domingo, 13 de octubre de 2013

Programa SF 88 - Maria Teresa García - 12 de Octubre de 2013


La jefa(tura)
por Mariana Moyano
Editorial SF del 12 de octubre de 2013.

Para que nada ajeno a la más estricta y formal razón se cuele en lo que se supone es el devenir de los acontecimientos y sus posteriores reflexiones, digamos que fue única y solamente el azar lo que me hizo marcar ése y no otro número telefónico. Resultó la interlocución adecuada: poseía la cercanía necesaria con la Presidenta -como para conocer los detalles- y, por razones familiares, sabía datos sobre la intervención quirúrgica que otros no.
La información que me brindó era lo bastante prudente, como para no acercarme nada que yo no debiera conocer y, al mismo tiempo, lo suficientemente precisa y específica como para poder respirar con cierto grado de tranquilidad. Así que suspiré, algunos fantasmas volvieron a los rincones de los que no deberían haber salido nunca, y la dosis de alivio que avanzó sobre el ambiente le ganó al pánico inicial.
Pero me quedó rondando una idea que no sólo no podía quitarla de mi cabeza, sino que no me atrevía tampoco a comentar. No quería que me acusaran de haberme transformado en la persona más frívola, superficial y banal de todo el periodismo argentino. Hasta que hace dos noches me animé; lo dije entre mujeres, en esas conversaciones que sólo conoce el género femenino y que van desde el más sesudo análisis político a la frase más trivial, sin perder en el camino nada de lo genuino.
“Se los voy a confesar”, les dije. “Les va a parecer una tontería y les pido que no me insulten ni me acusen de ridícula, pero cuando confirmé que se trataba de una operación lo bastante sencilla como para no espantarme, me sobrevino otra preocupación: que podían pelarle un pedacito de la cabeza”.
Aunque fueran un par de centímetros, no importaba. Con lo coqueta y cuidadosa que ella es, con lo detallista y puntillosa que ellos saben que ella es, lo primero que imaginé fue una foto. Otra, del mismo estilo y con el mismo sabor a morbo y ruindad que esa que dio la vuelta al planeta en la cual se le veían algunas imperfecciones en la piel de su rostro. Las mismas de cualquier ser humano de esta tierra pero que, al ser las suyas, iban a ser blanco directo de una vil herramienta de la política editorial como es la partición de imágenes. Y con el único objetivo de que esa cara sin maquillaje chocase de frente con una fotografía suya en la que se la viera impoluta. Pensé en las burlas, en la sorna de esos espacios virtuales que desde el escondite del anonimato destilan las pestilencias más inmundas y que los diarios -que se dicen plurales- bautizan con el inocentón y cínico nombre de “espacio de comentarios”.
Proyecté su imagen de espaldas, con una venda sobre un rincón de su cabeza y un círculo rojo dentro del cual un zoom ampliaba, a la fértil imaginación de los más soeces, la información de que allí, en ese pequeño rinconcito de su cuerpo, su cuidada cabellera había debido ser cortada. Conjeturé chistes de pésimo gusto en las redes sociales, vislumbré analogías insultantes y sospeché lo peor de esa parte de la Argentina que la odia.
Pero, para que nada ajeno a la más estricta, pura y formal razón se cuele en lo que se supone es el devenir de los acontecimientos y sus posteriores reflexiones, digamos que, nuevamente, fue el azar el que hizo que en esta intervención no hiciera falta ningún tipo de corte a cero. Escuché por ahí, al pasar, ese dato menor. Lo chequeé y lo celebré –sola primero- con una sonrisa de triunfo, de esas que hacen que la boca se vaya de costadito y uno adquiera rostro ganador.
Lejos de burlarse, mis interlocutoras me revelaron al unísono que a ellas también les había preocupado lo mismo. Y pensé: qué bueno es este momento para las mujeres que nos declaramos feministas, porque no tenemos ninguna necesidad de andar por la vida haciéndonos las feas para sugerirnos más inteligentes. A la vista está –y vaya cuánto- que ninguna mella le hacen al razonamiento brillante los tacos de 15 centímetros. Parece obvio, pero no fue hasta hace muy poco -hasta ella en el más alto escalón institucional- que la belleza y el gusto por el cuidado personal dejaron de ser sinónimo de tonta o de gato.
Y celebramos, reverenciamos con ganas que no se les hubiese abierto una hendija a las hienas y a los buitres que buscan carroña porque no saben qué otra cosa hacer.
La foto que había inaugurado mi temor es aquella de la agencia DyN, donde se la ve con anteojos oscuros y sin maquillaje. Y que, con toda la malicia de la que alguien es capaz, fue estampada en los diarios y revistas que más la detestan. La usaron como trofeo de guerra. Y, es verdad, no la favorece esa toma.
Pero de lo que no se percataron los envenenadores de la esperanza, es que allí mismo ella hace un gesto con la boca, una mueca que si uno mira bien, le pasa por encima a las imperfecciones de sus mejillas: tiene los labios apretados, como conteniendo el temor, y logra una boca infantil, de niña asustada, de mujer frágil. Y muestra, entonces, todo lo que ellos dicen que ella no es.
La usaron, la reiteraron, la aumentaron. Empalagaron con esa fotografía. Al punto que el diario argentino La Nación llegó al colmo del cinismo al escribir en tapa: “Una de las obsesiones estéticas de la presidenta es el maquillaje. Si se preocupa por maquillar su rostro en exceso es para ocultar el problema de rosácea que afecta su piel. (…) Por eso llamó la atención la fotografía que se le tomó ayer minutos antes de su internación: allí se la ve con el rostro libre de maquillaje y con las secuelas de la rosácea a la vista”. El título de la maldad fue “Un rostro que llamó la atención”.
¿A quién le llamó la atención qué? ¿Qué fue lo que a La Nación le llamó la atención? ¿Llama la atención la fotografía, como indica el diario, o la desvergüenza de tomar una imagen así y hacerla girar alrededor de la Tierra? ¿Les provoca sorpresa que una mujer, a la que le van a taladrar el cráneo, llegue al sanatorio sin rastros de maquillaje? ¿Qué hubiesen sostenido de una persona que está por enfrentarse a un aparato que la abrirá la cabeza y que llega absolutamente cubierta de base, rímmel y lápiz labial?
¿Qué otro adjetivo hubieran agregado a la larga lista?
Porque ¿qué cosa no dijeron? ¿Qué les quedó por afirmar? además de…
- Que “No es la política sino la enfermedad lo que cambia el destino de los Kirchner” (Joaquín Morales Solá)
- Que “Cristina “escapó” de la Favaloro” (Perfil)
- Que Argentina está ganada por la “incertidumbre”
- Que Vivimos un “momento crítico” en un “país precario y provisorio”
- Que “El deterioro político es lo que está detrás de la enfermedad” (Eduardo Van der Kooy)
- Que “Hay un hematoma oficial, uno blue y un hematoma 678” (Clarín)
- Que “Hay un enorme telón que oculta la actualidad” (Eduardo Van der Kooy)
- Que “A la Presidenta se le habría detectado una afección en el lóbulo frontal, conocida como síndrome de Moria, cuya principal manifestación es la desinhibición” (Carlos Pagni)
- Que “Se abre una etapa de reordenamiento del poder” (La Voz del Interior)
- Que “La incertidumbre reina en la Argentina”
- Que “La presidenta padece un trastorno mental” (Diario español ABC)
- Que “La falta de información agrava la enfermedad” (Clarín)
- Que “Hubo ocultamientos y suspicacias” (La Nación)
- Que hay dudas sobre el rol de Boudou
- Que hay “Un misterio detrás de un golpe que no se informó”
- Que “Se oculta la fragilidad para conservar el poder”
- Que “Los achaques de su cuerpo son el agotamiento de su política”
- Que la Presidenta se recupera pero en medio del “oscurantismo” (Diario español El País)
- Que hay sospechas e incertidumbre
- Que “Hay un cerco informativo que emula al chavismo” (La Nación)
- Que “Hay dos presidentes interinos”
- Que “Cristina Kirchner fue edificando un gabinete que depende exclusivamente de ella. Y que Es ella o la parálisis” (Morales Solá)
- Que “Ella es el centro de un cosmos cuyo orden depende de que todos los signos le estén subordinados” (Sarlo)

No hay que ser demasiado sagaz, ni muy astuto para darse cuenta de dos cosas: una, que al versito de la falta de libertad de expresión le chorrea mentira por los cuatro costados; y dos, que la quieren cercar y mostrarla sola. Sola y loca.
Recordemos. Vienen de lanzarle que está “ausente”, “en shock”, “alterada”, “caprichosa”, “histérica”, “inestable”, “golpeada”, “eufórica”, “deprimida”, “medicada” …y sola.
“Cristina Kirchner fue edificando un gabinete que depende exclusivamente de ella. Es ella o la parálisis”, escribió Morales Solá el miércoles. “(…) Nadie puede negar que el sistema le sirvió a Cristina Kirchner para construir una monumental maquinaria de poder, que conduce ella casi en absoluta soledad. Chocó sólo con el último domingo de elecciones, en las primarias de agosto (…) Pero volvió a tropezar el sábado con otro obstáculo indomable: la salud”.
“Habrían empezado a desplegarse un sinfín de interrogantes sobre el destino personal de la Presidenta y el curso de la vida política e institucional del país”, sostuvo ese mismo día Eduardo Van der Kooy.
“¿Quién gobernará el país los próximos días?”, se preguntaba ayer desde La Nación el chillón Luis Majul. “Nadie sabe quién manejará los hilos ahora. ¿Cristina Fernández, en reposo y a control remoto? ¿El "piantavotos" de Amado Boudou, como sostiene la Constitución, o Carlos Zannini, el comandante de la Argentina en las sombras?” interrogaba, incisivo como siempre.

Se les nota, queridos colegas de la prensa, el discurso y el sentido dominante. Se ven los hilos, la urdimbre y hasta la aguja con que tejen la operación. Es facilita y ramplona la ecuación que elaboraron: hay un país que se llama Argentina. A ese país lo preside una loca. La loca está sola. La loca sola debió dejar el ejercicio de la presidencia para curarse la cabeza. Por lo tanto, en ese país no hay gobierno.
No hay nada. No hay nadie. Estamos en manos de la nadísima misma. A la deriva. Sin referencia. Sin brújula. Abandonados a la buena de Dios.

En la página 193 del libro “La Presidenta”, Sandra Russo cuenta que “el parto del que nació Florencia fue en Santa Cruz. Cristina tenía 37 años y tanto miedo como la primera vez. Pero el miedo no le alteraba el ritmo de trabajo frenético. Era diputada provincial. La noche anterior a la cesárea programada se quedó hasta las doce de la noche en el recinto. Después se fueron todos a comer y se acostaron pasadas las 2 de la mañana. A las pocas horas tuvo a Florencia.
-Yo había estado hasta tarde con otra diputada, Teresa Soto –cuenta- Nos despedimos a la madrugada y cuando me vino a ver a la clínica, unas horas después, me acuerdo la cara de Teresa. Yo no sólo ya la había tenido a Flor. Estaba toda maquillada y me había puesto un moño blanco en el pelo. Salió todo perfecto. Aunque esa noche tuve unos dolores terribles, porque después de la cesárea no hay que hablar, y yo para eso… Con Teresa hablamos hasta por los codos toda la tarde…”

Estimados colegas (varones) de la prensa, el discurso y el sentido dominante; queridas señoras ajenas a los pequeños (pero fundamentales) detalles que permiten conocer a una mujer: ¿Alguien puede sostener, asegurar, sin ponerse un poquitito colorado, que esa misma persona -que en las horas posteriores a un tajo que le cortó 7 capas de piel para traer a su hija al mundo-, esa misma mujer que no guardó el imperioso silencio para no doblarse de dolor al día siguiente, se encuentra en este momento postrada y sin dar todas y cada una de las órdenes, no sólo las que le vengan a su cabeza en perfecto funcionamiento, sino las que le demanda el rol institucional que ella sabe que ocupa?
¿No debería ser el pensar esa tontería lo que les llama verdaderamente la atención, mucho más que una fotografía con un rostro con rosácea?
¿O no será acaso que saben, ustedes, mis queridos y estimados colegas de la prensa, el discurso y el sentido dominante que la cuestión es exactamente al revés?
El discurso hegemónico necesita de modo imperioso construirla sola. Aislada, lejana y loca porque lo que ha descubierto hace no demasiado tiempo –es más, lo ha certificado incluso luego del resultado de las PASO no muy feliz para el gobierno- es que hay una certeza. Y es esa evidencia la que deben tumbar: el peronismo ha encontrado conducción, pero sobre todo, jefatura.
Quienes algo conocen de la historia reciente saben que a los largo de los últimos 50 años, las distintas derechas que han mandado en la Argentina -y que han sido siempre bastante las mismas- han realizado los esfuerzos más brutales para o quedarse con el peronismo (domarlo, mandarlo, ponerle collar y bozal y adiestrarlo) o matarlo. Porque candidatos, elecciones, victorias y derrotas hay cientos a lo largo de la vida argentina y de la peronista. Pero conducciones, sólo algunas. Y jefaturas, realmente pocas.
Esta vez se han dado cuenta que una rebelde, una “políticamente incorrecta” esposa de un “impresentable” (al cariñoso decir de Juan Sasturain) se ha puesto el traje de jefa. Y no sólo que le sienta, sino que además lo lleva.
Y las distintas derechas que han mandado en la Argentina -y que han sido siempre bastante las mismas- no pueden soportar a un peronismo con comando, con conducción y con la jefatura de una rebelde, de una “políticamente incorrecta” esposa de un “impresentable”.
Por eso le borran aquella memorable definición que dio de sí misma cuando asumió su segunda presidencia. Aquel: “no creo en las unipersonas”, pero sobre todo ese “sé que represento un proyecto colectivo, nacional, popular y democrático”.
Por eso es que la borran a ella. Porque deben minarla, esmerilarla, acotarla. Y mostrarla sola… Sola y loca.
“Una presidenta otra vez internada y operada dentro de una larga saga familiar llena de problemas de salud”, lanza Joaquín animándose a invitar a la muerte para que vuelva a rondar. Y una lo lee y una se asusta.
Pero aparece un cartel. Hecho a mano y marcador. La cartulina urgente que lleva paz otra vez al corazón: “Tranquilos compañeros. Los enfermeros somos soldados de Cristina”. Y una lo lee y una se calma.
Porque una lee y una se asusta.
Pero aparecen otras almitas, duendes en la red, con ternura en la palabra. Y este caso una mujer, que se llama Ivy Cángaro , usa su escritura a modo de medicina para curar la herida que provoca lo que una lee y de lo que una se asusta:

"No pongan en la mesa el mejor mantel, no lustren los bronces, no preparen manjares ni saquen brillo a los tenedores. No habrá retintinear de copas ni sonrisas de soslayo. Ni acordes fúnebres que tanto les gustan, ni traiciones y sangre. Ustedes no regresarán, pero además, no tendrán fiesta. Guarden las uñas, escondan de nuevo su alegría expectante, límpiense la baba, vuelvan a sus cuevas de donde nunca más van a salir. Caranchos, dejen de rondar vestidos con mortajas que no tendrán fiesta. Acá nadie se muere, acá nadie se va, acá nadie da un paso atrás."

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