martes, 26 de marzo de 2013

Programa SF 59- Daniel Tarnopolsky & Bettina Stein - 23 de Marzo de 2013


Quiero hablarles de ella
por Mariana Moyano

Editorial Sintonia Fina 23 de marzo de 2013

Hoy quiero hablarles de ella. Porque es mi amiga. Porque la quiero. Ustedes no saben cómo es ella, no la conocen. Y no la conocen porque ella no hizo de un vértice macabro clavado en su historia, el eje de su vida.

Ella hizo su vida, con el infierno a cuestas, conviviendo con él, combatiéndolo para poder hacer algo, mucho, con esa existencia que quisieron clausurarle.

Calló. Se lo guardó. Lo mantuvo en la más absoluta privacidad y el relato salía en alguna instancia tribunalicia -de las pocas que permitía el estado de impunidad que nos cubría- o en algún encuentro muy pero muy íntimo y reservado. “Conjuré el silencio”, me dice ella. Y yo le interpreto la frase en un doble sentido: por un lado, una invocación a que ese callar cure y por otro, un intento de exorcizar todo ese mal dándole vueltas, con el buscado mutismo.

Ustedes no la conocen. Y por eso les estoy hablando de ella.

Hay tres adjetivos que van de maravillas con las protagonistas de los años 70 y que a ella le cuajan a la perfección: es batalladora, amorosa y apasionada. Tiene, además, una familia adorable, amigos que la admiran y la quieren y que se ha ganado siempre sin dar lástima. Y un marido que, ¿qué decir?, la mira y uno ve brotarle el amor por cada poro.

Pero ella es dueña, además, de otras dos características que, esas sí, no son tan corrientes. Le gusta hablar y que le presten atención -¿quién no?- pero disfruta, sobre todo, de oír a otros; es una magnífica escuchadora.

Su otro gran don es que goza genuinamente cuando se cruza con miembros de la generación de los que andamos en los cuarenti y que ella ve en condiciones ya no sólo de reemplazarla sino de superarla. Y en eso ella es parte de la excepción; hay muchos que se llenan la boca pero el gesto les delata la impostura; mucho que dice y dice, pero mete un obstáculo tras otro con tal de que ninguno le haga sombra.

Pero ella no. Ella se ilumina, crece, se le llena el pecho de orgullo. Es como si viera ahí que lo de ellos no fue en vano, que no perdieron, que no fueron derrotados. En los más jóvenes a la altura de las circunstancias, encuentra ella el triunfo propio y el de sus compañeros.

Ustedes no la conocen a ella. Y los que si, tampoco conocemos los detalles. La conjura…

Porque es ahora, recién a treinta años de aquel 24 de marzo que ella le dio descanso al silencio. “Me sentiría muy mal si hubiera hecho demagogia con mi desaparición”, me dice estos días mientras las dos lloramos en el teléfono. Porque finalmente yo me animé a preguntarle por no haber dicho, por no haber insistido, por no habernos usado de frontón a nosotros con tal de que todo ese veneno inoculado saliera de una vez.

“Es que…”, y se calla unos segundos para que lo que va a decir adquiera la fuerza que ella sabe destinada al misil que se viene; “lo que más pesa es que uno siente vergüenza de haber sobrevivido. Te da culpa. Y la culpa es un gran camino para el silencio”.

No conocemos detalles, pero ella estuvo ahí, en las entrañas del infierno mismo y con un hijo en sus propias entrañas. Por quien veló, como lo hicieron todas. Y que salvó, como pudieron pocas.

Salió. La sacaron. Se salvó. Y vivió. Pero hizo silencio.

Volvió a pisar los pasillos del horror con la comitiva presidencial. Sin grilletes, liberada. Entró con otros de sus compañeros 3 días antes del más caluroso 24 de marzo que recuerde la temperatura corporal.

¿Saben? Yo tengo una teoría. Tonta. Pero acéptenla al menos porque me preocupé en buscar una: no fue el calor de la ciudad lo que nos inundó ese día, fueron las bocanadas del diablo mismo que durante casi una década en nuestro país tuvo uniforme. Eran los lengüetazos del demonio que se sabía por primera vez verdaderamente acorralado e hizo un último intento. Qué iluso, creer que a quienes le vieron el rostro al mal más encarnizado los van a amedrentar con calor.

Aquel ardiente 24 ella entró una vez más. Pero algo se había partido para siempre. Esas puertas que se abrían -que se Nos abrían- rompieron las cadenas que la sujetaban al silencio. “Ese ingreso cambió mi condición. No era una visita, un paseo testimonial. Ya no sólo dejé de tener vergüenza de estar viva, sino que llegaba de la mano de un presidente, de la máxima autoridad, de alguien que tenía las herramientas para hacer algo”.

La recorrida por esos rincones donde el horror aún se refugia, por entre esas paredes que siguen mostrando aún a 30 años de todo aquello, no puede hacerse de otro modo que sin palabras. No se puede hablar mientras uno va descubriendo lo indescriptible. Es eso de la poesía y Auschwitz.

2 comentarios:

  1. Querida Mariana, estoy buscando la entrevista a Horacio Gonzalez, no la han cargado aún? Gracias Viviana

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  2. Ta buenísimo lo que hizo el Cuervo en el programa, lo que creo que el quiere transmitir es que lo que falta es que en lo politico el Estado tiene que actualizarse en este nuevo paradigma que vivimos, pero en lo social debemos evolucionar y dejar atrás "la solidaridad mal entendida", todos somos solidarios cuando el rancho se cae, pero en tiempos normales todos ven el rancho y nadie hace nada para que deje de ser rancho. Mariano (Neuquén) Excelente Programa.-

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