domingo, 14 de diciembre de 2014

Programa SF 138 - Eduardo Rinesi - 13 de Diciembre de 2014


Democracia.
por Mariana Moyano (a 31 años de Democracia y desde la Plaza de Mayo)
Editorial SF del 13 de diciembre de 2014 

Era, y mucho más para esos años, chiquita. 13 años tenía. Y fue la primera vez que vi en vivo y en directo la Plaza de Mayo repleta.

Era un 10 de diciembre. Para entonces, EL 10 de diciembre. El de 1983. Fue mi bautismo de fuego en el más simbólico de los espacios públicos de la Argentina. Recuerdo que los miles que estábamos ahí le dábamos la espalda a la Casa Rosada. Aún estaban ahí los monstruos de carne y hueso y los fantasmas de sus hechos. No había mucho que celebrar -era el mensaje- mirando de frente hacia esa sede de gobierno.

Raúl Alfonsín habló desde el Cabildo y terminó su discurso con lo mismo que había cerrado cada acto de campaña: esa partecita de la Constitución que es el preámbulo, que recorríamos y recorremos poco, pero que para esos días se aparecía como algo de luz en medio de sólo tinieblas. “Luchamos –concluía el entonces candidato y el ya presidente en ejercicio desde ese día- para constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino…”. Y el público estallaba en aplausos, en lágrimas y en esperanzas.

Pero incluso en aquellos años, con mi incipiente juventud apenas a cuestas no era esa la parte que más me increpaba. Probablemente sí la que más me conmovía, pero no era la que me interrogaba, la que me ponía a pensar. Es decir, la que me generaba la responsabilidad de la acción. El momento de las palabras de Alfonsín que más que inquietaba era el anterior, el inmediato anterior a ese -como le decía él- rezo laico, esa oración patriótica que, exactamente, como en misa, quienes lo oían repetían junto con él. Me impactaba cuando él iniciaba ese ya a esta altura fílmico momento; cuando iniciaba la comunión: “…Y en todas partes he dicho –comenzaba él-, y permítanme que lo repita hoy, porque es como un rezo laico y una oración patriótica…“ Y ahí venía lo que me llegaba a lo más hondo en aquellos días de viaje iniciático a la vida política: “que si alguien distraído, al costado del camino, cuando nos ve marchar, nos pregunta cómo juntos, hacia dónde marchan, por qué luchan. Tenemos que contestarle con las palabras del preámbulo y que marchamos, que luchamos para…” enumeraba los patrióticos motivos de nuestro encuentro.

Me sacudía eso de marchar, codo a codo con otros, unidos, a sabiendas de hacia dónde y por qué íbamos y que al costado, a la vera de ese camino hubiera unos distraídos con preguntas en busca de fundamentales respuestas. ¿Cómo juntos? ¿Hacia dónde marchan? ¿Por qué luchan?

Se trata de preguntas que siguen interrogando. Incluso hoy. Cuando alguien, sin pudor, mete en una misma frase “curro” y “Derechos Humanos” -y no como interrogante incómodo, sino como bandera plantada a la derecha- y utiliza el accionar de un estafador para intentar manchar un pañuelo blanco, las interpelaciones siguen siendo las mismas. ¿Cómo juntos? ¿Hacia dónde marchan? ¿Por qué luchan? ¿Qué festejan? ¿Qué celebran? ¿Qué conmemoran?
Porque la democracia puede ser una solemnidad. Un minuto de silencio para los caídos que uno siente propios. Puede ser un acto oficial; una fecha trajecito sastre en el calendario del funcionariado. Puede ser una acción casi mecánica cada cuatro años, realizada en día domingo, entre desayuno y almuerzo familiar o con la fiaca post siesta. Puede ser un acto de supuesta rebeldía con una feta de salchichón. Puede ser un versito apropiado en boca de apropiadores. O puede ser una manifestación de futuro. Una fiesta popular. Un crecimiento diario. Uno de tantos movimientos de compromiso. Una práctica militante. Una realización cotidiana. Una batalla permanente. Porque aún estamos dando la pelea: todavía hoy la democracia puede ser un gesto de cinismo o un ejercicio de civismo.

Nuestro Eduardo Rinesi hace un recorrido que bien podría responder algunas de las tantas preguntas que nos hemos hecho acerca de desde qué modo de vida hemos abrazado la palabra democracia. Dice él que “la democracia fue pensada sucesivamente, entre los tramos finales de la última dictadura cívico-militar y estos días que ahora transitamos, como una utopía, como una rutina, como un espasmo y como un proceso”.

Democracia es una palabra cara. Cara a los sentimientos de las víctimas directas del terrorismo de Estado, a un Estado ultrajado por los capitales más especuladores, a una ciudadanía empobrecida por pagar deuda privada, a millones de cerebros colonizados por la pata cultural del consenso de Washington primero y el uno a uno después, a un pueblo que –paradojas y crímenes de la historia mediante- batalla férreamente hoy por conseguir como horizonte de mínima justicia lo que en 1973 era el fifty-fifty cotidiano.

“¿Por qué ponemos el eje en los militares?” se preguntaba en 2006 el mismo jefe de ciudad que por estos días habló de curro con el diario La Nación. Y no es una pregunta desatinada, si la perspectiva para atenderla nace de la vereda de enfrente del gobernante ingeniero.

Jorge Rafael Videla, el mismísimo ícono del terror uniformado viene desde el pasado con esas sugestivas apariciones poco antes de morir. “Mi relación con la Iglesia fue excelente, mantuvimos una relación muy cordial, sincera y abierta. No olvide que incluso teníamos a los capellanes castrenses asistiéndonos y nunca se rompió esa relación de colaboración y amistad”, sostuvo ante la revista española Cambio 16 y agregó allí mismo: “los empresarios también colaboraron y cooperaron con nosotros. Incluso nuestro ministro de Economía de entonces, Alfredo Martínez de la Hoz, era un hombre conocido de la comunidad de empresarios de Argentina y había un buen entendimiento y contacto”. Entonces, eso, ¿por qué ponemos el eje en los militares? Cuando los poderes permanentes no son ni han sido ni las Fuerzas Armadas ni la dirigencia política.

Alfredo Yabrán sabía de poder real porque lo conocía desde adentro. Y por eso ha de haber sido que lo definió mejor que un par de libros: “Para mí el poder es impunidad” y completó su obra maestra de revelaciones con aquel “para mí que me saquen una foto es como que me fusilen porque el poder debe ser invisible”. Es decir, silencio, no rostro, no nombre, nulo conocimiento e invisibilidad. Eso es lo que garantiza la impunidad, la que necesita el poder para poder seguir siéndolo.

Puede que hayan sido el primer acto de su show, las palabras del represor Ernesto Barreiro, tal como lo dice la testigo clave en juicio de La Perla, Susana Sastre, pero algo me resuena a crujido. No porque los datos brindados por el no-contento-con-ser-torturador-encima-carapintada brinden algo nuevo, sino porque el hablar aunque nada se diga hace algo más que el silencio. Quizás fue un espasmo. Pero tal vez dependa de con cuánto civismo sepamos mirar para volverlo proceso.

Esta semana llegó el 116 y nos alegramos, pero nos parece ya algo conquistado. Esta semana logramos el apoyo de la Cumbre Iberoamericana contra los buitres y nos alegramos, pero nos parece ya algo conquistado. Esta semana se dieron a conocer más detalles de la vinculación de los dueños de la plata con el golpe del 76, y nos alegramos, pero nos parece ya algo conquistado. Esta semana, fue condenado un ex subcomisario por fraguar datos en una causa de restitución de otro nieto, y nos alegramos, pero nos parece ya algo conquistado. Esta semana se presentó un documental sobre los HIJOS y nos alegramos, pero nos parece ya algo conquistado. Esta semana se supo más de la maniobra del HSBC y se siguieron corriendo velos del poder económico y nos alegramos, pero nos parece ya algo conquistado.

Pero no estaría mal que volvieran a aparecerse esos, los del costado del camino, los que preguntaban ¿Cómo juntos? ¿Hacia dónde marchan? ¿Por qué luchan? Porque pese a lo mucho de civismo, aún hay demasiado de cinismo. Si tiene razón Eduardo, y de la utopía hemos avanzado hacia el proceso, no sería demasiado aventurado asegurar que en este camino de desenredar la madeja estamos llegando al nudo; echando luz, haciendo foco, obligando a mirar. Y eso no gusta porque a los que alumbra, los asusta.

No es una celebración cualquiera. No es redonda, ni hay regalo de calendario de que hoy justo sea 10. Parece una más, pero la vivo como la más definitiva. La que merece la introspección, la pregunta auto interrogante y una enorme cuota de responsabilidad en el festejo. Estamos viviendo un regreso a la impudicia. Vemos pornográficos acuerdos de los poderes permanentes. Están en avanzada porque la política de la luz del día les viene saliendo mal.

Conmemoramos derechos y el haberlos conquistado. Pero que sea con festejo en movimiento. “La única lucha que se pierde es la que se abandona”, decía un peludo; “el que abandona no tiene premio”, canta un pelado”. Pues me parece que algo de eso es lo que festejamos hoy de los jóvenes 31 añitos de nuestra democracia. Una idea de fuego interno, de fuego intenso, vivo y en movimiento. Algo que huela a no bajar los brazos, a pelear por lo ganado y a no quedarse quietos. Y a hacer como los mayas del México profundo, que en su lengua no conocen la palabra rendición. Lo que ellos asimilan al darse por vencido es el “dejar de luchar”.

Y cuando nos pregunten ¿cómo juntos? ¿hacia dónde marchan? ¿por qué luchan? ¿qué festejan? ¿qué celebran? ¿qué conmemoran? responderles a esos distraídos al costado del camino que andamos para no doblegarnos, porque hemos entendido que la única lucha perdida es la abandonada; que queremos el premio y que hemos asumido la responsabilidad de no rendirnos, porque ya sabemos que ganar la democracia no es llegar a algún sitio, sino nunca dejar de luchar.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Programa SF 137 - Hernan Arbizu - 6 de Diciembre de 2014


Los informantesPor Mariana Moyano
Editorial SF del 6 de Diciembre de 2014
Es una adicción nueva. Y no es peligrosa, a menos que se considere un riesgo robarle horas de sueño a la noche. Empezó hace unos años y ya se ha tejido la red: no puedo parar de consumir libros, películas y series policiales y de suspenso made in los países nórdicos. La ficción escandinava, más precisamente la danesa y la sueca, ha podido conmigo. Mi voluntad ya no tiene fuerza para enfrentarlas.
Sé perfectamente por qué me pasa: porque ese material es perfecto. Y en esa perfección incluyo el suspenso, la narración, el vértigo (pero bien alejado de la ampulosa híper actuación yanqui donde todo debe ser dicho con palabras), el manejo de las miradas y los silencios en los audiovisuales, los detalles que nos introducen de lleno en el relato en el caso de los libros y el modo de contar (el tono del texto y el movimiento de la cámara).
Mis consumos han ido desde los inigualables de Henning Mankell -desde El Chino hasta la saga de Wallander (libro, serie y film)-; pasando por las 1800 páginas del Millenium de Stieg Larsson, que parecen apenas 100; las series Forbrydelssen (la versión original de The Killing), Den Som Dræbe (la original de Aquellos que matan), Broen/Bron, Graven/Morden, Borgen y el resto de la infinita lista de maravillas audiovisuales que nos están regalando esos países en cuyos inviernos las cinco de la tarde es plena noche.
Me he vuelto completamente adicta. Lo reconozco y si es bueno para mi sanación, lo digo en público: “Hola, mi nombre es Mariana y soy adicta a la ficción nórdica”.
Pero el costado que más se acerca de estas ficciones a lo que considero perfecto no tiene tanto que ver con el modo en que son narradas, como con la capacidad de estas ficciones de mostrarnos el lado B de las sociedades supuestamente perfectas. Los crímenes más atroces, las explotaciones más feroces y los delitos de guante blanco más multimillonarios –se atreven a contarnos estas realizaciones- provienen de los más impecables países y de las más insospechadas empresas.
Recuerdo casi de moto textual un diálogo del Millenium 1 y que suelo citar a los que igualan crimen y robo sólo a motochorro. La conversación es la siguiente:
_Espera, hombre, escúchame. El CADI estaba compuesto principalmente por compañías suecas de toda la vida que querían entrar en los mercados del Este, importantes sociedades como ABB, Skanska y similares. En otras palabras, nada de empresas especuladoras.
Dice uno
_¿Me estás diciendo que Skanska no se dedica a especular?
Le pregunta/responde sorprendido el otro protagonista de la conversación. Y sigue:
_¿No despidieron acaso al director ejecutivo de Skanska por dejar que uno de sus chavales especulara y perdiera quinientos millones buscando dinero rápido? ¿Y qué te parecen sus histéricos negocios inmobiliarios en Londres y Oslo?
“Bueno”, recuerdo que pensé, “si en la página 31 del primer volumen de la saga, este autor se mete así, brutalmente, con una compañía cuyo nombre incluso en la Argentina aún sigue siendo sinónimo de corrupción privada -pese a que muchos quieren adjudicarle la capacidad de robo sólo al Estado-, pues este escritor tendrá mi lealtad para siempre”.
Así que, sí. Soy adicta. Y desde la asunción de esta debilidad es que me comporté estos días. Al mejor estilo detective de serie danesa, puse en una hoja en blanco de mi computadora fotos tomadas del buscador de google. Nada muy científico como notarán.
Eran ocho cuadritos de siete hombres. En estas imágenes estaban suizo Rudolf Elmer, el arrepentido involuntario, como lo llaman algunos, el jefe de operaciones del banco Julios Bar de las islas Caimán, que fuera despedido en 2002, arrestado en 2005 por violar el sacrosanto secreto bancario de la suiza de mecanismo de relojería, y que en 2008 entregara dos discos duros con información clave al fundador de WikiLeaks, Julian Assange.
El segundo era el propio Assange, quien sigue desde hace casi tres años encerrado en la embajada ecuatoriana en Londres y que es centro de denuncias judiciales en Suecia, Gran Bretaña y Estados Unidos; el que sostiene que el monopolio de los medios de comunicación es un verdadero problema, que el secreto y el dinero gastado por parte de organizaciones para que ese secreto se mantenga debe ser interrogado y que explica que Suecia (esa maravilla de la distribución de la riqueza) es el principal fabricante de armas per cápita en el mundo.
Edward Snowden y Bradley Manning estaban juntos en el segundo escalón de fotos. Inofensivos a primera vista. Uno, con cara de nerd y anteojitos que culminan la caricatura; y el otro, un rubito blandito, pecoso y con esos ojos celestes insulsos y armazón de lentes de los llamados montados al aire. La no peligrosidad hecha personas. Sin embargo, uno dio enter y puso a todo el sistema de seguridad del país más poderoso de la tierra en jaque. Y el otro, por ser acusado de ser una fuente de Assange, estuvo detenido en los Estados Unidos en condiciones que las propias Naciones Unidas han descripto como similares a la tortura. A este soldadito Denver Nicks le dedicó un libro: “Privado: Bradley Manning, WikiLeaks y la más grande exposición de secretos oficiales en la historia americana”.
La revista Time –que no le regala nada a nadie- les dedicó una tapa: “Los informantes”, era el título principal y en una imagen símil Matrix se leía la bajada: “Por qué una generación de hacktivisitas está impulsado a derramar los secretos gubernamentales”
En esta portada estaba un tercero. Uno que también estaba en mi pizarrón de investigaciones imaginario: Aaron Swartz, quien en septiembre de 2010 descargó 4, 8 millones de documentos académicos y publicaciones protegidas por copyright. El 19 de julio de 2011 lo acusaron de usar un script para compartirlos en otros sitios y, de ese modo, desenmascarar los vínculos entre poderosos grupos económicos y alteraciones en resultados de investigación.[i]
Completaban el collage tres fotografías más, dos de Hervé Falciani, una con y otra sin barba y la de un argentino.
Falciani era un apellido casi desconocido en la Argentina hasta el jueves 27 de noviembre, cuando el titular de la AFIP, Ricardo Etchegaray, puso en una misma frase la marca HSBC, es decir, el Hong Kong Shanghái Bank Corporation, y la fórmula “asociación ilícita”, una que asusta porque aunque uno no conozca en detalle las consecuencias judiciales que acarrea, sabe que conlleva verdadera gravedad.
En la brillante nota de Fernando Krakowiak de Página 12 del viernes 28 de noviembre y bajo el título “El hombre que hizo saltar la banca”, el periodista indica que: “La denuncia por evasión fiscal contra ciudadanos argentinos con cuentas no declaradas fue posible a partir de la información que el organismo fiscal obtuvo de la agencia tributaria francesa. Sin embargo, la fuente clave en esta historia es Hervé Falciani, un ingeniero en sistemas francoitaliano que en el año 2000 ingresó a trabajar a la filial del HSBC de Mónaco y en 2006 fue trasladado a las oficinas del banco en Ginebra para trabajar en un proyecto que consistía en “migrar” la información sobre las cuentas bancarias a una base de datos más segura. El objetivo del banco no se cumplió, porque lo que terminó haciendo Falciani fue filtrar el detalle de 130.000 cuentas a las autoridades francesas, las cuales comenzaron a investigar a sus titulares por evasión fiscal, lavado de dinero y/o financiamiento del terrorismo, despertando el interés de otras agencias tributarias, como las de Estados Unidos, España y Argentina.
“Más allá de sus intenciones iniciales, lo cierto es que una vez que llegó a Francia, Falciani fue detenido por la policía de ese país e inmediatamente ofreció la información que tenía disponible sobre los clientes del HSBC. El fiscal francés Eric de Montgolfier confirmó eso y agregó que Falciani en ningún momento pidió dinero a cambio. El 1º de julio de 2012 Falciani viajó a España y fue detenido por la policía a pedido de la Justicia suiza. Este ingeniero informático aseguró que viajó a Barcelona, aun sabiendo que lo iban a detener, porque su vida corría peligro en Francia. Una vez allí, también se mostró dispuesto a colaborar con el fisco español. Suiza reclamó su extradición y lo acusó de cuatro delitos: espionaje financiero, violación del secreto bancario, violación del secreto comercial y apropiación de datos relativos a clientes. No obstante, en mayo del año pasado la Audiencia Nacional rechazó el pedido al argumentar que los delitos de los que se acusa a Falciani en Suiza no están tipificados como tales en la legislación española. La información que consiguió Falciani resultó clave en el país ibérico. De los 1500 nombres que envió Francia, Hacienda identificó a 659 y pudo recuperar 260 millones de euros aportados por personas que se mostraron dispuestas a “colaborar” cuando la evidencia en su contra se reveló irrefutable, entre ellos el entonces presidente del Banco Santander, Emilio Botín, y su familia. Falciani también fue un informante fundamental del Departamento de Justicia de Estados Unidos, organismo que acusó al HSBC de blanquear dinero de carteles narcos mexicanos y de países como Corea del Norte e Irán. Finalmente, en diciembre de 2012 el banco aceptó pagarle al gobierno de Estados Unidos la cifra record de 1900 millones de dólares para poner fin a la investigación”.
El argentino que coronaba mi composición era nada menos que Hernán Arbizu: nuestro Snowden, nuestro Manning, nuestro Falciani. Una de las frases que le adjudican a Arbizu y que es la que más me impresiona por brutal, por no autocomplaciente y por cierta es una que me dicen que él dijo: “Los países están pobres por tipos como yo”.
En la electrizante página web haddensecurity.wordpress.com/tag/hsbc/ dicen sobre él:
“El JP Morgan Chase se encuentra en el centro de la historia del tercer arrepentido: el argentino Hernán Arbizu. En 2008, Arbizu -uno de los financistas estrella de la operación del JP Morgan Chase en América del Sur- se presentó ante la Justicia federal de la Argentina para “auto denunciarse” por fraude, evasión de impuestos y lavado de dinero.
“Yo había cometido un fraude. Había mucha presión interna en la compañía y para no perder un cliente muy importante le ofrecí un rendimiento para sus inversiones que sólo podía cumplir sacando dinero de otros lados. Fue un grave error. Pero lo que estoy denunciando ante la Justicia es un fraude masivo contra el Estado por evasión y lavado”, señaló Arbizu, en diálogo con BBC Mundo.
“Los grupos más poderosos de la Argentina –el multimedios Clarín, Banco Patagonia, las empresas de energía Bridas y Bulgheroni– se encuentran en la lista que Arbizu entregó a las autoridades, pero en el vértigo de aquel año clave la pista alcanza al banco que precipitó el estallido financiero de 2008 al caer en bancarrota: el Lehman Brothers”.

Cuando estalló la denuncia de Etchegaray, los medios de comunicación socios del HSBC y parientes en el modus operandi se ocuparon de rápidamente y en primer término de no dar a conocer la acusación, sino la desmentida del banco: “Polémica por la denuncia de la AFIP sobre las cuentas en Suiza”, “Desmienten a Etchegaray y a listas de medios oficialistas” e hicieron una de manual, tan burda que resultó graciosa: Indicaron que a través de UIF, el gobierno reconocía que iba a haber complicaciones a la hora de seguir la pista. Quisieron presentarlo como una debilidad de la investigación, cuando en realidad, y por eso se lo guardaron para un tercer párrafo, lo que la voz oficial indicaba era que el Poder Judicial estaba poniendo trabas para realizar una investigación a fondo. Es decir, no se estaba asumiendo un inconveniente gubernamental sino que se estaba, fuertemente, acusando a ciertos sectores de los Tribunales de no querer ir contra sus amigos.
Jugadísimo, Arbizu, pasó por encima de todas las excusas y en una de sus declaraciones de estos días contó a Radio Del Plata que “cuanto estaba en el Citibank usaba toda la red de sucursales en Argentina para buscar clientes para abrir cuentas en el exterior. Tal es así que pedíamos a todas las sucursales los listados de más de 3 millones y obligábamos a los gerentes de las mismas a generar reuniones con esos clientes para ofrecer los servicios nuestros off shore". Remarcó, así que ese tipo de operaciones "es totalmente ilegal", y desmintió al HSBC.

En su momento, en junio de 2009, el New York Times se ocupó de él. Y en una nota de LYNNLEY BROWNING y DIANA B. HENRIQUES, publicaron: “Creció en círculos de élite en Buenos Aires y sus conexiones privilegiadas le allanaron el camino para que se convierta en un banquero privado estrella en Nueva York para clientes ricos de UBS y JP Morgan Chase”. Era evidente que estaban impresionados con lo que Arbizu estaba denunciando. La foto que acompañó la nota lo delata: Arbizu está sentado en un sillón estilo francés de esos que más que comodidad muestran poder y en el propio texto se van un poco del personaje en cuestión para ir al nudo de la cuestión: “Varios grandes bancos europeos tropezaron en la estafa Madoff, por ejemplo. Más recientemente, UBS acordó pagar $ 780 millones con el Departamento de Justicia para hacer frente a las acusaciones de que había ayudado a los estadounidenses ricos esconden miles de millones de dólares en impuestos en secretas bancarias en el extranjero cuentas”.

“En junio de 2008, semanas después el Sr. Arbizu fue acusado en Nueva York, las autoridades argentinas allanaron las oficinas de JP Morgan Chase en Buenos Aires y confiscaron los registros de 200 clientes argentinos ricos, muchos de ellos el Sr. Arbizu de cuyos nombres y activos fueron publicadas luego en un periódico local”.
Por esos días, sólo dos personas públicas y con poder de propalación dieron a conocer los datos de Arbizu. Uno fue Luis D Elía, quien entendió de inmediato lo que implicaba políticamente tener la información de uno de ellos de nuestro lado. El otro fue Jorge Lanata. Y el periódico local al que se refería el NYT no era otro que Crítica, el que un día cualquiera nos despertó con la más fuerte denuncia a la que se había atrevido en años el periodismo argentino. Así decía la crónica la 2008 de pluma del propio Lanata: “Cuando Diego Slupsky, secretario del Juzgado Federal Nº 12, entró a las oficinas del JP Morgan en el piso 22 de Madero 900, una mezcla de pánico y sorpresa dominó la escena. Slupsky dijo que se trataba de un allanamiento por orden judicial, y eso borró de inmediato la sonrisa profesional de todos los empleados.
- Necesitamos constatar el soporte magnético de las operaciones -explicó al responsable.
- Nos interesan más que nada los clientes de altos recursos -señaló, mientras los peritos de la policía amontonaban CD, carpetas y servidores como si fuera una liquidación de Navidad.
Uno de los empleados lograba mantener la calma con la vista fija en un calendario de escritorio, hasta que advirtió lo que estaba mirando: era el viernes 13. Algo malo iba a pasar.
Dos o tres minutos después en las oficinas centrales de Park Avenue 345, 5º piso, había un nombre a flor de labios, mezclado con insultos del peor slang.
Hernán Arbizu, el argentino, estaba dispuesto a hablar.

Así definió Arbizu su trabajo ante el juez:
"Administración de activos líquidos (inversiones), creación de estructuras de administración de riqueza con fines hereditarios, ayudar a clientes para crear estructuras con las que ocultar la verdadera titularidad de los activos (esto se debe a que en muchos casos los activos no son declarados en los países donde viven los clientes), y préstamos en la Argentina usando como garantía activos no declarados depositados en el exterior".
Arbizu, quien se considera "un arrepentido del mundo de las finanzas", relató en su declaración las dos maniobras principales hechas por el JP Morgan:
- Buscan captar nuevos fondos, sobre todo los provenientes de la venta de empresas, y una vez afuera esos fondos evaden obligaciones tributarias.
- Suelen actuar "en complicidad" con las AFJP: cuando una empresa efectúa una oferta pública a través del banco, las administradoras de AFJP compran la emisión primaria o secundaria, aunque no sea un buen negocio. Cerrada la operación, los fondos son sacados del país por el cliente y administrados por el banco en Suiza o Estados Unidos.
AQUÍ ESTÁN, ÉSTOS SON.
De la lista entregada por Arbizu a la Justicia aquí se reproduce sólo una parte, ya que son más de veinte carillas. Muchas de las cuentas tienen nombres de fantasía y son "empresas" radicadas en el exterior, la mayoría sin ninguna actividad comercial: son todas las terminadas en "Inc.", "Corp.", "Ltd.".
Varios números de cuenta se repiten con diferentes nombres: corresponden en ese caso a la misma empresa o familia, por ejemplo el Grupo Clarín, o la familia Constantini. En la lista presentada al juez, los Bulgheroni son los principales clientes, con depósitos por 1.500 millones de dólares entre Bridas, Plus Petrol y Torno Constructora.
En la siguiente, sobresalen los depósitos de Ernestina Herrera de Noble por 154 millones”.
La lista arrancaba con estos datos precisos: “Ernestina Herrera de Noble, el CEO Héctor Magnetto, otros directivos (y ex directivos), sus familiares, empresas conocidas del Grupo y otras desconocidas.
Nombre / Cuenta / (Total en U$S)
* Ernestina Laura Herrera de Noble / 32407608.00 / (154.482.039,49)
La Justicia los investiga por lavado de dinero y, eventualmente, evasión impositiva.

Una mirada posible es la de preguntarse si estos sujetos son héroes o traidores. Como escribió Benjamín Prado para enpositivo.com “Hay palabras que merecen una segunda oportunidad. Por ejemplo: chivato. Un adjetivo al que suelen recurrir quienes abusan de otros para así tergiversar sus acciones y cambiar las culpas de bando, de manera que la víctima se convierta en alguien despreciable: un delator.
Creo que en este mundo en el que el poder lucha a sangre y fuego por controlar no solo la economía y la política, sino también la información y las conciencias, hay que mirar con la misma lupa la palabra traidor: ¿qué son Assange, Snowden, Falciani? ¿Son héroes o bandidos? ¿Merecen la cárcel o una estatua?
En inglés, al que revela ese tipo de secretos se le denomina whistleblower, es decir, es quien toca un silbato y alerta a la sociedad de un abuso o un delito cometidos por la organización para la que trabaja. Sin embargo, Assange, Snowden y Falciani viven en el exilio, se los considera renegados y alguno está en busca y captura. Sobre ellos han corrido ríos de tinta envenenada, pero aunque no los moviera el simple altruismo, ¿no habría que felicitarse igual porque hayan sacado a la luz toda esa oscuridad?
El traidor es siempre el malo de la historia, desde Judas Iscariote, cuyo nombre proviene del latín sicarii, un término que designaba a los judíos que ocultaban entre sus ropas una daga, o sica, para apuñalar por la espalda a los invasores llegados de Roma. Y eso es lo que consideran a Assange, Snowden o Falciani quienes los persiguen: mercenarios.

En su libro Elogio de la TraiciónDenis Jeambar e Yves Roucaute escriben que en el ámbito de la política “la traición es la expresión superior del pragmatismo que evita las fracturas y garantiza la continuidad democrática al flexibilizar en la práctica los principios preconizados en la teoría”; aseguran que no cometerla “es desconocer los espasmos de la sociedad y las mutaciones de la historia”; y sostienen que ese es el modo de adaptarse a la voluntad de los pueblos y que quienes se oponen a cualquier clase de cambio son los tiranos.
Este es un mundo hipócrita y los mismos que califican de traidores a Assange o Snowden, ofrecen recompensas millonarias a quien señale el escondite de sus adversarios, como ocurrió con Sadam Husein y Bin Laden. Otros lo consideran, como mínimo, un mal necesario, hasta tal punto que Snowden ha sido propuesto como candidato al Nobel de la Paz.
Quizás es que las banderas hay que defenderlas o no, según lo que escondan debajo. Votar es la mitad de la democracia; la otra mitad es el derecho a saber”.
Después de mirarlos fijo ratos eternos y ver qué tenían en común estos siete hombres, además de su extrema prolijidad y su andar atildado vi que poseían todos una mirada profunda hacia la lente que los había fotografiado. Así que decidí sacar una conclusión al estilo de las y los detectives de mi adicción: es decir, no quedarme en la imagen corta sino prolongar la observación. Porque aquí no hay un hombre, una mujer, un nombre propio culpable. Hay autores materiales, sí; hay ejecutores, por supuesto; hay realizadores; obviamente. Pero si la democracia es votar y saber, lo que tenemos frente a nuestros ojos no es a individuos, sino a los hilos de cómo funcionan, se asocian, se cuidan, operan y nos mutilan los dueños del poder mundial. Los que recién en los últimos años han adquirido visibilidad de su cara, rostro, nombre, cuerpo, ideología y accionar. Entonces ya no somos nosotros mirando fotografías de personas, sino –y me atrevo aún a riesgo de sonar solemne- nuestros propios hijos y las futuras generaciones interrogándonos acerca DE qué cuernos estamos dispuestos a hacer con lo que sabemos: meterlo bajo la alfombra y hacer que nuestras democracias declinen o utilizar esa información -de verdad y por fin- en contra de quienes siempre han jugado en contra de nuestros intentos por ganar más democracia.






[i] Swartz fue encontrado muerto en su departamento de Crown Heights, Brooklyn, el 11 de enero de 2013. Se declaró que se había ahorcado. Si era condenado por los 13 cargos que contra él presentó el gobierno de los Estados Unidos, Swartz, debía pagar 4 millones de dólares en multas y cumplir más de 50 años de prisión. La familia y la pareja de Swartz crearon una página web en la cual publicaron: "Usó sus prodigiosos talentos como programador y tecnólogo no para enriquecerse, sino para hacer Internet y el mundo un lugar más justo y mejor".

sábado, 29 de noviembre de 2014

Programa SF 136 - Adela Segarra y Araceli Ferreyra - 29 de Noviembre de 2014


Mujeres.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 29 de noviembre de 2014

Fue hace tirando a poco. Pero en la dimensión de tiempo con la cual se mide el crecimiento de la cultura democrática, parece haber sucedido hace cientos de años. “Tras una riña con Monzón, murió su mujer. Alicia Muñiz cayó de un primer piso luego de una ruidosa pelea con el ex campeón mundial, quien también se tiró al vacío y resultó con fracturas múltiples”. Leíamos esto en la tapa del principal diario de la Argentina el 15 de febrero de 1988. Adentro, la cosa no se ponía mucho mejor: “La mujer de Monzón murió tras reñir con su marido”, decía el título que, supuestamente, explicaba la noticia. Dos notas más acompañaban la edición: “Un campeón incomparable” y “A trompadas con el amor”.

Es decir, un hombre -con lo que corporal y físicamente eso implica- campeón de boxeo, para más, pelea (según estas construcciones semánticas pero, sobre todo, político culturales) en paridad con una mujer, con lo que corporal y físicamente esto implica.

Como consecuencia de esa “pelea entre iguales”, la mujer muere. Ella. No es que alguien la asesina. La mujer es quien lleva adelante la acción de perecer. Y, luego, como si ya con esto no tuviéramos suficiente, nos explican que él era un hombre sufriente, que se llevaba a las patadas con el amor. Pero nos recuerdan, nos recalcan, que se trataba de un campeón sin igual. Particular construcción.

Cinco años habían pasado desde que la Argentina había retornado a la democracia, pero poco de ella había aún en el país. Cinco años con las asonadas militares al tope de las preocupaciones; los problemas de género no eran aún de agenda local. Había que lidiar con el enano fascista y sacudirnos el polvo de los valores dictatoriales. Pero no era solamente eso: 2000 años de patriarcado hacían lo suyo también.

Aún hoy, con algunos sigue sin irnos demasiado mejor. Hace poco –y esta vez con el crecimiento de la cultura democrática jugándonos a favor- todavía seguía costando. Fue en 2008 que escribieron lo que les voy a contar. “A 20 años del crimen de su esposa”, mejoraba la titulación el canal 26 en su versión on line, pero caminaba al filo de meter la pata hasta el anca: “Monzón, de la fama al ocaso: la trágica muerte de Alicia Muñiz”, decían en la presentación. “El campeón de boxeo fue acusado de homicidio ya que tras una fuerte pelea con su mujer le apretó el cuello hasta que quedó inconsciente y él la tiró por el balcón”. Bien, dice una. Queda entonces claro que, pese al amor popular por el ídolo deportivo, no queda más que reconocer que con intención o no cometió femicidio. Hubiera sido lindo dejar ahí la lectura. Porque la nota sigue. Sigue y justifica, excusa y hasta disculpa: “Así lo narran los hechos –continúa la crónica-. Pero él lo negó ante la Justicia y adujo que fue una fatalidad”.

Hasta hace poco lo sabíamos sólo los periodistas. Hoy casi cualquiera tiene la vista entrenada -porque la semiología se ha vuelto saber popular para defensa propia- y comprende que el pero es algo más que una preposición. Es el modo gramatical de arrancar con la justificación. Y si va al final de la frase no tiene más intención que dejarnos con eso último como idea fuerza. “Lo cierto es que Monzón le pegaba a sus mujeres y Alicia recibió la peor parte –sigue la nota. Ella fue para mí algo increíble. Ninguna otra mujer podrá marcar a fuego mi corazón como ella lo hizo”. Traducción: Monzón tenía un inconveniente. Él, no las víctimas, según escriben. Golpeaba a quienes amaba porque tenía un problema. Y frente a tanto amor, más trompada. “Años después, a poco de cumplir su condena, la tragedia lo volvería a sorprender”, dice casi al final este relato periodístico. Y lo dice así porque supone, presupone, que el asesinato de su esposa no fue para este hombre otra cosa que una sorpresa, una sorprendente calamidad.

Un año después de este texto, el Congreso puso más palabra y volumen político al tema. Una especie de BASTA de neón se encendió en el digesto de las reglas sancionadas. Llevó por número el 26485 y se llamó: “Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres”. Aburrido, de tan obvio. Necesario, de tanta colonización cultural.

Se establecieron allí, en el artículo 5°, para más detalle, cinco tipos de violencia. Cuatro, híper trabajadas en la legislación argentina: la violencia física, la sexual, la psicológica y la económica/patrimonial. Pero le agregaron la simbólica y la mediática, “que a través de patrones estereotipados, mensajes, valores, iconos o signos transmita y reproduzca dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de las mujeres en la sociedad”. Una novedad, para los marcos normativos de las relaciones de dominación perpetuadas por una organización patriarcal.

No es ni siquiera nuestro -de las mujeres quiero decir- esto de notar y hacer notar que hay un tipo de violencia sutil, escondida, tramposa. Pierre Bourdieu fue uno de los que se refirió a la cuestión. Él estableció la dominación masculina sobre las mujeres como un ejemplo paradigmático del tipo de violencia que se ejerce en nombre de un principio simbólico que es conocido y admitido tanto por el dominador como por el dominado. Es “sutil” y en ocasiones hasta “invisible” y tiene la particularidad de ser el sostén de otros tipos de violencia. Básicamente porque naturaliza y refuerza hábitos de sumisión.

Suelen hacernos muecas algunos y algunas que no terminan o de entender o de ser conscientes de sobre qué cosa va el problema. “Otra vez con la cantilenita feminista”, dicen o sugieren con ese gesto tan característico de quienes ni osan asomarse a comprender. Pues, para ellos, van aquí algunos datos, de los duros, como decimos en periodismo, a ver si les pegan: en los medios, 76% de las personas sobre las que hablan las noticias son hombres. 46% de las notas refuerzan estereotipos de género y sólo 13% de las noticias tienen a mujeres en rol central, aunque, claro, lamentablemente en la mayoría de los casos, somos nosotras las protagonistas porque una de las nuestras fue o golpeada, o asesinada o violada o ultrajada o pide a gritos que les devuelvan a sus hijos. Un tipo de protagonismo noticioso que preferiríamos no poseer. ¡Ah! Y por si algún/alguna anda completamente perdido en la temática. De la violencia de género se dice que es patriarcal por una razón bastante sencilla: en el 95% de casos, la víctima es mujer.

Uno de los sopapos que más me dolió vino de un hombre. Un hombre periodista. Y también fue en 2009: “La fábrica de hijos”, tituló. “Conciben en serie y obtienen una mejor pensión del Estado”. Humillante, dolorosa, escalofriante. Increíble. Pero el knockeo viene en ese envase: de género y de clase. Ser mina es difícil. Pero ser mina y ser pobre… Ni Clarín te lo perdona.

Me cae bien cuando lo explica Aníbal. Fernández, ¿qué otro? Tiene yeca, barrio, y el modo arrabalero y provocador, sacude. Y por eso es eficaz. Hace unos días se lo dijo a Baby Etchecopar, sobre el aborto y en tele: “yo si tengo que levantar la mano, la levanto y voto a favor”. Dos veces. Lo reiteró. Quizás sea porque es verdad que se conmovió.

Mariana Carbajal, la periodista, la militante incansable por el derecho al aborto seguro, en su libro lo cuenta así: “El (entonces) jefe de Gabinete se definió como “un tipo de fe”, “católico” y dijo que “desde el punto de vista dogmático” está “absolutamente en contra del aborto”. “La verdad –afirmó—es que no hay nadie en el mundo que esté a favor del aborto como concepto. El tema es que la casuística obliga a todo el mundo a pensar en eso”. Contó que siendo intendente del partido bonaerense de Quilmes le tocó conocer muchos casos de mujeres (pobres ellas, por supuesto) que caían para practicarse un aborto en manos de “hijos de puta” que “por tres pesos las hacen pedazos” y “encima las tenemos que denunciar para penalizarlas”. A “todo esto hay que encontrarle una solución”, consideró. Y anunció que “voy a trabajar de cualquier manera”, a pesar que el tema “colisiona con mi dogmatismo”, para que “este tipo de bestialidades que se cometen y que padece nuestra gente y que tiene que ser resuelta, encuentra la mejor forma. Y a la mejor forma que encuentre, voy a sumarme”, se comprometió.

Porque de las 100 mujeres que mueren por año por abortos inseguros, casi todas son pobres. Pobres y, por supuesto, minas.

En la Argentina, entre 450 y 500 mil es la cantidad de abortos clandestinos que se practican. Las que tienen con qué pagar (tenemos) no morimos. Pero quienes no, tienen altas posibilidades de pasar a formar parte del espantoso primer lugar en los casos de muertes maternas: hay 300 casos, dicen los números más confiables, por año y un tercio es por abortos mal practicados.

En febrero de 2013 supimos de una niña riojana de 12 años que tuvo mellizos y de su hermana de 14 que era madre de un bebé de meses. ¿Esas niñas sabían qué tenían otras opciones? ¿Alguien se las había acercado?

El asesinato de la joven chilena nos hiela la piel. Y Noelia y Melina y Ángeles suenan como maldiciones sobre el sueño de un futuro feliz para las niñas y las jóvenes de por aquí. ¿Por qué sigue costando llamar femicidio al crimen contra mujeres? ¿Por qué aún no es posible que esas muertes ingresen al respetado olimpo de los crímenes de primera categoría, ese que los enjutos periodistas llaman “inseguridad”? ¿Por qué el representante más circunspecto de ellos cuando se refiere a las puñaladas sobre el cuerpo de una joven sigue diciendo “crimen pasional”? La tele se ha ocupado de que la boca carnosa de Melina y las minis de Noelia ocupen más espacio que la aberración de su crimen.

Juan Carlos Volnovich es un reconocidísimo psicoanalista. Es varón, pero es de los feministos que acompañan la lucha de las mujeres. Y en este debate en que estamos metidos, la pifiamos fiero si no hacemos un hueco, en este contexto de discusión sobre los derechos, y sobre la violencia hacia las mujeres, al elemento político que ronda silencioso: el que, como él la llamó, tengamos una “Presidenta sexy”.

En un brillante artículo sobre la cuestión, Volnovich dijo: “En el momento de jurar como Presidenta, Cristina anticipó que, seguramente, a ella le iba a resultar más trabajosa su función por el hecho de ser mujer. No pudo avizorar, entonces, hasta qué punto la presidencia iba a convertirse en una misión imposible. No sólo por su condición de mujer. No por victimizarse detrás de una identidad devaluada, sino por ser mujer a su manera. Mujer sin atenuantes que ejerce sin atenuantes el Poder. Hay en eso algo más que una cuestión de estilo. ´Mujer sexy en el máximo poder de la Nación´ es un problema de estructura. Esa característica despierta un plus de odio. Se vuelve insoportable. De modo tal que esa ira visceral no se explica sólo como reacción a una política equivocada o respuesta indignada por la desilusión o la defraudación, no se agota en las razones. Lo insoportable se funda en la evidencia de una mujer sexuada que ejerce el Poder sin disimulo: que no apela a los estereotipos maternales que pudieran dulcificar su gestión. En ella, ese amor hacia los hijos no se vuelve virtud pública. Cristina renuncia a una abnegación que bien pudiera aligerarla y, así, toma distancia de un modelo Bachelet o de un modelo Angela Merkel, tan protectoras, ellas; tan maternales, tan trajecito sastre, tan antídoto contra la lujuria. Lejos de instalarse en el camino de una reina madre, de una reina virgen, elude ese otro prejuicio patriarcal que supone a las mujeres tontas pero sabias para la intriga y, sobre todo, expertas en el usufructo vicario del poder masculino”.

“De modo tal que no son los enemigos los que cuentan. Después de todo ¿qué político no tiene enemigos, adversarios, contrincantes? Pero esa ira irracional que le hace perder la compostura a la gente ´bien´, ese exceso de indignación, ese ´no me la banco´, ´no la soporto´, ´la detesto´, viene de otra parte. Ese plus de odio habita en aquellos que se sienten agraviados, testigos involuntarios de valores mancillados. Son las consecuencias, inevitables, de una estructura patriarcal resentida en sus cimientos cuando una mujer sexy, no madre, no puta, no macho, nada tonta, se ubica en la punta de una pirámide jerárquica”.

¿Oyeron? Mujeres sexy, no madres, no putas, no machos, no tontas. Mujeres que se acompañan y que se siguen. Mujeres que se deciden y deciden. Mujeres que protegen a sus pares más vulnerables. Mujeres que saben que otras de las suyas fueron asesinadas por su misma condición. Mujeres que quieren aborto seguro, legal y gratuito para no tener que abortar. Mujeres en zapatillas o mujeres con taco. Mujeres que dicen que sí. Y mujeres que saben que cuando dicen que no, es no.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Programa SF 135 - Hugo Cañón y Daniel Cabezas - 22 de Noviembre de 2014


Periodismo de infantería.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 22 de noviembre de 2014
No es menos brutal que lo del ex teniente coronel Anselmo Pedro Palavezzatti porque lo haya dicho un presidente estadounidense y en plena conferencia de prensa. El ex militar fue, quizás, más burdo, más rústico, cuando en ese intento autoexculpatorio frente al Tribunal 1 de La Plata contó que con el diario El Día de La Plata trabajaban codo a codo para oler el clima de la calle, el estado de ánimo, respecto de la dictadura. Estaba siendo juzgado y contó que, juntos -uniformados y diario- hacían “un tipo de encuesta en la vía pública, de forma reservada. Eran informales. La gente no sabía que era una actividad de inteligencia. Se las encargábamos a El Día porque los diarios saben de esas cosas cotidianas”. Fue brutal y puso al periódico en un problema. Pero sigue la misma línea –porque no es una casualidad sino un plan sistematizado desde lejos en la geografía y en el tiempo- que lo de Dwight Eisenhower. “Nuestro objetivo en la guerra fría –sostuvo el entonces mandatario- no es conquistar o someter por la fuerza un territorio. Nuestro objetivo es más sutil, más penetrante, más completo. Estamos intentando que el mundo crea nuestra verdad. A los medios que vamos a emplear para extender esa verdad se les suele llamar guerra psicológica. No se asusten del término. La guerra psicológica es la lucha por ganar las mentes y las voluntades de los hombres”.
Un eslabón está encadenado al otro: el Manual de operaciones psicológicas de los militares argentinos –tomado de otras experiencias de conquista, colonización e infiltramiento-, es decir, la preparación del terreno para, primero, construir al enemigo, luego hacer silencio frente a la muerte y tergiversar o fraguar la información existente y, por último, justificar los hechos una vez conocidos. Ahí hay un poco de Consenso de Washington, otro tanto de Escuela de las Américas y bastante de la actividad de Francia sobre Argelia. En paralelo, por supuesto, con el crecimiento de penetración de los medios en el mundo.
2014 viene siendo –y todo indica que finalizará del mismo modo- un año bisagra en este tan arduo trabajo de comprender que la labor de los medios argentinos durante la dictadura no se limitó a apropiarse de empresas del Estado para quedárselas para sí y obtener de este modo la piedra basal del imperio posteriormente construido. No terminó en entregar a las garras de los ejecutores de los asesinatos a líderes obreros. No finalizó en denunciar a periodistas que se habían atrevido a denunciar(los). Su trabajo de sociedad y participación fue mucho –al decir de Eisenhower- más sutil, más penetrante, más completo: fueron la avanzada en la guerra por nuestras mentes. Y es en 2014 cuando especialmente dos acontecimientos ponen sobre la mesa prueba, testimonio, accionar judicial y condena.
El primero de los ejemplos lo contaremos a través de la pluma de la revista MU. Porque estuvo rigurosa y hermosamente relatado allí:
“El momento más denigrante del periodismo argentino tiene fecha: setiembre de 1979. Fue cuando la dictadura desplegó en los medios los servicios de la agencia multinacional Burson Marsteller. Pagó 1 millón de dólares para que le diseñaran una campaña que neutralizara la primera visita de una comisión internacional dispuesta a investigar las denuncias por violaciones de derechos humanos. Se sabe hoy que a Burson Marsteller le corresponde el copyright del inolvidable slogan “Los argentinos somos derechos y humanos” que el entonces ministro del Interior, Albano Harguindeguy, mandó imprimir en 250.000 calcomanías autoadhesivas. Lo que no se sabe aún es si esta historia de Thelma Jara de Cabezas hay que leerla en el contexto de esa campaña y como una de sus mentiras más exitosas y perdurables”.
“Thelma es una princesa guaraní. Nació en Corrientes, se casó en Ushuaia, parió a sus 2 hijos en Buenos Aires y regresó al fin del mundo hasta que dijo basta. Desde entonces, se radicó en Carapachay, donde crió a sus varones, sola. Trabajaba de asistente dental. Era activa, moderna, decidida. Los 70 la encontraron sin tiempo para la política, pero alentando a sus hijos a volar tras sus sueños. El mayor, Daniel, se fue a México a estudiar cine. El menor, Gustavo, comenzó a participar en Montoneros. El 10 de mayo de 1976 lo secuestraron en un operativo callejero. Había militado sólo seis meses. Tenía 17 años”.
“La desaparición de Gustavo convirtió a Thelma en una de las fundadoras de Familiares, la primera organización de derechos humanos nacida en plena dictadura. Thelma fue secuestrada el 30 de abril de 1979 en la puerta del Hospital Español, en plena Capital porteña. Había ido a cuidar a su ex marido”. La agarran de los pelos en plena calle, la suben a un auto y la llevan a la ESMA.
“Vieja de mierda, hablá”, era la palabra que mediaba entre uno y otro maltrato físico. Y el insulto salía de boca de ´Marcelo´, el represor que la torturó, que la siguió por el mundo cuando ella buscaba apoyo internacional para rescatar a su hijo y quien estaba en la otra mesa de ese bar en que el periodismo argentino cometió una de sus más horripilantes bajezas. Marcelo es Ricardo Miguel Cavallo, quien desde el 26 de octubre de 2011 cumple prisión perpetua.
“Fue el inefable José Alfredo Martínez de Hoz –sigue la magnífica crónica de MU”- el que recomendó a la Junta Militar contratar los servicios de la agencia internacional Burson Marsteller para contrarrestar las denuncias que en foros y prensa internacionales lograron difundir Madres y familiares de desaparecidos. Su mano derecha, Walter Klein, por entonces titular de Coordinación y Planificación Económica, fue quien viajó a Nueva York para reunirse con Víctor Emmanuel, el responsable de la ´cuenta´ argentina. Emmanuel admitió su participación en el diseño de la campaña en una entrevista que le realizó la investigadora Marguerite Feitlowitz y que publicó en su libro A Lexicon of Terror, de 1998. En esa entrevista, Emmanuel justifica: ´La violencia era necesaria para abrir la economía proteccionista, estatista´ de Argentina”.
“De aquella época en Burson Marsteller solo queda hoy el octogenario fundador, Harold Burson, quien en una reciente entrevista explicó cuál es la especialidad de su empresa: ´Una agencia de publicidad compra espacios en los medios para dar un mensaje directo. Nosotros nos dedicamos a generar espacios de influencia. Ya sea a través de personas o de medios. Nuestro objetivo es narrar la historia de nuestros clientes de modo de imponerse sobre sus críticos y que las cosas se miren desde nuestro punto de vista´”.
“El mismo día que llegó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a Buenos Aires, la revista Para Ti publicó en tapa el falso reportaje titulado ´Habla la madre de un subversivo muerto´. Cinco páginas, varias fotos y un argumento: una Madre desacreditaba las denuncias de las Madres´. La habían llevado a una peluquería, le compraron ropa y la trasladaron a la confitería Selquet”, en Nuñez, para la nota. Firmó Eduardo Scola y Tito La Penna tomó las fotografías. Ambos declararon como testigos en la causa sobre el delito de esta entrevista fraguada. Thelma no supo qué habían hecho con ese reportaje mientras estuvo secuestrada ni hasta mucho tiempo después de ser liberada. Se enteró el 7 de diciembre de 1979.
Daniel, su otro hijo había vuelto a la Argentina en el marco de la denominada contraofensiva. Fue detenido y en la puerta de la cárcel mientras ella hacía fila para verlo, un familiar de otro detenido le gritó “Traidora”. La nota de la revista Para Ti había cumplido su cometido.
Burson Marsteller siempre fue eficiente. En 2013 fue nombrada Agencia Latinoamericana del Año por la publicación especializada en marketing The Holmes Report.
La primera denuncia contra Para Ti, la familia –vueltas de la vida, patrocinada por Alberto Fernández- la presentó en 1984, pero las leyes de obediencia debida y de Punto Final archivaron la demanda. Décadas y cambio de políticas después en el juzgado de Sergio Torres no sólo prosperó la denuncia contra el directorio de Editorial Atlántida, sino que la causa se convirtió en la punta del iceberg. Apelaciones mediante, el periodista Agustín Botinelli pudo eludir varias indagatorias hasta este año cuando luego de hablar fue procesado el entonces editor responsable de la publicación. “Es la primera vez en Argentina que un periodista, que fue parte del aparato de encubrimiento, del operativo de inteligencia y de acción psicológica de la represión, es procesado”, indicó el abogado Pablo Llonto, representante legal de Thelma Jara.
Quien no faltó a ninguna de las dos indagatorias fue Vicente Gonzalo Massot. El 20 de noviembre -luego de que la cita debiera ser pospuesta por una triquiñuela del juez que tuvo antes la causa, Santiago Ulpiano Martínez, contra Álvaro Coleffi, quien actualmente la lleva adelante- a las 7 de la mañana, el dueño de La Nueva, como se llama ahora La Nueva Provincia, llegó con la altivez y elegancia de siempre a Lamadrid 62, donde funciona la Secretaría de Derechos Humanos del Juzgado Federal local. Se encontró allí con su abogado Rubén Diskin.
Massot está acusado de integrar “junto con los mandos militares una asociación ilícita con el objetivo criminal de eliminar un grupo nacional”, para lo cual habría contribuido desde sus medios “de acuerdo a las normativas y directivas castrenses y en cumplimiento de tales órdenes”. Está imputado como coautor del homicidio de los obreros gráficos Enrique Heinrich y Miguel Ángel Loyola, “instigando, determinando, prestando aportes indispensables para su concreción material y encubriendo a sus autores inmediatos” y haber efectuado “aportes esenciales”, que “consistieron en el ocultamiento deliberado de la verdad” en los secuestros, torturas y homicidios de 35 personas. En criollo: acción psicológica y autoría intelectual o complicidad en asesinatos.
Dentro de las oficinas, Massot hizo lo mismo que la vez anterior. Hizo la puesta en escena acerca de que la “memoria de mi madre no será mancillada”, pero volvió a tirarles todo el balde de lodo a la difunta Diana Julio de Massot y a su fallecido hermano Federico: “Ellos manejaban todo”, se defendió. Parece práctica acordada. La famosa periodista Renée Sallas, quien se cansó de firmar en Atlántida notas panegíricas de los personajes de la dictadura, cuando fue citada a declarar en la causa Jara, no hizo otra cosa que culpar de todo a uno de los Vigil, al muerto.
Massot está judicialmente complicado: se mantuvo en lo suyo, pero la prueba documental hallada y procesado entre la primera y esta indagatoria lo complica notablemente. Como lo explica con la precisión de siempre el periodista Diego Kenis en su nota de la agencia Paco Urondo: “el empresario no logró rebatir documentos hallados en el curso de la investigación e incorporados a la causa poco después de su declaración de abril. Los más contundentes son los que pertenecen al archivo contable de la empresa, secuestrados en el allanamiento del 8 de ese mes y analizados por la Oficina de Investigación Económica y Análisis Financiero (OFINEC), que el 25 de abril concluyó que el imputado se desempeñaba ´en forma permanente´ en el diario en 1976 y que cumplía el rol de editorialista, de los principales en su estructura periodística. Además, en los archivos consta que entre septiembre y noviembre de ese año tuvo ´asistencia completa´. Los datos desmienten no sólo su ausencia de la ciudad en 1976 sino también sus afirmaciones respecto a que recién en 1977 comenzó a trabajar en la empresa familiar.
En el caso específico de los obreros gráficos asesinados, a ese corpus se agregan un poder firmado por su madre que certifica que a Massot le fue encomendado en 1975 ´todo trato con el personal´ en conflicto con la patronal y una decena de actas notariales que avalan que los encuentros con los delegados gremiales no fueron excepcionales, como pretendió explicar el 18 de marzo en una declaración de carácter espontáneo, sino frecuentes”.
En el mismo momento en que Massot caminaba arrogante hacia el despacho del juez, el propio Coleffi se enteraba, “casualmente” a través de LU2, la radio de Massot, que el magistrado Martínez lo había denunciado penalmente por la filtración al programa La Brújula de Bahía Blanca de las escuchas de la causa contra Juan Suris, este supuesto narco ex novio de la vedette Mónica Farro. La Cámara ya había hecho un movimiento sospechoso: habían corrido a Coleffi –un cuadro judicial de 20 años de actividad en el área penal- al ámbito de las causas tributarias. Se olía que Coleffi había empezado a molestar al establishment bahiense, aunque no sólo. Es decir, desde el entorno del juez que acusaba a otro de filtrar información a los medios, filtraban a LU2 el dato de la denuncia penal a un magistrado que empezó a ser molesto por eficaz.
Inevitable pensar en los teros, que chillan en un lado, pero lo que les importa es lo que está en otro. Suris + Fariña=Lázaro Báez, dice la lógica lanatesca. Las filtraciones a los medios empezaron en enero, pero preocupan recién cuando Massot está a punto de ser procesado.
Todas las fuentes confiables de la justicia bahiense (pocas) dicen que Coleffi se puede animar. Tienen razones para ser tan categóricos. Mientras otros dilapidaron tiempo, él buscó al ex capellán Aldo Vara (quien confesó que recomendaba a los cadetes del Ejército no contar nada sobre las sesiones de tortura), imputado por delitos de lesa humanidad, hasta debajo de las baldosas. Trabajó con Interpol y lo encontró. Estaba en Paraguay y desde allí lo trajo para acusarlo. Había estado ocho meses prófugo gracias a la cobertura brindada por la jerarquía eclesiástica, la que le hacía llegar los cheques de su sueldo como cura gracias al arzobispo bahiense Guillermo Garlatti. Coleffi, además de hallar a Vara hizo otro movimiento: indagó y procesó a Garlatti. Jaque a la iglesia de la dictadura. Parece que para los poderes civiles, este juececito ya había ido demasiado lejos.
Los detalles y vericuetos los cuenta bien el periodista de Página 12 Diego Martínez, otro obsesivo de una movida jurídica de la que no todos, lamentablemente, terminan de comprender su importancia política: “La denuncia por encubrimiento la formularon los fiscales José Nebbia y Miguel Palazzani al día siguiente de la captura de Vara, luego de certificar en la curia que nunca había dejado de cobrar su jubilación. El juez subrogante Santiago Martínez había dejado pasar una semana, delegando la causa en el fiscal Antonio Castaño y diez días después de la denuncia autorizó el allanamiento al arzobispado. Ante la licencia de Castaño, lo reemplazó el fiscal Alejandro Cantaro. Ambos fiscales insistieron sin suerte con los pedidos de indagatoria ante Martínez, que también se tomó licencia. El lunes lo reemplazó Coleffi, quien analizó las pruebas acumuladas y de inmediato fijó la fecha de las indagatorias. Mientras Martínez disfrutaba de las Rutas del Vino en España con otros colegas de la justicia bahiense, Coleffi ubicó a Vara y tomó medidas contra el arzobispo”.
Martínez ha sido uno de los jueces que más obstruyó el avance de las causas de lesa humanidad con imputados civiles. Estos días se hizo un poquito más famoso por procesar al periodista Germán Sasso, director del portal La Brújula, el que puso al aire las escuchas en Bahía que ya en el verano repetía hasta el cansancio TN.
A este magistrado le gusta el rugby y la buena comida. Hasta ahí, sólo se lo puede acusar de sibarita. Pero los organismos de DDHH de Bahía Blanca no se detienen en eso, sino en que siempre ha demorado las investigaciones sobre delitos de lesa humanidad.
Como indica la crónica de Infobae, Martínez es “egresado de la Universidad de Buenos Aires, ingresó a la Justicia en 1981, en plena dictadura, como auxiliar en el Juzgado Nacional en lo Civil Nº 22. Su protector fue el ex juez federal Luis Armando Balaguer, condenado a prisión por varias estafas y falsificación de documentos. En 2009 pasó de secretario del juzgado federal 2 a juez subrogante en el 1. Ese Juzgado tiene fama de beneficiar a represores desde que en los 70 su titular era Guillermo Madueño, quien llegó a estar preso por su rol durante la dictadura, luego de que estuviera prófugo. Alcindo Álvarez Canale, el predecesor de Martínez, también renunció en medio de denuncias por complicidad con represores, y se tuvo que apartar en la causa que investigaba a la Armada luego de que denunciaran que su esposa fue personal civil de esa fuerza en los años de plomo”.
Martínez fue cuestionado, además, por negar la imputación de 70 militares acusados de cometer delitos sexuales durante la dictadura, por posibilitar la fuga del coronel retirado Carlos Alberto Arroyo, por favorecer a Vara y por rechazar los pedidos de indagatoria a Massot y al fallecido jefe de redacción en los 70, Mario Gabrielli.
Pero el CV de Martínez no termina allí. Hasta la Presidenta se refirió a este juez: vía twitter, Cristina Fernández lo fustigó duro –y con razón- cuando otorgó una cautelar al grupo Clarín para que la AFSCA no pudiera llevar adelante la reorganización de la grilla. Y, memoriosa como es, recordó que fue él quien rechazó el pedido de extradición que Francia había hecho para juzgar a Alfredo Astiz por las desapariciones de las monjas Leónie Duquet y Alice Domon.
Ahora, la última jugada de la que participa Martínez es su denuncia penal contra Coleffi para quebrarlo y para que no avance en la causa Massot. El otro pedacito del andamiaje es que de los expedientes que tenía Coleffi se ocupe una jueza que no tiene la más mínima experiencia profesional en delitos de lesa humanidad: Ana María Araujo, hija de Ricardo Araujo represor de la Armada con procesamiento firme por casi 60 crímenes y al borde del juicio oral y, para más pornografía en la operación, cuidadora y responsable del detenido.
Hay algunos que somos paranoicos y conspirativos. Pero es porque tenemos enemigos y porque la realidad pone en evidencia la conspiración. No hay que ser muy astuto para darse cuenta de que este movimiento de tentáculos implica acorralar a un juez para debilitarlo y que sus opciones sean o hacerse a un lado y no procesar a Massot o atreverse y que se agilice una denuncia en su contra que puede correrlo de la vida judicial.
Como diría Rodolfo Walsh en su magnífico Rosendo, la “historia superficial” de lo que estamos contando es el procesamiento de un gris periodista de apellido Botinelli y la investigación que recae sobre bastante más poderoso y provocador Massot. Pero su “tema profundo” es el encadenamiento de complicidades, sociedades, amistades, lealtades y hermandades de los medios de comunicación más poderosos con lo más rancio de la dictadura; lo que es lo mismo que decir, la posibilidad de que recaiga sobre el verdadero poder algo del peso de la Justicia.
Tanto movimiento nauseabundo tiene una sola motivación: el periodismo de infantería empezó a ser acorralado y obligado a sentarse en el banquillo. Su tarea fue a largo plazo y engarzada con el resto de los poderes permanentes. Su objetivo no fue conquistar o someter por la fuerza un territorio. Fue más sutil, más penetrante, más completo. Intentaron que creyéramos su verdad. A los medios que emplearon para extender esa verdad se les suele llamar guerra psicológica. Y no hay que asustarse del término. Asustémonos por lo que hicieron y animemos a quienes pelean por sentarlos para que den cuenta de para qué y cómo trabajaron por ganar nuestras mentes y voluntades.