domingo, 6 de abril de 2014

Programa SF 106 - Susana Murillo y Pablo Bonaldi - 5 de Abril de 2014


A la derecha de la pena de muerte y la ley del Talión
Por Mariana Moyano
Editorial SF del 5 de Abril de 2014

El rictus evidenciaba que o estaba nerviosa y angustiada, o formaba parte de ese gran grupo de personas que viven nerviosas y angustiadas;  no tanto por lo compleja, grave o triste que son sus existencias, sino por lo complejas, graves y tristes que les dicen que sus vidas son.
Su mirada terminaba de permitirnos a quienes la estábamos viendo -o, mejor dicho, a quienes no podíamos evitar verla porque aparecía hasta en la sopa- hacernos una composición de su estado de ánimo, del coyuntural y del permanente. Era de esas personas que viven rabiosas. No enojadas, sino furiosas, crispadas, con Ella (con E mayúscula, con esa E grande que vuelve al pronombre el análogo de “la yegua”) y con todo.
“Acto heroico”, fue la definición que eligió esta joven mujer para el accionar del grupo de “vecinos”, esa palabra que -macrismo y anti política mediante- se ha vuelto sinónimo de “gente de clase media”, supuestamente de bien y cuya principal preocupación es la llamada “inseguridad”, esa otra palabra que  -mediotecnia y anti política mediante también- nos la han encajado como homóloga de delito.
¿Qué se puede decir de y a los que piensan así? ¿Qué se les puede responder a quienes le otorgan el exacto mismo valor a la vida humana que a un par de zapatillas? Porque hay chorros que se juegan la vida y matan por un par de esas importadas y de colores flúo y a ellos, como no los comprendemos, podemos ubicarlos rápidamente en el lugar de los seres humanos jugados, ya pasados de consumo y que no pueden diferenciar entre un objeto y un humano. Pero “lo nuevo”, según el a veces espantoso termómetro noticioso, es que hay “vecinos” (o sea, no chorros; o sea, no delincuentes; o sea, “gente de bien”) que piensa exactamente igual. Entonces, ¿qué se puede decir de y a los que piensan así? Mejor dicho, ¿hay algo que se pueda expresar de y sobre ellos?
Que son de derecha, que son autoritarios, que son ignorantes, que son burgueses asustados, que son matones, que son fachos, que son reaccionarios… Todo eso puede afirmarse. De todo eso se los ha acusado. Pero no completa. No le pone moño. Porque con estas imágenes de un ser humano molido a palos y vueltas retintín han abierto algunas zonas sobre las cuales es obligatorio y urgente reflexionar:
En primer lugar, es necesario advertir que se ha roto eso limitado, débil y único que teníamos en común, incluso, con el pensamiento más retrógrado. Cuando esas personas sostenían que no podíamos permitir que en nuestra sociedad se cometieran asesinatos tan sólo para robarnos la billetera, lográbamos aunque más no fuera el mínimo acuerdo acerca de que la vida estaba primero. Un humanismo básico, de grado cero, pero que por lo menos nos distanciaba del estado de salvajismo. Pues eso es lo que parece a punto de quebrarse o haberse roto ya. Porque esos mismos que cuestionaban enfurecidos el accionar delincuencial, porque por quedarse con dos monedas terminábamos con un asesinato, han aceptado que partirle los huesos a una persona porque robó un objeto es el único modo de respuesta.
En segundo término, algunos han decidido -y lo han explicitado a viva voz- que las leyes no serán más las reglas de nuestro pacto de convivencia. Al derecho penal que, al decir de los especialistas, es una limitación de la venganza privada, lo han puesto en el sitio de lo inútil, de lo arcaico, de lo inutilizable. Suena aquí con excesivo acento la frasecita del diputado supuestamente renovador que para debatir, tan luego, la reforma de las leyes penales de la Argentina, no tuvo mejor idea que recurrir a su modo cancherito y lanzar: “no me vengan ahora con las teorías del derecho”. Él, que es un dirigente político y que muestra orgulloso su título de abogado.
Y en tercer lugar (last but not least, como dicen algunos elegantes y exquisitos intelectuales) se ha permitido que la única barrera contra los barbáricos del discurso de la mano dura -y de la mano dura en acto y que parece vienen degollando- sea el módico “no justifico pero comprendo”, una idea temerosa y que casi empieza por pedirle disculpas a la avanzada cavernícola por no ser parte de ese nuevo modo Blumberg de pensar y ejecutar la política.
“No justifico pero comprendo”, dijeron muchos comunicadores esta semana para explicar que no estaban de acuerdo con el maltrato físico, pero que estaban en condiciones de entender que se cometiera un homicidio calificado.
Si decidimos que la norma moral no puede ser interrumpida porque es eso lo que nos permite ser una sociedad y lo que nos separa de una vuelta a lo primario y que el pasaje al acto sin mediación reflexiva es la experiencia que nos indica que hemos dejado de ser seres de cultura para pasar a seres de naturaleza, no podemos ni aceptar, ni permitir, ni comprender que sean nuestras propias manos las que hagan lo que deben hacer la ley y la justicia.
Así como algunos vemos con horror el alarido reaccionario de quienes exaltan, excusan y hasta celebran esta Fuenteovejuna de nuevo cauce, no es menos demoledor enterarse de que entre los bien pensantes hay quienes poseen la capacidad de “comprender” que se acabe a patadas con la vida de una persona que afanó. Porque con esta línea de pensamiento hasta la pena de muerte institucionalizada o la ley del Talión quedan en espacios sociales y políticos de mayor equidad y justicia que lo que hemos estado viviendo, viendo y oyendo: Los walking dead man llegan a su final luego de que un tribunal así lo determinó y el ojo es por el ojo y no por la billetera. Raro encontrarme escribiendo esto, pero hasta ahí nos han llevado.
Raro y peligroso porque de la mano de este supuesto progresismo ligth y equilibrado se le abre la puerta al otro falso paradigma del discurso equidistante y plural, en este caso, del periodismo. Me refiero al falso y tramposo supuesto dilema o debate acerca de si esto que vivimos, vimos y oímos algunos medios, disfrazados de cuidadosos han presentado detrás del interrogante: “¿justicia por mano propia o delito? Fuerte polémica por los linchamientos”.
O lo escribieron un ejército de caraduras o el periodismo argentino hegemónico está dominado por ignorantes. Vamos a decirlo así para que quede clarito: la definición del diccionario de linchamiento afirma que se trata de “una ejecución, sin proceso legal, por parte de una multitud, a un sospechoso o un ladrón”.
Ergo, queridos colegas, si no hay “proceso legal” no puede, pues, hablarse de justicia. No hay mucha vuelta. Es sencillo, pero ellos no quieren que sea simple. Lo quieren atiborrado de confusiones. Una sobre otra. Buscan capas -una sobre otra- de seres aturdidos montados sobre enojos y furias previas, subidos a la memoria histórica de frustraciones de décadas, con el hecho real y objetivo como disparador de la crisis. Quieren el vaso a punto de rebalsar para que sobre la gota nadie hable. Quieren el bidón de combustible para que el fósforo ni se vea. Para poder decir como toda explicación que “la gente está harta”, sin que sirvan argumentos, cifras, datos, estadísticas y otros hechos. Combustión pura. Dinamita lista para estallar.
Como hizo ese híper analista del diario La Nación que el jueves 3 de abril mezcló peras con tomates, como al pasar, casi con desdén, y fue desde la irritación con el gobierno, hasta el Council of the Americas, pasando por el JP Morgan, la guerra de Malvinas, Gabriela Michetti, Juan Manuel Urtubey, La Matanza y Margarita Stolbizer y hasta Elisa Carrió. Y ahí, en medio de la nota, casi como sin otorgarle mayor importancia, escribió: “Los linchamientos de estos días (…). Son la derivación aberrante de una sensación de vulnerabilidad que se combina con la sospecha de que las instituciones no ofrecen solución”.
¡Epa! Alarma. ¿“Sensación” de vulnerabilidad? ¿”Sospecha” de instituciones que fallan? ¿No era que no podíamos hablar de sensaciones frente a cuestiones fácticas? ¿No que el kirchnerismo, ese espacio necio por excelencia, negaba la existencia de delitos y por eso hablaba de “sensación? ¿No que el periodismo no se basaba en “sospechas” sino en pruebas irrefutables?
Hasta el hartazgo estuvimos esta semana de golpes, golpizas, excusas y aberraciones. Y también de sujetos negadores que hasta con Pérez Esquivel se la agarraron cuando él osó poner en tela de juicio la reiteración, cual loop, de esas imágenes de golpes, golpizas, excusas y aberraciones. Dos de los auto esgrimidos abanderados de la institucionalidad casi linchan con la lengua a un premio Nobel de la Paz.
Que digan que es una conspiración, una pavada, un relato K o una fábula de panelistas pagos, pero todas las teorías de la comunicación están de nuestro lado. Y también los datos. Va uno por si les interesa: Cuando Eduardo Vázquez, de Callejeros, quemó a su mujer hasta matarla, era un caso aislado. Un año después, 48 personas habían intentado matar a sus mujeres también quemándolas. Que vayan y les discutan a los psiquiatras, criminólogos y penalistas aquello del efecto contagio. Copy cat, le dicen los gringos por si quieren una definición made in primer mundo.
No voy a explayarme aquí sobre el rol de los medios de comunicación. Lo hago a diario; los negadores ya dan fiaca y para ver lo burdo basta con sólo mirar. Me limitaré a terminar este texto preocupado, alarmado e inquieto con el relato de una amiga sobre lo que vivió con sus dos hijos de 5 añitos y un amiguito en su propia casa, en su propio comedor:
“Ayer vino un nene a jugar con los mellizos. Parece que hay un compañerito en la sala que les saca las cosas de las mochilas. Mientras tomaban la leche escucho el siguiente diálogo
“Dice uno de mis hijos
- Si me saca a mí algo de mi mochila le digo a la seño
- No, responde el amiguito.
Mejor llamamos a los otros, lo tiramos al piso y entre todos le damos patadas.

“Intervine”, dice mi amiga.
Digo yo que se acordó del artículo 107 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual,  ese que ha sido vulnerado, vapuleado y burlado toda la santísima semana; ese que dice explícita y claramente: “Dentro de los horarios calificados como apto para todo público serán considerados como falta grave y sancionados con suspensión de publicidad las escenas que contengan violencia verbal y/o física injustificada y los materiales previamente editados que enfaticen lo truculento, morboso o sórdido”.
Primero, mantuvo una extensa conversación con los niños y luego hizo “justicia por mano propia”: terminada la larga charla tomó el control remoto y apagó la tele. Y se los advirtió “desde hoy y hasta nuevo aviso, en casa no hay más cable”.

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