domingo, 29 de septiembre de 2013

Programa SF 86 - Marcos Roitman - 28 de Septiembre de 2013


Ustedes, los delirantes kerneristas.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 28 de setiembre de 2013. 

Fue hace más o menos 10 días. Siete, ocho de la tarde, aproximadamente. Paré un taxi y le indiqué el destino. No era una de esas jornadas en las cuales las mujeres polirrubro corremos del jardín de infantes al llamado telefónico imprescindible, de la vida familiar a los trámites y de la preocupación personal al trabajo hiper intenso. Nada de eso, era un día tirando a tranquilo y que iba a culminar con un encuentro entre amigas. 

Por todo esto, como no se había tratado de una de esas tardes agobiantes y agotadoras, mis pensamientos no tenían mayores preocupaciones ni profundidad que el clima o la decoración de los balcones que iban pasando ante mis ojos. De pronto, el chofer me interrumpe con un comentario de esos que no son para sacar tema, sino con una lanza verbal dirigida a algo que me involucraba directa y personalmente. No le entendí, primero, porque andaba -como dije- abstraída en superficialidades. “¿Cómo?”, le expresé amable e interesada. “Digo que es como ustedes, que ven golpes de Estado cada cinco minutos y en todas partes”, me respondió. 
Seguí sin comprender, pero antes de darme cuenta cuánta importancia tenía el “ustedes” en la oración, me asusté por la parte “golpe de Estado” de la frase. Y medio tonta, le pregunté: “¿Un golpe de Estado? ¿Dónde?”. “No”, me explicó con sorna. “Por lo que decía el dirigente de Racing en la radio”. Parece ser que el conductor estaba escuchando atentamente a uno de esos programas de fútbol que hay en AMs y FMS porteñas, en los cuales hablan de los clubes, los pases y los goles como si se tratara de cuestiones de geopolítica internacional y con el tono de seriedad, también, de los cancilleres en la ONU. 

Parece que los de Molina eran acusados de golpistas por los de Cogorno o algo bastante parecido a esto. La cuestión es que como no sé nada de los detalles de lo que le ocurre a esa Academia –y antes que me acusen de vaya uno saber de qué, pido disculpas públicas a dos compañeros, uno que me antecede y otra que me acompaña: Ulanovsky y Polak- pude ahí detenerme en ese “ustedes” que con tanto desprecio y cinismo me había lanzado el taxista. 

No le contesté. Sólo se me dibujó una sonrisa en el rostro que el conductor debe haber leído –me miraba atento por el retrovisor- como respuesta a su comentario. Pero no iba por ahí mi mueca. Simplemente recordé cuando otro ilustre racinguista y ex compañero de aquellas hermosas mañanas de Radio Nacional, Alfredo Zaiat, me retó y me colocó en mi lugar con un interrogante más que ubicado: “¿Y vos por qué pensás que vas a poder convencer a un taxista?”. Me había dicho eso cuando yo le había pedido -suplicado casi- que me explicara los vericuetos de determinada medida económica, según mis palabras textuales de aquella vez, “con argumentos con los que le pueda rebatir una pavada que me dice un taxista”. 

“Ustedes”, me resonó. 

“Los kerneristas”, pensé. 

Lo pensé así: kerneristas. Porque en mi cabeza sonó la voz de la denunciadora serial y, a su vez, diputada de la Nación. Y volvió el diálogo con Zaiat y se me instaló –interior y silencioso- un interrogante similar a aquel:: “¿Cómo podría yo intentar dialogar con este señor que maneja el vehículo en el que me encuentro y demostrarle que ni hay un ´nosotros los kerneristas´ homogéneo y uniforme, como suelen pensar y manifestar, ni hay delirios o placer por los fantasmas cuando algunos hablamos de desestabilización o cuando Carta Abierta ubicó en el ángulo aquel “destituyente” en el 2008 de la 125 que fue gol de media cancha. 

Pensé en sugerirle un libro: “Tiempos de oscuridad”, de Marcos Roitman Rosenmann, este catedrático chileno que explica con precisión, justeza, detalle y profundidad, pero al mismo tiempo con la escritura inteligible de un texto que se sabe necesario y por eso no pretencioso. “Un ensayo”, como lo nombra el propio autor, a lo que define como “un tránsito de la historia a la política”.
Pero se me ocurrió que o se iba a reír de mí, o iba a acusarme de soberbia al pretender tirarle un libro por la cabeza, o que se iba a burlar ya de los dos: de mí y también de Roitman. Lo que me pareció injusto por el autor, sobre todo porque a él sí que no le corresponde ni el “ustedes”, ni el “kirchnerista” y mucho de menos eso de “kerneristas” que flotaba en el ambiente del auto. 
En su libro, este profesor chileno cita a Diego Portales, a quien define como “forjador del Estado chileno” e indica que este precursor sostuvo: “De mí sé decirle que con ley o sin ley, esa señora que llaman Constitución hay que violarla cuando las circunstancias son extremas”. No conozco detalles sobre este tal Portales, pero sé a qué se refiere eso de la necesidad (republicana, le agregan algunos) de violar la Constitución. Basta con describir un escenario como “el caos” y bramar con los pedidos de “orden” para que el texto constitucional no sea ni la primera, ni la única variable. Es muy de la derecha ese lenguaje. Es muy de la derecha ese accionar. Es muy de la derecha lo de hacer golpes. Y es muy de la derecha mirar para otro lado, silbar bajito y hacerse el gil cuando el derrocamiento está en marcha. 
Es bien de la derecha, también, saber que controlan y que son una misma identidad con esos medios que pintarán la escena para que otros lo repitan y lo pidan a gritos. Para que un taxista me lance el “ustedes” como si se tratara de una secta de bárbaros, leprosos y piojosos y no de un espacio político que ganó las últimas tres presidenciales y que la razón de ser de las decisiones que toma, es nada más y nada menos, que la legitimidad de los votos, o sea, de la Constitución.

Y pensé en ese matrimonio… No en el que ganó elecciones, sino en el compuesto por golpes y tinta que vienen desde hace rato desestabilizando y que cuán necesario es que haya un “ustedes”, aunque sea ridiculizado, valiente como para denunciarlos. 
Pensé en cuando La Nación sostuvo que la detención de José Alfredo Martínez de Hoz era un acto de “autoritarismo y degradación institucional” que ponía en crisis la “seguridad jurídica”; pensé en el “salvando las distancias” que ni salvaba ni ponía distancia entre las previas del nazismo de 1933 y el gobierno de Cristina Fernández; pensé en esto nuevito de Ceferino Reato –también en La Nación- de decir que 30 000 era un número falso, una “mentira necesaria”; pensé en aquella vez, hace un par de años, cuando se intentó reorientar el sistema financiero y en cómo para el diario de los Mitre eso había sido un “afán intervencionista” y un “ataque a la seguridad jurídica”. 
Y me fui más atrás en el tiempo y pensé en cómo cuando publicaron el artículo 11 de la primera Junta de Comandantes donde se indicaba que iba a poder aplicarse la pena de muerte en todo el territorio nacional, ninguno de los periódicos tan preocupados hoy, habían visto allí una falta grave, ni siquiera un rasguño a la seguridad jurídica; pensé en cómo el 23 de julio de 1973, ese mismo diario centenario afirmaba que “el gobierno de Salta está lleno de comunistas”; pensé en cómo el 25 de marzo de 1976 dijeron en tapa que “Las Fuerzas Armadas asumen en poder” y que “En La Plata la acción terrorista fue dominada”; pensé en cómo sus luego socios de Clarín hablaban de “Nuevo Gobierno” para referirse al golpe de 1976 y en cómo, con qué cinismo y con qué similitud con algunos de estos tiempos, decían que “la filosofía del nuevo sistema es sumar y no restar”. 
Y pensé en esto de que “las balas de plomo (no) derrocaron a al general Juan Domingo Perón, ni existen balas de tinta (que puedan) destituir gobiernos”. Porque, asegura La Nación, “Perón no cayó por obra de las armas que alzó la Revolución Libertadora en 1955”, sino porque “su régimen se había agotado”. 
Pensé en cómo ni a mi hija de 3 puedo hacerle cuentitos tan poco creíbles. Y pensé en cómo y cuántos habían comprado el –ése sí enorme y mentiroso- relato. Pensé en cómo el 22 de septiembre de 1955 Clarín también había apelado de la idea de normalidad con un título de tapa de “Es total la tranquilidad en el país. El General Lonardi jurará mañana como presidente de la República”. Y pensé que al día siguiente habían ido más lejos y habían escrito “Cita de honor con la libertad. También para la República la noche ha quedado atrás”. Y pensé en el placer que debe haber sentido La Nación al escribir a cinco columnas “En medio del indescriptible entusiasmo de la muchedumbre juró ayer el General Lonardi”. 

Y pensé en cuán necesario es seguir dando esta batalla por el sentido. Porque como escribe Roitman: “En pleno siglo XXI, la amenaza comunista se disipa de la mente de los ideólogos de la guerra. Las fuerzas armadas combaten, a partir del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, otro enemigo: el terrorista universal. Sin embargo, en América Latina, los golpes de Estado siguen arguyendo el comunismo como excusa para derrocar gobiernos constitucionales, aunque los militares se mantienen en segunda línea de fuego. Así, ve la luz otro tipo de golpes de Estado, menos sangriento, pero capaz de torcer la dirección de los acontecimientos históricos y políticos, encabezado por el poder legislativo o el poder judicial. Son golpes de guante blanco Igualmente, empresas trasnacionales, bancos de inversión, Goldman Sachs o agencias de calificación, ”los mercados” ajustan sus estrategias para dar golpes de Estado que cambian el rumbo de las decisiones, siendo los artífices de una nueva arquitectura de la política conspirativa. La nueva red de actores golpistas crea un conglomerado que compromete a los medios de comunicación con empresas trasnacionales, partidos políticos, ideólogos, fundaciones y con políticos neoliberales, conservadores y socialdemócratas. Honduras en 2009, Paraguay en 2012; las intentonas frustradas en Venezuela, Bolivia o Ecuador muestran que la derecha latinoamericana no acepta la derrota electoral cuando sus intereses son amenazados”. 

Y pensé en cuán bien le hubiera venido leer todo esto a ese taxista. 

Y sólo lo pensé. Porque de haber formado parte de ese “ustedes” que tanto desprecio le provocaba a él, yo hubiera dado un portazo, le hubiese hecho estallar un vidrio, lo hubiera insultado y, efectivamente, me hubiese transformado en lo que él entiende es una “kernerista”. 

Pero no, como sólo lo pensé, pagué, dije “buenas tardes” al irme y me bajé. Porque de él habla lo que él piensa. Yo, a todo aquello, sólo lo pensé, porque no soy parte de un “ustedes” delirante que ve fantasmas y conspiraciones en cada esquina. Soy una militante de toda la vida que defiende convicciones, políticas y medidas y, si todo eso va junto, un proyecto. Y que sabe que el mecanismo de hoy es tan, pero tan sutil a veces y tan tramposo siempre, que ese taxista cree que no es él sino yo quien vive en un mundo de construcciones fantasiosas. Esas, que según él, forman parte de ese inmundo, fanático, exasperado, afiebrado, repugnante, pestilente y nauseabundo “ustedes”.

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