lunes, 10 de junio de 2013

Programa SF 70 - Lucila "Pimpi" Colombo y Tristan Bauer - 8 de Junio de 2013


A esos. Entre los tomates perita y el periodista ilustrado. 
por Mariana Moyano
Editorial del 8 de junio de 2013

-Pero si se trata de algo absoluta y completamente menor. Son tomates perita en lata, no problemas de Estado. ¿Qué cuernos tiene eso que ver con un rol como el mío? ¿Qué vínculo puedo tener yo con eso?

“Yo”, dice él. Él que es tan afín, tan próximo, tan comparable a un ser superior. A uno de esos que –diría Cortázar- te hablan desde lo más alto del ropero.

Porque, digámoslo con claridad y con cada letra en el lugar que corresponde: no es tanto que observen errores en la puesta en marcha de un plan gubernamental de control sobre los quieren enriquecerse metiéndole aumento a cada producto básico, sino que les provoca un profundo rechazo que el glamour se vaya al suelo cuando la información nodal del quehacer argentino actual transcurre por el andarivel del valor de los fideos tirabuzón o el jabón en polvo. Tanta preparación –en los menos- y tanto ego acrecentado a fuerza de ojo de amo –en los más- para terminar discutiendo cuestiones de góndola; eso los crispa.

Lo que más le molesta al periodismo actual es que lo sacaron de un azote de su torre de cristal. No es que haya habido golpes, ni aprietes, ni cercenamiento, ni presiones, ni nada de esa pavada que, cuando es bien dicha por algunos que se agachan, es bien paga por quienes buscan desestabilizar y recuperar el sitial desde el cual, hasta hace muy poco, daban las órdenes.

Que haya vuelto la política al centro de la escena es lo que los desencaja. Que haya retornado la autoridad institucional a mostrar que los atributos presidenciales cuando son sólo accesorios, son también traición. Que haya quedado claro quién debe mandar en la Argentina.

La ecuación, por más disfrazada de indignación actual, por más enmascarada con falsas acusaciones, por más banalizada en el gesto de los nuevos cínicos, siempre ha sido la misma e igual de sencilla: cuando la política se hace a un costado, el show mediático avanza con fiereza, se adueña de cada rincón, impone su lógica, maniata cualquier resistencia y convence, persuade y hasta hipnotiza. Y no se ve más que eso. Y el éxito individual es la única salida. Y la Historia, señores, esa cuyo conflicto es su corazón, esa, se ha terminado.

Pregúntenle, vayan, consulten a nuestros hechos recientes. Averigüen cómo le fue al Alfonsín de la democracia cuando intentó sentarse a negociar de igual a igual con las corporaciones. Anden, salgan, indaguen sobre qué le pasó cuando desilusionó a millones y mandó a media militancia a su casa. Anímense, escarben, vean cómo la lógica del espectáculo se lo comió todo y transmutó a sus periodistas en estrellas de la farándula, reemplazó los espacios de debate, se apropió de los sitios de denuncia, despojó a la política de la representación y apoltronó en el altar de la credibilidad democrática a la escena mediática.

-¿Pero cómo podés meter en un mismo saco a los dueños y a los periodistas? ¿Cómo sos tan necia para no diferenciar entre propietarios y trabajadores? escucho que me gritan sin ninguna gana de pensar, de hincar el diente donde molesta, desde aquella esquinita.

¿Saben qué me pasa con eso? ¿Saben, vocecitas enojadas, por qué lo digo así sin poner el acento en esos surcos profundos? A los periodistas que no recurren a la definición de trabajador sólo como escudo de protección cuando alguien los desafía con una buena controversia, a esos que luchan para organizarse, a esos que desde la franqueza y la honestidad se los ve batallar para lograr otras condiciones, a esos que hoy protagonizan una pelea por las paritarias de prensa; a esos no se los ve agacharse, a esos no se los ve dar asco y repetir como loro el versito del patrón, a esos no se los ve disparar a mansalva munición de la pesada contra un fabulado autoritarismo oficial ahora y una –así, en bloque, bien slogan- “clase” –así les gustaba decirle: clase- política corrupta, antes.

A esos no se los ve hablar con desapego del precio de un alimento que se mantiene donde está; a esos no se los ve sentir repulsión porque alguien desde un escalón institucional superior hace el intento de cuidarle el bolsillo a los laburantes; a esos no se los ve explicar con repugnancia la importancia de cuidar el importe del papel higiénico. Porque esos no usan la inflación. En todo caso, la padecen. Esos no se montan en la suba de precios para levantar deditos rectores. En todo caso, se interesan. Esos no aprovechan la especulación. Porque, en todo caso, a esos los golpea.

Porque esos ni son voceros, ni esclavos bien pagos, ni levantan la nariz con deseo tilingo de participar de la fiesta de los arriba. Esos conocen de condiciones materiales, de relaciones de producción y hasta de plusvalía. Lo digan en panfletos o lo charlen con el psicoanalista. Conciencia de clase, decía el barbudo. Dignidad de trabajador, alguna versión más pampeana. Y para esos, la lata de tomate perita no es una rareza, ni un objeto de estudio coyuntural. Es la cotidiana, la de todos los días, la del codo a codo con su otro par trabajador.

Y allí se filtra, ahí en la grieta clara, dura, firme que hace la diferencia, la figura de los renombrados, y no siempre re-pensados, Rodolfo Walsh o Mariano Moreno. Esos a quienes visitan a menudo los mega medios de comunicación -o sus lacayos menores- para pasteurizar, alivianar, quitarles complejidad, batalla y toda la política. Y presentarlos, de paso, como intelectuales quietitos, reflexivos de salón fumador, conversadores de confitería y escritores de habitación solitaria. Sin militancia, sin compañeros, sin enemigos.

A uno, lo convertían -cada vez que les era posible- en una especie de pensador de Palermo Sensible, al que le reconocían como acto heroico una carta, pero al cual le borraban su peronismo, toda su lucha y su obra anterior. A ese, al que escribió sin dudarlo que “la libertad de prensa no es la más importante de las libertades. Además, la única que merece ese nombre es la que expresa los intereses del pueblo y en particular los de la clase trabajadora” * A ése lo volvieron un very british exquisito escritor borgeano porque les molestaba hasta el grado del asco su cepa irlandesa y su corazón popular.

Al otro, al que ordenó que “cualesquiera que hable o vierta especies contra el nuevo Gobierno será remitido preso a esta Capital”; al que sostuvo que “nada hemos de conseguir con la benevolencia y la moderación” porque “la moderación, fuera de tiempo, no es cordura ni es verdad”; al que escribió: “No debe escandalizar el sentido de mis voces, de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar”; a ese que indicó que “hay que tener consideración y extrema bondad con los delitos que cometan los partidarios de la revolución y la menor especie debe ser castigada de manera cruel y sanguinaria cuando sea realizada por los enemigos declarados de la revolución”; a ese lo biilikenizan, lo bañan en las aguas para ellos dignas del liberalismo educativo y te lo estampan con la mano en la sien, como un abogaducho de escritorio. Le arrancan el jacobinismo, su inevitable comparación con Robespierre y lo presentan lavadito. O lo desaparecen. De los libros de historia y de la faz de la tierra.

Pero, eso sí, te hablan de pluralismo. Les chorrea la comisura de lo llena que tienen la boca con la democracia informativa. Pero si uno escudriña, nota enseguidita que limitan la diversidad a la reunión de un periodista radical con su par peronista para que –dentro de las reglas de juego fijadas, por supuesto, por los dueños del circo- discutan de lo lindo en la democracia de escenografía. Y los temas de los bordes, los de los márgenes, los subterráneos. Ellos, los temas y las personas de esos bordes, bien gracias. Ellos, la pobreza y los pobres, siempre desde la lástima. La morochada y los negros, siempre desde el temor. Los pibes, como “menores”. Las provincias como el interior. Embarazadas sin un mango como “Fábrica de Hijos”. Y los tomates perita como problema de la gronchada.

Mucha ley de defensa del consumidor, mucha ONG, mucha Fundación Noble, muchos soles para los chicos y muchas banderitas de Radio 10. La solidaridad reducida a la dádiva y la Patria disminuida a un stand.

Hay que recordarlo, hacer resonar, perpetuarlo en la memoria colectiva: cuando la Argentina estallaba en miles de partículas aquellos 19 y 20, las paredes –en una especie de Emile Zola graffittero- se cubrían con una certeza de roble y con una invitación a dar pelea: “Nos mean y Clarín dice que llueve”, pintaban en San Telmo. “Apagá la tele y salí a la calle”, provocaban desde Avenida de Mayo. Al mismo tiempo, inocentemente, como al pasar, sutil como es la batalla por las ideas, el canal de Constitución, el del solcito convocaba: “Quedate en casa viendo la tele”. Adentro, muchachos. A casita. Al sujeto, volverlo cada vez más individuo; al pueblo, cada vez más “la gente”.

¿Alguien, señores periodistas de la pluma pomposa, de rictus de oler caca y de la indignación fácil, realmente piensa que ahora, en el actual estado de cosas, el Gobierno Nacional no está en condiciones de mandar cuatro, cinco, seis mil inspectores de pechera intimidante para ingresar en nombre de Moreno (Guillermo, esta vez) a un supermercado y preguntar un valor, meter sanción y pasar a otra cosa?

¿Tanto les cuesta comprender o tanto les pagan por ocultar que la verdadera intención de esos “militantes controladores” como los llamó el diario del Mitre heredero del Mitre es crear una red que con la excusa de los precios fortalezca el lazo social de la integración que provoca la participación?

Porque mirar te hace conocer, conocer te hace cuidar, cuidar te hace querer y querer te hace participar. Y de usuario se asciende a ciudadano; y de audiencia se deviene protagonista; y de interesado se escala a militante. Y cuando eso ocurre, no hay libre mercado que te ponga las reglas y no hay agenda ajena que te haga la cabeza.

A cada modo de producción le corresponde un modelo informativo. Ya lo sabemos. Lo dicen los libros, lo entendimos en la universidad. Y a cada momento histórico le corresponde su lucha por el precio de los tomates perita. Porque no es de latas que estamos discutiendo, sino de que no nos vuelvan a meter, con país y todo, adentro de un frasco.

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