lunes, 15 de abril de 2013

Programa SF 62 - Claudio Villarruel & Bernarda Llorente - 13 de Abril de 2013


¿Gritar más fuerte?  
por Mariana Moyano 
Editorial Sintonía Fina del 13 de abril 2013
Hay algunos que tienen ese poder. Lo construyen, lo elaboran, lo lanzan, lo machacan y se instala. Se queda, sedimenta, se comenta y es. Es lo cierto; la verdad. No hay hendija ni relatividades. Hecho consumado. Existencia absoluta. Eficacia y efectividad. Son rotundos. No dejan margen ni para la pregunta. 
¿Quién posee esa capacidad de alojarse en la cabeza ajena como pensamiento personal? ¿Quién logra levantar la barrera que divide intereses del otro de objetivos propios y apostarse como dueños de casa en terreno adverso? ¿Quién ostenta el talento de inocular sentido y asentar como general lo que apenas es un mezquino deseo privado? ¿El que grita más fuerte? ¿El que taladra? ¿El que más veces repite?
Estos fueron, literal y metafóricamente, días de desborde. Brotó agua de donde nadie esperaba y brotaron, de bocas habituales, adjetivos inesperados. Y, como es lógico, luego de surcar jornadas de adrenalina extrema uno queda tocado, mareado, golpeado, dolido. Y quizás sea por ese agotamiento que el borrón y cuenta nueva aparece como una opción bien a mano, cercana y hasta lógica. Luego del exceso uno quiere la cancelación.
Pero así como la humedad se acuartela como huella testaruda de la catástrofe, los resabios de los alaridos quedan retumbando. Y los dos, lo mojado y el insulto se parapetan como telón que impide ver el detrás, lo otro, el costado, el margen, la grieta.
Por la fuerza del tronar del grito ajeno y por traspié y debilidad propia algo se oculta, se tapa, se borra y el centro se licua. Lo cosmético, el adorno se apodera de la escena y el nudo, el centro, el núcleo vuelve transformado en anécdota.
Ahí los centros de operaciones mediáticos limando cada lazo reconstruido. Ahí el Estado en un intento denodado por quitarse los grilletes que lo atan a todo el sentido común de la cultura neoliberal.
La pechera quedó en primer plano porque se le dio oportunidad y los dimes y diretes sobre las identidades políticas logotipeadas barrieron de un sopapo la acción de un Estado que (parece que) llegó, que (parece que) pudo, que (parece que) cumplió.
Es el blanco predilecto, es el adversario preferido. Es al que hay que aniquilar, desvirtuar, deslegitimar. Porque es el que puede, porque es el que tiene. El que posee espalda, el que se puede erguir.
Se espantaron porque pronosticaron venganza. Pero les molestaba la posibilidad de justicia y sanción. Gruñeron por la plata de los jubilados. Pero se horrorizaban ante la sola idea de la recuperación.
Les cayeron con el mote de “la caja a las reservas”. Pero, en realidad, no soportaban una creciente capacidad de autonomía.
Chillaron por el desenganche del mundo ante el pago de una deuda. Pero la herida la sentían en el certificado de defunción de la esclavitud financiera.
Se mostraron aterrados por la censura que, decían, se venía. Pero el frío les corría por la espalda porque el grandote se ponía de pie y empezaba a tener capacidad de intervención.
Y una resolución y una ley y una tarjeta de crédito les molestan casi de igual modo porque sufren por la plata, pero más les duele que los borren como autores, dueños y gerenciadores de los modos, formas y costumbres de construcción de un país.
Y por eso gritan. Y por eso aúllan. Y por eso claman. Y por eso ocultan. Y por eso esconden. Y por eso velan. Y por eso celan.
Alharaca ajena. Titubeo propio. Y los fuegos de artificio taparon lo real del incendio.
¿Fue porque hay algunos que tienen ese poder? ¿Porque lo construyen, lo elaboran, lo lanzan, lo machacan y, así, entonces, se instala?
¿Qué poseen que adquieren esa capacidad de alojarse en la cabeza ajena como pensamiento personal? ¿Qué tienen que logran levantar la barrera que divide intereses de otro de objetivos propios y apostarse como dueños de casa en terreno adverso? ¿De qué gozan que ostentan el talento de inocular sentido y asentar como general lo que apenas es un mezquino deseo privado? ¿Es que gritan más fuerte? ¿Es que taladran? ¿Es que lo repiten más veces?
El agua perdió su cauce, pero también se desvió el debate. Por alharaca ajena, pero también por titubeo propio. Y los fuegos de artificio taparon lo más real del incendio.
Se habla de la batalla cultural como quien oye llover cuando no hay riesgo. Pero repetirlo y no ejercerlo es empalagar con argumento vacío, es restarle poder de fuego al arma más elaborada, es aceptar que se presume de lo que se carece.
Dar ese combate es reconocer el terreno y la herramienta hostil; registrar que lo vestido de inocuo es lo que hiere profundo y comprender que jugar con instrumentos y mecanismos del adversario es más parte de la derrota que del inicio del triunfo.
Hay eficacia de patas cortas y hay eficiencia de corto alcance. Y ni gritar más fuerte, ni taladrar con creces ni repetir más veces irá al nudo en la ofensiva. Es vuelo rasante; es recorrido superficial.
Desenmascarar la lógica dominante es señalar con el dedo, pero más que nada, es mostrar el operativo, echar luz en el mecanismo, descomponerles la trampa. Y no permitirles que un error propio les permita generar los anticuerpos.
Quieren que sople viento fuerte, viento en contra. Por eso, parapetarse, erguirse, resistir, pero sobre todo, no perder de vista que al hueso del problema no se va con instrumento ajeno sino con la creatividad y la originalidad del obligatorio nuevo modo de contar.


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