domingo, 4 de mayo de 2014

Programa SF 109 - Horacio Pietragalla y Cecilia Gonzalez - 3 de Mayo de 2014


Tirar del piolín o que el hilo se corte por lo más delgado
Por Mariana Moyano
Editorial SF del 3 de Mayo de 2014

“… Acostado sobre una camilla, el cabello corto hacía ver una frente amplia que anunciaba una futura calvicie. Hebras de cabello mustio daban cuenta de la acción del gel. Todo era dolor en el semblante de César Reyes Villarreal. El gesto y el cuerpo desnudo le daban al momento registrado por una cámara fotográfica todo el patetismo de la muerte cercana. De nada vale una pistola al cinto, la peor de las arrogancias, la bilirrubina aceitando el sabor de la lengua en un traslado de droga, todo el dinero ganado en la venta de kilos de cocaína. El narcotraficante que junto con Chava Gómez le disputaba a Antonio Ávila, el Comandante, la herencia de Juan García Abrego al frente del cartel del Golfo, tuvo al menos la suerte de sobrevivir veintidós horas en aquel día de septiembre de 1997. Murió en una mesa de operaciones con ocho orificios de bala en la espalda.
“Ésta es una de las escenas habituales en México desde comienzos de los años ochenta, cuando cobró auge la producción y el transporte de drogas hacia Estados Unidos con su caudal de corrupción, violencia y muerte.
“Desde entonces, el fenómeno comenzó a ser analizado y explicado tanto desde el punto de vista histórico (la producción de drogas durante la segunda guerra mundial para crear la morfina, por ejemplo), como político (hombres de gobierno ligados al tráfico) y el sociológico (incluida la cultura del narco expresada esencialmente en la vestimenta, los gustos musicales y los corridos). Los resultados han sido muy dispares y la apuesta por el escándalo y el glamour de un mundo mitificado por el propio desconocimiento ha florecido por encima del trabajo de investigación. El cine, incluso, lo ha abordado desde historias segmentadas asentado en su baza elemental: pobreza más corrupción más crimen más encumbramiento político.
“La prensa, especialmente la escrita que está en condiciones de darle mayor precisión y rigor al tema, en comparación con los medios electrónicos, ha sido víctima y expresión de lo mejor y lo peor de las contradicciones humanas. Ha abordado el tema con acierto, arrojo, imprecisiones, miedos, temores, respeto, valor, rigor del mejor y contradicciones, pero en general con una repercusión menor y acotada por el escándalo. Atenazados por las versiones oficiales y la amenaza permanente, los periodistas han quedado a medio camino entre responder a los principios más elementales como informar sin medir consecuencias o repetir tantos esquemas policiacos de dejar que el agua corra y no adentrarse en la sordidez de un mundo que responde con plomo cuando se le molesta o con depósitos bancarios cuando se le es fiel”.
Este es el comienzo de “Con la muerte en el bolsillo”, de María  Gómez y Darío Fritz. Se trata de uno de los primeros libros que adquirieron alguna notoriedad en Buenos Aires, cuando el “debate narco” no ocupaba, ni preocupaba, ni a las autoridades rosarinas, ni a los diarios centenarios, ni a los explicadores del rating. La primera edición local data de 2005, o sea, cuando para la gran prensa la Argentina no era el peor de los mundos y cuando El Patrón del mal no ponía a programadores a discutir cómo iban a ser los cambios de horario de los canales de TV. Es decir, en un pasado reciente en el cual no se recurría a la problemática del consumo -justamente, problemático- para pintar una Argentina invivible.
Ahora la cosa es distinta. Y el diario centenario reproduce en tapa, calcada y sin chistar la agenda de la embajada y/o de la DEA, según vaya conviniendo. “Una relación compleja / Washington y la región. Duras advertencias de los EE.UU. por el crecimiento del narcotráfico. El Departamento de Estado señaló que la Triple Frontera es una vía del tráfico ilegal; la máxima responsable para la región habló de un incremento "dramático" del negocio de la droga”. Así nos desayunaron el sábado. El tema, ya, en ventanitas temáticas; es decir, casi sección propia. La llaman “narcotráfico”, una bolsa en la que meten pibes e historias truculentas, junto a dineros aportados a campañas de políticos que no les caen simpáticos. Todo bien diseccionado y listo para ser deglutido. Eso sí, el lavado de dinero nunca forma parte del tema en cuestión.
Miren: “Hallan en México cocaína líquida que había sido embarcada en Buenos Aires. Proponen la creación de una DEA Argentina. El ministro Montenegro avala la idea. Con tres nuevos casos, ya suman 105 los homicidios en Rosario.  Los crímenes serían producto de ajustes de cuentas narcos; allanan tres búnkeres que ya habían sido desarticulados. Detectan una sustancia de la droga caníbal en pastillas de éxtasis secuestradas hace 10 días. Rosario: unos 150 menores fueron detenidos por trabajar en búnkeres”.
Esto está escrito como debe leerse: Todo de un tirón, sin separar, ni segmentar, sin desglosar, sin tamizar, ni distinguir. Es decir, sin complejizar. Con mucho susto y poca disección. Porque así quieren que sea el tratamiento, el social, el médico y el mediático: a los golpes.
En otro libro, uno aparecido en la Argentina casi 10 años después del antes mencionado, otra periodista, también mexicana, tira del lado menos mediatizado del piolín. Se llama Cecilia González y la han llevado a cuanto programa de tele sobre “la cosa narco” han producido. Ella ha peleado a brazo partido para intentar explicar la complejidad del fenómeno, pero le han querido hacer decir que es éste, la Argentina, el peor de los sitios en lo que a drogas respecta. En uno de esos capítulos en los cuales echa luz sobre la zona que los más poderosos o no quieren mirar o pretenden esconder, y que se titula “El Cartel de Juárez en Argentina. El Señor de los cielos de compras en Sudamérica”, cuenta: “A mediados de 1996, un acaudalado empresario mexicano aterrizó en Buenos Aires, junto con su esposa y un séquito de guardaespaldas. Al salir del Aeropuerto internacional de Ezeiza, la pareja fue recibida por un numeroso grupo de asistentes. La comitiva abordó varias camionetas de lujo, alquiladas ex profeso para la ocasión y se dirigió rumbo al lujoso hotel Hyatt de Recoleta.
“Juan Arriaga Rangel, casado en segundas nupcias con Sonia Barragán y padre de 8 hijos se quedó en la habitación presidencial de un hotel (en el cual) (…) suelen hospedarse mandatarios y figuras internacionales.
“El hombre de ojos verdes paseó por Buenos Aires sus trajes Versace, camisas hechas a medida y con iniciales propias, sus uñas manicuriadas y el prolijo bigote recortado, durante casi dos meses y medio. Aprovechó para hacer un viaje exprés a Punta del Este. Le gustó tanto la zona que compró una casa. En una de sus idas y vueltas inició los trámites para adquirir un lujoso departamento de 350 000 dólares en la avenida Alvear.
“(…) También negoció la compra de un departamento y una hacienda en Bahía Blanca, dos casas en la provincia de Buenos Aires y una casa, un hotel y una finca en Mar del Plata. Para movilizarse con su gente, adquirió cuatro camionetas de lujo.
“El 3 de marzo de 1997, Arriaga Rangel partió de Buenos Aires a Mendoza. Estuvo entretenido en la compra de 18 vehículos blindados, cuatro casas, cuatro departamentos, un local y una oficina en la capital chilena, más una finca en las afueras.
“Ya con sus múltiples y nuevos bienes en la bolsa, el millonario dejó a su familia mexicana y se fue a visitar a su familia cubana. Era bígamo (…) Desde Chile partió hacia La Habana (…) Voló luego hacia la costa del Caribe y finalmente llegó al Distrito Federal. De inmediato comenzó los preparativos para someterse a la cirugía plástica que, pensaba, le permitiría refugiarse con mayor tranquilidad en Sudamérica.
“Ese había sido el verdadero y principal objetivo de su largo viaje, porque este hombre no se llamaba Juan Arriaga Rangel, ni trabajaba como empresario. Era, en realidad, Amado Carrillo Fuentes, el famoso “Señor de los Cielos”, el líder del Cartel de Juárez que ya había sido declarado por la DEA y el FBI como el narcotraficante más poderoso de América Latina”.
Esta parte de la película, no nos la cuentan en la TV, en los shows tenebrosos que se y nos arman con la excusa de la cocaína. Tampoco en esos diarios reproductores de (casi) todos los cables de Washington. De los ricos y famosos, poco. De los vínculos entre los protagonistas de las noticias sociales de ese mismo medio y el lavado de dinero proveniente del narcotráfico, nada. Acento en la sustancia, casi como una reiteración acrítica de aquella fatídica campaña de la “Maldita Cocaína” made by Lopérfido a inicios de los dos mil. Mucho pobrerío y cataratas de los ejércitos de pibes transas y los consumidores, los únicos a los que se personaliza y sobre los que se posa el más rutilante haz de luz.
Horacio Pietragalla es diputado nacional. Es joven y es de Villa Lugano. Tiene un humor negro y es ácido como sólo esas personas que le ganaron a la muerte en varios de los sentidos pueden serlo. Los medios poderosos no se ocupan mucho de él, salvo cuando su rol como nieto aparecido les sirve para lavar culpas y cara. No hicieron un gesto excepcional esta semana cuando un proyecto de su autoría fue convertido en ley: la ley nacional de Creación de un Plan Integral para el Abordaje de Consumos Problemáticos.
La normativa votada se mete con el lado del piolín más tironeado, pero no para hacer morbo del pibe caído, sino para intentar que el Estado vuelva a mostrar que es el único en condiciones de ayudar a salvarse a la carne de cañón del relato hegemónico. Tiene considerandos, detalles y direccionamiento de presupuesto que entusiasman. Pero lo más conmovedor fue la explicación que dio el propio diputado de qué lo llevó a redactar y a militar este proyecto y sobre la que, por supuesto, al escándalo lo le interesa posarse: “Me sentía en deuda con amigos que ya no están –contó-. Vengo de un barrio donde el neoliberalismo dejó muchos jóvenes marginados que encontraron las adicciones muy cerca de su casa sin un Estado que los acompañe con un plan de prevención y rehabilitación”.
A la aprobación –y por unanimidad- de este proyecto también la ningunearon. Porque acá no hay malos y buenos; ni gánsteres horribles contra purísimos vecinos sólo víctimas. Y como con esto no se puede construir novela, ya estamos acostumbrados: invisibilización, para que no haya piolín desde del cual tirar sino hilo que se corte por lo más delgado. Como siempre: nunca los ricos y siempre mucho morbo y si es posible, toneladas de show.

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