesimismo ó desconocedoras de a qué demonios, a qué huracanes hubo que enfrentarse para llegar hasta aquí.
Hay otros que más que aporte son hijos del oportunismo y a veces logran que sobrevuele a los juicios, a los organismos y al sector del oficialismo comprometido con estas condenas, la acusación de la impostura. Como si detrás de cierto abrazo o de los ojos mojados hubiera más una especulación que la templanza y la calma que conceden el saberse en el camino correcto. Quizá sea por eso que para muchos, en algunas oportunidades los crímenes de lesa humanidad sean un tema más o directamente no formen parte de su agenda. O tal vez de lo que se trata en realidad es de que estas sentencias no son otra cosa que combustible para quienes flaquean, demostraciones de que no hay vuelta atrás, la materialización de una puerta que se abre hacia los no uniformados de aquella delincuencia ó la puesta en evidencia de que estas mujeres (antes) quejosas y ahora -inexplicablemente para muchos- sonrientes, han dejado de ser una figura decorativa para lavar culpas propias o para limpiar la imagen de algunos socios de la muerte.
Justito en el medio de una semana que no se sabía para dónde pintaba, un civil, el primer funcionario civil de la dictadura también civil, fue a parar a la cárcel común. Muchos se venían haciendo los distraídos, silbaban bajito mientras dispersaban argumentos borrosos y sucios, de ésos que sólo manchan el escenario.
En el diario La Nación - mascarón de proa, como siempre en estos temas - el mismísimo 10 de diciembre - jornada en la cual a nivel internacional se conmemora el Día Universal de los Derechos Humanos - el centenario diario se preguntaba en ese espacio editorial reservado para la primera persona política “¿Justicia o venganza para James Smart?” y sugería, así como sugiere La Nación (que vaya a saberse por qué tiene la capacidad de que suene a apriete) “que es de esperar que prime la justicia y no el afán revanchista al resolver la situación judicial del ex ministro de gobierno bonaerense”. Y no era la primera vez: en setiembre ya se había lanzado con iguales argumentos y la misma impunidad. “La persecución a Jaime Smart” habían escrito. “Es de esperar que en los juicios a funcionarios civiles del gobierno militar prevalezcan la equidad y la objetividad” habían agregado. Y como si no alcanzara con esa capacidad sanadora que tienen estas sentencias dichas en voz alta y que abren (valga el juego) la posibilidad de cerrar , ese mismo tribunal sostuvo que la cosa no quedaba ahí, que las responsabilidades de diarios en la muerte que aún hoy duele debían ser investigados. Como en Bahía Blanca ¡tan luego en Bahía Blanca! Ahora Clarín y La Nación junto con La Nueva Provincia están en el ojo de esa tormenta silenciosa y de reparación que crean las culminaciones de los juicios.
En el momento exacto en que escuchábamos a los jueces de La Plata leer su fallo, un hombre que supo enfrentar a los poderosos de en serio en tiempos en los cuales sólo se señalaba a los políticos, fallaba también. Fallaba, la pifiaba, se equivocaba, se confundía, erraba el golpe y daba la estocada. Esta vez en el único corazón posible que tiene hoy la Argentina para la transformación. Y su voz se propalaba por obra y gracia de quienes en el mismo dictamen judicial eran enviados al rincón de las averiguaciones, ahora ya no políticas ó periodísticas sino judiciales.
Extraño, verdaderamente infrecuente y hasta casi extravagante era ese momento del miércoles 19 de diciembre en el cual a la misma hora Rozansky leía para la historia mientras el sindicalista camionero intentaba llevar el tiempo hacia atrás. Y era un tanto abrumador porque esos dos discursos no sólo colisionaban entre sí sino que colocaban al 19 de diciembre de 2001 en la obligación de definirse acerca de si había sido un estallido traumático que le abrió la puerta a una nueva Argentina o si nos llevaba de vuelta a momentos tortuosos de nuestro país. Encima la semana se partía en dos y no había sido una semana más, una común, una de ésas que se surfean con apenas algo de cintura política y un poquito de conocimiento de cómo respirar hondo. Se trataba de un lapso donde los sacudones no se detuvieron jamás. Si no nos quitaba el aire un juez ó una cámara ó un pedido de per saltum, nos zarandeaba la noticia de la vuelta de una fragata que -valga la digresión- partió a aguas extranjeras como buque militar y vuelve a nuestro océano como símbolo de soberanía popular. Y si nos emocionaba el amparo que le concedían por fin los legisladores a otra madre coraje con una ley que la ayudaba a seguir salvando chicas, nos estremecía preguntarnos a qué se había referido el otro dirigente gremial con sus anuncios sobre futuras guerras nucleares.
Ayer algo supimos de eso, y lo que vimos no colabora con la calma que a esta altura del año se vuelve la zanahoria detrás de la cual todos corremos con el humilde objetivo de llegar.
Lo que se viene no será sereno; la moderación y la ecuanimidad no parecen ser las características de lo que se abre. Templanza, paciencia y sosiego harán mucha falta, en cantidades formidables diría. Porque sospecho que los hilos que unen a cada uno de los acontecimientos que advertimos o presenciamos estos días comenzarán a quedar a la vista y notaremos cómo esta anteúltima semana de 2012 fue una muestra concentrada de la pelea titánica que lleva adelante nuestra Argentina para convertirse en otro país, en otro mejor, en uno en el cual ya ni la Sociedad Rural siquiera sea intocable. En ése en el que tener la vaca atada sea apenas una ironía de un pasado bien pero bien lejano.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Programa SF 45 - Leopoldo Moreau - 15 de Diciembre de 2012


Democracia. 
Por Mariana Moyano
Editorial Sintonía Fina del 15-12-2012.

Se llenan la boca. A borbotones se les chorrean por las comisuras todas esas palabras grandilocuentes que de tanto emplearlas, las desgastan y de tanto usarlas, las destiñen. Y se les quedan así, vacías, huecas. Porque son puro “decir”, sin que nada de eso que declaman se les vuelva acción.
La que más les gusta es República,

siempre y cuando la pátina sea aristocrática, elitista si se puede. Una república de iluminados y liberales, querrían. Pero no lo dicen así. No lo dicen. República, repiten. Y la presentan como una señora ultrajada, pero no por los explotadores de todos los tiempos, de todos los géneros y de todas las instituciones, sino por lo oscuro, lo subterráneo, lo que tiene poca representación en el mundo de arriba, lo popular. Y les da lo mismo que sea radical o peronista. Lo que les molesta es que lo hereje, lo siempre negado y vilipendiado, lo que viene del subsuelo cuestione, pregunte, pretenda cambios y, encima, los lleve adelante.
La República. Eso es lo que sostienen que les preocupa. Las instituciones, agregan. “En peligro”, termina la frase. Pero hablan poco de democracia. Y cuando la mencionan es para cuestionar que alguna formalidad, con la que carga la Argentina desde las épocas del primer Bartolomé Mitre ha sido trastocada, modificada o simplemente puesta en cuestión.
Dicen que la Argentina de los últimos tiempos no hace honor a sus hombres de gloria, a sus próceres, porque en la Patria actual reina el conflicto, el enfrentamiento, la división. Y así, con grageas argumentales bien esparcidas en un manto de vaguedad, pintan una postal del pasado en la cual, los hombres de Mayo, el Libertador San Martín, Belgrano, el mismísimo Sarmiento y hasta el jacobino Mariano Moreno hicieron el país tomando el té. En horario puntual, siempre limpitos y pidiéndole de muy buenos modos y con galanterías monárquicas a los diferentes y sucesivos imperios conquistadores que, por favor sean corteses y amables y nos devuelvan las tierras que consideramos nuestras. Muchas gracias, buenas tardes y como en un cuentito bien, pero bien infantil, un día amanecimos y teníamos presidente en lugar de un rey que nos comandaba océanos de por medio.
No les gusta el conflicto… No, no, momentito. No les gusta que el conflicto abandone la zona de penumbras. Que lo podamos ver todos y, por ende participar en él. No les gusta que se hable, que se sepa del combate inherente a la disputa de poder, o sea a la democracia.
No les gusta que aprendamos que ese choque no es otra cosa que el mecanismo para que algunos, que tienen todo, pierdan algo de espacio ante los que no tienen nada.
Porque, valga la comparación de hipercoyuntura, el debate por la riqueza, por la democracia no dista demasiado de la discusión sobre el espectro: se trata de algo finito, con límites. Es lo que hay. Y hay que repartirlo del modo más justo posible. Y no les gusta.
No les gusta que sepamos que esta puja es, fue y será motor de la Historia.
Entonces lo denuestan. Le achacan a otros un absurdo argumental: dicen que quien describe la existencia de un enfrentamiento es, en realidad, el que lo causa porque lo desea y ahí se mandan la zancadilla ideológica: en lugar de asumir que ellos también forman parte de la disputa, se ponen a buen resguardo a la vera de la historia y señalan al que asume la existencia de antagonismos, disputas y combates como quien propone la rivalidad y el choque como único mecanismo.
Así, quedan del lado de los exaltados, de los exacerbados y de los exacerbadores, de los desmesurados y de los crispados quienes sólo están sincerando un diagnóstico que, por otra parte, no es más que inevitable al quehacer social.
En voz baja y sin que nadie se dé cuenta. Todo, siempre, entre susurros. No vaya a ser que se oiga. Que todo se quede como está.
El libremercado, las rémoras de las dictaduras sucesivas enquistadas en el Estado bajo la figura de carta orgánica del Banco Central, los programas de estudio de las fuerzas armadas y de seguridad, el modo de considerar los testimonios de mujeres en un juicio por trata, los mecanismos de elección de jueces. Todo quietito y asumido como un fenómeno climático, y por ende, natural.
Nada de cuestionar a magistrados, que por algún designio divino ha de ser que están ahí. Que nunca se les ocurra. No meterse con los poderosos y menos nombrarlos porque la cantinela de las libertades liberales caerá con oportunidad de guillotina y toda completita sobre la nuca de quienes lo intenten.
No poner en cuestión los modos ya tolerados y establecidos de democracia formal, porque ésa es la única permitida. El dedo señalador, la mirada de sospecha y la desconfianza llevarán su caudaloso río de acusaciones, motes y fiscalizaciones hacia el rincón de la política explícita. Sindicatos, dirigentes partidarios, comités, manifestaciones organizadas, elecciones internas, comisiones internas y agrupamientos que pretendan un tantito más que una ONG serán cuando menos corruptos, cuando más fascistas.
Correr la línea de lo permitido por quienes creen que la Historia les ha asignado el derecho de conceder no es tarea sencilla. Esta obviedad no aceptada por los hipócritas e indignados comentaristas de la política, cuyo máximo esfuerzo militante es exclamar un oportuno “qué barbaridad” que libra de cargo y culpa es una verdad de hierro para quienes cargan décadas de poner cabeza y cuerpo en pos de algún, aunque más no sea, gestito emancipador.
A veces no se logra, pero el no obtenerlo tendría que ser la causa del desvelo porque con la democracia se debería comer, curarse y educarse. A 29 años de la reconquista, al menos pudor tendrían que sentir quienes se jactan, se enderezan, se acomodan la corbata o las faldas y pronuncian “DEMOCRACIA” engolosinados más con ellos que la nombran que con lo que ella misma implica.
Hablan de los modos pero molesta el modelo. Cuestionan los portazos pero les duele el aliado. Critican el grito pero temen la palabra.
No es un problema de estilos, sino de avances.
Ponerse solemnes y separar la palabrita en sílabas no nos hace sus más conspicuos defensores. Ejercerla es levantar su bandera. Asumir el riesgo, los piedrazos, los sinsabores y las derrotas. Bancarse el insulto y la penumbra, la puteada y la mayoría de las veces, la soledad. Esa que regala paciencia y templanza y que, a la larga, tiene premio. Porque contra quienes tienen razón, señores pacatos, por suerte, no hay manera.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Programa SF 44 - Marcelo Fuentes - 8 de Diciembre de 2012



Cautela, que sí hubo 7D 
por Mariana Moyano
Editorial Sintonia fina  8-12-2012.

La primera vez que escuché de ella hubo algo que no entendí: su nombre era duro, tirando a distante, mucha erre y cacofonía. Y, sin embargo, la mencionaban con amor, hasta con cierta dulzura. Eso me sorprendió. Pero lo que directamente me conmovió fue que la nombraban con un genérico, como si todos supiéramos -supieran- de qué se trataba. Como si un código común recorriera el hilo de la parte no hablada de la conversación: La ley, de decían, sin más. Sin que hiciera falta explicar, aclarar, cuál.

No corrían estos tiempos en que está en todas las tapas de los diarias, en todas las conversaciones y en que se ha instalado como un motivo para explicar situaciones que, en teoría, le son ajenas. Eran aquellos primeros días de discusiones a fondo pero son el temor lo suficientemente presente como para seguir hablando en voz baja.

Pero en los espacios que los límites de esa incipiente y renga democracia lo permitían, ocupaba mucho espacio, todo el espacio. Era tema. Era EL tema cuando la discusión lo permitía. Vivíamos un momento en el cual los pocos para quienes la necesidad de una nueva ley de radiodifusión ocupaba los primeros lugares de las preocupaciones políticas y esos habíamos hecho una especie de pacto de sangre. Un acuerdo a partir del cual el momento histórico y la universidad pública nos inoculaba la obligación de bregar por una norma de la democracia desde el puesto de lucha que el futuro nos deparara.

Quizás sea precisamente por esto que duele tanto hoy oír a algunos y algunas, que tan bien saben de qué estamos hablando, hacerse los zonzos y levantar los hombros cuando uno les muestra cuánto en juego hay en estas épocas.

Corrían los años ochentas, esos que parecían eternos pero que a fuerza de poder real marcando la cancha y de poder político apenas en condiciones de ponerse de pie, se apagaron antes de que la década incluso culminara.

La soledad consciente de esos tiempos y la extrañeza lógica en la cara del interlocutor ocasional cuando uno mencionaba esta cuestión tan fundamental para esos nosotros pocos y tan ajena para las mayorías, se volvió ostracismo, exilio verbal cuando no burla posmoderna con la llegada de la segunda década infame.

Con total liviandad y soltura -porque ya desde el mismo club habían provocado la hiperinflación que iba a disciplinar- los gerentes y los dueños del poder elaboraron la estrategia perfecta: en nombre de algo que nada tenía que en con los medios de comunicación se hacían con la capacidad de propalación de ideas, palabras y modos de comprender.

A fuerza de ajuste, del susto por la supervivencia ya nos habían parcelado el pensamiento, nos habían loteado la capacidad de comprensión. Y así, y por eso, y con ayuda inestimable de Doña Rosa, es que Reforma del Estado nada tenía que ver, en el sentido común, con la capacidad ciudadana de poner palabra; la propiedad de los medios de los medios de comunicación no tenía ninguna vinculación con la democracia y la libertad de expresión de todo un pueblo -así había quedado establecido y aceptado- tenía los límites duros y plásticos del control remoto.

En la capacidad de pulsación del dedo pulgar residía todo el poder popular de comunicación. Ese apretar y soltar demarcaba la perspectiva y además debía ser suficiente para encontrar en la pantalla lo que nos identificara y representara. Nadie, o para ser justa, pocos, preguntaban por los bordes de ese comando televisivo, por lo que quedaba fuera del control y no estaba ni mencionado en esa grilla ideológica llamada canales de televisión.

Estábamos dormidos, ciegos, de shopping o quebrados. La profundización de la democracia no suponía vinculación alguna con el poder de fuego de los dueños del poder mediático. No discutíamos los medios porque veíamos la vida por televisión.

Pero lejos de debilitarse, esa mujer de nombre fuerte con esa erre tan pronunciada se negaba a no parte central del debate. Y la ley de radiodifusión no sólo siguió siendo la ley a secas para muchos, sino que con el paso del tiempo, de las desilusiones y de los sopapos se llenó de contenido, de lucha y de destino.

"Es la madre de todas las batallas", dijo de ella el más fanático, el más enamorado cuando ya había dejado su protagonismo en ámbitos universitarios y sindicales para comenzar a ocupar lugar en los otros rincones de la política. Lo miraron raro, como se mira a quien de tal nivel de exageración parece un delirante.

Hay temas mucho más importantes, decían. Y sí que los hay. Casa, comida, educación, salud para cada uno de los 40 millones. Por supuesto. Ahora. Yo les pregunto a los que le dijeron talibán a Gabriel Mariotto cuando blandiendo el Pre proyecto en el Teatro Argentino de la Plata nos alertó sobre lo que se venía: ¿Ha habido en los últimos años algo que tocara tan el estómago del poder real y simbólico de nuestra patria? ¿Y si hubo algo similar, por qué es esta la única ley que ha tenido que padecer 3 años de no implementación y que ha obligado a ese poder siempre oculto a salir a batallar a cara descubierta?

Hubo 7D, mal que les pese a los que miran sólo en línea recta. Porque ese día se puso en evidencia TODO lo que quedaba por ser visto. Los que vivían de extorsionar sin exponerse se vieron obligados a mostrarse. Y, encima, como escribió Nicolás Tereschuk en un rapto más de los suyos de gran inspiración twittera: "Si el que se opone al gobierno es un sector sin votos, le da al kirchnerismo su combustible más preciado: sentido" Y agrega desafiante: "te conviene adecuarte, grupo".
Esta semana, señoras y señores, Clarín ganó. Ganó tiempo y tiempo es lo que nos sobra a quienes llevamos casi tres décadas en esta epopeya.

Esta semana, señoras y señores, Clarín perdió. Se vio obligado a quedar a la vista, a dejar su juego descubierto a los ojos de cualquiera. El grupo de construcción de sentido, el que viene moldeando a la Argentina desde hace medio siglo tuvo que obscena y pornográficamente mostrara todo su modo de operar.

La pistola en la cabeza de la democracia pende de un hilo. Porque el grupo más poderoso de nuestro país, el que siempre todo lo pudo tiene su poder sostenido por una siempre y por definición endeble, medida cautelar