lunes, 7 de octubre de 2013

Programa SF 87 - Ramon Reig - 5 de Octubre de 2013


Un aniversario. 
por Mariana Moyano
Editorial SF del 5 de octubre de 2013.

Dentro de unos poquitos días se van a cumplir exactamente 4 años. Lo mismo que un período presidencial completo; casi la mitad de una década. Este 10 de octubre vamos a conmemorar el aniversario número 4 de la sanción de una ley. Una reglamentación que, por aquellas horas, ya sabíamos patriada por el sólo hecho de habernos animado a discutirla. Una normativa que hoy sabemos que fue mucho, muchísimo más.

Fue colosal, porque lo imposible fue hecho. Monumental porque el mundo lo miró. Mayúsculo porque Argentina mostró que los imbatibles y los impunes también tienen su costado frágil, cuando quien los enfrenta es la democracia en estado puro.

“El secreto estaba en sacar la discusión del espacio simbólico y físico que ellos dominaban”, me dijo una vez Cristian Jensen, un militante histórico de la ley y, en ese entonces, un hombre clave en la comisión de Comunicaciones de la Cámara Baja. Cuando los foros empezaron a florecer como hongos luego de una copiosa tormenta –lo supimos- la pelea política estaba ganada. Faltaba la legal, la jurídica, la formal y la institucional. Pero para quienes llevábamos más de dos décadas de espera y frustración, aquello era, ya, gigantesco. Y se constató. Y de modo palmario la madrugada que entretejió la noche del 9 de octubre con el inicio del 10.

Estábamos en el Senado en corazón y cabeza y, de a ratos, de cuerpo presente. Pero Julio Cleto Cobos se había tomado la costumbre -como con la 125- de hacerlo todo de modo no positivo. Así que prohibió cualquier griterío ante cada votación. A las galerías de la Cámara Alta, entonces, las convirtió en cementerio y ordenó sólo alarido contenido. A la vista, asumidos y sin represión, los nervios se fueron hacia otro lado. A pocos metros. Al bar de la esquina de Rivadavia cuando Callao aún no es Entre Ríos. Nos fuimos hacia allí luego de la votación en general. 44 a 24 había salido. Ya era triunfo, pero quedaba el 161 y lo queríamos esperar.

“A este no se van a animar”, decían los más racionales. Suponer que iba a haber tope al monopolio y encima rubricado en un articulado parecía demasiado. Pero se ganó. Simbólica y parlamentariamente. La constatación no fue tanto la votación de ese artículo sino la tapa de Clarín que alguien salió corriendo a conseguir y la blandió ante los cientos de ojos para quienes esa tapa funcionó como pellizco que muestra que no hay sueño, sino pura realidad: “Kirchner ya tiene su ley de control de medios”, fue el inolvidable título de la nave insignia del oligopolio. Los había ganado el odio porque les habíamos ganado.

Había trastabillado el grandote, el que se la había pasado condicionando al Estado, el que había manejado los hilos de legisladores y presidentes, el que ponía y sacaba ministros; el que hasta a los asesinos de las Juntas les había puesto condiciones. No podía ser cierto, era imposible. Y lo habíamos hecho.
En esto estábamos los argentinos. Ocupados de observar con atención cómo era eso de que la democracia se le anima al poderoso y le pone –por primera vez en casi 30 años- tan bien los puntos con la dignidad del procedimiento republicano y participativo. Y no nos detuvimos a mirar para afuera. Ni nos imaginamos que nos estaban observando con tal atención. Ni nos atrevimos a suponer que ese día otros cientos de miles de chiquititos del planeta se empezaron a preguntar ¿y nosotros por qué no? Sin proponérnoslo, la Argentina había comenzado a ser brújula y nuestra ley, un faro.

Fernando Buen Abad es un catedrático cuyo curriculum ocupa decenas de páginas. Pero es, ante todo, un militante y un gran diagnosticador de lo que implica el poder de las corporaciones de la comunicación. Sabe cómo operan desde el Río Bravo para abajo. “No muchas leyes cuentan con la raigambre histórica, de luchas sociales y de significados políticos, como la llamada Ley de Medios de Argentina”, escribió él. “Encarna voces que durante décadas han bregado por la democratización; sustituye una ley de la dictadura; suscita consenso y movilización y es una iniciativa nacional con imbricaciones internacionales”.

“Ha dejado lecciones, de todo tipo –continúa en su texto este mexicano que de tan venezolano y argentino uno ya no sabe dónde ubicarle su corazón patriota- y ha abierto espacios, de análisis y acción, inéditos y trascendentales. Argentina ha debido testimoniar un repertorio extraordinario de trampas, elusiones, falsedades y escapismos ensayados por el grupo Clarín (modelo de farándula mediática paupérrima y tergiversación informativa). Ese escenario ha ayudado a esclarecer el de la lucha de clases y Argentina ha ganado gran experiencia en la batalla para la actual etapa democratizadora de la comunicación”.

“Por demencial que suene –sigue- se trata de una ofensiva internacional y la oligarquía vernácula se ha hecho acompañar por las voces y los intereses del grupo PRISA de España, CNN de Miami, TELEVISA de México, GLOBOVISION de Venezuela, CARACOL de Colombia, MERCURIO de Chile, O´GLOBO de Brasil. En fin, la red de oligarcas mediáticos en todo el continente. Se dejan encabezar por la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa), la Red Mundial de Editores, (incubada por el propio grupo Clarín) y otra pléyade de “comunicadores” serviles a los intereses del capitalismo y de sus púlpitos mediáticos. La crema y Lanata de la estulticia golpista”.

Ahí están. Ya los veo. Con el mote de paranoico y conspirativo en la mano para lanzarle a él y a todo el que lo cite. Pero lo verdaderamente demente no es pensar aquello, sino dejarse amedrentar por la acusación cínica y no mirar en detalle cómo funciona el entramado planetario de la mundial telaraña informativa. Un copy/paste ideológico montado a escala planetaria.

“El largo y frustrante ciclo de los Kirchner comienza felizmente a terminar”, dice La Nación en estas pampas, caracteriza el período con el sutil adjetivo de “perverso” y compara esta etapa con el “patológico ámbito bolivariano”.

Del otro lado del océano, pero del mismo bando del mostrador, el otrora prestigioso El País de Madrid aúlla que en Venezuela “la crisis es estructural” y que “el Estado venezolano corre peligro de colapsar” porque “el chavismo termina por derrumbarse: destruyendo instituciones, socavando pilares productivos, (con) permisividad hacia los militares en el tráfico de drogas, incompetencia, corrupción y despilfarro y control cubano de áreas sensitivas de la seguridad estatal”.

De vuelta por América Latina, esta vez en Ecuador, los que esconden el mercado detrás del término libertad calcan el procedimiento y hasta la redacción: “Prohibición de informar sobre la escasez en Venezuela”, titula alarmista el diario Hoy y se manda con la catarata de lugares comunes con que definen a los gobiernos populares: “típica conducta de autoritarismos y dictaduras” que “regula, vigila y controla la información” con “censura, descalificación y amenazas contra los medios” por parte de un oficialismo corrupto e ineficiente”.
Noticias en la Argentina lo ha dicho clarito y muchas, muchísimas veces. Cristina está “ausente”, “en shock”, “alterada”, “caprichosa”, “histérica”, “inestable”, “golpeada”, “eufórica” y “deprimida”, “sola” y “medicada”. The Economist la ha caricaticaturizado como una bruja entre brebajes y con Dilma es similar, aunque más ambivalente: si volantea a la derecha, no es otra cosa que la líder modelo, pero si pone oído izquierdo la revista Época se pregunta cuál es la lista de remedios y relatos médicos de la presidenta brasileña. Con Chávez, qué decir. No ha quedado adjetivo racista y ultrajante al que no hayan recurrido: “Cochina reelección”, “Mico mandante”, “bacalao negro” fue el tono cuya frutilla en el postre de asco discriminador fueron las 5 ilustraciones juntas de líder bolivariano convertido en mono gracias al photoshop que confunde humor con impunidad.
Que Cristina emula a De la Rúa, que el clima imperante en Argentina es “semejante” al del asesinato de José Ignacio Rucci y que a Massa el kirchnerismo lo quiso asesinar, fue lo más suave que hace siete días ametrallaron un tal Eduardo y el tal Joaquín desde esa tinta que, insisten, no son balas.

Pues, claro, ¿qué otra cosa esperar de un gobierno similar al nazismo, “fachoprogresista” y con “gestapo K”? Una acusación que, evidentemente, recorre el continente porque a García Linera, sin problema, en su país, le dibujan bigotito; El Comercio de Ecuador ni se inmuta cuando al gobierno de Correa lo llama derechito y sin grises “el Régimen” porque “Correa se acostumbró a insultar con sus frases asesinas; y en El Día de Bolivia a ese Evo que para ellos más que presidente es el salvaje indigenista, lo definen también con el listado de palabras acortadas en el nudo de la maquinaria: “Lo que distingue al régimen populista boliviano es el secretismo, la discrecionalidad y la vasta corrupción. El partido gubernamental reproduce viejas usanzas autoritarias, paternalistas y prebendalistas y la jefatura no permite un debate intelectual-ideológico en el seno del partido”.

Y un tal Pablo que sirve y que cuando escribe, ofende, mostró estos días los hilos, la hilacha y la tejeduría que hay detrás de cada texto. “Régimen” le espetó al gobierno nacional, igual que Clarín para nombrar al Irán que es aborrecible si Argentina interlocuta, pero que se vuelve menos fanático si es Obama quien propone dialogar.

Podría ser un inconveniente puntual, específico, menor, que padece un paisito perdido de la América del Sur. Podría ser una decisión autoritaria de chavistas, kirchneristas y seguidores de Correa que se pasan la República por un sitio impropio. Podría ser, pero no es. Porque la problemática sobre lo que son hoy los medios de comunicación es la misma en todo el planeta. Tienen procedimiento calcado y un entramado firme y voraz, de años y calculado de modo milimétrico.

Porque resulta que la cosa se les complica a esos que no saben definir qué significa relato en la teoría de la comunicación, pero que lo construyen con una perfección pasmosa. Hay un libro que se llama “Los dueños del periodismo” y que no es ni de un militante de La Cámpora, ni de un cuadro del Evita, ni de un referente de la Corriente de la Militancia, ni de un santacruceño pago, ni de un fiel esbirro de Guillermo Moreno. No. El autor se llama Ramón Reig. Para más datos, este señor es español, doctor en Ciencias de la Información, licenciado en Historia y dirige el Departamento de Periodismo II de la Universidad de Sevilla.

Este buen señor escribió que: “Prisa ha firmado alianzas con Clarín, lo que explica la belicosidad hacia la política mediática de Cristina Fernández de Kirchner. Cuando Clarín se siente atacado por las iniciativas antimonopolio de la Presidenta, también se siente atacado Prisa”.

Y por si no les alcanza, este mismo catedrático dice esto: “Prisa, que está unida a la CNN –una de las empresas de la Time Warner- a través, por ejemplo, de la cadena española todonoticias CNN+ (propiedad 50% de Prisa y de la CNN) es socio de los grupos latinoamericanos Bavaria de Colombia y Garafulic de Bolivia. Por otro lado, Prisa, Telefónica y otro grupo español de comunicación, Vocento, propiedad de ABC y, hasta 2009, de una parte del accionariado de Tele 5, junto a Silvio Berlusconi, que mantiene la mayoría de la propiedad de la cadena, tienen todos ellos como accionista de referencia al Banco Bilbao Vizcaya Argentinaria (BBVA). Al mismo tiempo, Vocento prolongó su influencia hasta 2007-2008 hacia el mundo mediático argentino a través del grupo Clarín, del que fue relevante accionista, al igual que Telefónica, propietaria de Telefé. En 2009, Prisa ha firmado una alianza con Clarín para promoción mutua. Los mensajes de ambos grupos contra el gobierno de Cristina Fernández, al que califican de populista e izquierdista, se volvieron, en el citado año, especialmente agresivos, sobre todo cuando la presidenta impulsó medidas antimonopólicas en el mundo mediático de su país”.

Da pavor. Es como una patada, un golpe seco en la boca del estómago. Se te van abriendo los ojos a medida que los nombres caen uno a uno desde el instante en que se tira del piolín que queda suelto en la telaraña. Pánico, alarma, asombro, horror, miedo, preocupación, zozobra. Y parálisis. O política.

¿Te acordás la sensación que te dio cuando viste por primera vez ese mapa de medios de la Argentina? ¿Ese, que a lo mejor te mostró uno que vos creías que en ese momento no era canalla? ¿Te acordás que te dio susto? ¿Que no lo podías creer? ¿Qué te preguntaste dónde habías estado vos cuando eso se iba armando?

Bueno, igual, pero amplificalo al mundo. Agarrá un planisferio. Extendelo en el suelo. Miralo y escuchá.

Porque la cosa sigue. Porque, el periodista empresario de El ciudadano Kane, la obra maestra del cine de todos los tiempos, el Roberto Noble de la primera etapa, el Julio Ramos del papelucho financiero e incluso el Bartolomé Mitre abuelo de La Nación original ya no son más que figurones, papel glasé que sirve para cócteles y saladitos caros en embajadas del Norte ubicadas en la zona Norte de la ciudad.

Porque aquellos ya no toman las decisiones. Los que deciden son las grandes corporaciones; siempre detrás de todo y de hace unas décadas también detrás de la información. La banca es desde hace rato cuando no accionista, prestamista de medios. Y todas entre sí van cerrando el círculo hasta convertirse en una pitón que te aprieta, te comprime… y te mata.

La News Corp del cuestionadísimo Murdoch marcha de la mano de los negocios de Berlusconi, el grupo Cisneros en Venezuela, compra el Wall Street Journal y canales en Dubai. La cadena O Globo de Brasil es socia de Prisa, de Televisa y, a su vez, de la News Corp del hombrecito en cuestión. Antena 3 de España tiene los derechos exclusivos de Disney, cuyos muñequitos sólo se venden en Mc Donalds. NBC, de Estados Unidos, es de la General Electric. Y otra General, la Motors, se compró Direct TV.

En Italia, el grupo de medios RCS no es de periodistas, le pertenece a Pirelli y a la Fiat, los de los autos. En Portugal, el grupo de medios Media Capital tiene como accionista a Prisa y, ¿sabés a quién más? A la JP Morgan, el banco ese que se presenta como serio, te pone el numerito de riesgo país que les va conviniendo y lava la platita de los ricos del mundo.

Philips Petroleum, L´Oreal (que la eligió en Argentina a la Santillán como cara visible), para no quedarse atrás también compraron medios. Al igual que Dodge, que puso dinero en Televisa junto a la Time Warner.

¿Las agencias? Ah, igualito. AP se la quedó el CITICORP, a AFP la compró France Telecom, a UPI la secta Moon y EFE hizo convenio con Dow Jones

“Las estructuras mediáticas de América Latina siguen las pautas propias de la mundialización de la economía”, dice Reig en su último libro y deja para el final la siguiente reflexión: “¿por qué me preocupa tanto esta dinámica propia de la economía de mercado? ¿Por qué me dedico a estudiarla? Porque empresarialmente puede ser lo habitual y lo lógico pero lo grave es que el totum revolutum (revoltijo, en criollo) que se ha esbozado afecta a la libertad del periodista y sin un periodismo realmente libre y riguroso no hay democracia que valga. Al periodismo habrá que llamarlo de otra manera y a la democracia también, pero no engañarnos a nosotros mismos ni que nos engañen torciendo y tergiversando el significado de los asuntos más relevantes para el avance cognitivo de los seres humanos”

Con ese señor me puse en contacto y me dijo así: “Gracias por acordarse de mi obra y de mí. Tiene usted el perfil que tanto defiendo: periodista y profesora en Comunicación. Pero cuídese, su línea de trabajo es molesta al Poder de siempre, como la mía, aunque están ustedes en un proceso ilusionante”.

Él sabe que molesta. Sabemos los dos que la telaraña mediática es un entramado de poderes económicos diversos que se comen a los medios de comunicación y al revés, grupos de medios que meten sus tentáculos en negocios ajenos a su supuesta razón de ser. Pero éste ya es dato trillado, así que no alcanza con repetir lo que se sabe. Hay que, de una buena vez, darlo vuelta.

Y porque lo sabe él. Y porque lo sé yo. Y porque hace décadas que lo estamos gritando, primero solos y ahora de a muchos, es que las audiencias en la Corte les mostraron a millones de ojos quién defiende al dinero y quién a la libertad; y que esta ley no está sola. Porque no es una normativa escrita en un papel. Es el grito desesperado de una democracia que está harta del discurso único; que está hasta el tuétano del versito del falso pluralismo que pone a opositores a matarse en un set de TV, pero que no se le anima a la otra agenda; que no da más de que su verdad sea sólo la mercantil y que quiere que al menos una, una solita vez, las corporaciones, en un paisito perdido de un continente olvidado, allá, por el sur de la razón, tengan que pedir - si no perdón- por lo menos, permiso.

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