martes, 17 de septiembre de 2013

Programa SF 83 - María Laura Garrigós de Rébori - 29 de Junio de 2013


Lastima porque ratifica
Por Mariana Moyano
Editorial SF del 29 de Junio de 2013

Lastima porque ratifica. Confirma. Nos dice que algo es o no. Es de las pocas instancias en las cuales una sociedad morigera sus ánimos salvajes y se “ajusta” a ese derecho vuelto más reglas de juego acordadas que normativas impuestas. Es la palabra performativa. “Absuelto”, “culpable”, “los declaro marido y mujer”. Es el poder de algunos –muy pocos- de hacer con palabras, de instaurar sentido, de legitimar condiciones objetivas. Curas, algún capitán de urgencia en altamar y, por supuesto, jueces.
Esa capacidad otorgada nos indica límites, un “hasta acá llegaron por esta vía” y nos pone a prueba: cómo volver de lo injusto legitimado judicialmente sin violar esas normas que son, nada más y nada menos, que punto de partida.
En algunos otros rincones del planeta pueden presentarse como sorprendidos, mirar desentendidos y hacerse los que no saben de qué se trata esta complejidad no jurídica sino política. Aquí, no.
Por estas tierras hubo –y gracias a su infinita capacidad de resistencia y a una porción fundamental de un pueblo que las abrazó aún hay- mujeres que comprendieron con precisión única de qué iba esto de torcer todo sin, con eso, romper lo poquito valioso que podía tener la aceptación de la legalidad. Las Madres y las Abuelas no supieron qué hacer. Hicieron algo mucho más extraordinario: construyeron, crearon un cómo se hace. Fueron un antes y un después y, por suerte, nos pusieron en un problema, en uno de esos apuros, de esos dilemas, que uno agradece si es más o menos buena gente, porque se trata de esas dificultades cuya superación sólo nos lleva a un sitio mejor.
Ellas treparon y nos subieron a todos a un escalón más arriba, a ese en el cual lo que no se hace, lisa y llanamente, no se hace. Y cuando lo que te enfrenta es legal pero injusto -nos enseñaron- se hace eso que lisa y llanamente sí se hace: política.
Y si miramos desde ahí, entendemos clarito lo que algunitos bien afincados en sus sillones intentan que confundamos.
Solicitar la cadena nacional para contarle a una ciudadanía aún apachuchada detalles de su Tribunal Supremo no fue apretar a la Corte; fue poner en autos a quienes no acceden a ese tipo de información acerca de cómo son esos espacios de ambo y corbata y de trajecito sastre que muchas veces tienen modos más brutales que los que les suelen asignar a los despectivamente llamados “barones del conurbano”.
Abrir la ESMA y pedir perdón en nombre del Estado no fue inaugurar una etapa de revanchismo y venganza contra las Fuerzas Armadas; fue indicar la improcedencia de hacerse el gil ante una muerte que cuando es impune ronda como fantasma y “oprime como pesadilla el cerebro de los vivos”.
Inventar un andamiaje resolutivo para que la soja no se lo quede todo no fue un embate contra el campo; fue convocarnos a sede pública para hacernos cargo de una situación que venía presentada como de unos poquitos pero que cualquier modificación, o el statu quo, daba de lleno en el corazón de los que menos vínculo monetario directo tienen con el yuyo, pero que más lo padecen.
Incluir en legalidades formales a gays, lesbianas, travestis, inmigrantes indocumentados o parejas con necesidades de ayuda para concebir no fue un regalito para minorías ni un tirar sobre las espaldas de un supuesto “todos” superior los inconvenientes de poquitos; fue hacernos comparecer ante esos otros que somos nosotros y que si no miramos de frente nos arrancamos un pedazo de nuestro propio ser.
Meter en el Congreso a fuerza de convicción y de prepotencia de democracia un proyecto para cambiar la estructura de los medios de la Argentina no fue ir contra la libertad de prensa y menos contra la independencia; fue colocarnos en antecedentes de que eso que ocurrió y ocurre con el esqueleto mediático de un país es lo mismo que le sucede al armazón institucional y económico de una patria.
De involucrar, de comprometer, de taladrarte el cerebro, de abrirte los ojos va esta etapa. De hacernos ver que lo de uno es un problema del de al lado y que lo uno ve que pasa, directamente te pasa.
De que nos conmovamos porque ya no nos es natural. De que reaccionemos porque ya pusimos límites. De que rechacemos aunque sea lo dado. De que  nos rebelemos cuando nos dimos cuenta que no hay retorno. Un fallo, un insulto, una declaración, una bala de goma o la tapa de una cloaca periodística.
Lo que no se hace, es sencillito, no se hace. Y lo que sí… pues, política.
Hubo demasiado tiempo de sillón y control remoto; demasiado rato de espectador ante el hacer ajeno como para no darnos finalmente cuenta que ese accionar de otros no era más que la decisión terminante de qué nos iba a pasar a nosotros.
Algunos fánaticos dicen, sin pensar mucho, que antes de la era K no había más que páramo. En las usinas de fabricación de ideología desestabilizadora machacan  con que estos gobiernos van contra todos. En la vereda bien de enfrente de los necios y los golpistas; en ese mismo sitio donde se debate con los ciegos hay una respuesta un tantito más acabada, más compleja, menos facilista y menos superficial y que posee la clave de por qué algunos proyectos, normas, instancias, leyes y debates ya tienen espalda para ser piso y para poder ir por más: la gran ganancia de la década ha sido consolidar en el modo kirchnerista un ADN de saber oír, de olfatear por dónde va la necesidad y de empujarte para ponerte a militarlo. Una especie de mandato político que te compromete y te desafía: “lo querés, conseguilo”.Y que cuando le armaste fuerza y el hilito de interés se propagó como pólvora, ahí nomás te ponen a mano un andamiaje institucional con espalda política para darle el tiro de gracia a lo regresivo y a lo reaccionario.
Y entonces es ahí donde pasa eso que lo que se hace, lisa y llanamente se hace: política.
Y hay obstáculos, zancadillas, zanjas, publicaciones, cautelares y fallos. Pero hay, sobre todo, miradas anonadadas, gestos de incredulidad y esa bronca que más que parálisis provoca ganas de meterse a dar pelea.
Y entonces es ahí donde nos pasa esa certeza de que eso que se hace, lisa y llanamente se hace: política.
Porque cuanto más te dicen que no, más sube desde el pie ese ardor, ese entusiasmo de que el cambio no está tan lejos, de que esto no sólo no terminó, sino que esto… esto recién empieza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario