sábado, 29 de marzo de 2014

Programa SF 105 - Ernesto Alonso - 29 de Marzo de 2014


Remeras en tu corazón
Por Mariana Moyano
Editorial SF de 29 de Marzo de 2014

Fue el lunes 24 cuando las vi por primera vez. Justo un 24 de marzo. Justo éste 24 de marzo, cuando la consigna de convocatoria a la manifestación –Democracia o corporaciones- empieza a darle cabal dimensión al golpe, donde lo uniformado, las órdenes civiles, la participación judicial y eclesiástica y la guerra aparecen con claridad como parte de un mismo todo, divisible sólo –ya a esta altura lo sabemos bien- para quienes se resisten a salir de sus escondites y perder el privilegio que les da el anonimato.
Yo no sabía de su existencia. Corrijo: conocía la frase a la perfección; la había visto escrita cientos de veces. Pero no tenía la más remota idea de que esa consigna estaba en los primeros lugares de la lista de deseos militantes de los pibes jovencitos de hoy que copan la calle, la parada y se yerguen como potencial trinchera de resistencia ante otros que se niegan, ya no sólo a ser invisibles sino a que lo construido se naturalice. Ante esos que batallan para que la AUH no se vuelva el aguinaldo; para que el Estado interventor y motorizante no sea tan habitual como gozar del derecho a vacaciones; para que las paritarias no se instalen como algo corriente como es la jornada de 8 horas. Es decir, para que los derechos conquistados sean lo obvio y que todo vuelva a ser puestos en discusión.
Esas dos pibas formaban parte de ese ejército de esperanzas que cuando uno los ve siento un poco menos de escepticismo frente al interrogante de qué pasará cuando ya haya pasado esto que nos pasa ahora.
Ellas no pasaban los 20 y llevaban puestas, las dos, remeras exactas: la prenda de un color celeste rabioso –recién estrenadas, era obvio; primera puesta- y en letras blancas de imprenta mayúscula, la inscripción: “Fuera ingleses de Malvinas”. Y debajo de las letras, las islas. En blanco, esas dos figuras que han formado parte de tantos sueños y tantas pesadillas argentinas.
Me shockeó. Fue un encuentro de altísimo impacto. No porque no supiese que si algo tiene la argentinidad es el ideal de que esos dos pedazos de tierra vuelvan a vestirse de celeste y blanco; no porque no conociera que la mayoría sentimos el cuchillo entre los dientes cuando vemos a los Cameron, a las Thatcher y a los Blair tocar el “temita” de la soberanía y no porque no estuviera al tanto de cuánto no deportivo implica aún hoy el gol de Diego a los ingleses… Los… Los goles. Los dos. Porque uno no se cansa de ver ese en que esquiva a 5. Y uno, si es honesto y lo suficientemente maradoniano, debe reconocer que –a veces- más nos gusta, sobre todo a partir de que tuvimos la confirmación de la mano. Disculpen los políticamente correctos y los hiper fair play: los buenos muy buenos y los malos muy malos nunca ni fueron de mi agrado, ni me creí del todo su existencia real.
Bueno, les iba diciendo: me conmocionó. El gol, sí. Pero hablaba de las chicas.
A los que somos sub cincuenta –y aunque seamos maradonianos como para pensar que esos dos goles hacían a las islas más Malvinas y menos Falklands – la reivindicación tan expuesta y tan a los gritos de la soberanía sobre el archipiélago siempre nos dio un tantín facho. Nos sonaba a manifestación sin pero. Sin el pero de la guerra; sin el pero de los maltratos argentinos a los soldados; sin el pero del andarivel mesiánico; sin el pero de que a esa derrota militar le debemos gran parte de nuestra democracia; y sobre todo sin el pero de la dictadura.
Éstas que vi, las de las chicas que no pasaban los 20 pero que estaban ahí sin pasar de nada y precisamente porque nos pasa lo que nos está pasando eran, vamos a decirlo así, remeras sin pero, sin culpa, sin notas al pie. “Las Malvinas son argentinas, así que fuera ingleses de mi territorio”. Sencillito, Claro. Sin vueltas. Pero extrañísimo. Ajeno por completo para quienes quisimos levantar un poco la voz con el himno y nos mandaron a casita porque el nacionalismo a ultranza le pudo torcer el brazo al primer presidente de la democracia nueva y el liberalismo volvió a posarse en el sentido dominante.
Eran remeras que ponían indiscutiblemente de manifiesto, con una brutalidad desacostumbrada la distancia entre uno y otro momento de nuestro país; el abismo entre una Argentina y otra; el océano que separa aquella lógica dominante del sentir popular actual. Pocas veces me había ocurrido que de modo tan carnal además de cerebral, un concepto tan caro a mi vida universitaria y a las teorías de la Comunicación, me recorriera entera. La resignificación se me hizo materialidad.
Hay  tesis propias de nuestra disciplina, que cruzan psicoanálisis, historia y retórica y que le ponen exquisitez y detalle al significado de esa palabra. Pero en un lenguaje sencillo, resignificar es reinterpretar una situación tradicional, reconocida por casi todos, y hacer que adquiera un nuevo valor interpretativo, otro sentido, por, por  ejemplo, condicionamientos de un cambio de contexto.
Exacto. Matemático. Perfecto. De precisión quirúrgica.
Los clase 62 y 63, con el pecho hinchado por haber intentado extender los límites de la patria, obligados a revisar su amor por la bandera porque habían sido partícipes de la falsa patriada de un ejército pro yanqui; la generación siguiente (yo entre ella) exigidos por convicción y por historia precedente a sospechar de todo aquello que viniera vestido de celeste y blanco porque detrás venían las botas asesinas; y los de treinta y pico, moldeados bajo el cinismo de los noventas, burlones ante el mismísimo concepto de patria, no estamos acostumbrados a eso. Las ellos y los ellos que pasan caminando como si sus camisetas fuesen lo más natural del mundo parece que sí. Las dos pibitas de veinte, llevaban orgullosas sobre su piel la inscripción que, sin contexto resignificado, las hubiera llevado en otro momento, directo por el camino del fascismo nacional.
El pibe Trosko, ese persona/personaje de las redes sociales (y ya de los libros) escribió hace poco “Yo me banqué la democracia” y con su acidez y su humor oscuro de costumbre, dijo: “El corralito, el dopping positivo de Maradona, la visita de Fernando De la Rúa al programa de Tinelli, la presidencia de Fernando De la Rúa, Fernando De la Rúa, El 0-4 con Alemania, el 1-6 con Bolivia, el reality show de Jorge Mangeri, la muerte de Ricardo Fort, la vida de Ricardo Forster, diciembre del 2001, el 1 a 1, el Pacto de Olivos, Once, Castelar, el encarcelamiento de Camila Speziale, el motín en el penal de Sierra Chica, el penal de Sensini, los Premios Tato y los saqueos: todos sucesos acontecidos en Democracia. ¿Y si probamos un tiempito con la dictadura del proletariado?”.
El texto apareció en público el 11 de diciembre de 2013, o sea, a 30 años de la recuperación institucional. Me quedé pensando –era inevitable- en la intensidad de esos hechos. Cada uno es como un puñal, en costados más o menos frívolos, más o menos superficiales, más o menos urgentes de los dolores de la patria. Pero hay uno que parece liviano, ligth. Porque si algo pudo este otro persona/personaje es instalar que su mayor daño es haber sido aburrido. No represor, no ultraliberal en lo económico, no cercenador de derechos; aburrido. “La visita de Fernando De la Rúa al programa de Tinelli, la presidencia de Fernando De la Rúa, Fernando De la Rúa”.
Fernando De la Rúa tomó varias decisiones. Pocas aceptables. Casi ninguna a favor de las mayorías. Pero hubo una, en marzo de 2001, que celebré. Casi en soledad. Porque la mirada políticamente correcta de ese tiempo cuestionó con intensidad por haber sido dispuesta con el telón de fondo de la impunidad –otra vez- hacia los uniformados del genocidio. Se trataba del cambio del feriado del 10 de junio al 2 de abril. Inamovible, encima. Y por Malvinas.
Decía la crónica de Página 12 de esos días: “El 2 de abril volverá a ser feriado inamovible, como durante la última dictadura. La elección de esa fecha no es azarosa, ni sólo fruto de una ley del Congreso. Durante su gestión al frente del Ministerio de Defensa, Ricardo López Murphy en representación de las Fuerzas Armadas acordó con el Presidente Fernando de la Rúa ´elevar el rango del tema de las Islas Malvinas´ como una forma de compensar el impacto del repudio a los 25 años del golpe de Estado. El resultado fue la anulación del feriado del 10 de junio a cambio de la conmemoración del día en que las tropas argentinas desembarcaron en Malvinas, en 1982. (…)
“Una norma dictada el 28 de marzo de 1983 por el presidente de facto Reynaldo Benito Bignone, establecía al 2 de abril como ´Día de las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur”. Al año siguiente, poco después de asumir, el ex presidente Raúl Alfonsín derogó aquella disposición que, interpretó, reivindicaba las acciones de la dictadura. ´Memora un hecho cuya celebración resulta incongruente con los sentimientos que evoca´, señalaba el decreto presidencial de anulación. Y disponía también que volviera a ser feriado el 10 de junio, ya que ese día en 1833 Luis Vernet había sido nombrado gobernador de Malvinas. Se lo llamó ´Día de la afirmación de los Derechos Argentinos sobre las Malvinas e Islas del Atlántico Sur´.
El día del desembarco en Malvinas dispuesto por Galtieri no sólo vuelve a ser ahora feriado nacional, sino que entra en el grupo de los llamados ´inamovibles´. Es decir, junto con el 25 de mayo y el 17 de agosto, el 2 de abril pasa a ser una de las tres fechas patrias consideradas como más importantes. Esta vez con la denominación de ´Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas´”.
Era imposible no estar más de acuerdo con la perspectiva del diario. Pero, vaya a uno a saber por qué, yo le tuve fe a la modificación. No por delarruista, Dios no lo permita, sino tal vez por exceso de psicoanálisis y por la trosqueada nuestra de cada día. Esa mezcla de sacar todos los fantasmas con el cuanto-peor-estemos mejor- saldrán nuestras verdades hizo que lo celebrara en la intimidad y que les propusiera a mis estudiantes de la Facultad hacer un trabajo especial sobre Malvinas. Debían leer Los Pichiciegos, de Rodolfo Fogwill, y Malvinas, la trama de secreta, de Eduardo Van der Kooy, Ricardo Kirshbaum y de uno de los mejores tres periodistas que ha dado la Argentina: el querido y admirado Oscar Raúl Cardoso. Les expliqué la consigna mientras les entregaba a cada uno una copia impresa de los detalles del ejercicio. Sólo recibí caras de asombro, cierto fastidio e incredulidad frente al tema elegido. No podía hacerme entender acerca de lo que pensaba podía llegar a provocar ese mínimo gesto de cambio de feriado en otro contexto. Yo estaba fuera de época aún. Faltaba resignificación.
Y vino otro contexto porque vino otra política. Y algunos de que los antes se vestían de políticamente correctos dijeron que era lo mismo una presidenta constitucional que el Galtieri de uniforme tomando decisiones de facto en un gobierno ídem. Y la antes luminaria de la intelectualidad local desbarrancó al poner –junto con otros que firmaron a favor de Gran Bretaña sólo por oponerse al gobierno nacional- en primer plano a los kelpers y pasar de largo de reclamos que vienen desde 1833.
“La analogía de este tramo del pleito por las Malvinas con recorridos anteriores resulta inevitable. El más cercano, el más trágico, remonta a la guerra que en 1982 se desató entre la Argentina y Gran Bretaña (…) Sucede como sucedió en las vísperas de 1982, que tanto en la Argentina como en Gran Bretaña, existen ahora gobiernos que atraviesan enormes dificultades políticas. (…) Los Kirchner jugarán su proyecto en el 2011. (…) La dictadura que, entonces, comandaba el general Lepoldo Galtieri utilizó la escalada por las Malvinas para dar un golpe de timón e intentar salvar a un régimen que naufragaba. (…) Así como Thatcher se cruzó con la alocada impronta de la dictadura, Brown pareciera tener delante a una pareja presidencial, los Kirchner, que también intentan perdurar en el poder pero que han perdido el favor de la sociedad. (…) Si los Kirchner intentaran ocultar esa realidad con este pleito de Malvinas, estarían incurriendo en un gesto tan desesperado como vano”.
La barbaridad del columnista de Clarín es antológica: sugerir siquiera la comparación da asco. Y risa provoca el pronóstico. 54% es la respuesta ante el disparate; uno similar al de la intelectual vuelta vocera que no ahorró adjetivos: “Fetichismo y ceguera en Argentina”, tituló. “Cuando se reivindican las Malvinas se pasan por alto cuestiones nacionales más urgentes”, indicó. “Vivimos en el siglo XXI y ya no es posible pensar que una población puede ser objeto simple de decisiones ajenas. Los isleños son sujetos de derecho”, afirmó.
A ellos no es que les faltara resignificación. Simplemente carecen de brújula.
Porque lo que no entendieron es que algo pasó. Algo cambió. Algo se transformó. Algo viró.
Así como durante casi veinte años la Argentina tuvo que esconder Malvinas para poder digerir su dictadura, en la última década tuvo lugar un fascinante proceso de organización de nuestra propia historia reciente: pudimos unir, juntar la dictadura con Malvinas para poder separarlas; comprender cuánto de lo mismo -torturas en las islas como parte del plan sistemático del continente-  hubo en estos sucesos que deben considerarse en gran medida muy por separado.
Algo cambió. Algo se transformó. Algo viró. Y aparecen estas remeras en su corazón.
Esas dos pibas, que pasaban con sus camisetas porque pasa lo que pasa, estaban en ese fundamental y urgente ejercicio de resignificar. Pudieron porque hubo unión para poder desanudar. Hubo amalgama para poder desenredar.
Pensar a las órdenes con el frío; al mando, con los intentos de pactos de silencio; a los soldados estaqueados, con los centros de detención y exterminio; a los medios callados con el “estamos ganando”. Y ver cómo se trasladó la colimba a las islas: la denigración como metodología.
Por eso “Malvinas: democracia y soberanía” en la línea de “Memoria, verdad y justicia”.
Porque hay que resignificar. Para recuperarnos y recuperarlas, pero sobre todo para perder el miedo y poder hablar.

sábado, 22 de marzo de 2014

Programa SF 104 - Julio Cesar Urien - 22 de Marzo de 2014


“Los diarios saben de esas cosas cotidianas”
Por Mariana Moyano
Editorial SF del 22 de Marzo de 2014

"El 8 de febrero de 2014, el ex teniente coronel Anselmo Pedro Palavezzatti desplegaba su testimonio ante los Jueces del Tribunal Oral en lo Criminal Federal Número 1 de La Plata, en lo que se presuponía una instancia rutinaria.
“El militar estaba siendo juzgado por sus actividades en el Centro de Detención Clandestino de la Cacha, pero en esos momentos había preferido dirigir su memoria hacia tareas que, seguramente, le parecían más burocráticas y menos comprometidas: las que desempeñó como Capitán destinado al Destacamento de Inteligencia 101, un lugar que fue parte del núcleo duro de la estructura de inteligencia y de operaciones del Primer Cuerpo.

“En su declaración, voluntaria y pretendidamente auto exculpatoria, la banalidad del mal le jugó una mala pasada. Describió a su principal actividad como la de encargar al diario El Día, de La Plata, (y a la emisora estatal Radio Provincia) tareas de recopilación de informaciones para preparar sus informes de inteligencia.

“´Se hacía un tipo de encuesta mínima en la vía pública, de forma reservada. Eran conversaciones informales en la calle, en la cola del banco, etc. Esa gente no sabía que era una actividad de inteligencia. Se las encargaba a hacer a El Día, no era personal del Destacamento´, dijo en su exposición. El juez Carlos Rozanski buscó concretar la asombrosa información: ´¿O sea que el diario El Día hacia tareas de inteligencia para ustedes?´

La respuesta fue un intento por minimizar daños “No eran tareas de inteligencia. Eran encuestas para saber el estado de ánimo de la gente”, describió. Se trataba, explicó, “de saber cómo las decisiones de la Junta Militar influían en la población”.
“La frase con que el militar intentó redondear sus afirmaciones constituyó una síntesis magnífica: ´Los diarios saben de esas cosas cotidianas´”.

“Probablemente el entonces capitán Palavezzatti no supiera que lo que hacía por aquellos años -y que en su declaración intentó describir como una sencilla y gris rutina de ´guerrero de escritorio´- era una instancia clave de la doctrina de Acción Psicológica sistematizada y enseñada en el llamado Modelo francés” y que los uniformados galos reservaban como tarea especial para sus oficiales especializados.

“Los diarios saben de esas cosas cotidianas”, fue esa especie de nota al pie de Palavezzatti y que tan bien interpretada está en los párrafos precedentes, redactados por el director de la investigación Resistencias de Papel, de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata.

Desde la disciplina de la comunicación, esta afirmación sobre ese know how mediático, ese olfato para saber hacia dónde va (o hacia dónde es potencialmente posible llevar) ese humor social medio que pomposamente llaman “opinión pública”, tiene varias vertientes de análisis:

Uno: Cómo logran los medios invisibilizar sus intereses para naturalizarse ellos y las conductas que justifican o cuestionan.

Dos: Qué mecanismos llevaron adelante para que prácticas que lesionaban a la humanidad en su conjunto pudiesen aparecer como desligadas de intereses políticos y económicos concretos y pasasen como naturales o, al menos, inevitables.

Tres: Cómo pudieron durante tantas décadas quedar los medios de comunicación en una zona de supuesta neutralidad, de carencia de pretenciones, de inclinaciones y tendencias.

Desde el punto de vista de la política, los interrogantes son muchos más, pero hay uno obligatorio y necesario: cómo es que las sociedades permiten que se les haga todo aquello. Ocultamiento o incapacidad para ver serán dos potenciales respuestas, seguramente. Aunque, como escribió Emilio De Ipola: “ilustra el hecho de que la ceguera es una construcción intelectual y el autor responsable de esa ceguera es el propio ciego”.

Desde el punto de vista jurídico, se ha encontrado una fórmula para nombrar e, incluso, para responsabilizar a aquellos que no pusieron picana sino palabra para justificar la tortura. A los que, parafraseando a Theodor Adorno, cometieron ese otro enorme acto de barbarie de seguir escribiendo después de nuestros Auschwitz.

En ese rincón del poder Judicial, donde el pasado reciente no es un tomo de enciclopedia sino la razón viva de mucho de lo que nos ocurre hoy, se atrevieron a utilizar la fórmula de “acción psicológica”. El primero fue el valiente ex fiscal de Bahía Blanca y actual procurador contra la Violencia Institucional, Abel Córdoba. Así arrancó su alegato por aquellos días de 2012 cuando no parecía del todo posible que un diario y su cabeza más visible fuesen sentados en el mismo banquillo que quienes gerenciaron las desapariciones, el tormento y la muerte.

“Voy a empezar el alegato reproduciendo los términos de una pregunta que servirá para comprender algunos aspectos del sórdido contexto local del terrorismo de Estado y también la absoluta impunidad con la que actuaron estos ejecutores, a partir del accionar de las agencias de legitimación discursiva que operaban en ese entonces.

“El interrogante tiene estos términos: ´¿Qué esperan nuestros hombres de armas para reconocer que la Argentina vive un clima de guerra interna y para proceder en consecuencia sin contemplaciones ni concesiones?´. Esta pregunta la formuló el diario La Nueva Provincia en mayo de 1973.

Ya en aquel 73 se jugaba con esa “ficción de que aquí se vivía una guerra”, la misma que “hemos tenido que escuchar de los imputados en su intento de justificar los crímenes gravísimos por los que se los imputa", y que fuera “formulada a dos meses de las elecciones que habían llevado al gobierno a Héctor Cámpora, y 3 semanas antes de que éste asumiera”.

Se atrevía el fiscal en su alegato: “tras 7 años de gobiernos militares ya entonces el diario La Nueva Provincia -que por esos tiempos era, como sigue siendo, la usina ideológica de esta ciudad, y que monopolizaba los medios de comunicación- lo que le reclamaba a las FFAA integrada por muchos de los acusados aquí presentes es que procedieran”, “sin contemplaciones ni concesiones”.

“Tiempo después, el 24 de marzo de 1976 el diario de los Massot tituló ´Llegó el momento´, y entonces le indicó a estos ejecutores el modo en que tenían que hacerlo”, cuál era la manera de “proceder”. Y lo hicieron en estos términos: “´Nada de rodeos, ha llegado el momento de abandonar el profesionalismo aséptico y establecer la primera distinción fundamental en una política revolucionaria, distinguir el amigo del enemigo, y a la violencia destructora y asesina hay que responderle con una violencia ordenadora´. Así habló el medio, así el discurso legitimador. Así dijo el diario; ése, que como los otros, tanto “sabe de esas cosas cotidianas”.

“En esa misma edición de aquel 24 de marzo, La Nueva Provincia les indicó quiénes eran el objetivo de dicha violencia. Así, con estos textuales les señaló a quiénes tenían que aniquilar: ´Al aparato subversivo, al sacerdocio tercermundista, a la corrupción sindical, a los partidos políticos. (…) A esos enemigos se los (va) a destruir allí donde se encuentren, sabiendo que sobre la sangre redentora debe alzarse una segunda república´”.

Mesianismo de pura cepa eso que les permitía sentirse parte e intérpretes de un plan divino. Es conocida la frase de Acdel Vilas -ese pionero del terrorismo de estado que llegó a Bahía Blanca con la misión especial de “extirpar la infiltración marxista” de la universidad-. Es famosa y lamentable, pero fue dicha, reiterada y puesta en letra de molde: ellos eran el “Plan de Dios en la Tierra”.

“El juzgamiento que está en desarrollo –continuó Córdoba- es algo más que una acción particular o incluso excede lo que suelen ser los juicios orales en que se juzga un centro clandestino. Estamos juzgando una época, la más oscura que hubo. El accionar del terrorismo de Estado de los acusados supone la construcción del enemigo (…) El trasfondo que une y que identifica a estas víctimas como el enemigo está configurado a partir de su legitimación discursiva. Las operaciones de acción psicológica quedan comprobadas y quedan descartadas las acciones inocentes de informar. La acción psicológica fue el vehículo de La Nueva Provincia de imposición de terror a la población”.

Gracias a que a un recoveco del poder judicial bahiense le pareció que había que hincar el diente, aunque –o precisamente porque- los diarios tanto supieran de “esas cosas cotidianas”, el caso, la presentación, no quedó en estas memorables palabras del fiscal. Los jueces se atrevieron a dar un paso más: “El discurso legitimador de la masacre establece una lógica binaria, por la cual se está con ellos o se está en contra de ellos, de manera que cualquiera que cuestione su accionar o simplemente lo ponga en duda pasa a formar parte de las filas del enemigo por cómplice o encubridor”, sostuvieron.

“El medio periodístico La Nueva Provincia –sentenciaron- y sus informaciones relacionadas con el supuesto accionar subversivo coadyuvó a esa lucha mediante una acción sicológica propalando informaciones que no se ajustaban a la realidad de los casos”.

Se abrió otro carril, se agrandó la hendija y mucha luz del sol –el mejor desinfectante, como les gusta decir a algunos- ingresó a los pasillos del casi siempre gris y cerrado Poder Judicial. Y hubo más fiscales. Y hubo más palabra:

-“Las personas imputadas, utilizando un medio de difusión (el diario La Nueva Provincia) integraron junto con los mandos militares (Ejército y Armada) una asociación ilícita con el objetivo criminal de eliminar un grupo nacional.

-Se trata de “una modalidad delictiva que no ha sido demasiado explorada en los juicios que por delitos de lesa humanidad se llevan a cabo en todo el país.

- “La actividad delictiva desplegada por La Nueva Provincia se disfrazó bajo el ropaje de la actividad periodística. Encontramos aquí el rol estratégico cumplido por La Nueva Provincia y afines; de esa ´creación del estado mental´.

Contundente, preciso y claro. Así le pareció al Tribunal y Vicente Gonzalo Massot tuvo que llegar a las 6 de la mañana del 18 de marzo a los Tribunales. Para esconderse, paradójicamente, de los medios de comunicación que querían cubrir cómo iba él a llegar a declarar como imputado este día a las 10: 15. Él, cuyo diario tanto sabía de “esas cosas cotidianas”.

No es común. No es nada corriente, que esos de traje y dinero; de apellido y poder ingresen al Palacio Judicial no tanto como dueños sino como sujeto a acusar. Aún hoy la noción de lo civil como parte de la estructura del poder dictatorial, se lleva apenas el reproche de “secuaz”. Esa idea embustera y mentirosa de que hubo quienes silenciaron, callaron y temieron y que hubo otros, de uniforme ejecutor que, por propia y sola voluntad, decidieron, determinaron y llevaron adelante.

Por ello, como se señala en la investigación mencionada antes: “El origen del avance está en el paso de una interpretación de dictadura militar (teoría del Partido Militar o el autonomismo Militar) a una ampliación del campo de comprensión de una dictadura cívico militar. El cambio no es meramente semántico, sino por el contrario, estratégico. De la mano de la figura, casi menor, del ´cómplice civil´, vamos a desembocar en la complejidad de la interpretación de un proyecto político que buscaba -con el argumento de la destrucción de un ´grupo nacional´- establecer -o mejor dicho re-establecer- un orden hegemónico que se consideraba en riesgo. De una mono causalidad (que conlleva derivaciones posibles como la binaria teoría de los dos demonios), a una múltiple causalidad (que reinterpreta al ´terrorismo de Estado´ en clave de prácticas genocidas): el Genocidio Reorganizacional”.

Y para hacerlo hace falta un dispositivo, con argumento justificador, con hilván legitimador, con construcción de un enemigo, con palabra exculpatoria. Con mecanismo dispuesto de “esos que saben de esas cosas cotidianas”.

El 4 de mayo de 2010, el Tribunal Oral Federal en lo Criminal Número 1 dio comienzo a la audiencia. Se leyeron las resoluciones sobre los pedidos formulados por las partes en los días anteriores y se fue cumpliendo con el rito de las formalidades. Se indicó que iban a revocarse las prisiones domiciliarias de Isabelino Vega, de Elbio Omar Cosso, de Valentín Romero y de Ramón Fernández y que iban a ser trasladados a cárceles comunes. Celebración, aunque discreta. La democracia, en ese movimiento de elefante anestesiado, avanza dos casilleros.

Aquel día, el primer testigo en declarar fue Julio César Urien. Un perseguido, un detenido, un desaparecido, un casi fusilado que vive, un peronista, un guardiamarina despreciado, un teniente de Fragata ascendido 33 años después, un militante, un militar, un montonero, un marino.

Tenía que exponer respecto de su paso por la Unidad Penal Número 9, es decir sobre sus días entre mediados de junio de 1976 y fines de enero de 1977.

Dice una crónica de aquellos días: “Relatados sus antecedentes militantes en la Juventud Peronista y Montoneros el testigo hizo alusión a su ingreso al penal, a la brutal requisa del 13 de diciembre de 1976, hecho que, según sus palabras ´significó el cambio de régimen en la Unidad´ y al proceso de reclasificación de presos durante los primeros días del año 1977”.

Él habló. Habló y contó. Como en Roma en el 2000, cuando se juzgó en ausencia a Guillermo Suárez Mason y a Santiago Omar Riveros.

Él habló. Habló y contó. Y detalló cómo “después del Cordobazo la instrucción militar pasó a estar dirigida hacia la represión”.

Él habló. Habló y contó. Y relató que el batallón del que formaba parte fue llevado a la ESMA y convertido en grupo de tareas.

Él habló. Habló y contó. Y recordó que con Dardo Cabo y Rufino Pirles había compartido el cautiverio en los llamados Pabellones de la Muerte.

Él habló. Habló y contó. Y nos narró sobre el traslado de sus dos compañeros y sobre cómo habían circulado en el penal los rumores de su muerte.

Él habló. Habló y contó. Y se metió “con esos que saben de esas cosas cotidianas”. Los que van poco a Tribunales, a dar explicaciones. Los que escriben y legitiman; los que firman y excusan. Los que mandan pero pueden disfrazarse de ser nada.

Él habló. Habló y contó. Y precisó que el diario El Día publicó artículos sobre la muerte de un tal Rufino Uris.

Y desató. Porque un nudo se desenredó: “Los agentes del Servicio Penitenciario Bonaerense me decían Uris y aquella nota me hizo pensar que el próximo blanco sería yo”.

Durante aquel enero de 1977, la misma trampa de la ley de fugas, esa práctica sistemática de asesinar con la elaboración de pretexto, se instaló en la cárcel de La Plata. En el Pabellón 1, ese llamado "de la muerte", con Urien estaban esos presos que el fusil consideraba miembros importantes de la Organización Montoneros. Cinco de ellos fueron sacados. La excusa, el traslado. El hecho, ser ejecutados. El 5 de enero, finalmente, fueron asesinados Dardo Cabo y Rufino Pirles. Los dos siguientes, Horacio Rappaport y Ángel Giorgiades, masacrados el 23. Julio César Urien, por gestiones familiares y vínculos sociales, sobrevive. Pero habló. Habló y contó.

Y “en su testimonio Urien recuerda que, durante el período intermedio entre ambos hechos, al informarles los abogados de la muerte de Cabo y Pirles, les comentan que el nombre de este último apareció publicado con errores, como Rufino Uris”. Con toda lógica, Urien pensó que la confusión mezcló dos nombres sucesivos de una misma lista de ejecuciones. Uris sería una combinación de Urien y Pirles. Uris, es el apellido que El Día publicó. Con enmascaramiento de hechos y haciendo pasar por fuga y combate la matanza de prisioneros. Y con compromiso directo como para poder contar anticipadamente con la lista completa de los futuros asesinados . (*)

Todo posible. Todo juzgable. Todo, obligatoriamente, investigable. Porque si se va por los civiles, caen los diarios, esos que saben, que tanto saben de esas cosas cotidianas.

(*) Los tres párrafos que preceden al asterisco toman partes textuales, al igual que el comienzo encomillado de este texto de “Declaraciones, denuncias y documentos: Cuando la realidad supera a la teoría. Un avance sobre la investigación acerca del diario El Día”, de Martín Gras, director del Proyecto de Investigación Resistencias de Papel, de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata. 


sábado, 15 de marzo de 2014

Programa SF 103 - Roberto Carlés y Agustina Iglesias Skulj - 15 de Marzo de 2014


A Zaffaronizar
Por Mariana Moyano
Editorial SF del 15 de Marzo de 2014

La conversación venía más o menos bien. Para lo que se ha venido diciendo y lo que nuestros oídos han debido soportar estoicos, no estaba mal. Era una charla, con intercambios, pareceres y, aunque bastante superficial, al menos no elegía el atajo de las berretadas con punch.
Este liviano y tenue equilibrio no era poco, si se tiene en cuenta que el entrevistado es uno de esos que un día se enojó y se volvió un furioso enemigo de cualquier iniciativa, por más tibia que fuera que rozara si quiera al gobierno nacional.
Por eso, eso poco era muchísimo. Al menos, no se destilaban dardos de odio, de encono, de rabia hacia ésta, una propuesta en la cual el oficialismo sólo ha tenido el rol protagónico de sugerir se abra la discusión.
Bueno, como decía, la cosa venía bien. “Un pibe entra a la cárcel por robar un celular, pasa un año y medio y sale experto delincuente”, palabra más, palabra menos fue lo que el entrevistado dijo. Es un tantín flojo el argumento, porque reduce, pero acaricia dos zonas centrales para el avance democrático: uno, pone en cuestión lo que hoy tenemos en nuestras cárceles y dos, no es una línea de pensamiento fascista. Para lo que se ha dicho, es un montón.
Me alegré profunda y sinceramente porque –ahora me doy cuenta de cuánta candidez hubo de mi parte- dije: si esta persona, que desprecia hasta con ira todo lo surja desde el gobierno nacional, puede distinguir entre una invitación al debate con la convocatoria a los mejores de todos los partidos políticos con representación parlamentaria, de un capricho k de hacer lo que le guste a cualquier precio, hemos avanzado algo y puede todavía crearse un terreno favorable a que se habilite la discusión.
Pero de pronto, quiso aclarar. Y un compendio de rastrero doñarosismo se le plantó en la boca y no pudo evitar que se convirtiera en palabra pública: “Porque, bueno –intentó precisar- están los zaffaronistas que proponen que a esos delincuentes no se les haga nada y los otros que sólo quieren mano dura”.
Se me interrumpió la respiración. Me agarré la cabeza y estuve a punto de dármela contra la ventada del coche. De haber podido, hubiese elegido que uno de esos gigantes martillos hidráulicos perforara el asfalto, sumergirme hacia el fondo de la tierra y quedarme allí cobijada esperando que el ventarrón de la pavada pasase de largo y dejara la Argentina para internarse en alguna zona remota del continente.
Porque usar la figura esa de que los delincuentes entran por una puerta y salen por la otra, ya cansa.  Decir que en la Argentina no hay condenas, fastidia.  Confundir problemas de seguridad con la letra de un código penal da bronca. Hablar de garantismo como sinónimo de laissez faire jurídico provoca burla.
Pero usar el nombre de uno de los hombres más sabios, informados, reflexivos, reconocidos y consultados del planeta en materia penal como sinónimo casi de celebración del delito, ofende. Ofende y enoja. Y da ganas –por 10 segundos- de ser igual de fascista que los que instalan estas ideas y responder con sus mismas reglas de juego.
Y cuando uno se enfurece, deben saber comprender. Porque se ha vuelto inaudito tener que soportar que las opciones sean o la más bochornosa ignorancia, que no les impide la caradurez de hablar, o la artimañosísima tergiversación que se parece en exceso a la mentira sinvergüenza.
Todo esto gracias a décadas de zonceras sin desmontar y a lo que el supuestamente preocupado por la institucionalidad columnista de La Nación, luego de un baño de cinismo lindante con la apología de la trampa, dio en llamar el “gen de la oportunidad” del referente de Tigre que mostró la hilacha de la desesperación electoral.
Da pena y un poco de asco. Porque la Argentina vuelve a quedar detenida, estancada. Porque paraliza que de un lado se lance una propuesta y de enfrente sólo tiren piedras cargadas de falacias, fraudes, engaños, tretas y embustes.
Sobre los medios de comunicación, decía Pierre Bourdieu (y sobre esa misma lógica ya extendida a territorios no sólo mediáticos sino también partidarios) que “hay un miedo a aburrir. Y eso les induce a otorgar prioridad al combate sobre el debate, a la polémica sobre la dialéctica y a recurrir a cualquier medio para privilegiar el enfrentamiento entre las personas (los políticos en particular) en detrimento de la confrontación entre sus argumentos”.
Da pena, mucha, y un enorme asco porque se somete a la política a una instancia psicótica.
Como dice Esteban Rodríguez en su magnífico trabajo “Justicia Mediática”, la actualidad se ensimisma. La historia pasa a ocupar el lugar anecdótico. ¿Qué otra cosa es si no eso de avalar sin chistar ni pestañar la afirmación temeraria de ese del gen oportunista de que la teoría política es casi una boludez? Y disculpen la mala palabra, pero exaspera ver cómo la historia y la política son descompuestas en un cúmulo de casos que nos acercan a lo concreto pero nos alejan de lo histórico.
Indigna presenciar  ver cómo por esta finísima y elaborada acción ponen en primer plano el dolor de las Susanas Trimarcos y las Carolinas Píparos para someterlas ellas a papelones públicos que se inician con el hacerles confesar que no conocen los detalles de la discusión, para luego terminar humillándolas al casi obligarlas a opinar sobre eso que no dominan. Asombra escuchar cómo desde una  supuesta equidistancia informativa se finaliza la entrevista con un penalista experto que se ha pronunciado muy duro contra la demagogia punitiva, con la consulta sobre si él acaso ha sido víctima alguna vez de un delito y cómo se obliga a este profesor de derecho a contar públicamente -para poder ratificar su legitimación como voz autorizada en la temática- que tanto él como su familia han sido robados en su hogar y que su padre padeció 11 delitos en su comercio. Blumberismo en estado puro; esa forma tan cualunque e instalada que manda que sólo habilita para hablar el haber sido víctima. Porque si en uno no hay rencor fascista, hay sospecha de que no sabemos de qué se trata un crimen.
Eso es utilización. Eso es uso de las personas. Y es una figura que no está en el código penal, pero que debería figurar en algún rincón de la ética privada de ciertos sujetos. De muchos ya, de demasiados.
Porque empezó Massa. Pero lo siguieron varios; con calcado funcionamiento. La maniobra es así: lanzan una afirmación; una frase repleta de lugares comunes, de aseveraciones de ramplón sentido común, de figuras estáticas convalidadas y consolidadas a fuerza de discurso dominante pero que no pasan la más sencilla de las pruebas de los datos objetivos.
Uno escucha y anota mentalmente cada dislate de la oración, que sólo se sostiene porque está atado a otro sinsentido. Y luego el siguiente disparate que puede ser dicho sólo porque la lógica del show les permite quedar entrelazados.
Uno espera que llegue a su fin el –llamémoslo así con una generosidad infinita- argumento y ahí está tendida la artimaña. Porque si intentamos rebatir lo que interpretamos quiso decir el interlocutor, sin detenernos en las sandeces expresadas, habilitamos que los dislates utilizados queden flotando para un potencial futuro contrincante de ideas.
Pero si nos detenemos en cada una de las tonterías que conformaron la exposición, no discutimos el fondo del esqueleto argumental expresado. Es decir, que lo que están haciendo funciona como una celada. La trampa está tendida de antemano: uno está intentando enfrentar nada más y nada menos que la organización ideológica del discurso hegemónico.
Esto no es una discusión sobre un código penal. Trae de la mano el debate sobre en qué valores se asentará la próxima Argentina. Del mismo modo que la disputa en torno de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual no fue sobre cantidades de licencias, sino acerca de quién pone las reglas en nuestro país, si el Estado o el dinero.
Y acá, la política farandulizada picó en punta. Ganó terreno y llenó de malezas el terreno porque estableció que la mentira lisa y llana tiene permiso de participar junto a la pila de manipulaciones con las que uno disputa a diario. Y porque propuso como escenario de debate uno de los sitios más contaminados de la realidad contemporánea: los sets de televisión.
Y ya que hubo tanto descaro con las analogías con el experto juez de la Corte, pues zaffaronicemos nosotros, pero no con la desfachatez de uno de los habilitados para abrir la boca sino con la propia pluma del exquisito penalista:
“La gran falacia de la civilización industrial (desde las alturas bajará el héroe a protegerte y a resolver tu conflicto, eliminando a tu contraparte mala) es creada y sostenida en forma de mitología negativa por los medios masivos de comunicación social y la tecnología de la manipulación que los mismos han adquirido es cada día mayor. Se genera la ilusión de eficacia del sistema haciendo que se perciba sólo como peligro la amenaza de muerte violenta por ladrones o de violación por pandillas integradas por jóvenes expulsados de la producción industrial. Son éstos una programada propaganda en favor del reforzamiento del poder, del control social verticalizado y militarizado de la sociedad”.

domingo, 9 de marzo de 2014

Programa SF 102 - Eduardo Reese y Sebastian Tedeschi - 8 de Marzo de 2014


Intrusos bien flojitos de papeles.
por Mariana Moyano
Editorial del 8 de Marzo de 2014.

Ellas eran todas minas; minitas, pibas. Una “patota” de mujeres munidas de carritos, mamaderas, niños y bebés. “Cria/turas”, les dicen ellas. Así, acentuando la primera sílaba, donde el criar pareciera que se pone en primer plano. 

“Estábamos con las criaturas y la policía nos rompió todo. No nos quedó nada ni de los cochecitos ni de la ropa de los bebés”, le cuenta una de ellas a uno de esos dos periodistas que semanalmente preguntan desde un supuesto progresismo bien pensante y de color pastel.

Ellas les acaban de quebrar la lógica. Los dos, se nota, pensaban ir por el lado de la pobreza necesitada, esa que carecería de viveza y de estrategia, esa a la que la lástima le basta. Porque cuánto le gusta y le sirven la lástima y la caridad a la derecha y a su lenguaje preferido, la tele. Los dos, se les escapa, pensaban luego sermonear un poquito; desde ese decir dicho desde un escaloncito más arriba y señalarles cuán incorrecto e ilegal es ocupar. Pero ellas no les dejaron margen. No les abrieron resquicio. “¿Ustedes quieren vivir en esos terrenos? ¿No saben que están contaminados?”, les pregunta el menos cínico de los dos, el más profundo, el muchas veces genuinamente preocupado por encontrar algún equilibrio.

“¡No! Ahí, así como está, no se puede estar. Pero nosotros necesitábamos que nos vieran, que nos prestaran atención. Por eso tomamos”.

Tanta sociedad del espectáculo, tanto territorio mediático como único espacio de disputa posible, tanto con que lo que los medios cuentan es lo que la realidad es, tanto con que fuera de la lógica de la comunicación no hay nada, tanto con que los canales, radios y diarios son el reflejo que ¡Tomá! Ahora, ¡háganse cargo! Si por afuera de la tele no hay nada, ellas querían estar en la tele. Y ahí estaban. Sentadas en el estudio. En vivo. Las que tomaron. Las que ocuparon. Con fiereza y con una estela infinita de historia, aunque la mayoría no pase los 30 y posea poca palabra para contarlo ordenadamente.

Ellas son hijas de los noventa, con pibes hijos y con padres aún también hijos a quienes la década infame empujó hacia el lado más alejado de los márgenes. Y a quienes la década ganada aún no ha podido acurrucar y contener. Si los medios, ya lo sabemos, no son el reflejo de lo pasa, ellas y sus historias son el espejo de lo que fuimos, de lo que somos, de lo que permitimos que hicieran, de lo que consentimos en que nos convirtieran, y de lo que aún no hemos podido realizar.

Ella también es hija de los noventas. Pero del lado A de los 10 años del menemato que tiró a tres generaciones por la ventana. Ella también es mina, una piba. Pero sonríe bastante más a menudo que las ocupantes del predio de Villa Lugano, lindero a la Villa 20.

Es la miembro más rica del gabinete PRO. Y a inicios de la década mutilada, el desde siempre postulante por el Partido Obrero, en aquella oportunidad como candidato a presidente de la Nación, mandó a su papá a que trabajara. Por televisión –cuando ese soporte recién empezaba a engullirse del todo a la política- vociferó: “no paguemos la deuda usuraria y que el Citibank vaya a laburar”.

Ella se llama Carolina Stanley. Su padre, Guillermo; fue presidente del Citibank y uno de los principales accionistas del fondo de inversión DyG. Es dueño, -así que ella también- de Havanna y Fenoglio, entre otras decenas de inversiones y dicen los chismes que están por traer otra vez al país a Pizza Hut, Wendy's y Kentucky Fried Chicken.

Carolina Stanley es la Ministra de Bienestar Social del gobierno de Mauricio Macri. Las consecuencias de un tornado en 2012 no le interrumpieron el fin de semana largo que se había tomado la funcionaria. Pero esta vez parece que se quedó. Suspendió o pospuso el descanso de los feriados de carnaval.

Habla más pausado que las chicas ocupas. No levanta la voz y tiene un razonamiento y un contar ordenado. Aunque dice poco. Más bien no responde casi nada. Como con desprecio o desparpajo o más bien impunidad. Esa indemnidad que da el apellido, o la guita, o los millones que se acumulan por portación de linaje y cuenta bancaria.

“La respuesta final la tendrá la jueza LIberatori que creó un espacio de diálogo con los vecinos para que entren en razón y vean que lo que están haciendo no es correcto”, le responde a un periodista por radio que se desespera porque ella le conteste que lo que van a hacer es sacar a patadas a esos negros de mierda que lo único que quieren es que le regalen las cosas en lugar de obtenerlas con esfuerzo propio.

Ella no habla así. Habla de consensos, de encuentros, de diálogo. Todo vacío, hueco. Lata pura. Ni negociación dice. Porque la gente como ella no negocia. Es tan, pero tan consciente de su poder que sabe que ni siquiera tiene que intercambiar. Por eso no es agresiva y por eso no se hace ni cargo de una de las puntas de este iceberg de forma diamantada, como es la desidia del gobierno al que pertenece, que desde 2005 está obligado -por la ley 1770- a descontaminar y sanear el predio para allí poder urbanizar. 9 años van de espera. Casi una década de poco salvo vaciamiento, bicisendas, carriles exclusivos y un bla bla que de tan cheto ni se entiende.

Aunque ella es así tiene cerca un par de personajes que parecen no hacerle honor a ese modo no-me importa-absolutamente-nada tan PRO. Supongo que se habrá horrorizado, pero no los desautorizó. Ni a Horacio Rodríguez Larreta, quien justificó la situación con un argumento bastante similar al de la limitada y claramente xenófoba cronista que diferenció a “gente” de “piqueteros” y que habló de la “inmigración de baja calidad”. Claro que él es jefe de Gabinete y eso implica que debería ser más cuidadoso. Pero no. Porque a ellos no les importa. El no es un Rodríguez; es un Rodríguez Larreta y el doblete, habilita.
“Uno puede intentar la urbanización de villas pero cada vez hay más gente. En la Argentina hay una ley migratoria que permite, con mucha facilidad, que uno pueda obtener la ciudadanía”, lanzó el funcionario. Seguro se agarraron la cabeza la Presidenta y el ministro del Interior de la Nación. Una, porque se debe haber visto obligada a salir, otra vez, a pedir disculpas públicas y decir que “la Argentina no va a integrar el club de países xenófobos”. El otro, porque tanto despreciasen la revolución que hizo en el área de la documentación.

Así dijo él. Pero Carolina Stanley no se expidió y tampoco salió a cruzar a otra funcionaria. A Marina Klemensiewicz, cuando en medio del supuesto diálogo iniciado, a los ocupantes les dijo sencillamente “intrusos” y los acusó de estar vinculados con el narcotráfico. La mujer que lanzó al aire esta afirmación tiene un cargo, al menos, paradójico: es la Secretaria de Hábitat e Inclusión del gobierno porteño. Hábitat lleva en el título el puesto, que es el modo correcto y completo para hablar de la vivienda. Inclusión, dice en su tarjeta de presentación.

Hablaba yo de paradojas, de singularidades. Bueno, de incoherencias. Hablaba, en realidad, de impunidad. La que permite la arbitrariedad como moneda corriente entre los de bien arriba y la lupa ante cualquier gesto de los del subsuelo.
Que se entienda: no me interesa la mirada cándida sobre la pobreza, esa que iguala miseria y penuria con bondad infinita y celestial. Esa que habla de carestía y le dice humildad. Porque hay pobres fanfarrones y jodidos y que comercian con la necesidad y porque esa manera entraña su propia contracara. Tiene engendrada la perspectiva que lleva, de un saque, a que esa misma miseria y esa misma penuria sean igual que afano, ejércitos de chorros y únicos consumidores de drogas ilícitas. Por eso ojo con la caridad tan cristiana. A veces confunde y entrampa. Pregunten en Lugano y pregunten en Nordelta. Pregunten por el paco, pero no se olviden del rivotril.

Así que convivir con las zonas grises me ayuda a no ser ingenua, pero no me impide ver cómo todo es tan laxo entre los de bien arriba y cuánta vigilancia hay entre los de bien abajo.

Por San Isidro hubo una masiva campaña de adhesión a José María Campagnoli, el fiscal hipervictimizado por los medios más poderosos porque era quien –supuestamente- investigaba la –supuestamente- cometida extorsión por Lázaro Báez.
Nada se dijo, porque es laxo y bien flojito, que la jueza que llevaba esa causa, María Gabriela Lanz “fue imputada por presunto lavado de dinero a pedido de la justicia en lo penal económico por su vinculación con el principal condenado por narcotráfico en la causa denominada Manzanas Blancas´´, la más grande incautación de cocaína de la historia criminal argentina.
Lanz es pareja de un empresario que se llama Valentín Temes Coto y que fue condenado a 20 años de cárcel por contrabandear 3300 kilos de cocaína en cajones de manzanas para mandarlos a España.

Previo al juicio, Lanz había intentado ofrecerse como garante de Temes Coto en su condición de magistrada para lograr su libertad. Ahora la convocaron como testigo y está sospechada de haber actuado como una suerte de testaferro de los activos que la organización debía blanquear. Hay plata en el Standard Bank, cheques de más 250 mil pesos, una cuenta en el Banco Provincia, transferencias en el Banco Supervielle, venta de cheques de viajeros y compras de dólares y euros por más de un millón de pesos y la obtención de una finca en Entre Ríos de aproximadamente 500 mil pesos.

De eso no se dice nada. Entre ellos las tierras se compran. La plata, esa plata, no importa de dónde viene. Porque hay millones y porque ellos no se llaman Temes, son Temes Coto. De los habilitados por el doblete.

“Nordelta remitía a la naturaleza”, dice Patricia Rojas en su libro Mundo privado. “Acá no había tradiciones que respetar”, pero hablaba de Norte, y en eso sí el hábito se muestra: “el norte es la localización preferencial de las clases altas”.

“En 1973, esas tierras pantanosas a diez kilómetros de la desembocadura del río Paraná eran propiedad del ingeniero civil Julián Astolfini. Él soñó una ciudad que no tuviera los vicios del Estado ni fuera producto de la especulación privada. Nordelta fue concebida como una ciudad abierta. El Estado iba a participar de ese primer Nordelta, no sólo regulando la actividad privada sino promoviendo actividades, haciéndose cargo de los espacios públicos y generando infraestructura de servicios. En julio de 1992, el entonces gobernador Eduardo Duhalde le otorgó aprobación provincial a la creación de un nuevo núcleo urbano con el decreto 1736. Con esto se aumentó el valor de los terrenos y es lo que permitió que en Nordelta se entregasen títulos de propiedad, a diferencia de lo que ocurre en muchas urbanizaciones privadas”.

Mapuche es un club de campo y pudo comprar lotes, pero además calles públicas y espacios fiscales. Pagó apenas 2 millones de pesos e hizo privado lo que no se vende y antes no lo era. Reforma estatal y reestructuración económica permitieron que el Estado se desentendiera del proyecto y que la privatización del espacio público –para quienes tenían dinero con que quedárselo- ya no fuera delito sino moneda corriente. Nada se dice porque ahí es todo un poco más laxo, más liviano. Flojito.

Zigmunt Bauman escribió sobre el hábitat. En el capítulo Refugiarse en la Caja de Pandora de su libro Vida líquida afirmó: “desde los antiguos pueblos de la Mesopotamia hasta las ciudades medievales, las murallas, los fosos y las empalizadas marcaban la frontera en el nosotros y el ellos”. Muros y barrios privados. Una costumbre bastante de zona Norte.

Fue en un verano que lanzaron la propaganda de El Dalvian. “´No hay peligro, no hay peligro´, cantaba un nene sin pronunciar la erre. Décadas después se hizo público que este barrio está construido sobre tierras fiscales que pertenecen a la Universidad Nacional de Cuyo. Dice Martín Caparrós en su libro El Interior: ´alguien me cuenta que un barrio llamado Dalvian, una de las zonas más caras para nuevos ricos en Mendoza, está en tierras fiscales, que esos sí son okupas de lujo y que, por supuesto, el Grupo Vila tiene que ver con eso. Los expedientes se perdieron y que nunca más se supo´”. Desde que en 1896 el Estado Nacional donara parte de esas tierras a la provincia de Mendoza, hasta la jueza vecina, esa tal Olga -no tan Pura- de Arrabal que le dio espacio a la primera traba a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, el conflicto por ese predio viene judicializado.
Pero ahí no hay ni cámaras de televisión, ni escándalo, ni progresistas con la vara del deber ser, ni horrorizados por la llegada de intrusos. Porque aunque hay ocupas, el tono es bastante más flojito.

En octubre de 2012 los más poderosos de la provincia de Buenos Aires se espantaron por una ley de promoción del hábitat que hizo dos movimientos. Modestos, pero a la luz de lo que pasa, casi la reforma agraria. Por un lado, echó luz sobre las tierras ociosas y por el otro, exigió a los countries o barrios cerrados que otorgasen el 10% de su superficie o el dinero equivalente para la construcción de viviendas sociales.

“Expropiación”, gritaron. “La ley de acceso al hábitat que vulnera la propiedad privada”, escribieron. E, incluso, se animaron a poner como cita de autoridad a otro ocupa, pero de la Capital para que diera su exclusivísimo, impoluto e impecable punto de vista. Recurrieron a Eduardo Constantini, ese a quien graciosamente le hemos cedimos una plaza en plena avenida Figueroa Alcorta para que tenga donde ubicar su colección privada. A cambio, él generosamente, nos cobra para que la contemplemos. “El gravamen de esta ley –sostuvo el, como lo llaman, emprendedor inmobiliario- es absolutamente excesivo”.

Paradojas. Singularidades. O más bien la impunidad de los que por la vida andan flojitos.

“¡No!”, gritaba la piba mamá de una de las criaturas. “Ahí, así como está no se puede estar. Pero nosotros necesitábamos que nos vieran, que nos prestaran atención”. Y lo decía frente a otros, a los que han hecho del anonimato un estilo de vida. A esos que se van a vivir a barrios alejados. A los que hablan pausado y sólo pueden ser si no hay ojo público que los mire. Porque desde el principio de los tiempos han erigido imperio, linaje y prosapia sobre terrenitos –y que le pregunten a Roca si no- que esos sí que anduvieron livianos. Porque esos que son gente BIAN, gente bien, pueden andar livianitos, de responsabilidad y de papeles. Son BIAN y están autorizados para andar bien, flojitos. Porque hay intrusos y hay gente bien.