martes, 12 de marzo de 2013

Programa SF 57 - Dora Barrancos y Dolores Solá - 9 de Marzo de 2013

Nos puso en una disyuntiva. 
por Mariana Moyano

Editorial Sintonia Fina del 9 de marzo de 2013 

Nos puso en una disyuntiva. A todas. A las que la quieren, la bancan y la acompañan. Y, mal que les pese, también a las que la detestan.

Propuso, sin decirlo, pensar todo de vuelta. Dar un salto hacia algo más original que ese tan europeo -y sobre todo sueco- feminismo progre que se eriza y hace centro en la gramática. Desbarató convencionalismos y tiró por los aires viejos lugares comunes. El @ quedó chico, tibio, sonso. Y el “los/las” dio para chiste. Pero fue terminante y clarita: "PresidentA", anunció. "Y vayan acostumbrándose", advirtió.

No es Rosa Luxemburgo. No nos corre con "la clase". Y no es Simone de Beauvoir que hinca la inteligencia en los vicios del patriarcado. Pero habla de género y cuida a sus trabajadores. "Es peronista, Mariana", me susurra el ala dura de la parte reflexiva de mi cerebro. "Si", me peleo. "Pero hay varias, muchas, que también y si no tienen un macho que las mande se caen redondas".

Es que la vara no pasa por ahí. Está lejos de los cuadraditos que encajan en esas categorías perfectas que anulan al pensamiento original y clausuran cualquier superación.

Su bandera no es el aborto despenalizado -estandarte de toda feminista que se precie-. Y eso, sin embargo, está lejos de sentarla junto a las chupacirios que una desprecia.
Ejerce el poder -eso invisible que dejó de ser pertenencia masculina sólo cuando algunas se animaron-. Y sólo los necios y los miopes pueden ver allí un gesto fálico.

Nos puso en una disyuntiva. A todos. A los que lo quieren, lo bancan y lo acompañan. Y, mal que les pese, también a los que lo detestan.

Propuso, sin decirlo, pensar todo de vuelta. Dar un salto hacia algo más propio que ese tan europeo izquierdismo progre que se eriza y hace centro en un textual de El Capital.

Desbarató convencionalismos y tiró por los aires viejos lugares comunes. El slogan quedó chico, tibio, sonso. Pero fue terminante y clarito: "Socialismo del Siglo XXI", anunció. "Tenemos 500 años aquí y nunca nos callaremos. Mucho menos ante un monarca", advirtió.

Asomó con fusil y revuelta. Los ojos bien pensantes del progresismo latinoamericano vieron, olieron y juzgaron golpe de Estado. La socialdemocracia corrupta de Venezuela se escudó en la inmensa solidaridad del país caribeño con los exiliados para acusar con más vehemencia.

Pero cuando llegó el fin de su cárcel el primer paso lo dio en Cuba. Pidió consejo y bendición y le mostró al mundo que el verde de su fajina era uniforme, pero su corazón político no respondía al estereotipo.

Y se atrevió. A ponerle bolivariana de nombre a una república. A que el rojo rojito inundara, brotara y copara las esquinas. Y se atrevió. A decirle Diablo al más malo de todos. Y se atrevió. Y tiñó de internacionalismo guevarista su estandarte peronista. Y se atrevió y ante los ojos del planeta mostró cuánto y qué corre por las venas de América Latina. Las mismas que hoy no ocultan que están en carne viva.

¿Quién es esa chica? ¿Quién esa mujer que se pinta igual que todas las chicas de la JP?

¿Quién es ese militar? ¿Quién es ese uniformado que se le planta al imperio?

En este tiempo patas para arriba, en el que los que no tenían permiso toman las decisiones, los pequeños momentos cuentan grandes verdades.

Y hubo uno de esos en estos días. Uno de tantos que congeló en un instante miles de significados, cientos de explicaciones, millones de sensaciones.

Los que nunca, los que no iban a tener permiso, pero que hoy comandan estaban ahí paraditos. En la foto eran tres. En el completo imaginario, unos cuantos. Ahí estaban, en la despedida. Conmovidos por la tristeza, carcomidos por el dolor, encorvados por la pérdida.

Y como guardia de honor le custodiaban la honra al mito que ya es carne en el continente. Ahí estaban, inmóviles, llorosos, abatidos. Y el mestizo pobre yacía escoltado, resguardado, por otros de esos que nunca, por otros sin permiso, por un indio cocalero, un guerrillero desgarbado y una ella que se enoja aunque la pasen por loca.

Así son esos tiempos latinoamericanos. Van hasta el hueso. Dinamitan los esquemas. Entrelazan lo cortado. Y reparan lo resquebrajado.

Y le guste a quien le guste, lo enfrente quien lo enfrente, por algún lugar conspiran un comandante y un bizco y cuidan a esos que nunca: a un indio cocalero, a un guerrillero desgarbado y a una ella que se enoja aunque la pasen por loca.

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