domingo, 27 de octubre de 2013

Programa SF 90 - Ingrid Beck y Julieta Otero - 26 de Octubre de 2013


Mámitis Matrix.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 26 de octubre de 2013.

Tengo una pésima costumbre que la computadora me reclama habitualmente: dejo las ventanitas de Windows abiertas y suspendo en lugar de darle apagado al aparato. Creo -me creo- que así puedo tener todo lo que necesito a mano cuando vaya a buscarlo. 
Esta semana, la cultura oficial me jugó una mala pasada y entre informes de la Sociedad Interamericana de Prensa, coberturas de los medios dominantes sobre el choque del Chapa 1, el video con la musicalización del memorable y emocionante “Vengo a proponerles un sueño”, las encuestas y las tapas de diarios de los últimos cinco comicios estaba -mezclada entre tanta intelligentzia, tanto ejemplo de mujer informada, tanta comprobación empírica de cabeza en seiscientos datos distintos- la receta escandalizadora: la de la masa para modelar, elaborada con el ingrediente secreto que la hace perdurar en el tiempo: el Cremor Tártaro.
¿Qué hacía eso ahí? ¿Cómo había llegado esa fórmula a una de mis invaluables ventanitas? ¿Cómo es que supe y mantuve en mi memoria, para luego googlearlo, el nombre de un artículo denominado “Cremor Tártaro”, algo que suena más a la Roma de Julio César que a producto de casa de repostería?
¿Era una frustración, una claudicación o una demostración de lo que una amiga llama las “mujeres –y por ende cuando llegan los hijos, las mamás-helicóptero”? Esas féminas –insoportables- que deben sobrevolar todo -y cuando digo todo, es todo- lo que les cae en sus vidas, cabeza y hacer; esas que de reojito van controlando las acciones con un estándar de exigencia altísimo; esas tan parecidas a quienes conozco; esas tan iguales a mí; esas tan yo que pocos, muy pocos, aguantan.
Antes de espantarme, por suerte, se me vinieron a la cabeza tres mujeres a las que –por generosidad de la vida, la política y la profesión- conozco y que me han ayudado a identificarme, auto conocerme y reírme de mí: una periodista talentosa y ácida como pocos seres humanos; una actriz perspicaz y amorosa y una dirigente lúcida, aguda y detallista.
Una es fundadora de la primera gran publicación que se le animó a Clarín, Barcelona, la revista que nos permite burlarnos de nosotros mismos y a la que la derecha que está después del último muro que queda a la diestra no quiere permitirle un día más de sobrevida; la otra es la creadora de un blog primero y de una micro serie después, y quien, con Roxi a la cabeza, le permite, desde la maternidad, explorar las zonas bien pensantes y políticamente correctas de una Argentina entera; y la tercera es, nada más y nada menos, que quien nos gobierna, una que se lleva puestos a varios de los moldes preconcebidos y en los cuales hay que caber si una no quiere quedarse fuera de algún patrón y andar como una paria, puta ambiciosa y desamorada. Madres, las tres, con escritura de libros en su haber y con una reflexión profunda sobre ese rol tan poco natural como es el de madre y al que –a fuerza de cultura- le han (¿hemos?) naturalizado su supuesta –y mentirosísima- naturaleza.
El mundo mami ayuda.
A volvernos locas.
A que creamos, convencidas, segurísimas, de que un día como hoy, vedado a la campaña, es el ideal para hablar de madres, de maternidad, de hormonas, de mujeres y de lo que se espera de nosotras cuando los hijos llegan. Porque, se supone –nos hacen creer, nos convencen, nos hacen estar seguras de- que la maternidad pertenece al mundo de la biología, que allí la política no mete la cola; que en ese territorio todo fluye porque se desarrolla, sin siquiera convocarlo, el lado animal; porque es fácil el mundo de la teta y los olores; y porque el amor es inmediato al parto.
En esa trampa ideológica se ha cimentado toda la civilización occidental desde el día cero. Meternos de cuerpo entero en la mámitis matrix y llevar a la hoguera a la que ose sugerir la mega invasión cultural que implica el planeta bebé. Pero como algo hemos podido avanzar, sabemos de qué va la operación, nos dimos cuenta cómo es el tráfico ilegal de ideología de esta construcción. Por eso hoy vamos a transgredir una vez más. Vamos a violar la veda. Vamos a hablar de política. Hoy vamos a hablar de la maternidad.
Si hay un terreno invadido por la ideología dominante, chorreado de uniformidad, contaminado hasta el tuétano por un deber ser de color rosita pastel y que oculta, tapa y niega cuán desértico es lo real, es el discurso de “LO” maternal.
Te tiran con decálogos que, al ser tan pero tan imposibles de cumplir. La frustración es doble: por el pobre hijo o hija, a quien le tocó ésta incompleta madre, y por no ser esa mujer que proponen los mandamientos revisteriles. Buscás una pequeña respuesta, al menos, una brújula que a alguien te sobre, y te tiran con munición de este estilo:
Sal siempre que puedas de la rutina.Deja de hacer tareas que no son importantes y de cumplir compromisos no prioritarios, para dar a tus hijos más de tu tiempo.
Combate los pleitos entre hermanos. Enseña a tus hijos a dialogar, a negociar, a ser generosos y a resolver con tranquilidad sus diferencias.
Date tiempo para descansar de la maternidad.Tómate cuando menos 20 minutos diarios para ti misma, para hacer las cosas que te gustan, sin pensar en tus obligaciones de madre.
Nutre tu matrimonio.Entre más feliz es una mujer en su matrimonio, mayor es su capacidad para ser buena madre.
Cultiva la amistad con otras mamás.Busca actividades que puedas compartir con otras mamás de edad similar a la suya, con hijos de la edad de los suyos. Es fácil encontrarlas entre las madres de los compañeros de tus hijos.
¡Qué lindo todo!...
¿Cómo?
Sos mamá y te estampan la ñata contra la vidriera de las kepinas y las wawitas y la lactancia sencilla y armoniosa y para eso no te alcanza; contra la del puerperio de la depresión imperceptible con un descenso de peso a velocidad de tren bala y a ella no llegás; contra la de la vida en pareja y de la rutina sexual que no ha sufrido modificaciones y no sabés de qué te hablan; contra la de mujeres que logran mantener los horarios de Pilates, spinning, cafecito con amigas y lectura, y ya casi que ni te acordás de qué era eso.
Y como siempre te falta algo, el único resultado es la frustración, los kilos, el resentimiento y la pregunta de si acaso en algún microsegundo de la etapa que se inicia estarás a la altura, no sólo de esa pequeña vida que amás más que a la tuya, sino de alguno de los mandatos tatuados a fuego en el imaginario colectivo.
Pero hay remedio, porque bien a mano está la pastillita roja, la que gracias a militar, deconstruir, decodificar, desarmar y conocerle el engranaje a la operación, te sigue sacando fuera de la máquina, te salva de esta Matrix repleta de tetinas, apósitos, ibuprofeno, barbies e interrogantes educacionales. Porque si hay un campo, un terreno, donde gobierna y oprime ese discurso que llamamos único, dominante, hegemónico o todopoderoso, es en el cual el teleobjetivo apunta a las mujeres, sus panzas y la crianza del fruto del amor.
Ingrid Beck es categórica y hace de la incorrección política una bandera: “la maternidad es una dimensión desconocida. Está buenísimo, pero es arduo. Lo peor de la maternidad son los demás. Tuve dos varones y cuando terminé de parir al segundo ya me preguntaban: ¿Y la nena? Y lo hacía gente cercana, profesional, de izquierda. A la madre profesional se la sigue mirando como ¡qué estás haciendo acá que no estás cuidando a tus hijos! El subtexto es ése, no te lo dicen directamente porque queda demasiado conservador”. Y va por más: “Es una situación que no me parece en absoluto ideal, odio estar embarazada, la paso mal, no tengo ningún trastorno, simplemente me hace mal tener un alien adentro. El mayor aprendizaje del embarazo es saber que las cosas feas terminan”.
Dice “Ya está. Ya nació. Y, como esto es lo más importante que te pasó en la vida, tenés que ser feliz. ¿Qué pasa? ¿Te duelen los puntos y no te podés sentar porque te salió una sandía de adentro hace 24 horas? ¿Te molesta el tajo que te hicieron en la panza y te duele cuando sonreís? ¿Estás sentada en un aro de goma que parece el asiento del inodoro? ¿Tenés las tetas como dos rocas impenetrables y te subió la fiebre a 39 y medio? ¿O tenés los pezones lastimados y cada vez que la pequeña novedad succiona te querés morir? ¿Te sentís horrible?¿Se te cae el pelo y estás gorda como un cerdo?¿Llevás un día entero sin dormir? ¿Te sentís un fenómeno de circo? No importa, querida, fuiste madre y tenés que ser feliz. No importa que no le importes a nadie. No importa que la gente pase por delante tuyo y ni te pregunte cómo estás. Ni que no te puedas sentar y a nadie se le ocurra ofrecerte un mísero almohadón. Ni que tengas hambre y no haya nada para comer excepto dos docenas de bolas de fraile. Ni que mueras de sed y no te alcancen ni un vasito de agua. Ni que tu casa esté invadida de gente que habla a los gritos y que supuestamente viene a ayudar pero en verdad espera que le cebes mate. No importa que hasta hace un día todo el mundo estaba pendiente de vos y ahora no existís. No importa todo eso. Tenés que ser feliz”.
“Hay cuestiones fundamentales que por resentimiento, amnesia temporaria o necesidad de preservación de la especie nadie te cuenta. Ni tu mamá, ni tu mejor amiga que tuvo un niño antes que vos, ni los autores de libros de éxito. Todas esas cosas ahora se resumen en la palabra “esto”. Nadie te lo cuenta como realmente es. Por piedad o sadismo, te lo ocultan”.
Julieta Otero también es concluyente: “El progresismo y la maternidad no pueden ir nunca juntos. Son como el amor para toda la vida o el cigarrillo sin tabaco: algo fantástico pero que todavía no se logró. Me di cuenta de que si yo fuera una Mami Común y Corriente, mi vida sería más práctica, no sufriría tanto y estaría más flaca, tendría el pelo más grueso y amigos mejores de los que tengo. Es más, si yo fuera una persona común y corriente sería muy feliz.
“Hay que comprendernos, digo, Porque nuestra vida es muy sufrida. La Mami Progre sufre, luego existe. Somos parientes cercanas de la Mami Judía, pero más actuales. Además de los chicos, la mochila del colegio y nuestros papeles del laburo, tenemos que cargar con la mochila de contradicciones más grande que se haya visto en la historia de la humanidad”.
“Progre: Apócope de progresismo o progresista. En un sentido despectivo, izquierdista de salón. Si a la rockerita de barrio o la joven troska le hubieran dicho en su momento que de grande se iban a transformar en progres, se hubiesen vomitado entre sí. Porque si hay algo que NO nos identificaba a las chicas bravas era la palabra progre. Progre es light, es como un yogurt que se toma para acelerar el tránsito ideológico. Progre no te da ´revolución’, ´lucha´, ´anarquismo´; te da más bien ´multiespacio´, ponele”.
No es fácil. Es obvio. Ni tenerlos, ni criarlos. Ni saber qué y cómo hacerlo. Porque, encima, día a día, semana a semana, mes a mes, Día de la Madre a Día de la Madre te avasallan, te amasijan, te atormentan con qué cuernos hay que hacer para estar a la altura del rol.
La revista Viva, con que “muchas infidelidades del marido se inician con el puerperio”. La Bazaar Argentina de Harpers, con la propuesta de que tus hijos sean “exprés” y te hagan regalos superiores a los $750 pesos a través de los e-shops. Vanidades, con 47 regalos top para tu día y en la imagen que ilustra la nota sobre “Los nuevos desafíos de la maternidad”, ni la mami, ni la niña que están cocinando con harina se han ensuciado. Y en la publicación de Susana Giménez… ¿qué decir? Si bajás de un Valentino, tus hijos no te quieren.
La pelea es desigual. Básicamente porque le dicen “no política”. La presentan natural.
Pero me gusta (me esperanza) pensar que las mujeres polirrubro podremos un día ir por la vida un tantín más relajadas y que no será cosa de otro planeta la combinación de los mundos. Como le pasó a una presidenta de un país rarísimo, que en febrero de 2010, mientras veía como remontaba el desastre de las urnas e imaginaba los festejos del Bicentenario, pudo escribir el prólogo de la re edición un antiguo libro del brasilero Monteiro Lobato que ella amó de niña: “Las travesuras de Naricita”.
“Y aquí estamos –dice ella-. No sé si éste será mi último encuentro con estos niños entrañables; si los hijos de mis hijos leerán libros o serán definitivamente atrapados por Internet. No lo sé. Espero que no, por ellos: se perderían el placer indescriptible de abrir un libro y no saber qué van a encontrar; a imaginar a fantasear. Se perderían las sensaciones que provoca atravesar esta vida, construyendo utopías y abriendo caminos, que parecían definitivamente cerrados para nuestro país y nuestro continente. Por eso, espero, nuevos encuentros, Por ellos y por nosotros. En definitiva, por todos”.
Y ya que la mencionamos. Aprovechemos. Vamos a trasgredir una vez más. Vamos a violar la veda. Vamos a hablar de política. Hoy vamos a hablar de la maternidad.

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