domingo, 29 de junio de 2014

Programa SF 116 - Eric Calcagno y Carlos Burgueño - 28 de Junio de 2014


Buitres
por Mariana Moyano
Editorial SF del 28 de Junio de 2014.
Dentro del reducido núcleo de quienes conocían los pormenores y detalles de la operación hubo dos grupos de dos calidades bien distintas. Estuvieron los que contaron de qué iba el asunto en los espacios marginales a los cuales podían acceder, bien lejos de la posibilidad de llegar a muchos. Y estuvieron aquellos que engañaron a la mayoría desde la siempre hipócrita y mentirosa tarima del gurú.
En lo personal, no contaba con ningún dato particularmente valioso. Tenía apenas la información pública. Pero una pizca de olfato y el conocimiento básico de a qué y dónde juega cada uno de los que emite, me alcanzó para, en el año 2000, hacerle el anagrama al pomposo nombre que le habían dado a la operación financiera. Con sólo cambiar de lugar un par de letras me volví pitonisa de entrecasa: el rimbombante Mecaganje centelleaba el MECAGANJE que íbamos a padecer.
Sabía eso, no más. Porque yo, de economía, poco y del encriptado financiero, menos. Pero domino el lenguaje, puedo -y podía- percibir y, sobre todo, ya entendía bastante bien la política. Por eso fui insolente y durante aquel año 2000 en una publicación híper subterránea y marginal que, a lo sumo, leyeron 200 personas, escribí: “Han creado un anticuerpo para resistir posibles embates: la única gran enemiga de estos tiempos es la corrupción y no la deuda y sus causas. La economía se ha convertido en una ciencia neutra, objetiva, desvestida de toda ideología. Los técnicos han conquistado el reino de los cielos”.
La publicación en la cual esto dijimos fue un verdadero fracaso editorial. Para tomarle prestada la idea y decirlo al modo de una de las cabezas más lúcidas, fue “un fracaso ejemplar”. Pero tuvo o tiene un mérito: dejó por escrito esos 3 o 4 principios rectores que varios acarreamos desde los años 80 en que entramos a la vida adulta. Esos que nos han sostenido estas décadas y que explican –muy a pesar de quienes piensan que todos son de su condición y colocan en las opiniones ajenas razones de cuenta bancaria- nuestra adhesión o simpatía a muchísimas de las medidas tomadas en estos últimos 11 años.
En esta publicación que se llamó Actio hablamos de la deuda externa, de la necesidad de una nueva ley de radiodifusión, de cómo la violencia institucional es también violencia, de cuánta mentira acarreaba aquella farsa de lo que Clinton, Blair y un par más dieron en llamar la “tercera vía”, de la necesidad de despenalizar el aborto. 1999 y 2000. Años muy complicados para los herejes de la lógica dominante. Esa humildísima revistita dejó en letra de molde -como le gusta decir especialmente a una persona- que eso que pensábamos y que deseábamos no es muy diferente de lo que pensamos y deseamos.
Consecuencia se le llama a eso. Y ¿saben qué? Orgullo es lo que da.
La Nación nunca fue un fracaso; y para decir la verdad, tampoco fue ejemplar. Pero también es una publicación que ha sido consecuente. Mientras nosotros, en vano, intentábamos propalar aquella verdad de hierro pero dicha al pasar por el entonces ministro de Economía, José Luis Machinea acerca de que “yo puedo presionar a los bancos hasta cierto punto. El poder ya no es de los funcionarios, es de los grupos económicos”, ese diario y otros tantos escondieron debajo de la alfombra la afirmación. El diario ya de los Saguier planteaba como nudo de los inconvenientes de la patria el “despilfarro de los políticos y del Estado” y publicó sin sentirse humillado que Jeb Bush, el hermano gobernador y, a su vez, hijo de los dos Bush presidentes “apostó 10 dólares a la recuperación argentina” y nos convencía de las medidas económicas que se tomaban porque el entonces jefe de las reservas gringas, “ve luz al final del túnel”.
Mientras nuestra ignota y nada influyente revista lo entrevistaba a Raúl Alfonsín para escucharlo decir que “la salida argentina es la integración y más Mercosur porque si quedamos librados al azar y a los vaivenes del mercado controlado por los capitales financieros dejamos que arrasen nuestra nación” o que “la acción política de los gobiernos debe adquirir relevancia nuevamente, mal que les pese a algunos empresarios”, el tradicional periódico mitrista publicaba de modo cuestionador que “Alfonsín rechazó la tregua nacional de silencio de 200 días a la que convocó el secretario general de la Presidencia Nicolás Gallo para llevar calma a los mercados financieros”.
O sea, pregonaban la muerte de la política. Napalm sobre la posibilidad de soberanía. Que sólo hablara el Dios dinero, y el de peor calidad, el financiero.
Consecuencia se llama eso. Imagino que lo que ellos entienden por orgullo les dará. Porque hoy están en la misma. Con iguales modos y fundamentos con que le armaron un pliego de condiciones a un presidente electo; con que llaman venganza a la sentencia contra Martínez de Hoz; con que se ofenden por la primera condena a James Smart, el primer civil; con que a los pibes que afanan los llaman “menores” y “chicos” a los afanados y con que el 18 de junio exigieron pagarle a los buitres como sea y a como dé lugar. Porque, según este medio lo “hostil” es la actitud del gobierno, no de los especuladores y el “agravio” va de la Presidenta a Griesa.
“Los grupos de tenedores originales de bonos no canjeados y los fondos que después de 2001 los adquirieron a bajo precio y tomaron el costo y riesgo de un reclamo por vía judicial fueron categorizados como ´fondos buitre´. El discurso oficial enfatizó en su maldad y encuadró como cómplice a todo juez que les reconociera el derecho a cobrar que les daba el contrato de emisión”, sostuvo una de las dos notas editoriales de este 18 de junio.
Consecuencia se llama eso. Siempre a la derecha, incluso, de la pared. Porque no es complejo para este diario generar abismos ideológicos con la CEPAL, el Mercosur, la UNASUR; incluso con el grupo de los 77 más China y hasta con la ONU. Ahora: ¿ser extremadamente más reaccionario que el New York Times, correr por derecha al Financial Times, ser más conservador que el Foreign Affairs?… Me viene a la cabeza la sencilla pero oportunísima frase de cierto diputado. Aquella de “nadie te pide tanto”.
Por esta convicción que poseen de defender incluso a esos fondos despreciados hasta por la crème de la crème del capitalismo mundial me sorprendió -debo confesar- que en varias oportunidades a buitres no le pusieran comillas y utilizaran esa precisa palabra para definir a eso que ya es tema nacional.
Batalla cultural, le dicen. Y, punto para los débiles: porque este 24 de junio, Clarín puso en tapa “para negociar con los buitres”, El Cronista, “primer gesto con los buitres hizo saltar a los mercados y hundió al blue” y La Nación les escupió, también, “buitres” en el título principal.
Para la misma época en que aquel La Nación (que es éste, sólo que alguito hemos ganado los pequeños que tenemos algo de tiempo a favor) se relamía con el ajuste y aplaudía a rabiar cualquier gesto de achicamiento del Estado (que siempre será para aquel y este diario La Nación agrandar la ídem) cuenta el periodista Carlos Burgueño en su libro que “En esa tarde de noviembre de 2001, Cristian Serantes Lezica ya no tiene argumentos para explicar qué es lo que está sucediendo en la Argentina y por qué. Siempre reconoció que mentir es parte de su trabajo, se sabía bueno en eso, pero esto era demasiado”. (…) “Él sabía casi como nadie que la situación no daba para mucho más y que la situación era inevitable. Sabía que esos bonos del alguna vez fantástico Megacanje no serían pagados y que de forma inevitable caerían en default”.
“´¿Cómo te mantuviste comprando?, vendé hijo de puta´. Las órdenes eran cada vez más complicadas y subidas de tono. En un momento, su teléfono negro siempre incómodo, volvió a sonar. (…) Una voz latina que le hablaba del otro lado en nombre de una firma de nombre inentendible y, curiosamente para él, desconocida, le dio la mayor sorpresa del año. ´Somos del Fondeo Elliott. Queremos hacer una compra por 50 millones de dólares de títulos de deuda argentina al precio de mercado y de manera urgente. La operación puede repetirse mañana. ¿Está en condiciones de aceptar la propuesta?
(…) “Pidió referencias y la voz latina le explicó que se trataba de un fondo de inversión con sede en las islas Caimán (nada extraño para la Argentina de los 90, donde los argentinos que confiaban en su país generalmente lo hacían desde paraísos fiscales). (…) Era una venta sin riesgos: bonos argentinos en venta a cualquier precio sobraban. “Llamó a un amigo para verificar la operación y “sin dejarlo terminar el relato este amigo, al escuchar el nombre del inversor neoyorquino dio su respuesta: ´¡Son buitres!´.
(…) Cristian “no sabía mucho qué quería decir exactamente un fondo buitre, pero tenía en claro una de las máximas de la actividad financiera de alto riesgo: ¿puedo ir preso por esto?, ¿no?, entonces adelante.
“¡Son buitres!, le habían explicado, pero a Cristian no le importaba. Hacía mucho que por deformación profesional y por el bombardeo de los diarios, la radio y la televisión, y problemas personales también, poco le importaba el país donde había nacido, estudiado y logrado cierta fortuna. Total, ya lo tenía decidido. (…). Con dinero en el bolsillo nuevamente, ya diseñaba desde qué capital financiera mundial vería el derrumbe de su país. Quizás les pediría trabajo a esos curiosos ´fondos buitres´ que por algún motivo compraban compulsivamente unos bonos que, a esa altura, eran objeto de bromas entre sus colegas sobre qué ambiente de qué casa podría empapelar con ellos”.
Duele casi más la descripción leída hoy que el propio recuerdo. Duele casi más que saber que en Argentina la causa prescribió; que apenas si el fiscal Germán Moldes pidió reabrirla; que De la Rúa, David Mulford, Daniel Marx, Adolfo Sturzenegger, Carlos Melconián, Jorge Baldrich y Horacio Liendo estuvieron involucrados y nombrados en los expedientes, pero que no sólo nada les pasó sino que hoy aparecen en ese siempre consecuente diario La Nación como citas de autoridad sobre el tema; que Cavallo tiene un ínfimo inconveniente jurídico y que a la mayoría de los que tienen influencia pública les preocupan más las comisiones de 150 millones de dólares de los bancos Francés, Santander, Galicia, Citi, HSBC, JP Morgan, Credit Suisse y de las AFJP que los 55.000 millones que implicó el negocio del megacanje y los 40.000 del blindaje.
Lo que atenúa un poco el dolor es que esos mismos que les construyeron el paraguas argumental, hoy, si quieren hacerse entender, deben nombrarlos así: buitres; que ya no es el lenguaje encriptado del discurso financiero que siempre implica un país arrodillado el que propone las reglas desde la orilla nacional; que entendemos bastante más pese a los que tan sabiamente Jorge Alemán llamó los “expertos economistas cómplices de lo peor”; que será plata o mierda, como decía mi abuela, pero que el final no está escrito; que hasta el Financial Times sabía que no se trataba de una discusión financiera sino de poder y que por eso cuando se refirió a la confrontación argentina con los buitres en diciembre de 2012 habló del “fallo del siglo en el juicio del siglo”; que por fin un Ministerio de Economía no juega a las escondidas con el lenguaje y a la extorsión la llama por su nombre y se manda con textos de debate público y no de intríngulis monetaristas.
Pero, sobre todo, mitiga el padecimiento saberse codo a codo con otros cabeza duras, necios, persistentes y prepotentes de la pelea contra el discurso único. Como un tal Alfredo Eric Calcagno, quien en aquella publicación ignota, fracasada y de inocente rebeldía fue citado así, en aquellos años 2000, cuando decirlo era motivo de burla: “La discusión sobre la convertibilidad se parece bastante a lo que pasa con el tabú y el tótem, ese animal sagrado de los pueblos primitivos al que es imposible criticar. Se confunden los instrumentos, como el déficit, el equilibrio o las tasas de interés, con los objetivos. El problema no son esos instrumentos, sino que no hablemos de la deuda externa. Y que los confundamos con los objetivos, cuando éstos son la autonomía nacional, la distribución del ingreso, la industrialización y la igualdad. Al no hablar de eso, se anula toda la discusión económica, pero sobre todo la política”.
Hoy hablamos. Porque nos pasó la tormenta por encima y del tsunami hicimos una fenomenal capacitación intensiva. Y aunque estemos preocupados y no conozcamos el final de la novela, qué bueno es poder gritar que no es la cuestión financiera, ni es la economía. Que simple y sencillamente: es la política, estúpido.

domingo, 15 de junio de 2014

Programa SF 115 - Fernando Braga Menendez - 14 de Junio de 2014


El  fútbol, los abrazos y la identidad. 
por Mariana Moyano
Editorial SF del 14 de Junio de 2014
No debería llamar la atención. Después de todo, eligieron eso como profesión y olfatear el clima social con algo de anticipación es la única garantía de que su trabajo sea exitoso, es decir, recordado.
Pero hay algunas piezas que, además de tener el mérito de no necesitar más que un par de referencias para que todos entiendan de a qué y a cuál nos referimos, tienen la capacidad de tocar una zona del alma o de obligarnos a preguntarnos si eso que toca el spot es una descripción de lo que ocurre o mera ficción lacrimógena con el único y cínico objetivo de ganar dinero.
Estos días de mundial y bandera dan lugar a la pregunta más que otras ocasiones: las publicidades, cuyo relato tiene como nudo eso tan indescriptible como es la patria, y quienes las crean ¿son, como me ha parecido a veces, similares a esos abogados que defienden por igual a inocentes victimizados que a culpables con mucho dinero para hacer frente al juicio y renovar el mobiliario del letrado defensor?
Hace unos años (no muchos, 10 apenas) la agencia Graffiti D’Arcy y la entidad estatal que los contrató, sorprendieron. Y mucho. Captaron un aire, olieron lo que traía cierta brisa que la Argentina intelectualizada y perspicaz apenas supo y pudo darle nombre y relato con el 2010 del bicentenario. Aquella semana en que lo popular le pudo arrancar -o al menos obligó a compartir- la palabra Patria a la oligarquía vacuna y sojera para estar más acordes a los tiempos; cuando en el altar de los próceres, Sarmiento y Mitre tuvieron que hacerle lugar a Moreno y a Monteagudo y hasta debieron arrinconarse porque hasta Rosas pidió estar en ese mismo panteón; cuando celebrar la Nación no pudo ser despreciado más que por miopes que hablaban de “pan y circo” y cuando el tímido oh, oh, oh del himno que había comenzado en las canchas y se había animado en aquel 25 de mayo de 2004 con muchísima timidez, se hizo sello de época.
Estoy hablando de aquella canción achacarerada de nombre “Levanta”, creada por una desconocida banda: Supercharango, una que se dedica a jingles y que le puso melodía y letra a una serie de imágenes de aguerridos hombres y mujeres que levantaban con sus propias manos el fruto de su trabajo y con ello a la Patria misma. Estrujaba el alma, conmovía a los sensibilizados por aquella bisagra histórica que fue el 2001 y hasta le robaba un lagrimón al que andaba flojo de súper yo.
Decía el tema: “Sabor a la tierra mía/ en el día a día/ en cada paso mi huella/ en cada gota vive mi honor/ levanta, levanta, levanta/ levanta, pacha mía/ si, tierra mía, será un buen día hoy/ levanta, levanta, levanta, levanta/ levanta pacha mía/ dime buen día y hago flamear el sol”. Decía la canción en el crescendo fundamental de cualquier producto audiovisual que quiera conmover. Y el locutor en off remataba ese golpe al corazón herido: “Vamos Argentina, vamos Nación. Banco de la Nación Argentina”.
Eran los inicios del 2003 y alguien supo ver que el primer paso para poder reconstruir algo de lo destrozado, era que pudiésemos reconocer este suelo como propio. Esa música y ese spot identificaron a la entidad financiera, pero sucedió algo más. La publicidad pasó a otro estamento: la música fue adoptada por hinchadas de fútbol y se utilizó en actos escolares. El tema vendió 20 mil copias. Se notó que había orfandad de símbolos.
No es que me sorprendiese que un equipo de creativos de una agencia de publicidad pudiese apelar al golpe bajo y lograra conmover el sentimiento del espectador. No. Unos años de estudio y un par de décadas en los medios no me ponen a la cabeza de una brain storm publicitaria, pero me han hecho perder la inocencia respecto de a qué y con qué el discurso mediático logra apelar y hacer temblequear aquello que pensamos incólume en nuestro supuestamente controlado reflexivo cerebro.
Sucedió que esa idea de Patria levantándose de las cenizas, cuando las brasas estaban aún tibias, me pareció arriesgada: no estábamos atravesando precisamente el momento del mariposeo en la panza en la relación entre nosotros y eso que se había partido en mil pedazos, es decir el propio país.
No teníamos nada. El Viva la Patria de Güemes o, incluso, el peronista ya se lo habían quedado los uniformados de la picana y había dejado de ser plebeyo para convertirse al modo castrense o estaba lleno de olor a bosta.
El suelo, el aire, el agua y cada gota de energía argentina tenían sus dueños extranjeros en puntos del planeta que ni sabíamos que existían. Ellos no tenían cara, ni nombre, ni dirección porque ahora el capitalismo compraba al modo multinacional: en ningún sitio específico y en todas partes al mismo tiempo. Una especie de panóptico de Foucault pero con eje giratorio en millonadas de dólares, aunque no contante y sonante sino financiero.
El himno, más que canción patria se había vuelto intrascendente marcha militar y cántico obligado en acto escolar. Una especie de sonido ambiente generalizado tan intrascendente como la música que se oye en la sala de espera de consultorio.
Lo desafiante y atractivo de aquel spot no era su pretensión de tocarnos las entrañas de argentinidad que podían aún seguir vivas, sino que esa era una pieza institucional de un banco -corralito a dos cuadras de memoria- y de uno, tan luego, estatal. ¿Cómo se atrevía eso un tipo de organismo vinculado de lleno con la estafa de un año y medio atrás, encima oficial, lo que en el imaginario colectivo no llevaba sino directamente a la dirigencia -o clase, como se la llamaba por esos tiempos- política que, también, minutos antes millones le habían exigido a coro que se fuera, y toda, para que no quedara ni uno solo?
¿No habían entendido nada de lo que Argentina había tumbado? ¿O acaso ellos vislumbraron algo que nosotros, los simples mortales que nos conformábamos con ponernos de pie y seguir un par de pasos, no notamos que estaba germinando? ¿Qué vieron? ¿Qué crecía en silencio?
Por estos días de fiebre mundialista, el análisis el fácil. Con un par de razonamientos facilitos y dos o tres prejuicios políticamente correctos damos en el centro de la argentinidad que la delantera de cuatro y el negocio de la FIFA nos crean per se. Pero me interesa pensar un poco más a fondo la cuestioncita. Saliéndonos de la evidente mentira de que una cerveza con dueño brasileño, un banco que cuenta la guita en Londres o una marca de ropa hecha en Alemania son la patria.
Hoy, con la excusa del Mundial, vuelve a aparecer el Estado contándose a sí mismo. Con la petulancia y la insolencia de presentarse como historia paralela del actual mejor jugador del mundo.
“Nació acá”, dice la voz en off mientras un sol muestra el inicio de un día en las áridas y duras tierras donde el petróleo puede llegar a ser hallado. Un bebé es la siguiente imagen y empezamos a darnos cuenta que suelo y persona irán construyendo un relato de hermandad a lo largo de ese mundialista pedacito de tanda. “Se veía que bajo sus pies había razones para ilusionarse. Cualquiera, fuera técnico o no, podía darse cuenta del potencial que tenía”. Un niñito de no más de diez juega a la pelota y levanta una copa. En simultáneo una mano sumergida en un guante grueso y ajetreado mueve algo de esa superficie ajada por lo seco del clima. Joven y suelo empiezan a fundirse en un mismo ser. Y sigue la voz en off: “Pero un día nos descuidamos. Por pensar que no iba a crecer más, o vaya a saber por qué, dejamos de prestarle atención. Esa atención que le prestaban los demás. Con el tiempo llegamos a decir que lo mejor se lo llevaban ellos, que a nosotros no nos rendía. Y hasta cometimos la locura de pensar que no era más nuestro. Pero los sentimientos vienen de lo más profundo. Y a lo más profundo vuelven. Ahora su energía nos vuelve a ilusionar. Ahora, volvemos a creer. Ahora, vamos a buscar lo que alguna vez fue nuestro… Sos de la tierra de donde naciste”. Y culmina la pieza un graph que dice: “YPF, orgullosos del producto de nuestro suelo”.
El sutil y exquisito periodista Ezequiel Fernández Moores publica hoy una nota titulada “Bosnia, fútbol e identidad” y cuenta allí que “La casa de Brijesce quedó destrozada, como otras 35.000 en Sarajevo. Pero Edin Dzeko, a diferencia de unos 1200 niños de la ciudad muertos durante la guerra, sobrevivió en la casa de los abuelos. Quince personas en 35 metros. "¿Qué cómo fue mi infancia?", respondió al llegar al Manchester City. "Una mierda".
Líder en la campaña de ayuda que hizo la selección de Bosnia y Herzegovina por las inundaciones de mayo pasado, Dzeko, que rechazó ofertas para jugar por República Checa y Alemania, tiene claro por qué y para quién jugará mañana contra Argentina en el Maracaná: "Jugando para Bosnia responde la pregunta de quién es".
La frase, escrita en un libro del periodista Ed Vulliamy, podría caber también a Vedad Ibisevic, autor del gol ante Lituania que dio el histórico boleto al Mundial a Bosnia- Herzegovina, una nación de apenas 4 millones de habitantes y dos décadas de vida, que nació tras la Guerra de los Balcanes de 1992-95”.
"Vi demasiadas cosas horribles", dijo alguna vez Ibisevic. Mataron a su padre y a su tío. Todo el barrio fue arrasado. Y él, como otros dos millones, se convirtió en un refugiado. "Un gol, para nosotros, es mucho más que un gol", dice Ibisevic”.
Hermoso texto. Si no fuera que esta nota fue publicada HOY en el diario La Nación, los espanta alegrías, dirían que se trata de una arenga patriotera y conectarían fútbol y destino político como si hubiese vinculación directa, sin mediaciones y como si entre una y otra cosa no hubieran seres humanos.
En 2010, en el paroxismo del ridículo, la corresponsal en Estados Unidos de Clarín escribió: “ ‘Científicamente’, los Kirchner perdieron una gran oportunidad. Un estudio de la Universidad de Stanford dado a conocer ayer confirma científicamente lo que los Kirchner, sin duda, ya sabían por intuición: un triunfo del equipo argentino en el Mundial de Fútbol de Sudáfrica hubiera favorecido el índice de popularidad de Cristina y, consecuentemente, hubiera mejorado las posibilidades de cualquiera de los dos en las elecciones presidenciales del año que viene. El derrumbe del equipo argentino frente Alemania elimina esa posibilidad y puede jugar hasta en contra”.
El estudio, en realidad había sido realizado por dicha Universidad estadounidense pero para –tal como dice textualmente la investigación y que Clarín ocultó para que lo científico fuese la tergiversación- “explorar el impacto electoral de clima local en las escuelas de los juegos de fútbol americano justo antes de alguna elección escolar. Y vieron que un triunfo 10 días antes del Election Day puede sumarle a las autoridades escolares una simpatía de 1,61 punto”.
Tironearon de una escuela de Stanford donde niñitos juegan fútbol americano y llevaron la piola hasta los Kirchner, apellido que el estudio ni siquiera menciona.
Argentina se fue rápido del mundial de Sudáfrica y en 2011, Cristina Fernández obtuvo 54,11 puntos en la primera vuelta, a casi 40 del segundo candidato.
No se trata de no querer ver cómo usan, usarán y han usado los gobiernos al deporte para que suba el ánimo popular, sino de hacer el intento de ir más allá, sin el profundo desprecio -que me animo a rotular de clasista- que implica no complejizar el análisis de qué es la reunión frente a la tele, por qué aparece la emoción frente a alguna publicidad y qué significa el abrazo con el de al lado mientras se suelta el grito contenido que nace de algo tan sencillo como que una pelota cruce la línea blanca y se acerque lo más posible a una red.

domingo, 8 de junio de 2014

Programa SF 114 - Claudia Acuña - 7 de Junio de 2014



Tiempos de felicidad.
por Mariana Moyano
Editorial del 7 de Junio de 2014

Fue muy provocador. Absolutamente disruptivo. Y nadie lo esperaba. Porque había habido apenas gestos (“simbólicos”, me acuerdo que me decían algunos amigos como modo de restarles relevancia) de cómo ese extrañísimo y desconocido presidente pensaba que debía ser el vínculo entre la prensa –la lógica de los medios, para ser más precisa- y la política.

Esas señas mostraban un núcleo de, ante todo, dos ideas básicas: en primer lugar que la política debía mandar, estar por encima de cualquier lógica ya instalada como dominante. Y, en segundo término, que los periodistas no eran ni tótem, ni vacas sagradas y, mucho menos, fiscales de la República. A ellos los concebía como iguales, con el respeto que va implícito en que un primer mandatario lo coloque a uno en el mismo sitial y con las posibilidades de estar a la par a la hora de discutir. O sea, gana el que tiene más argumentos, no el que ha elegido determinada profesión.

Era claramente otra mirada, otra lógica, otro paradigma. Era poner patas para arriba no sólo la última década de pleitesías a todo aquel que se presentara como miembro de la prensa, sino los doscientos años de sentido común liberal, dentro del cual el periodista era el intelectual intocable, cuya palabra chorreaba algo así como agua bendita.

Me acuerdo que aquellos primeros “gestos” –ratificados y sellados a fuego apenas se inició el conflicto político, pero sobre todo el cultural alrededor de la resolución 125 de retenciones móviles para el agro- no sólo me fascinaron, sino que me dispararon dos acciones inmediatas. Una académica o intelectual, si se quiere. Y otra absolutamente personal y familiar.

Respecto del primer movimiento, sucedió que recordé cabalmente aquella memorable, molesta y por ende ocultada frase del maestro, referente y modelo –y a veces lamentable y dolorosamente vaciado de contenido- que es Rodolfo Walsh. Una declaración que no es lo suficientemente conocida entre quienes lo respetan honestamente como para poder hacerla carne y que ha sido tácticamente ocultada por quienes han intentado pasteurizar su nombre al recordarlo apenas como “periodista”, sin agregarle a su mínima descripción “escritor, intelectual y militante”.

Me refiero a lo que dijo en su escrito “El delito de opinar”, publicado en la revista Primera Plana el 16 de mayo de 1972. “La libertad de prensa”, escribió Walsh, “no es la más importante de las libertades. Además, la única que merece ese nombre es la que expresa los intereses del pueblo y en particular los de la clase trabajadora”. Jaque Mate al liberalismo bobo y a los profesionales que se creen ajenos y fuera del juego de intereses de los medios en los que se desempeñan.

La segunda acción fue preguntarle a una de las pocas personas que conocen cada nucleótido de mi ADN, mi hermana. Recuerdo que después de la respuesta pública de Néstor Kirchner a José Claudio Escribano, luego de que el entonces mandamás de La Nación publicara disfrazado de artículo periodístico un pliego de condiciones y extorsiones a un presidente de la República y luego de un par de menciones con nombre y apellido a aquellos que por entonces aún nadie se atrevía a cuestionar en voz de demasiado alta, los periodistas, le consulté a ella con total franqueza y libre de toda especulación: ¿Qué es lo me entusiasma de este hombre al que voté con ganas, sin saber demasiado por qué me provocaba cierto encanto? “Ay” -me dijo ella para ponerle algo de palabra al gesto de ¿podés realmente ser tan distraída como para aún no haberte dado cuenta?- “porque Kirchner se la pasa cuestionando a los mismos con los que me venís enfermando desde que tengo uso de razón”.

Me quedé pasmada. Era así de obvio y de sencillo. Ante mis ojos, un presidente de la Nación, es decir, el lugar de la supremacía institucional, se atrevía a cuestionar y a empezar a desandar el camino que había puesto al periodismo en el sitial de mayor relevancia pública, muy por encima no sólo de la política sino de todo sector que correspondiera lo público.

Yo ya era periodista cuando en los espantosos noventa empresas, diputados, senadores, funcionarios, dirigentes, sacerdotes, representantes gremiales, líderes de ONGs y personalidades de la cultura nos reverenciaban, nos premiaban por no sé bien qué con regalos ridículos, nos invitaban a cócteles muy por encima de nuestro merecimiento y nos atendían los llamados telefónicos como si cualquier pregunta zonza fuera la máxima urgencia nacional.
Me acuerdo que detestaba ese lugar. No era para eso que había soñado con ser periodista ni para lo cual había estudiado la hermosa carrera de Ciencias de la Comunicación. Me horrorizaba que personas que estaban muy por encima de mis cualidades se sintieran menos, o temerosas frente a los micrófonos, las cámaras o las sencillas libretas con las que nos presentábamos los periodistas de gráfica. Pero más me espantaba que colegas vivieran esta situación no sólo como lo más habitual, sino como lo que no podía ser de otro modo. La naturalización del rol de vaca sagrada y de cinismo me alejaban de eso que Gabriel García Márquez había denominado “la más hermosa de las profesiones”.

¿Dónde estaban el honor, el valor y la dignidad que, supuestamente, eran inherentes a este oficio si era más fácil linchar públicamente a alguien que encontrar las palabras adecuadas para escribir una buena nota? Eso no era lo que había elegido, lo que había soñado y para lo que me estaba formando. Algo debía ocurrir. En voz baja lo decíamos en los pasillos de nuestra trinchera, la universidad. Con más jactancia lo sosteníamos en nuestros puestos de lucha, las aulas.

Y algo pasó. Primero fue que al valor político del diálogo con la prensa no le fue ajeno el espacio físico que se eligió para mantenerlo. El Presidente Kirchner le devolvió autoridad a la Presidencia. Si los periodistas quieren dialogar con la máxima figura institucional, pues deberán trasladarse a donde él se encuentra. Y no al revés.

Luego empezó a pasar que la desesperación de los colegas se hizo masiva: ¿qué era eso –parecían plantear ofendidos- de que un primer mandatario no adelantara medidas de gobierno para convertirlas en primicia y congraciarse con los más jetones del medio?

Después vino eso que los importantes vieron como una falta de respeto con el jet set profesional y que era ni más ni menos que dedicarle el mismo tiempo de respuesta a la menos escuchada de las radios provinciales que al diario que te pone la agenda a las trompadas.

Y por último, ese gesto irreverente no sólo de contestar sino de hacer explícita a través del humor la tensión –obvia, propia, innata, congénita pero enterrada y ocultada- que siempre mantendrán la política con la lógica de los medios de comunicación.

Fue a través de un aviso que se publicó en los diarios a modo de saludo por el Día del Periodista el martes 7 de junio de 2005. “Hoy estamos apretando a los periodistas”, decía en letras grandotas y a lo ancho de toda una página. Y un poquito más abajo, entre paréntesis y más chiquito: “con un fuerte abrazo”. Firmaba la Secretaría de Medios de Comunicación, Jefatura de Gabinete y Presidencia de la Nación y finalizaban el saludo con el siguiente texto: “Saludamos a quienes día a día buscan la verdad, ejercen la libertad de expresión sin temores y con su trabajo garantizan el derecho a la información para todos”.

La mayoría de mis amigos del medio se horrorizó. Y yo me espanté no sólo de la falta de humor sino por la cabal comprensión de cuánta hipocresía políticamente correcta circulaba entre colegas. Me había gustado el juego de palabras del apretón, pero más me había dejado pensando eso de felicitar en su día a quienes “buscan la verdad, ejercen la libertad de expresión sin temores y garantizan el derecho a la información para todos”. No sé bien por qué, pero tuve la certeza de que no se refería a los periodistas en general, sino solamente a aquellos que hacían eso con su profesión. No era una generalización. Era un sutil parteaguas entre los enamorados de este oficio, los que pensábamos que había algo más que el ego de nuestros nombres hechos cosa pública, y los cínicos y mercenarios.

Había algo allí que no sólo ratificaba ese re-enamoramiento más general de la política que empezaba a olfatearse, sino que, en lo personal, me reconciliaba con la profesión. En esos términos me gustaba el escenario que se abría. Porque los periodistas ya no podíamos ocultarnos detrás del mentiroso y ficticio telón de la independencia, la objetividad, la imparcialidad, la apoliticidad y toda la sarta de farsas, simulaciones y engaños con que la mayoría del medio se había embanderado y que fuese legitimado y coronado con aquel espanto vuelto discurso de Martín Fierro en 1992 de “cuando se enciende una cámara, se apaga el autoritarismo” del cerebro de Canal 13, Luis Clur.

Había sido un horror aquel discurso del jefe del canal del solcito, porque era la revalidación de la idea tramposa de que los medios son apenas canales vacuos a través de los cuales circulan mensajes sin que nadie intervenga en la construcción de discursos. Pero además, era fortalecer el mito ocultando la otra parte de la operación. Porque si con una cámara encendida se terminaba el autoritarismo, la pregunta que debíamos hacernos y que no se hacía era por qué no hay cámaras prendidas en TODOS los sitios de una República y no sólo en la arena de la política. Y porque si eso aún pueden sostenerlo algunos cronistas de quinta categoría cuando son premiados y les dan micrófono, vale hoy interrogarlos y preguntarles por qué se oponen a que un vicepresidente tenga cámaras encendidas cuando vaya a ser indagado con la certeza de ser procesado.

En su momento, como la guerra aún no era ni abierta ni declarada y Néstor Kirchner no había aprendido la parte de la lección que indica que con los dueños de medios no se puede acordar en almuerzos cerrados sino con el pueblo en la calle, al diario La Nación la solicitada del saludo no le había parecido ni agresiva, ni una embestida, ni polémica. “Particular”, dijeron en el título. Sugirieron lo que vendría, pero ni imaginaban que el kirchnerismo se iba atrever a correr todos los telones y permitir al pueblo entero ver y conocer los detalles del backstage –cuyos datos de funcionamiento se guardaban bajo siete llaves- de cómo opera el periodismo en particular, y los medios de comunicación en general. Cosas bien distintas éstas, pero que hoy gracias a que la temática es cosa pública hemos avanzado como República al saber no sólo que la disciplina tiene los condicionamientos de la propiedad, sino que los profesionales que no quieren definir su predilección partidaria o que aún hoy insisten en decirse fuera de la política tienen un enorme problema no con los demás sino con ellos, porque no llegan ni al escalón de mediocres.

La crónica sobre aquel saludo, que publicó La Nación, pero que escribió la agencia Diarios y Noticias, o sea, los propios La Nación y Clarín, era inocua para lo que leeríamos hoy. Decía: “(DyN) - El gobierno nacional saludó a los periodistas en su día a través de una solicitada en la que hace un juego de palabras en broma, aludiendo a la fama que se ganó de tener una difícil y dura relación con la prensa. (…) La expresión "apretando" a los periodistas que encabeza la solicitada es una obvia alusión a las numerosas críticas que reciben el presidente Néstor Kirchner y sus colaboradores por la complicada relación que mantienen con la prensa. (…) El presidente Kirchner suele cuestionar en actos públicos a periodistas identificándolos por nombre y apellido, o a medios en general, cuando publican artículos que no le resultan de su agrado”.
Bastante prudente el texto. Aún nadie se había animado a meterse de lleno en el barro en que opera el sistema de medios. Aún no lo habían escuchado a Kirchner reconocer que “Cristina es mucho más corajuda que yo”.

Todo lo que vino después es historia –detalle más, pormenor menos- bastante conocida. Cada espacio político sabe qué relato construyó y cada periodista sabe de qué lado estuvo en cada momento. No se trata ahora de hacer ese balance ni de contar costillas.

Pero sí sigue siendo tiempo de insistir en que “la grieta” no la abrió este gobierno. La zanja viene desde el fondo de los tiempos. Si queremos un grado cero en los libros de historia no antigua, podemos ubicar a la versión criolla de la muralla china en Adolfo Alsina. Y si nos remitimos al periodismo, vamos con el jacobino Mariano Moreno y su nada objetiva, ni imparcial, ni independiente, ni apolítica máxima de "Prefiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila". O retomemos a quien siempre estaremos obligados a leer y releer: Rodolfo Walsh. Porque él escribió la Carta abierta a las Juntas, dijo que publicó Operación Masacre no para “reflejar” nada sino para que el libro “actuara” y sostuvo que “la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez”, entre otras tantas verdades dichas en sus textos más conocidos. Pero también puso negro sobre blanco en artículos mucho menos difundidos, por ejemplo, que: “En cuanto a la manera de informar –o deformar- de las agencias y los medios en general, sólo se me ocurre decir que su consecuencia es que la gente ya no cree nada. Ni los periodistas, ni los lectores. Salvo en los resultados del fútbol, se ha creado una forma de leer al revés”.

Lo sostuvo en 1972. Jamás tendrá idea de la actualidad y oportunidad de este párrafo en estos convulsionados, fervorosos, apasionados años que corren. Estos en los que muchos hemos podido sacarnos la mochila de farsas con las que quisieron meternos con fórceps en la profesión; éstos en los cuales gracias a todos quienes se atrevieron podemos sostener que los periodistas somos actores de la política -militemos o no- sin que nos miren raro y se rían mientras nos acusan de no haber visto caer el Muro de Berlín; estos “tiempos de felicidad”, como rezaba el lema de la Gazeta de Buenos Aires que fundó la Primera Junta de Gobierno Patrio y por cuya primera aparición celebramos el día del Periodista: “estos tiempos de felicidad en los cuales se puede sentir lo que se desea” y, además, “es lícito decirlo”.

lunes, 2 de junio de 2014

Programa SF 113 -Emilio Pérsico - 31 de Mayo de 2014


Textos que son rutina.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 31 de Mayo de 2014

Estos textos semanales son una rutina. Estas palabras que les propongo, y que solemos compartir, son una costumbre. Un hábito laboral. Pero ante todo –y esto puede que suene a confesión- son un intento de ordenamiento mío. Personal y necesario. Un modo de balance, de búsqueda de síntesis en cuyo recorrido voy alcanzando algún grado de reflexión que sin el detenimiento, en la vorágine y el vértigo del día a día no lograría jamás. Es una búsqueda (ímproba y fracasada antes de empezar, obviamente) de un Aleph de los acontecimientos semanales, pero de esos que suponemos dejarán alguna marca más allá de la coyuntura.

Por estos días la labor fue más fatigosa, más abrumadora y más ingrata que de costumbre porque hubo mucho de lo muy importante, pero también demasiado de eso que abunda en la superficie y que suele merendarse lo fundamental. Y los medios que construyen, además de agenda, formas de abordar la política contribuyeron con mi confusión general.

Empecemos. El domingo 25 fue, al menos para mí, una verdadera sorpresa. Después del 25 de mayo de 2013, cuando un océano de personas inundó la Plaza de Mayo y las inmediaciones –incluso ampliando ese perímetro con generosidad- como pocas veces antes, no suponía ni esperaba en este 2014 semejante marea humana. Fue un acontecimiento político de dimensiones que si la realidad cotidiana no nos pasara tan por encima, deberíamos detenernos bastante más de lo que lo hemos hecho. Quedamos más estacionados en la burda, tosca, ramplona, ordinaria y vulgar operación de Clarín y La Nación de negar por completo el hecho y no dedicar más que miguitas a uno de los acontecimientos políticos más notables (al menos, de lo que va del año) que en razonar sobre qué, cómo y por qué aquello había ocurrido. Es lógico. Sorprende todavía hoy semejante nivel de bajeza, de indignidad y de indecencia periodística. Pero siento, de todos modos, que ocupamos más energía en los negadores que en nosotros mismos protagonizando la conmemoración de la gesta del 25.

Vino el martes. Y vino la frase espantosa del Ministro Florencio Randazzo (tan espantosa como intrascendente, digamos; tan fuera de lugar como poco importante que podemos compararla con aquella de Massa y la escena hipotética de su hijo de 8 años fumando marihuana). Pero poner más luz ahí que en los nuevos trenes es, incluso, de peor calaña que la oración en sí.
Eso y el graffiti en tanto expresión se convirtieron en punto nodal de debate y corrieron –con agentes intencionados o desconocedores de eso central que se esconde detrás de la charla zonza- el eje de la discusión.

Con toda sinceridad, esta discusión me recordó a cuando en los años noventa debatían, algunos, admirados sobre el fenómeno de los Okupas de Barcelona y ponían cara de asco cuando veían a peruanos copar con las tomas de casas de la zona del Abasto. Me resultó inevitable que retumbara en la cabeza aquella cínica frase menemista sobre los niños ricos con tristeza.

Pienso que hace falta aún mucho para que nos reconciliemos con lo público, que comprendamos cabalmente qué es la propiedad del Estado como para que pongamos por delante las volteretas sobre el arte hermano del hip hop. Por otro lado, para quienes alguna vez pintamos alguna pared con consignas políticas, es sencillo reconocer lo rápido que debíamos salir corriendo si alguien nos veía o denunciaba. No había espacio para la zoncera. Sabíamos que estábamos violando leyes y eso implicaba hacerse cargo de las potenciales consecuencias. Lo digo con vehemencia porque me irrita cierto pasar por la vida con gestito indignado y de yo no fui.
Así que se perdió de vista –y cómo colaboramos para que así fuera; en el barrio le dicen tirarse un tiro en el pie- lo que implica política, simbólica y materialmente la renovación de una línea como el Sarmiento. Llena de tragedias personales, rutinarias, históricas e institucionales. Y, además, nadie dijo en voz bien alta lo que ya es dato político de relevancia: si tantos cañones, y de tantos costados, apuntan a la cuestión del transporte, más como intento de embarrar la cancha que como crítica honesta de todo lo que falta, es porque el oficialismo ha empezado a moldear una figura hoy ministro que, evidentemente, molesta en la competencia electoral. Así que, propongo, seamos cuidadosos. No sea que nos disparemos, ahora, en el otro pie.

No pasaron ni 48 horas y uno de los ignotos pero centrales personajes del think tank de la derecha autóctona mostró, otra vez, la herida que el oficialismo le había causado al establishment con el acuerdo con el Club de París.

En twitter se presenta así: “Economista. Libre comercio, bajos impuestos y gasto público,educación e instituciones. Milton Friedman,Borges,Cortázar. De Pergamino,cuna del yuyo.Hincha del Santo”. Y en esa red social escribió sobre lo logrado con el organismo internacional: “No tienen nada. Es puro humo”. Lo mismo había dicho en La Nación: es “humo la negociación con el Club de París. El Club niega que haya comenzado y el Gobierno dice que sí comenzó”.

Me detuve, pensarán ustedes, demasiado en un personaje menor. Pero este señor siempre me ha sido sintomático de eso que está al margen y cuando se vuelca al centro de la escena sincera la discusión. Porque es de los crudos, de los que no tienen caretas, de los que hablan desde las tripas del poder real. En pleno 2008, ese año que se me parece y aparece cada vez más como un símil K del 17 de octubre, escribió en, dónde si no, La Nación un artículo titulado: “Kirchner, el Chávez rubio” y expresó allí lo siguiente: “Como natural consecuencia, la "mancha voraz" de un Estado en expansión, parece devorarlo todo frente a los ojos impávidos de millones de argentinos. El espíritu de Hugo Chávez nos sobrevuela. El correo, los radares, el agua, Aerolíneas, los trenes, las importaciones, la fijación de precios, los pagos al exterior, el mercado de cambios, la producción de carne, leche, trigo, maíz, petróleo y energía fueron los felices predecesores de la vuelta al estatismo stalinista que nos regala casi a diario la pingüinera gobernante”.

Uff. Cuánto odio, pero cuánta honestidad brutal. En estos párrafos perdidos, uno a veces encuentra respuestas a algunas citaciones a indagatoria de último momento y hasta en la fecha elegida para ella. No porque jurídicamente no corresponda, sino porque los cuándos de la parte mayoritaria del Poder Judicial no suelen ser una casualidad sino parte de un esqueleto diseñado hasta en la minucia.

Decía párrafos perdidos y quien aún me sigue, pensará que la perdida soy yo. Puede parecer que sí. Y puede que lo esté un tanto. Pero lo que me desveló, preocupa y turbó toda esta semana es la débil comprensión de lo que implican los movimientos del Estado, qué es para la cotidiana de cada argentino n meneo del aparato burocrático, cuál es el reverso de esa moneda.

Es obvio afirmar que cuando la Presidenta habla algo dice, pero esta semana tan difícil de meter en el Aleph, lanzó una expresión que no fue retomada con ahínco. Casi que pasó desapercibida y quisiera aquí enmendar eso. Dijo ella: “es importante la forma de comunicarnos entre todos nosotros (…) para ayudar y para tener ideas y soluciones. Esto lo saqué del Papa Francisco. Él habla del “habraqueismo”. ¿Qué es? Es el “habría que”. Bueno, nosotros no estamos con el “habraqueismo”. Estamos con el hoy, el ahora, el hacer y, sobre todo, cuando te dicen “habría que” los que ya tendrían que haber hecho cuando fueron quienes no lo hicieron… no importa, eso fue un chascarrillo mío aparte”.

Me gustó porque el Estado no es un sitio fácil. Ni amable, ni sencillo. Tiene reveses que no van ni con los tiempos, ni de la mano de las ganas, las de propios y las de ajenos. Pero es el sitio. El único lugar desde el cual lo que se hace tiene verdadera capacidad de instalación, posibilidad de dejar huella. El desafío está en que ese aparato se parezca cada vez más a los deseos de las mayorías y a los anhelos populares.

Dice Jorge Luis Borges en ese cuento insuperable que ya en un exceso de irrespetuosidad mencioné al comienzo de esta desordenada especulación que “empieza aquí mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten.¿Cómo transmitir a los otros el infinito Aleph que mi temerosa memoria apenas abarca?”. “Lo que vieron mis ojos” –dice el incorregible escritor- “fue simultáneo”.

Se lo robo con descaro e insolencia: lo que sentí estos días, pues, también. Y sigue él y yo continúo con el hurto: ““Lo que sentí estos días fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es”.

Así que en ese tono fue este escrito. Por el camino de que “nuestra mente es porosa para el olvido” y con la certeza de que cada hecho debe ser puesto en la dimensión que le corresponde porque, de lo contrario, sucumbirá a las fauces de quienes no sólo obstaculizan la transformación sino, y sobre todo, batallan en pos de que las reformas sean sólo efímeras. Saben, como sabía esa primera persona del cuento que “ese cambio era el primero de una serie infinita”. Y es eso lo que no pueden ni permitirse, ni permitirnos. No pueden consentirlo. Y no podemos nosotros dejarnos llevar por las ondulaciones de la superficie. En el fondo es donde están los nudos y si queremos, los Aleph. Esos que contienen en un solo punto la razón de ser de lo que uno está hoy, aquí, no diciendo lo que “habría que”, sino con todas las dificultades, haciendo.