viernes, 15 de febrero de 2013

Programa SF 53 - Roberto Feletti - 9 de Febrero de 2013


Soberanía.
por Mariana Moyano
Editorial Sintonía Fina del 9-2-2013

Ellos tienen toda su industria cultural montada sobre aquel sentimiento. O quizás sea, exactamente al revés, y haya sido el modo imperial lo que construyó corazones orgullosos de ser emporio. 

Lo cierto es que si ponen banderitas en los film, descuentas impuestos; si sus colores, bastones y estrellas flamean altos y sobre todo altivos, millones de ciudadanos de ese país levantarán la mirada y el mentón orgullosos y derramarán un lagrimón. 

Y no importa –porque no se lo preguntan- si la insignia se levanta en una misión humanitaria, en el nudo del Plan Colombia o en las tierras arrasadas de Irak. 

Estados Unidos tiene esa característica: el pabellón los envuelve y los contiene. Y no se discute nada más. 

“Chauvinistas”, decimos los progres del sur de América. Y nos da un poco de bronca esa bandera y ese modo de instalarla porque ni la luna se salvó. 

Dicho así, de modo tan terminante, nos provocamos a nosotros mismos un inconveniente teórico, político a ideológico. Porque el sentimiento nacional, analizar ese corazón de las patrias necesita y merece un poquito más de complejidad. 

A nuestra Argentina le costó y aún le cuesta que lo nacional le ponga piel de pollo sin tener que andar dando explicaciones. Estamos desde hace un rato largo en un proceso de reconciliación con el himno, con las marchas patrias y hasta con la escarapela. Tiene su lógica: durante demasiadas décadas olieron mucho a fajina militar y habían quedado en manos de quienes se llenaban la boca pero poco hicieron para que a una Patria, que no fuera la chiquitita propia, le fuera más o menos bien. 

Por eso, el 9 de enero fue un hermoso día de tensiones y hasta de contradicciones, pero no de las que provienen de la incoherencia, sino de las producidas por los grandes movimientos históricos donde crujen los sólidos andariveles establecidos e implantados por quienes han dominado gobiernos, decisiones nacionales y cabezas. 

Si había sido casi sobrenatural ver ingresar a Hebe de Bonafini munida de pañuelo al Colegio Militar un 24 de marzo, pocos –nadie- hubiese apostado fuerte a que una pintura similar a ésta se repitiese. Pero como este extraordinario y tan particular momento que camina la Argentina tiene la costumbre de retarnos a más, nos inicia el verano ya no sólo con una Madre en medio de tanto uniforme, sino que nos brinda a estas mujeres que se cansaron de enfrentar a las jerarquías militares sentadas en medio de la más protocolar representación de nuestras Fuerzas Armadas. ¿Y todo para qué? Para recibir a un barco del que – seamos sinceros- no nos importaba absolutamente nada hace apenas unos meses.

¿Qué pasó? ¿Nos lobotomizaron? ¿Ellas claudicaron? ¿Hay una nueva industria del nacionalismo local funcionando a todo vapor que nos copta a cada minuto con chucherías patrioteras para que respondamos “Si, Bwana” como especimenes dignos de la película The Wall? 

Hay algunos en La Nación (tanto en el territorio como en el matutino) que piensan que sí. 
Y, como digo, si hacemos afirmaciones así de terminantes, mostramos que tenemos un problema. 

Más bien creo que el profundo, sincero, honesto, digno escalofrío que nos recorre ese rincón del alma cuando condenamos el destino colonial de las Islas Malvinas le ha hecho un lugar a otras reivindicaciones y así es que la palabra soberanía ya no sólo va alineada con la demanda por el archipiélago. 

Como si el esquema geopolítico internacional, luego de haber salido de la Matrix conceptual, se nos hubiese presentado al estilo Microsoft y decenas de ventanitas se nos abren surgidas todas de un mismo núcleo duro.

Como si ante nuestros ojos se nos abriera un mundo argumental en que podemos palpar que la emancipación no es sólo la vieja idea de romper con las cadenas coloniales que mantienen bajo su yugo un estado al otro. 

Los no países, los no estados, los globalizados dominadores comienzan a poseer ante nuestros despejados ojos también rostro de dominación. La costumbre de la reflexión compartimentada, del pensamiento loteado, el cuentito de que la economía no es política, el paradigma de dineros neutrales recorriendo el planeta se desbarata, estalla en miles de pedacitos cuando comprendemos que hablar de soberanía: 

- no es ir a buscar una banderita a la puerta de una radio para luego pedir que los maten a todos los argentinos ‘que no son como yo’; 
- no es rasgarse las vestiduras porque se propone un diálogo con Irán pero no sentir ni el más mínimo asombro cuando alguien le entrega todo el subsuelo a una empresa trasnacional; 
- no es sentir vergüenza por no tener buenos modales con señores de cuello hiperalmidonado que cotizan en bolsa, ellos, sus camisas y hasta sus esposas mientras se exprime hasta la última gota de sudor argentina para pagarles a estos mismos señores almidonados algo que se robaron por la sola razón de que pudieron; 
- no es andar con gesto adusto y rictus de mal humor o mucho menos horrorizarse porque un organismo, cuyos vaticinios sólo lo hunden más en un lodazal de papelones para meterlo en otro, nos haga chas chas.

Quien no quiera sentarse un ratito al menos a reflexionar sobre qué nuevos modos de sentir la soberanía se han ido construyendo en estos últimos tiempos, pues que siga con sus diatribas y vea Mussolinis y nacionalismos con Z por todos los rincones. 

Quien no ande por ese rumbo y tenga ganas de ir un poquito más allá de los 30 centímetros de profundidad del pensamiento medio, pues que se zambulla en este mar de inquietudes, sacudones, tensiones, y por qué no, dudas que el presente nos ha presentado. 

Porque así como el debate sobre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue en la superficie sobre medios, pero nos permitió introducirnos en el fondo y espiar el funcionamiento del poder real: cómo lastima la economía concentrada y ver que los monopolios y oligopolios de cualquier forma y color le hacen daño a una patria, la RE PA TRIA CION de un barco nos brindó la posibilidad de conocer los vericuetos financieros que se esconden y se escudan detrás, incluso, de algunos mecanismos institucionales con los que hoy funciona el planeta. 

Y, en todo caso, los enojados y enojones, si no quieren que terminemos de romper las cadenas con su andamiaje ideológico, que no nos sigan regando la realidad de simbolismos, porque hay una persona por estas pampas que ha sabido como nadie levantarlos, tomarlos y usarlos como cuchillos para rasgar uno a uno los velos para dejarnos pasar y ver qué es lo que hay, qué es lo que siempre hubo, detrás.

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