domingo, 25 de mayo de 2014

Programa SF 112 - Martin Sabatella y Eduardo Rinesi - 24 de Mayo de 2014


Pase por mesa de entradas
Por Mariana Moyano
Editorial SF del 24 de Mayo de 2014

Cuando la política grande -la de verdad y no la reducida a contiendas electorales, pegatina de calendario de comicios o alianzas de comité- recién empezaba a desperezarse y amanecía de la larga siesta que había sido obligada a dormir por décadas, una de las medidas, de las decisiones, que Néstor Kirchner tomó fue que las paritarias volvieran a ser el ámbito de discusión de las mejoras salariales de los trabajadores. Empresarios, representantes sindicales y Estado, sentados otra vez como los vértices del único triángulo que –mínimamente- garantiza algún grado de equilibrio. Ya no más aumentos o condiciones a piacere del poder económico y cabeza gacha de los delegados gremiales.

Hoy ya hemos naturalizado estos encuentros. Lo positivo de esto es que parece asumirse como derecho adquirido y, entonces, uno puede sospechar que se le complicaría a quien pretendiese hacernos volver atrás. Pero al mismo tiempo, al asumir como signo dado estas reuniones, no terminamos de dimensionar lo que costó, y lo que sigue implicando como potencial conflicto, que un Estado no sólo vele, sino que pugne para que estas paritarias sigan siendo parte de la vida cotidiana de los trabajadores. Son de esas ganancias que veremos con el tiempo cuán a la altura de ellas está el pueblo argentino.

Pero por aquellos días en que ni imaginábamos la posibilidad de naturalizar conquistas, sino que éstas apenas si eran anhelos de un pueblo abatido y de un puñado de dirigentes gremiales que no habían hecho de las agachadas su modo de ser, ver a delegados, sindicalistas y representantes de los trabajadores llegar a la sede del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de la Nación para sentarse frente a frente con los dueños de la plata y con los funcionarios gubernamentales como árbitros de un debate justo, no era del todo común. A tal punto, que quienes llevaban la voz de los laburantes a estos escenarios se sentían –y así lo contaban por aquellos años- sapos bien de otro pozo. Bichos raros en ámbito desconocido. Como diríamos en fútbol, visitantes. Y sin hinchada.

Subían al ascensor y los abogados de algunas de las ramas de la industria, por ejemplo, conocían el nombre de pila de los que apretaban alguno de los botones. Los apoderados de las empresas daban un beso amable a secretarias del Ministerio y un fuerte apretón de manos a funcionarios de planta, saludos éstos que marcaban la familiaridad. Los mozos, que bajaban la tirantez obligada del encuentro con el servicio de ocasión, hasta conocían cómo le gustaba el cortado a la mayoría de los capangas de las empresas. Fútbol otra vez para dimensionar el estado de la política: no había duda quiénes jugaban de locales en los pisos, pasillos y oficinas del ámbito oficial.

Porque ¿cuál había sido el ardid? Dejar en estado de agonía a la –y permítaseme la redundancia- “política pública”, silenciar los espacios que nos pertenecen a todos, seguir jugando a la política grande para tomar las, obvio, grandes decisiones en los espacios pequeños y fuera del alcance de nuestras miradas y copar el Estado con personajes que fueran los poderosos en miniatura, con cerebros clonados del método hegemónico.

Por esto, porque podemos dimensionar lo que significan las supuestas pequeñas escenas de la vida cotidiana de la política diaria, es que entendemos la importancia que tiene lo ocurrido hace apenas unos días en Suipacha 765.

¿Qué sucedió? Ocurrió que un hombre, un señor de nombre Leonardo José y apellidado Tezanos Pinto debió conducir su auto, tomarse el trabajo de encontrar un espacio para estacionar en este centro porteño cada vez más imposible, caminar algunos metros por las –parecieran- dinamitadas arterias que antes fueron veredas gracias a las ganas de Mauricio de que todo sea peatonal, anunciarse, dirigirse a Mesa de Entradas y presentar una actuación en nombre del grupo Clarín ante las autoridades estatales y públicas de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual.

Este hombre tuvo que esperar el sellado, conocer que su número de trámite iba a ser el 9561, llevarse su copia y esperar de allí en más la resolución del Estado Nacional.
Es decir, una escena repetida para todos y todas aquellos que día a día hacemos la vida de los simples mortales de esta Argentina a veces injusta hasta para el más sencillo de los trámites. Eso, que para nosotros es la cotidiana, para las empresas es morder el polvo; humillación; es lo que les hacen llamar a sus medios “embestida”.

Porque parece una escena menor, pero de eso se trata el verdadero poder: de poder no hacer lo que para las mayorías es la única alternativa posible.

“¿Entonces, estás queriendo decir que es más importante esta escena absolutamente menor de la vida burocrática del Estado que lo que presentaron en sí?”, me zumba la parte cínica del análisis.

No, quiero simplemente, no naturalizar lo que hasta poco, muy poco, no era sólo nada corriente, sino impensable. Porque antes –hace apenas algunos añitos- a los mandamases de todo lo poderoso o se los invitaba a sede gubernamental para que dejaran claras las órdenes y las coordenadas en que los gobiernos debían timonear la vida pública o se les enviaba cadete estatal para que hicieran llegar su documentación. Nada de andar encargándoles trámites. No fuera a ser cosa que algo los incomodara.

Era, sepámoslo muy bien -dimensionemos y no naturalicemos con tanta facilidad- un Estado manejado a control remoto desde los despachos de los CEOs del poder privado de la Argentina.

Pregúntele a Carlos Menem, si no; interroguen a Fernando de la Rúa si quieren; recuerden las broncas de Raúl Alfonsín, si les parece. Y, ¿saben qué? Busquen en los papeles viejos si estos poderosos de traje y corbata y uniforme civil no se atrevieron, incluso, a meterles un patadón en el traste a los uniformados de la picana cuando éstos ya no les fueron útiles.

Vayan, busquen lo que dejó escrito el representante del Estado militar en Papel Prensa cuando a él, como a Guillermo Moreno o a Axel Kicilliof, le cerraron la puerta en la cara porque ya habían podido a apoderarse de la empresa y pretendían o dejar afuera a ese más de 30% estatal, o ponerlo de mayordomo.

El entonces capitán de Navío Alberto D´Agostino, designado por decreto 2414/77, dejó constancia de que había patoteros que pretendían amilanar a los mismísimos creadores de la patota. “Con fecha 30 de agosto –escribió en un documento sellado en el margen derecho de la hoja con la palabra “CONFIDENCIAL” en imprenta- se realizó la reunión y ante el mantenimiento por parte de los señores Ricardo Peralta Ramos, Bartolomé Mitre y contador Héctor Magnetto, dela posición de no permitirme el acceso a la misma, el suscripto levantó un acta ante escribano público dejando constancia de la situación”.

Así se manejaron y así intentan seguir actuando: al representante del Estado Nacional –y no les importa si uniformado o ungido por la voluntad popular- un portazo en medio de la jeta.

Entonces, la información pura y dura de estos días es que el grupo Clarín presentó un intento de adecuación con alguna diferencia respecto del primero; que Herrera de Noble y Magnetto eligieron la caja antes que la nave nodriza de construcción editorial; que no se animaron a la trampita de traspasar acciones a herederos con la fórmula de la herencia; que parece que tienen comprador para el pedazo dos o tres en que dividirán al grupo; que es información pública que las suscripciones a Cablevisión y Fibertel representan el 71,4 % de las ventas netas del Grupo ($ 2.988 millones sobre un total de 4.192 millones); que el poder económico de Clarín se basa principalmente en la televisión por cable y el acceso a internet; que en otros segmentos productivos del holding, como “impresión y publicación” no hubo ganancias en el primer trimestre del año; que las ventas en relación al 2013 aumentaron sólo un 13,4 %, por debajo de los costos y los gastos; que en el ítem “producción y distribución de contenidos” la rentabilidad estuvo en el orden de los $ 62 millones (10 veces menos que Cablevisión y Fibertel) y que el aumento fue principalmente el resultado de mayores ventas de publicidad en Canal Trece y Radio Mitre; que antes de participar de la inauguración de una radio pública en el Municipio bonaerense de San Antonio de Areco, Martín Sabbatella se reunió nuevamente con el titular de la CNV, Alejandro Vanoli junto a los equipos técnicos de la AFSCA y la CNV para controlar el proceso de desconcentración de Clarín; que se está analizando la documentación y verificando que no existan incompatibilidades y que también interviene la Unidad de Información Financiera y la Comisión de Defensa de la Competencia.

Todo esto ocurre, es dato, es información valiosísima y nos permite conocer el detalle, el día a día y entender el proceso. Pero el haz de luz debe seguir iluminando la zona de la política grande, la de verdad y no la reducida a contiendas electorales o pegatina de calendario de comicios o alianzas de comité. Esa que ya se ha despertado y que obligó a que un señor de nombre Leonardo José y apellidado Tezanos Pinto condujese su auto, se tomase el trabajo de encontrar un espacio para estacionar en ese centro imposible que es el Down town porteño, caminase algunos metros por las dinamitadas arterias de Mauricio, se anunciara como cualquier hijo de vecino, se dirigiera a Mesa de Entradas y presentara -porque así lo dictan las leyes y normas de la democracia- la propuesta del grupo económico y en términos políticos más poderoso de América Latina para adecuarse a lo que habían decidido, ya no tres o cuatro CEOs, sino los millones que votaron y mandataron a sus representantes en el Congreso y en el Poder Ejecutivo de la Nación.

Un acto burocrático administrativo de cualquier estado moderno; un triunfo sin igual de la democracia sobre los poderes de facto de la historia de la República.

domingo, 18 de mayo de 2014

Programa SF 111 - Eduardo Blaustein - 17 de Mayo de 2014


Las locuras del rey Jorge 
Por Mariana Moyano
Editorial SF 17 de Mayo de 2014

Hay y hubo varios. Pero el que mejor lo hizo fue Norman Mailer. Ese incómodo, incomodador, insatisfecho y aguigojeante newyorkino por adopción, bastante antisistema y creador de algunas de las páginas periodísticas y literarias más bellas, inteligentes y punzantes del siglo XX. Lo logró con “Marilyn: una biografía”, con “Picasso: la vida imita al arte”, con “Los ejércitos de la noche”, con “La Canción del verdugo”, con “Oswald” y hasta con una ficción: “El fantasma de Harlot”. Mailer pudo hacernos explorar una época completa, con sus luces y sus sombras, sus grises y sus contradicciones y hasta lograr que nosotros mismos nos interroguemos vistos en el espejo de esa etapa, a través de un personaje. Nunca la trascendencia del nombre propio o la extraordinaria vivencia del protagonista se comió a la realidad circundante. Lo bastante de izquierda era este fabuloso autor yanqui para saber que el individuo es lo que es sólo en su tiempo y que las respuestas a los por qué de lo que hizo se encontrarán en su contexto, con el que inevitablemente dialoga, interactúa, se adapta o se enfrenta.

Claro, la potencia de estos textos radican en Mailer, obviamente. Pero también en los personajes a los que les echó el ojo: la rubia que quedó congelada en la más cinematográficas de las bellezas; el artista que puso la pintura patas para arriba; los pocos y valientes que se enfrentaron a la guerra de Vietnam y al discurso belicista en pleno riñón del imperio metebala; la lógica que ve en la pena de muerte la única solución y el supuesto asesino del presidente más carismático y querido de los Estados Unidos tienen pólvora suficiente como para llamar la atención del mundo entero. ¿Entonces, puede hacerse algo similar con un personajito infinitamente menor? ¿Se puede emular el método Mailer y poner en el centro a un ser que más que marcar a una época aúlla necesitado de un reconocimiento que parece nunca serle suficiente? ¿Se puede contar una etapa de un país, un comportamiento y un cambiante sentido del humor social a través de un periodista? ¿Se pueden relatar las últimas tres décadas de la Argentina a través de Jorge Lanata?

Mailer, estoy segura, hubiera hecho una mueca. De desconfianza. Un periodista, para él, no hubiese sido eje suficiente como para a través suyo contar un pedazo de la historia de un país. Su profundo y justificado temor a lo que periodistas y periódicos pueden hacerle a la vida quedó grabado a fuego en dos de sus memorables páginas. escribió en "Los ejércitos de la noche": “Somos corderos. Ante ellos estamos indefensos. (…) Los periódicos no sólo distorsionaban sus acciones –algo ya bastante doloroso- sino que deformaban, mutilaban y tergiversaban tus palabras y frases hasta hacer que un buen autor sonara siempre en letra impresa como un idiota incohenrente y desmedido. Cuánto más tuviera uno que decir en una frase, tanto peor sonaría luego en el periódico. Henry James, en una entrevista actual, habría aparecido como un hippie que hubiera seguido un curso de dialéctica por correspondencia (...) Desde luego había un modo de lidiar con los periódicos. Si los oídos de los reporteros estaban programados para captar con precisión mediocres comentarios de hombres mediocres, lo que uno debía hacer era buscar declaraciones simples y llamativas, tan poéticamente vacías y tan irreductibles que acabaran clavadas en la mente del reportero como espinas”.

Pero en esta descripción suya; en esta capacidad, razón de ser, gen inherente o necesidad de coyuntura del periodismo -de volver título de 60 caracteres alguna de las grandes complejidades de la vida actual- quizás radique justamente el debate que cruza la vida pública de la Argentina de los últimos 30 años.

Me refiero y quiero decirlo con toda la claridad posible: si de algo necesitan la política, la filosofía, la necesidad de pensar los procesos políticos y la reflexión crítica es de una combinación de complejización y contexto que, justamente, el periodismo no puede darse el lujo o no quiere (por vago o por operador), según el caso, poner en primer plano. Porque el show, el impacto y la frase corta y sencilla son la ruta a la masividad. Y, a menos que el periodismo se acepte marginal, no podrá convivir sin tensión con los extensos discursos, las largas y espinosas parrafadas y la palabra no banal. No le será fácil escapar e cierta ligereza si quiere convertirse en dinero o en multimedio que capte –o coopte- la atención de millones.

Enojado, furioso y con esas rabietas que le agarran últimamente -y que uno no sabe de dónde vienen porque es un tipo exitoso, querido, millonario y admirado por cientos de miles- bramó por radio sobre los intelectuales en general, pero sobre Horacio González y Vicente Battista en particular. Hace poquito, en su micrófono de radio Mitre, junto a esa cofradía que le hace de coro, de claque, les habló:

“Son unos viejos de mierda que nos han cagado la vida y que creen que porque llegaron al poder unos chorros más o menos parecidos a ellos, ellos llegaron al poder. Son unos fracasados. Horacio González es un incapaz. Un tipo incapaz de comunicarse con la gente y por eso escribe eso críptico que escribe. Cambia 4 o 5 palabras de lugar y cree que por eso es un intelectual. Para complicados, leo a Hegel... Son idiotas útiles de los chorros”.

Helada queda una. De una pieza. Porque tanto González como Battista habían planteado la necesidad de tener cuidado cuando uno convoca desde un medio de comunicación y la importancia de dar argumentos sólidos cuando se acusa. O sea, más o menos lo habían parafraseado a él, a este periodista vuelto rock star cuando en una fabulosa entrevista realizada por el antropólogo Marcelo Constantini hacenmuchísimos años dijo él mismísimo algunas cositas como las que siguen:
• “Hay un planteo moral alrededor de todo esto. ¿Puede alguien usar un medio para una calentura personal?”
• “Desde un medio y más desde un medio masivo, debemos tener algún censor individual, porque si no es todo un delirio, creo que no podemos ignorar que influimos en las conductas”.
• “La hinchada es microclima. El error que muchas veces cometemos es confundir microclima con opinión pública”.
• “Ningún producto que funcione en el circuito comercial tiene independencia absoluta”.

Todo esto y mucho más fue publicado en un también fabuloso libro titulado “La realidad satírica: 12 hipótesis sobre Página 12” y que fue escrito nada menos que por Horacio González.

Así que sí. Vemos cuánto la figura de Jorge Lanata –aunque la mueca imaginaria de Mailer siga allí- puede servirnos como el más claro, sutil y encumbrado exponente de qué le pasó a la sociedad argentina con SU periodismo –es decir, aquellos a quienes esa misma sociedad encumbró como fiscales, como veedores y como quienes dictan (¿dictadores?) lo que es bueno y malo para un país- en los últimos 30 años.

El Lanata de estos días lo dice de modo brutal, pero será cuestión de ir bien a fondo y preguntarnos si el Lanata de antes no fue siempre un gran exabrupto, aunque con menos enojo y, quizás, hasta con ideas que al contexto no le sonaban tan mal. Y no porque él dijese algo muy, pero muy distinto, sino porque era esa sociedad la que aquello quería escuchar. Quizás quién más cambió no fue tanto ese Lanata con el que demasiado –creo- algunos se enojan, sino la población. Y, en realidad, lo que ocurrió es que aquello que antes sonaba natural, hoy sencillamente resulta insoportable.

Hace un tiempo, para otra de esas obsesiones semanales o mensuales que suelen atraparme escribí esto: “En 1998, cuando algunos –pocos aún, hay que reconocerlo- comenzaban a despertarse de la anestesia de la convertibilidad y tomaban real conciencia de cómo el menemato había finalizado la tarea comenzada en 1976 y qué país nos quedaba luego de 10 años de destrozos hechos a fuerza de brutalidad consensuada, un libro se le animó a los estantes de las librerías. Era particular. No había un inicio y un fin para su lectura. Poseía en cada una de las páginas impares una réplica en blanco y negro de un diario o una revista aparecida durante la dictadura. Coronaban la edición algunos pequeños recuadros con opiniones y textuales de periodistas e intelectuales que o analizaban o debían empezar a analizar lo que otros se habían animado a escribir. Pero, además, no se trataba de un volumen de dimensiones habituales. Era pesado y más ancho y voluminoso que los ejemplares que uno acostumbra ver en las librerías.

"Al libro en cuestión lo habían escrito Eduardo Blaustein y Martín Zubieta. Llevaba el título “Decíamos ayer”. El subtítulo anticipaba las intenciones de esa investigación: “La prensa argentina bajo el Proceso”. Pero el copete no daba lugar a alguna doble interpretación: “Los 3000 días más trágicos de la historia argentina. Textos e imágenes con todo lo que diarios y revistas de la época dijeron, silenciaron o tergiversaron”. Claro, diáfano, evidente. Sin potenciales segundas lecturas.

"El libro tuvo cierta repercusión, sobre todo –si no exclusivamente- en las aulas universitarias y entre los preocupados desde siempre por la impunidad de los medios de comunicación argentinos que obtenían la disculpa a la cual no accedía ninguna corporación, grupo social, estructura o sector.

"Y aunque este juego de traer al presente los pasados sin vergüenzas de personajes que publicaban sin la más mínima ídem ha demostrado cuan bomba puede ser, este libro repleto de esta efectiva práctica, por aquellos días, no terminó de estallar. Circuló, incluso fue best seller, pero no le calló la boca a nadie.

"Me gusta decir que fue un libro que pidió explicaciones y nos dio argumentos respecto de qué habían hecho los medios con, para y desde la dictadura iniciada en 1976. Pero ahí se quedó. La Argentina sí explotó y el libro pasó.

"Digámoslo, para que nadie piense que no conocemos de qué va el operativo: los medios que pueden hacer de un libro un hecho político, obviamente, no amplificaron la salida de la publicación. Ahí puede radicar parte del por qué el debate sobre los aparatos de comunicación que hoy cruza la Argentina no surgió en aquellos años.

"Pero -y me arriesgo a una afirmación rotunda a modo de hipótesis que podrá ser discutida y/o denostada por quien quiera- la razón primordial para que el libro circulase por los mundos subterráneos más que por la superficie del debate político, tuvo que ver con que la sociedad argentina aún no estaba lista para asumir que el modo liviano y superficial de observar sus medios de comunicación fue la manera que encontró para no juzgarse con dureza a sí misma y a su comportamiento durante su historia reciente.

"No podía aún la argentinidad preguntarle a los medios sin tener que interrogarse a sí misma también. No podía, no quería, o no sabía todavía cómo atravesar ese proceso a través del cual había sido capaz de digerir el “Proceso””.

Como decía párrafos antes, el Lanata de estos días lo dice de modo brutal. Pero –insisto y repito- lo verdaderamente importante es ir a fondo y preguntarnos si el Lanata de siempre no actuó de manera similarmente frivola cuando a la mayoría le sobaba diferente. Y vuelvo: no porque él altri tempi dijese exactamente lo opuesto a lo que vocifera hoy, sino porque era esta sociedad la que eso quería escuchar. Era un país que con Lanata le alcanzaba.

Eduardo Blaustein vuelve a la escena porque se animó a responder en acto lo que le preguntábamos imaginariamente a Mailer y escribió hace poquito sobre Lanata para contarnos el periodismo que la Argentina supo darse. “Las locuras del Rey Jorge”, se llama el libro. Y como en la bajada de “Decíamos ayer” vuelve a darnos pistas de hacia dónde va: “1983-2014: Periodismo, política y poder. El ascenso al trono de Jorge Lanata”.

Tres extractos apenas para ver si aquel Lanata es tan ese y tan poco este o si el movimiento estuvo, en realidad, en otro lado:

Pedacito arrancado uno: “La nota de la deuda reciclaba información de la anterior, comenzaba con un estilo de crónica muy del Lanata de los primeros años de escritura, con su proverbial distanciamiento de lo político. ´Hace mucho calor y casi ninguno de nosotros los periodistas creemos en los discursos largos…´”

Pedacito arrancado dos: “Los modos de autopresentación de George ya entonces eran teóricamente a-ideológicos: apelaban al profesionalismo, a la idea de la independencia; a la palabra ´periodismo´, como si ´periodismo´ equivaliera a Aleph o a ´Hay un solo Dios y es Alá´”.
Pedacito arrancado tres: “Dato llamativo que habla del Lanata de entonces y de siempre: busqué con particular atención qué decía George tras cada acto electoral y sólo encontré textos breves, más bien pobres, a veces resueltos apenas en el pirulo de tapa. En mi interpretación, esa ausencia de densidad y extensión habla del poco interés de George por la política en serio, por la política como proceso histórico, colectivo y complejo.

Pedacito no arrancado del libro de nadie, de cosecha mía, propia: estamos hablando del cinismo, ese que tantos equipararon y siguen igualando incluso hoy a buen periodismo.

Porque yo me lo acuerdo. Y eso no era ni progresista, ni alternativo, ni antisistema. Era estéticamente rupturista, creativo e innovador, pero también era la otra cara del menemato: el antimenemismo fácil lleno de canchereadas, egolatrías y de acentos puestos en quien pregunta más que en la respuesta. Equiparación de nombres de entrevistados con los de los entrevistadores; dedo en la llaga de los diputados, senadores y funcionarios y al curro de las empresas, silencio de radio; y mucha edición y burla a lo CQC.

Porque yo me la acuerdo. Y aquello no fue ni revolucionario, ni protector. Fue revulsivo, mero show y bien mediático. Y porque me lo acuerdo no se lo perdono: No se graban, transmiten, filman y ponen al aire las lágrimas de hambre de una nenita tucumana. Nunca. Ni con el rating por las nubes. Ahí se ve que aquel Lanata no er ni tan otro, ni tan diferente de este.

Y se la ve a una de sus discípulas confesar, o impune o inconsciente de lo que está revelando, lo que entiende por periodismo. Porque fue ella la que produjo la nota y la que entrevistó a la entonces nena Barbarita.

"A mí me pegó mucho, edite la nota yo misma. Y le había dicho a lo productores que tenía un notón. (...) Cuando (Lanata) vio la nota al aire, se dio cuenta de lo buena que estaba y la repitió. Al programa siguiente puso al aire a la nena para hablar con ella directamente. A mí me corrieron dale medio y la nota la siguió Lanata personalmente. Después en el documental que hizo -Deuda- yo aparezco 10 segundos, ni en los agradecimientos ni nada".

Como puede observarse, esta hoy mujer televisiva se presenta más preocupada por los créditos en una película que por revisar si hubo una pizca de ética en rascar en el dolor para lograr rating o si ese asco que ella llama nota no podría haberse realizado sin cruzar el límite de la humillación pública de la pequeña. Hoy tenemos, por suerte, una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que considera a los niños, niñas y adolescentes sujetos de derecho y no objeto de caprichos de movileras y, quizás, algún tábano la hubiera puesto a interrogarse.

Hoy, además de LSCA hay kirchnerismo y ese espacio político, el más importante de la Argentina actual está furioso con Jorge Lanata. Está que trina por tres razones básicas: porque es ofensivo h porque es eficaz, básicamente? Porque él es uno de esos de las frases cortas y de los razonamientos de espectacularidad que dejan un alo de sospecha certificada sin que importe demasiado la precisión de eso que se denuncia. Pero sobre todo porque parte de ese mundo K creyó, en otros tiempos, que Lanata era otra cosa, que el periodismo era otra cosa, que el progresismo (ese progresismo light o antimenenismo fácil) era otra cosa. Y no hay nada más doloroso que verse en el espejo y detectar que todo lo que uno pensó que era, no era más que fachada, máscara, embuste, porque no estaban sino buscando su propio reflejo en el espejo equivocado.

El 2 de abril de 2008 el editor general del diario Clarín Ricardo Kirschbaum respondía así en La Nación a la Presidenta luego de que ella cuestionara con enojo aquella caricatura en la cual Sábat le tapaba la boca: “El trabajo que nosotros hacemos en Clarín siempre intentó ser un reflejo de la realidad”.

ADEPA, esa entidad de dueños de medios a la que esos propietarios hacen hablar como si fuese un tercero, también tacleó a la Presidenta con el cínico y mentiroso “Noticias y opiniones periodísticas expuestas sin otro propósito que reflejar la realidad”.

Hace poquitos días, apenas 7 años después de aquellos textuales, el diario Clarín puso al aire un spot mientras funcionaba la Feria del Libro. En él dijeron: “Letras, letras que forman palabras, que forman oraciones, que forman historias, que forman cultura. Cultura que forma gente. Gente que forma un país”.

Nada de espejo, ni de reflejo. Nada de ascepcia, ni de independencia, ni de puro periodismo. Formación e influencia. O sea, política. Política pura y dura.

Puede parecer inconexo. Pero es urgente y oportuno. Porque se ha vuelto necesario hablar de Lanata, de aquel y de este. Pero no para hablar de él, sino para hincarle el diente al periodismo, o sea a los ascos presentados como crónicas televisivas y a eso del reflejo, entre otros tantos debates.

Hay que meterse pronto con aquel periodismo, pero también con éste. Porque es una de las necesarias formas de hablar de nosotros. De en qué estábamos cuando aplaudíamos la denuncia sólo con dedo acusador a la política; de en qué pensábamos cuando acompañábamos conmovidos el show del llanto televisado; de en qué andábamos cuando nos deglutíamos eso del “reflejo”. Y de cuánto hicimos para que tuvieran que sutilmente reconocer cuánto y por cuánto tiempo fueron quienes nos formaron.

Hablemos de Lanata. Pero nos llevará sólo un ratito porque de lo que vamos –porque debemos- a ponernos a conversar es de qué pasó y cómo aquello que nos sonaba natural hoy nos resulta, sencillamente y gracias a tanto avance, insoportable.

domingo, 4 de mayo de 2014

Programa SF 109 - Horacio Pietragalla y Cecilia Gonzalez - 3 de Mayo de 2014


Tirar del piolín o que el hilo se corte por lo más delgado
Por Mariana Moyano
Editorial SF del 3 de Mayo de 2014

“… Acostado sobre una camilla, el cabello corto hacía ver una frente amplia que anunciaba una futura calvicie. Hebras de cabello mustio daban cuenta de la acción del gel. Todo era dolor en el semblante de César Reyes Villarreal. El gesto y el cuerpo desnudo le daban al momento registrado por una cámara fotográfica todo el patetismo de la muerte cercana. De nada vale una pistola al cinto, la peor de las arrogancias, la bilirrubina aceitando el sabor de la lengua en un traslado de droga, todo el dinero ganado en la venta de kilos de cocaína. El narcotraficante que junto con Chava Gómez le disputaba a Antonio Ávila, el Comandante, la herencia de Juan García Abrego al frente del cartel del Golfo, tuvo al menos la suerte de sobrevivir veintidós horas en aquel día de septiembre de 1997. Murió en una mesa de operaciones con ocho orificios de bala en la espalda.
“Ésta es una de las escenas habituales en México desde comienzos de los años ochenta, cuando cobró auge la producción y el transporte de drogas hacia Estados Unidos con su caudal de corrupción, violencia y muerte.
“Desde entonces, el fenómeno comenzó a ser analizado y explicado tanto desde el punto de vista histórico (la producción de drogas durante la segunda guerra mundial para crear la morfina, por ejemplo), como político (hombres de gobierno ligados al tráfico) y el sociológico (incluida la cultura del narco expresada esencialmente en la vestimenta, los gustos musicales y los corridos). Los resultados han sido muy dispares y la apuesta por el escándalo y el glamour de un mundo mitificado por el propio desconocimiento ha florecido por encima del trabajo de investigación. El cine, incluso, lo ha abordado desde historias segmentadas asentado en su baza elemental: pobreza más corrupción más crimen más encumbramiento político.
“La prensa, especialmente la escrita que está en condiciones de darle mayor precisión y rigor al tema, en comparación con los medios electrónicos, ha sido víctima y expresión de lo mejor y lo peor de las contradicciones humanas. Ha abordado el tema con acierto, arrojo, imprecisiones, miedos, temores, respeto, valor, rigor del mejor y contradicciones, pero en general con una repercusión menor y acotada por el escándalo. Atenazados por las versiones oficiales y la amenaza permanente, los periodistas han quedado a medio camino entre responder a los principios más elementales como informar sin medir consecuencias o repetir tantos esquemas policiacos de dejar que el agua corra y no adentrarse en la sordidez de un mundo que responde con plomo cuando se le molesta o con depósitos bancarios cuando se le es fiel”.
Este es el comienzo de “Con la muerte en el bolsillo”, de María  Gómez y Darío Fritz. Se trata de uno de los primeros libros que adquirieron alguna notoriedad en Buenos Aires, cuando el “debate narco” no ocupaba, ni preocupaba, ni a las autoridades rosarinas, ni a los diarios centenarios, ni a los explicadores del rating. La primera edición local data de 2005, o sea, cuando para la gran prensa la Argentina no era el peor de los mundos y cuando El Patrón del mal no ponía a programadores a discutir cómo iban a ser los cambios de horario de los canales de TV. Es decir, en un pasado reciente en el cual no se recurría a la problemática del consumo -justamente, problemático- para pintar una Argentina invivible.
Ahora la cosa es distinta. Y el diario centenario reproduce en tapa, calcada y sin chistar la agenda de la embajada y/o de la DEA, según vaya conviniendo. “Una relación compleja / Washington y la región. Duras advertencias de los EE.UU. por el crecimiento del narcotráfico. El Departamento de Estado señaló que la Triple Frontera es una vía del tráfico ilegal; la máxima responsable para la región habló de un incremento "dramático" del negocio de la droga”. Así nos desayunaron el sábado. El tema, ya, en ventanitas temáticas; es decir, casi sección propia. La llaman “narcotráfico”, una bolsa en la que meten pibes e historias truculentas, junto a dineros aportados a campañas de políticos que no les caen simpáticos. Todo bien diseccionado y listo para ser deglutido. Eso sí, el lavado de dinero nunca forma parte del tema en cuestión.
Miren: “Hallan en México cocaína líquida que había sido embarcada en Buenos Aires. Proponen la creación de una DEA Argentina. El ministro Montenegro avala la idea. Con tres nuevos casos, ya suman 105 los homicidios en Rosario.  Los crímenes serían producto de ajustes de cuentas narcos; allanan tres búnkeres que ya habían sido desarticulados. Detectan una sustancia de la droga caníbal en pastillas de éxtasis secuestradas hace 10 días. Rosario: unos 150 menores fueron detenidos por trabajar en búnkeres”.
Esto está escrito como debe leerse: Todo de un tirón, sin separar, ni segmentar, sin desglosar, sin tamizar, ni distinguir. Es decir, sin complejizar. Con mucho susto y poca disección. Porque así quieren que sea el tratamiento, el social, el médico y el mediático: a los golpes.
En otro libro, uno aparecido en la Argentina casi 10 años después del antes mencionado, otra periodista, también mexicana, tira del lado menos mediatizado del piolín. Se llama Cecilia González y la han llevado a cuanto programa de tele sobre “la cosa narco” han producido. Ella ha peleado a brazo partido para intentar explicar la complejidad del fenómeno, pero le han querido hacer decir que es éste, la Argentina, el peor de los sitios en lo que a drogas respecta. En uno de esos capítulos en los cuales echa luz sobre la zona que los más poderosos o no quieren mirar o pretenden esconder, y que se titula “El Cartel de Juárez en Argentina. El Señor de los cielos de compras en Sudamérica”, cuenta: “A mediados de 1996, un acaudalado empresario mexicano aterrizó en Buenos Aires, junto con su esposa y un séquito de guardaespaldas. Al salir del Aeropuerto internacional de Ezeiza, la pareja fue recibida por un numeroso grupo de asistentes. La comitiva abordó varias camionetas de lujo, alquiladas ex profeso para la ocasión y se dirigió rumbo al lujoso hotel Hyatt de Recoleta.
“Juan Arriaga Rangel, casado en segundas nupcias con Sonia Barragán y padre de 8 hijos se quedó en la habitación presidencial de un hotel (en el cual) (…) suelen hospedarse mandatarios y figuras internacionales.
“El hombre de ojos verdes paseó por Buenos Aires sus trajes Versace, camisas hechas a medida y con iniciales propias, sus uñas manicuriadas y el prolijo bigote recortado, durante casi dos meses y medio. Aprovechó para hacer un viaje exprés a Punta del Este. Le gustó tanto la zona que compró una casa. En una de sus idas y vueltas inició los trámites para adquirir un lujoso departamento de 350 000 dólares en la avenida Alvear.
“(…) También negoció la compra de un departamento y una hacienda en Bahía Blanca, dos casas en la provincia de Buenos Aires y una casa, un hotel y una finca en Mar del Plata. Para movilizarse con su gente, adquirió cuatro camionetas de lujo.
“El 3 de marzo de 1997, Arriaga Rangel partió de Buenos Aires a Mendoza. Estuvo entretenido en la compra de 18 vehículos blindados, cuatro casas, cuatro departamentos, un local y una oficina en la capital chilena, más una finca en las afueras.
“Ya con sus múltiples y nuevos bienes en la bolsa, el millonario dejó a su familia mexicana y se fue a visitar a su familia cubana. Era bígamo (…) Desde Chile partió hacia La Habana (…) Voló luego hacia la costa del Caribe y finalmente llegó al Distrito Federal. De inmediato comenzó los preparativos para someterse a la cirugía plástica que, pensaba, le permitiría refugiarse con mayor tranquilidad en Sudamérica.
“Ese había sido el verdadero y principal objetivo de su largo viaje, porque este hombre no se llamaba Juan Arriaga Rangel, ni trabajaba como empresario. Era, en realidad, Amado Carrillo Fuentes, el famoso “Señor de los Cielos”, el líder del Cartel de Juárez que ya había sido declarado por la DEA y el FBI como el narcotraficante más poderoso de América Latina”.
Esta parte de la película, no nos la cuentan en la TV, en los shows tenebrosos que se y nos arman con la excusa de la cocaína. Tampoco en esos diarios reproductores de (casi) todos los cables de Washington. De los ricos y famosos, poco. De los vínculos entre los protagonistas de las noticias sociales de ese mismo medio y el lavado de dinero proveniente del narcotráfico, nada. Acento en la sustancia, casi como una reiteración acrítica de aquella fatídica campaña de la “Maldita Cocaína” made by Lopérfido a inicios de los dos mil. Mucho pobrerío y cataratas de los ejércitos de pibes transas y los consumidores, los únicos a los que se personaliza y sobre los que se posa el más rutilante haz de luz.
Horacio Pietragalla es diputado nacional. Es joven y es de Villa Lugano. Tiene un humor negro y es ácido como sólo esas personas que le ganaron a la muerte en varios de los sentidos pueden serlo. Los medios poderosos no se ocupan mucho de él, salvo cuando su rol como nieto aparecido les sirve para lavar culpas y cara. No hicieron un gesto excepcional esta semana cuando un proyecto de su autoría fue convertido en ley: la ley nacional de Creación de un Plan Integral para el Abordaje de Consumos Problemáticos.
La normativa votada se mete con el lado del piolín más tironeado, pero no para hacer morbo del pibe caído, sino para intentar que el Estado vuelva a mostrar que es el único en condiciones de ayudar a salvarse a la carne de cañón del relato hegemónico. Tiene considerandos, detalles y direccionamiento de presupuesto que entusiasman. Pero lo más conmovedor fue la explicación que dio el propio diputado de qué lo llevó a redactar y a militar este proyecto y sobre la que, por supuesto, al escándalo lo le interesa posarse: “Me sentía en deuda con amigos que ya no están –contó-. Vengo de un barrio donde el neoliberalismo dejó muchos jóvenes marginados que encontraron las adicciones muy cerca de su casa sin un Estado que los acompañe con un plan de prevención y rehabilitación”.
A la aprobación –y por unanimidad- de este proyecto también la ningunearon. Porque acá no hay malos y buenos; ni gánsteres horribles contra purísimos vecinos sólo víctimas. Y como con esto no se puede construir novela, ya estamos acostumbrados: invisibilización, para que no haya piolín desde del cual tirar sino hilo que se corte por lo más delgado. Como siempre: nunca los ricos y siempre mucho morbo y si es posible, toneladas de show.

jueves, 1 de mayo de 2014

Programa SF 108 - Luis Alberto Quevedo - 26 de abril de 2014


La palabra y el Bla Bla
Por Mariana Moyano
Editorial SF del 26 de Abril de 2014

Me remitió de inmediato. Fue un viaje abrupto a aquellas semanas que tanto le gustaban construir a las coberturas periodísticas de aquellos años noventa: mucho Bla Bla y poca palabra. Todo el circo posible sobre las olitas de superficie y poco -o si era posible, nada- del conflicto de fondo.
El domingo temprano empezaron batiendo el parche con una información que les encanta, que aman comunicar: el delito sufrido por alguien del riñón o cercano al oficialismo. Esta vez le tocó a Aníbal Fernández. Y le dieron con munición pesada. Se les notaba: les corría la baba por la comisura ante el espectáculo que veían y brindaban, ese bacanal de miseria que se almuerzan cada vez que pueden.
El lunes, el analista estrella del diario que tiene casi la misma edad de la patria, instó, obligó casi, a la “unificación del espacio no peronista en una sola propuesta electoral”, a que no aparecieran con una “matriz de un futuro gobierno precario” y a que revieran las carencias en los encuentros con el macrismo, porque de no hacerlo corrían el riesgo de eliminarse unos a otros de la escena electoral.
A las horas nomás, vino el momento de hablar de “Los” empresarios -“Todos”- que se ponen en pie de guerra contra el gobierno. Los más poderosos, los voceros de los más poderosos, los satélites y los repetidores de los más poderosos, dale que va con el tachín tachín de una especie de grito de guerra de la burguesía argentina, ese inventado espacio que presentan como poseedores de la llave del futuro de progreso de la nación. Hasta La Nueva Provincia, cuyo director, dueño e ideólogo se ha convertido –sólo por el tesón y la valentía de algunos- en la punta del piolín que puede desovillar todo el entramado de asociación de lo mediática con el terrorismo uniformado, presentó a los ejecutivos como la reserva moral de la república. “Después de una presencia secundaria o casi inexistente, los empresarios están resueltos a volver a tener un rol más activo en la vida institucional”, publicaron.
Comentaron la prisión sentenciada a María Julia Alsogaray sin guirnaldas, ni alaridos, ni escándalo, ni dimensionamiento del símbolo que ello implica. La situación judicial de Ricardo Jaime fue llevada hasta el extremo para que roce bien de cerca a Cristina Kirchner. Con la legisladora porteña Gabriela Alegre hicieron la del ejemplo del manual de periodismo indicado en el ítem Lo que no se hace en periodismo. Y en esas tardes programadas en televisión para que el sopor, el hartazgo y la pesadez nos tome por completo y no podamos diferenciar vida de proyección, la referente máxima del odio vuelto denuncia junto a dos de las voces más chillonas e ignorantes del comentarismo argentino se cansaban de decir que lo que está escrito en un texto legal, en realidad, no existe. “La AUH es incompatible con el trabajo doméstico”. Que sí, que sí, que sí. Leen. Y que no. Pero no importa. Porque no se trataba de palabra, sino de puro Bla Bla.
No tuvieron entidad de temas centrales de la vida política ni que el propio gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica apoyó a la Argentina en la patriada contra los buitres, ni que YPF ya tiene las manitos desatadas para explorar y explotar soberanía, ni que la flota nueva del San Martín ha sido el emblema más poderoso para batirse con aquel “ramal que para, ramal que cierra”.
Como decía, mucho Bla Bla y poca palabra. Porque cualquier cosa se puede decir, expresar, afirmar, denunciar y vociferar. Porque a ellos no se les cobra ser adictos a la banalización de las promesas realizadas. Mientras tengan efecto –aunque más no sea cortito, de ocasión- se los disculpa y, por supuesto, se los celebra. No se mide la herida de la adjetivación. Mientras sirva al caos, bienvenido el Bla Bla, mientras hiera de muerte a la palabra.
Ese jueves 24 de abril, casi a la madrugada mi cabeza estaba tomada por otra instancia del hablar, por esa palabra que iba a tener que poner Vicente Gonzalo María Massot nada menos que en una indagatoria. Volaba de aquí para allá en mis delirios y en cómo a veces los términos y los significados históricamente impuestos le hacen un favor a lo justo: no podía dejar de pensar en cómo allanamiento, que es bucear entre papeles y objetos para encontrar prueba, en algunas oportunidades también es allanar, pero caminos para que se liberen ríos contenidos de necesidad de justicia.
Estaba a minutos de subir a un avión rumbo a Bahía Blanca para poder hacerme una camiseta con la inscripción “Yo lo vi tener que presentarse a indagatoria” y en la radio del taxi ya había comenzado a hablar el médico.
Uno se acostumbra, porque nos da pasto. Él ya había afirmado, rotulado y sostenido que la presidenta padecía ese inexistente síndrome de hubris, lo había diagnosticado a distancia y nunca, ni a él ni a ninguno de los chirolitas, les dio vergüenza que la ciencia a coro se les riera y los desmintiera en la cara. Y ya se había metido con el cerebro de la mujer más representativa de la política argentina. La supuesta lobotomización lo enamoró y, conociéndolo, uno sabe que ni ese será su límite. Porque sabemos que el Bla Bla les encanta y no hay nada que los espante más que la palabra con sustento.
Así que, con el cuero duro como estamos, no me sorprendió la opinión, pero sí la manera envalentonada y el juicio terminante y categórico: “desde el punto de vista comunicacional es algo muy importante porque mintieron, como lo hace siempre este gobierno”. Hay que sostener la frase, con el siempre y lo de la mentira, lanzarlo a un gobierno completo, sin particularizar y con generalización.
Porque se animan a todo y a todos. Con tal de bla bla para tapar la palabra, dale que va, insulto y a la bolsa. Se les desarma la operación con 5 minutos de cerebro, pero sigue siendo asombroso el poder de propalación que tienen de la mentira.
Aníbal Fernández se cansó de mostrar y demostrar con papel, documento y archivo que no había sido él quien inventó aquello de la “sensación” sino que sólo comentó un informe reproducido en La Nación, de la Universidad de Belgrano. La primera nota data de abril de 2002, o sea, la era pre K. No importa, porque no se mide el peso de la palabra, sólo vale el Bla Bla.
Los de FAUNEN, en los actos, los ámbitos por antonomasia de la política no hablan. Video y comentario fuera del centro de la escena. La palabra no la dan y el Bla Bla, todo en la arena mediática. Eso les encanta.
Lo hicieron siempre, pero en esta oportunidad -por primera vez, me atrevo a asegurar- les salió peor de lo que suponían. Llevaron adelante la opereta, pero les quedaron unos jirones en el camino. Se habían acostumbrado a eso de conformar una entidad empresaria, hacer de cuenta de que ellos no estaban ahí, juntarles la cabeza a los ejecutivos más poderosos, alinearlos y  hacerles decir. O sea, construir el hecho, protagonizarlo, relatarlo falsamente, comentarlo como ajenos a eso construido y hacer Ole cuando se les señala la mentira. Porque ahí sí que de palabra, cero. Bla bla en estado puro.
De María Julia, apenas la individualización. Nada de contexto. Ella, presentada como una especie de marciana llegada de Neptuno que decidió sola y por su cuenta rifar el pasado y el futuro del Estado nacional. No hubo Menem, empresarios sonrientes y socios de ese menemato, privatización como cultura imperante y concentración de la economía. Apenas un acto de corrupción. Ni mención a la década perdida. Porque la palabra, robada. Junto con las reservas, la soberanía, los fondos, las jubilaciones y el futuro. Y ahí el periodismo hizo su parte y nos robó el contexto, de modo que nosotros quedásemos lobotomizados: nos convencieron de que no era importante preguntarle a un acontecimiento por qué.
A Gabriela Alegre la relatan gritando “pelotudos” y la propia herramienta sobre la que el soporte de la colonización se sostiene, como es la filmación, muestra que la de la palabrota no es otra que la jefa de la bancada del PRO. No importa, inventan orden del día, sesión y oradora. Esto sí, Bla Bla por los cuatro costados.
Mientras tanto, en una ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires, la más militarizada en términos de cantidad de hombres y en el orden de la cooptación cerebral, un dueño, un civil, un ideólogo, un socio, el que más se atrevió a arengar, nuestro propio nazi inteligente, era llevado por las convicciones que no dejaron en la puerta un grupo de jóvenes fiscales atrevidos, corajudos y valientes a prestar declaración indagatoria. Le tiró basura a su mamá muerta y llegó al juzgado con 119 páginas hirvientes de amenaza. “La defensa de Massot –publicó La Nueva Provincia en su edición del viernes 25- aportó, además, 119 copias de páginas de los diarios Clarín, La Nación, Río Negro, Ecos Diarios, La Capital, La Voz del interior y La Tarde, donde se publicaron notas coincidentes con algunas de las publicadas por La Nueva Provincia durante el período 1975-1976”.
Si prueban que hubo delito de acción psicológica, parece haber pensado el instigador bahiense, la culpa no va ser sólo mía. Y si caigo, me llevo a unos cuantos, indica su accionar que decidió. Ya habían tomado nota sus colegas. Primero silencio de radio. Desde hace unos días, defensa corporativa. Le pusieron a ADEPA, a CEMCI, a la dinosáurica Academia de Ciencias Morales y Sociales y le pondrán a todos los que hagan falta. Ellos también se acuerdan de que en ese video sacado del arcón por 678, -ese en el cual el contador Magnetto festeja con Neustadt la privatización menemista de los canales- sentadito al lado y también celebrando porque se quedaban con TELEFE estaba Alejandro, un Massot. Acá sí. Nada de Bla Bla. Pura palabra.
Me gusta horrores esa idea de Aldo Ferrer de que hay empresarios que, con tal de no perder poder, son capaces de perder dinero. Porque apunta de lleno al corazón de la cosa política, del poder en estado puro, de la disputa por lo ideológico. Porque no se queda en el billete, que es sólo una parte de lo necesario para ser poderoso. Va al nudo de la batalla cultural. En la que el Bla Bla y la palabra siempre se baten a duelo.
A Luis Alberto Quevedo cuesta llamarlo así, porque es Beto. Es un uruguayo 24 sobre 24 aunque viva acá desde hace rato. Y con esa parsimonia tan bien adjudicada a los orientales lanza Exocet que parecen caricias, porque no le pone el tono encolerizado de la porteñidad argentina. Lo dice como al pasar. Pero es cero Bla Bla; es palabra en dosis concentrada. “Cristina –dijo Beto, pero que llamaremos Luis Alberto y le agregaremos el Quevedo para subirle el tono académico y ponerle más peso a lo político- produjo un desacople respecto de los medios hegemónicos: promovió una ley democrática y les quitó el poder de imponer agenda política”.
En esa venimos desde hace un rato. Por eso es que a cada acto, a cada política y a cada palabra la quieren matar. Asesinarla y desaparecerla para que en el aire sólo quede eso que a ellos tanto les sirve, el ya insoportable e insostenible Bla Bla.