lunes, 6 de mayo de 2013

Programa SF 65 - Andres -El cuervo- Larroque y Adrian Grana - 4 de Mayo de 2013

Fue hace un mes.  
por Mariana Moyano 
Editorial SF del 4 de Mayo de 2013

Fue hace un mes. Fue hace nada. Fue como con todas las destrucciones: un tornado, los noventa, la dictadura. Fue igual con la inundación: vino rápido, parece que de sorpresa, arrasó, trastornó y cuando a uno se le fueron alejando del cuerpo los signos más evidentes del horror, tomó nota de que no quedó nada. O que si algo quedó, nada será lo mismo.
En Santa Fe, cuentan que fue igual, sólo que con afectados parece que más solos. Por aquellos días fue como si el agua también se llevara al gobernador. Se lo tragó. Se ve que esa vez también vio cosas, y que tampoco quiso ver.
Fue hace un mes. Fue hace nada, por lo que los balances pretendidamente acabados aún serían irresponsables o incompletos. Pero ya hay postales y hay algunas conclusiones flotando. Unas arrancan sonrisas y emotivas lagrimitas. Otras, directamente, susto.
A horas del agua, la imagen que más me había impactado –así lo comenté- fue la de ella calzada con sus botas negras de goma, sola entre el remolino del helicóptero y los más perjudicados. Con más oreja que palabra: un de igual a igual interesante de la Presidenta al que supo recurrir también cuando a Salta se le vino encima una pared de barro. Impacta, siempre, una mujer de taco aguja metida entre el lodo y sin parafernalia oficial. Impacta, además, porque no pierde autoridad, pero gana en ternura.
De todos modos, hubo otro gesto que me impactó muchísimo más. Salía de la casa de gobierno provincial y un racimo de micrófonos buscaban su palabra y luego de un par de respuestas cortas dijo, así, sin más vueltas “a trabajar, a trabajar”. Dos veces. “A trabajar, a trabajar”. No fue ni imperativa, ni autoritaria, ni exigente siquiera. Pero sonó categórica, rotunda, segura. Y más que orden, entonces, lanzó un convite, una invitación que sonó a desafío. “A trabajar, a trabajar”. Algo como… a ver qué pasa si trabajamos –digamos- dos veces, o sea el doble.
En aquella Santa Fe del sojero piloto de carreras, el silencio posterior al agua lastimó tanto como la tormenta. En esta oportunidad, a las ciudades de La Plata y Buenos Aires las ahogó el agua y –a esta altura ya es obvio- el frenesí inmobiliario. Pero salvo el empresario de paseo por la intendencia y la increíble chapucería de otro jefe comunal quien confundidísimo creyó que la construcción virtual seguía -como décadas atrás, a la misma altura del hecho- la dirigencia en funciones gobernantes no hizo demasiados papelones.
Fue hace un mes. Y como fue hace nada, es por eso que aún se oyen y se ven a miles de pibes –pibitos, de verdad, chicos- trabajando, dando una mano, compartiendo un mate, metiéndole garra a una pared con la lavandina, haciendo gala de las ganas de estrechar.
¿Por qué una jovencita de veintipico se levanta a las 5 y media de un sábado, se trepa a un bondi alquilado y canta hasta llegar a Tolosa para terminar fundida y sucia a las ocho de la noche y llegar a su casa con energía, apenas, como para pegarse un baño e irse a dormir? ¿Es algún grado de fundamentalismo que la mueve? ¿Un calado profundo del adoctrinamiento militante?... Cuánta pavada se ha dicho, ¿no? Cuánto pavote, calentito en su casa, con wi fi disponible las 24 horas y con espacio para decir y escribir lo primero que la bronca le habilite en su cabeza.
¿Por qué un pibe de 14, para el que la diferencia entre Azules y Colorados aún no es del todo clara y para quien el Operativo Dorrego no es siquiera un dato, está meta doblar ropa, cargar bidones y quitar basura todo el bendito fin de semana?
Mal que le pese al ex–periodista excedido en ego, no es por plata. Ahí no hay guita. Se nota. Él lo ve. Y por eso se lo calla. Ahí no hay mierda. Y por eso no le sirve como munición para apuntar y tirar. Ahí no hay sustancia para ellos; no encuentran la materia prima que necesitan esos dueños de la máquina de hacer veneno.
Por eso, quienes se mueven a través de una intuición menos tóxica, quienes no usan la ponzoña para vivir saben que ahí hay algo. Algo que no hubo, que no tuvo, Santa Fe. Algo que hace bien y que hizo falta.
Algo que conciben los años convulsionados, los años en movimiento, los años bulliciosos. Eso que, por definición, aniquilan los tiempos que ponen al poder popular entre paréntesis.
“Ramal que para, ramal que cierra”, es la frase que la tercera década infame marcó a fuego en la memoria colectiva. Pero fue mucho más que el slogan de una época: fue el tiro de gracia a eso público que siempre sostuvo a los muchos, mientras los pocos se hacían la fiesta.
No es una casualidad, entonces, que en los mismos tiempos en los cuales se intenta poner de pie a un Estado que asumió estar harto de ser el grandote del aula del que los piolas se burlan, germinen, nazcan y surjan ejércitos de hombres y mujeres jóvenes cuya más firme convicción es que a un hermano jamás se lo abandona.
Pero observar la gesta implica redoblar la responsabilidad y desde ese compromiso presentar el interrogante: ¿esta labor, este empeño, esta extraordinaria e inolvidable muestra de la más genuina solidaridad no tiene como contracara la triste evidencia de todo lo que aún nos falta para que los más básicos derechos ciudadanos estén a la altura de lo que nuestro pueblo merece? ¿Que la reconstrucción de una casa, de una vida y un alma azotada, debe depender menos de chicos de 15 (que conmovedoramente entregan hasta su físico) que de la eficiencia del soporte estatal?
El silencio, el destrato y el olvido de los siempre dispuestos a utilizar el éter, la tinta y la palabra para dinamitar en nombre de la repregunta, algo sugiere: si la respuesta gubernamental no hubiese estado mínimamente a la altura, el tamaño de la canallada disfrazada de denuncia republicana hubiera dejado poco en pie.
Pero -y justamente porque- la canallada ajena no debe ser la que otorgue medida a la vara propia, el ir al hueso y preguntar , el averiguar y querer conocer, el poner en cuestión para mirar más de frente no es hoy sólo necesidad, sino una actitud de respeto ante los que no están, los que perdieron en un instante el esfuerzo de una vida y los que no han hecho más que inventarle horas a sus días en pos de colaborar.
Fue hace un mes. Fue hace nada. Y en nombre de cierta coherencia y de la honestidad intelectual que suplicamos a diario, hago el ejercicio de volver sobre mis pasos, de releerme y de cuestionarme; de volver a situar un texto propio para que lo juzgue más el contexto que la coyuntura apurada.
Y a riesgo de repetirme, ahí pongo a disposición:
“Barrios enteros están en el centro del temporal. El Estado en toda su dimensión está en el ojo de la historia.
El Estado que como sociedad se organiza para la sopa y el té caliente; el Estado que como grupo se conmueve y actúa y dona y brinda su tiempo; el Estado que como estructuras de la política tradicional se convoca para ganarse el título de militante. Pero hay uno, un Estado funcionarial, gestionador y administrativo que, como pocas veces antes, está ante el desafío de demostrar que estos últimos años han empezado a ganarle a ese andamiaje de décadas, cuyo único objetivo fue carcomer el único esqueleto que sostiene a una República.
Hoy, la ventanilla, el mostrador, la normativa, el empleado, la resolución, la licitación y el expediente son la vidriera de 10 años. Tienen sobre sí el zoom de una cámara, pero lo que importa no es eso, sino que están bajo la lupa de un pueblo que merece, necesita que el retintín de la ineficiencia del Estado sea parte del pasado, una cantinela de la derecha interesada y el estribillo de la tilinguería.
No hay licencia ahora para fallar. No hay margen. No hay permiso. Ese Estado cascoteado y golpeado tiene ahora que levantarse y levantarnos, ponerse y ponernos de pie para exhibir que pese a que estuvimos desbordados, la Argentina está definitivamente sacando la cabeza.” 
Fue hace un mes. Fue hace nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario