sábado, 27 de septiembre de 2014

Programa SF 127 - Mara Brawer - 27 de septiembre de 2014

Buitres, caranchos y arañas: la vinculación de Clarín con Paul Singer
Por Mariana Moyano
Editorial SF del 27 de Septiembre de 2014

Buitres. The New Yorker es una revista, ya, mítica. En esa publicación, Truman Streckfus Persons -más conocido por adoptar como propio el apellido del segundo marido de su madre, un cubano llamado Joe García Capote- volvió objeto de carroña a una amistad de tiempo y cometió allí su primer acto público de traición.

“Abusó de mi confianza. Le abrí mi corazón de amigo y él me lo devoró. No quiero tener nunca más trato con caníbales”. Así de terminante fue Marlon Brando luego de ser entrevistado en Tokio por su –hasta ese reportaje- entrañable Truman Capote. El escritor, cuenta Tomás Eloy Martínez, en una de las más memorables crónicas sobre este gigante de la non fiction, “tuvo con el actor un par de sesiones de ocho horas. Hacia el final de la segunda, el whisky los tornó íntimos y se internaron en una selva de confidencias. Brando habló incansablemente de las borracheras de su madre, que caminaba tras él, de rodillas, suplicándole que le hiciera el amor. Aún en aquellas épocas progresistas, el incesto asustaba como un monstruo de feria, sobre todo cuando alguien lo escribía”.

Brando hizo una demanda por calumnia. Capote demostró que sus “revelaciones podían ser canallescas pero eran ciertas. ´Jamás lo engañé -replicó-. Al menos un par de veces durante cada encuentro le recordé que yo estaba allí para escribir un reportaje. Es verdad que me alimenté de su carne humana. Pero fue él quien me la puso en la boca´”.

1965 fue, definitivamente, su año. “A sangre fría” lo volvió una estrella. Para los Estados Unidos eso que –sólo que no con acento en la psicología individual, sino en la poderosísima noción política de retratar a algunos para contarnos a todos- Rodolfo Walsh había hecho en la Argentina era aún ignoto en el Norte y Capote fue así para ellos el primero en surfear entre varios géneros. La crítica, escribió Tomás Eloy en 2004, “no entendía muy bien la piadosa comprensión con que Capote se acercaba a los asesinos de su relato, enamorándose de uno de ellos, pero se lo perdonaron, porque no había cruzado aún ningún límite”.

Capote pasó de largo de lo que su ex amigo Brando llamó traición y fue más lejos. Pero recién en 1984 terminó de darle acabada forma a lo que ya venía sugiriendo: “a la libertad con que vivía le faltaba mucho para ser absoluta. No había bebido suficiente ácido de los abismos. Se acercaba a la realidad con escrúpulos en lugar de mancharse de sangre”, dijo. “La moral de los buitres” fue el nombre que Tomás Eloy dio a esto que Capote terminaría de completar cuando respondió que: “Me gustaría reencarnar en un pájaro, preferentemente en un buitre. El buitre no tiene que preocuparse por su apariencia, ni por su habilidad para seducir y agradar. No tiene que darse importancia. Nadie lo querrá de todos modos: es feo, indeseable, mal recibido en todas partes. La libertad que eso ofrece es envidiable”.

El buitre se vuelve así sustantivo pero también atributo. Es la naturaleza obligando a actuar cuando la carne empieza a corromperse, pero es también ese sujeto cuya transformación hace que lo corrupto no sea sólo su alimento sino su propia alma y razón de ser.

Caranchos. Ernestina Laura Herrera de Noble no es de escribir mucho, aunque el diario le pertenezca. Saludos de ocasión en algún aniversario y aquella recordada carta luego de que el entonces juez Roberto Marquevich se atreviera, allá por 2002, a poner patas para arriba lo más firme de lo imperante. Después de que la irregularidad de la llegada de los antes bebés pasara de ser secreto mencionado en voz baja a sospecha nacional, se guardó.

Héctor Horacio Magnetto tampoco hace muchos textos públicos. Él da órdenes y de las que no se dictan por escrito. Pero en 1997 cuando la impunidad y la inmunidad parecían conquistas ya selladas, los dos nos dieron clase de valores a través de lo que dieron en llamar su “Manual de Estilo”.

“Ha pasado más de medio siglo desde que Roberto Noble sentó las bases de un diario en el que la independencia de criterio, la seriedad profesional y el compromiso con el país fueran los pilares de su propuesta periodística”, escribió la viuda. “Este Manual resume lo que es el periodismo de Clarín. Detalla nuestro compromiso editorial con los argentinos. Explicita de qué manera asumimos cotidianamente la ética, el rigor profesional y la calidad periodística”, sostuvo el CEO. Páginas 12 y 14 de un libro inhallable, un material que se han ocupado de quitar de las estanterías, de esconder.

Se horrorizaron estos días porque un conductor todoterreno le dio minutos de aire a un chorro de los que andan en moto. Lo pusieron por escrito, en las redes sociales y el conductor del noticiero de la noche del canal de aire que manejan se mostró indignado por el accionar de su colega de América. Pero no les había parecido mal lo de días previos. Porque la paja en el ojo ajeno… ¿Y la viga? Bien, gracias. No la ven.

El 13 de septiembre -con la certeza en el corazón, pero sin el cuerpo aún como prueba- la crónica sin firma -o sea, la de un cobarde o de todos los del diario de las soluciones argentinas para los problemas locales- no se había privado de nada:

“Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”, fue el título. “Melina es la mayor de cuatro hermanos. Su papá, ex policía, tiene poco contacto con ellos”, la bajada. La ilustración, una selfie sexy y con el pretendidamente absolutorio “la publicó la adolescente en uno de sus perfiles en Facebook”. Y la crónica arrancaba así: “La vida de Melina Romero, de 17 años, no tiene rumbo. Hija de padres separados, dejó de estudiar hace dos años y desde entonces nunca trabajó. Según sus amigos, suele pasarse la mayoría del tiempo en la calle con chicas de su edad o yendo a bailar, tanto al turno matiné como a la noche, con amigos más grandes. En su casa nadie controló jamás sus horarios y más de una vez se peleó con su mamá y desapareció unos días”.

Hacía poquito, demasiado poquito, habían comido carne putrefacta en la misma editorial, pero desde la ventanilla de MUY, oportunidad en la cual nos obligaron a ver a Ángeles Rawson muerta entre la basura. 25000 pesos les habían pedido por las fotos. 5000 terminaron pagando, según informaron los portales que se ocupan de este tipo de datos.

“Formamos parte de una civilización en la que la violencia y la muerte han tenido un componente importante de espectáculo ejemplar. La pena de muerte se ejecutaba antiguamente en público para que sirviese de ejemplo, pero también porque era un gran espectáculo para el pueblo. El sustituto moderno de la guillotina o del garrote vil son hoy las imágenes que difunden la industria del cine y de la televisión destinadas a representar, con mayor o menor realismo, toda la gama imaginable de violencia entre las personas”.

Este párrafo pertenece a un trabajo de Monserrat Quesada, una catedrática de Periodismo de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona. En ese texto también se afirma que: “el mal es un gancho que atrae multitudes y eso se sabía desde siempre, pero (…) los récords de audiencia todavía nos siguen sorprendiendo. Cuanta más maldad encierra un mensaje más fascinación despierta. Y esa fascinación explica el que un canal de televisión acepte asistir y grabar la matanza de un psicópata asesino para después ofrecerla abriendo su informativo estrella. 0 que en Los Ángeles se ganen bien la vida los llamados stringers -reporteros buitres-, cuyo trabajo consiste en sobrevolar con helicópteros, equipados con potentísimas cámaras de infrarrojos. Estos reporteros buitres venden su material a las televisiones norteamericanas que no imponen ningún control ético a la información que compran. La difusión de esos reportajes a menudo infringe las normas más básicas del código deontológico de los periodistas y, lo que es aún peor, muchas veces también hiere gravemente la sensibilidad de los telespectadores al proporcionarles unas imágenes del todo innecesarias para considerarse y sentirse ciudadanos correctamente informados”.

El artículo es del año 2000 y Cristina Fernández no lo leyó. Seguro. Pero ella intuye bien. Porque es sensible y está atenta. En el mismo sitio donde hace unos años otro líder latinoamericano se atrevió a meterse con el mismísimo diablo y mencionar cuánto quedaba del potente olor a azufre aún después de que el humano Lucifer se hubiese retirado, la Presidenta argentina se metió con los buitres financieros. Pero dedicó tiempo también a la mecánica cinematográfica de la carroña: “Ahora es el ISIS –dijo ella- este nuevo engendro terrorista que ha aparecido degollando gente por televisión en verdaderas puestas en escena, que uno se pregunta cómo, desde dónde… Me he vuelto absolutamente desconfiada y veo que las cosas que pasan por televisión, en las series que tanto nos entretienen, son pequeñas ficciones al lado de la realidad que tenemos que vivir hoy como mundo”.

Lo de Melina había sido espantoso. Carroñoso. De buitre, o de –al decir de Noé Jitrik- “especies criollas de bastante bien ganado prestigio: chimangos y caranchos, también predadores y carroñeros, pero más pequeños”. No les había sido suficiente con hablar de fiesta para referirse a los últimos momentos de la adolescente. Lo pusieron en la tapa y sin comillas. Porque no pensaron en violencia. Pensaron en festejo, en celebración. Lo de sexual venía como secundario y ni siquiera sugerían que la piba había dicho que no y que por eso, probablemente, la habían molido a palos.

A ellos eso no les importa. Porque ellos sobrevuelan. Buscan la sangre, la de Melina o la de Ángeles. O si no alcanza con mujeres que desaparecen y se vuelven aparecidas entre la basura, vale otro espanto espectacularizado: “Un nuevo video muestra otra masacre del ISIS. Las víctimas son unos trescientos soldados kurdos capturados en el norte de Siria”. Servidito en la web; listo para darle play. Secuestrados semidesnudos y obligados a correr. Eso sí, antes de llegar al morbo hay que quedarse ante la propaganda (sí, propaganda, le digo, no publicidad, porque aquí si algo cabe es la definición leninista) de El Gran DT, un juego de la industria cultural del grupo que no es otra cosa aquí que un sponsoreo de los asesinatos.

Uno busca. Escudriña qué les provoca presentar así las noticias. Para ellos son situaciones, casos, notas, realidades. Pero toda esta sangre es de segunda categoría. No merece, según su criterio, un rinconcito bajo el paraguas temático –cintillo le decimos en periodismo a esa línea por encima del título que hace las veces de subsección- de la “inseguridad”. Esa gigante, inmensa palabra sólo abarca aquello –venga con homicidio o no- vinculado con la propiedad privada.

La primera causa de muerte en la Argentina se la disputan los asesinatos intrafamiliares y los mal llamados accidentes de tránsito. Pero de eso no debemos sentirnos “inseguros”. Lo único que debe atemorizarnos es si alguien quiere nuestra billetera. La vida vale más cuando se la lleva un chorro. Si es femicidio o la muerte llega porque el mundo está estallando por los los aires, pues serán contingencias, excepcionalidades del planeta que nos toca. La violación de Rocío; la muerte de la nena de 3 años golpeada y abusada por su madre y padrastro; el padecimiento de la beba encontrada en una alcantarilla junto a su mamá ya fallecida; el bombardeo a civiles, en especial a mujeres y a niños sobre la franja de Gaza; los degüellos de un grupo cuya procedencia aún no llegamos a comprender cabalmente, no son acontecimientos por los cuales debamos detenernos a pensar en lo inseguro que se ha vuelto nuestro mundo. No, no. Porque ahí no hubo entraderas.

Y, encima, se ve que a alguno le llegó al oído una queja o cierta molestia. Entonces, apelaron al rictus, se presentaron con hombros erguidos y rostro circunspecto y recurrieron a lo más canalla, hipócrita y nauseabundo de lo políticamente correcto: “Brutal femicidio”, rotularon; igual que hace 15 años cuando escribieron “violenta violación”.

Les quisiera preguntar, estimados periodistas varones y colegas mujeres carentes de perspectiva, ¿existe acaso, creen ustedes, la más mínima posibilidad de un femicidio que no sea brutal?, ¿puede alguien, alguna mujer, ser violada sin que medie la violencia? Disculpen, pero quería trasladarles la pregunta.

Arañas. Una vez, hace unos años, me mandaron a la mierda por usarlo tan abrupta y directamente como disparador de la discusión sobre el estado de putrefacción del periodismo. Fue antes del 2001. Eran otros tiempos. Ahora lo puedo citar sin que nadie se horrorice. Se trata de un párrafo del libro “El periodista y el asesino”, de la reportera con capacidad de autocrítica Janet Malcom: “Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza, que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de éstas para luego traicionarlas sin remordimiento. (…) Los periodistas justifican su traición de varias maneras. Los más pomposos hablan de libertad de expresión y dicen que ´el público tiene derecho a saber´; los menos talentosos hablan sobre arte y los más decentes murmuran algo sobre ganarse la vida”.

“La chica que nos gusta”, como alguien la llamó, encendió todas las señales de alerta que pudo. Sobre los medios y sobre las variopintas especies de aves de rapiña: con ese verde tan años 50 como fondo, desde el impecable edificio de la sede de Nueva York; en la conferencia de prensa que los propios periodistas que la protagonizaron a duras penas pudieron seguir o desde su cuenta de twitter. Parecía aullar: “¡Vinculen, muchachos!”, “¡Unan un tema con otro porque si no siempre serán la gilada del batallón!”, nos gritaba el encadenamiento de sus palabras.

Porque esta es una buitres y de caranchos, pero también de arañas, de las que tejen la red. Paul Singer es el dueño de mucho, entre tantas varias cosas, de fondos de inversión que compran y venden empresas, objetos, gerentes y también medios. Vendió sus acciones en Time Warner –la dueña de TNT, CNN, HBO y Warner Bros–, y se metió en otro gigante, de esos que colonizan con información y con entretenimiento: la Twenty-First Century Fox. Ya lleva ganado 4% por el precio de cada acción. Construyendo imaginarios no le ha ido nada mal.

El dinerito de Singer a través de Elliot Management Corporation en Fox lo asocia con el mayor accionista de la cadena, News Corp, o sea, Rupert Murdoch, pero también con el JP Morgan Chase. Murdoch y Singer son, se sabe, dos buenos aportantes a las arcas republicanas siempre encargadas de atender que Obama se mueva hacia la dirección que la derecha así lo haya decidido.

News Corp es, además, propietaria del Grupo Dow Jones, poseedor del diario The Wall Street Journal, una de las "biblias" (como le dice Ramón Reig) del neoliberalismo junto con el británico The Financial Times. Y aunque estos medios compitan en la primicia, entre bueyes no hay cornada y es por eso que ambos comparten la propiedad de la mayor editorial del mundo: Penguin Random House, quien hace poquito compró, salvo Santillana, todas las editoriales al grupo PRISA.

Este verano, Elliott Management invirtió mil millones de dólares para adquirir acciones de EMC Corporation, una de las seis empresas de almacenamiento de datos más importantes de los Estados Unidos, con una facturación de 23.200 millones de dólares y una filial en Argentina y con algunos importantes papelitos “casualmente” vueltos cenizas en el incendio de Iron Mountain. Lo curioso es que EMC ha sido acusada en no pocas ocasiones de colaborar con la NSA, la agencia de espionaje de EEUU, y tiene entre sus accionistas a BlackRock Institutional Trust Company, N.A., Goldman Sachs Group, Inc. y Bank of New York Mellon Corporation. O sea, los que nos cuentan las costillas y quienes tienen hoy los depósitos hechos por los argentinos para los bonistas. Hasta Griesa parece que vio el ridículo y aplicó su lógica delirante de que por “segunda vez”, pero por “única vez” (¿?) el Citi puede pagarles a otros bonistas lo que Argentina les depositó.

Pero hay un dato que falta y es donde más vemos la costura, donde la red de la araña hace hilacha: Singer compró el 6,7 % (570 millones de dólares) de Interpublic, la nave nodriza de las enormes agencias de publicidad Mc Cann y FCB (Foote, Cone & Belding, fundada en 1873 y la tercera en importancia a nivel mundial). Pero hete aquí un dato de esta trama –que si no fuese red, sería novela- que da de lleno en el corazón argentino: Según Reuters, el valor de la empresa es de 8.400 millones de dólares y sus inversiones superan los 25 mil millones de dólares y esa montaña de dinero está ahí porque fue utilizada para que Interpublic IPG creara IPG Mediabrands una estructura para medir las inversiones en medios de varios clientes. La planificación global de las nuevas tecnologías se volvió urgencia para algunos mega grupos oligopólicos y en 2013 desde estas empresas crearon MAGNA, un consorcio que trabaja en conjunto para acelerar soluciones en la adquisición de la estructura digital de los medios audiovisuales. Los fundadores de toda esta red fueron A +E Networks, AOL, Clear Channel Media and Entertainment y Cablevisión.

Sí, así como suena, es Interpublic la empresa donde Cablevisión y Elliot se vuelven socios, donde Clarín y Paul Singer poseen una zona común.

Inmortales e inmorales. Tomás Eloy Martínez finalizó aquel texto sobre Capote con la siguiente afirmación: “ni a Faulkner ni a él les importaba ser condenados por la historia. Sólo estaban atentos a su obra, es decir, a ese banquete de buitres en el que cualquier realidad, hasta la más insulsa, (podía) transfigurarse en palabras inmortales”.

Capote no está para escribirla, pero que nadie nos calle para contarla. Porque a éstos tampoco les importa ser condenados por la historia, también están atentos a su obra y también quieren banquete de buitre, sólo que no de palabras inmortales, sino de nada insulsas realidades que se vuelven inmorales.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Programa SF 126 - Juliana Di Tullio - 20 de septiembre de 2014




Deja Vú 
Por Mariana Moyano
Editorial SF 20 de Septiembre de 2014

Gustavo Cerati tiene una hermosa canción –una más, una de tantas- en la cual con sus característicos giros lingüísticos nos conduce con palabras a través de una sensación que todos hemos tenido en alguna oportunidad. En este tema de su último disco, se detiene en esa tan particular experiencia, ese tipo de paramnesia de reconocimiento de sentir que se ha vivido previamente una situación nueva. El nombre se lo debemos al investigador psíquico francés Émile Boirac, quien la llamó Déja vu, que en francés quiere decir “ya vivido”.

Cerati era un gran artista, completo, sensible y sutil. En la canción a la que me refiero habla de volver a pasar por “errores ópticos del tiempo y de la luz”; de esa “misma sensación” sobre una canción ya escrita hasta en el más mínimo detalle. “Todo es mentira, ya verás
La poesía es la única verdad/Sacar belleza de este caos es virtud”, escribió.

Algo así me pasó –sobre todo- esta última semana, aunque provocado por personajes –o personeros, quién lo sabe con precisión- que no son ni artistas, ni sensibles y mucho menos sutiles. La primera sensación fue el miércoles; este miércoles 17 de septiembre que acaba de transcurrir a partir de un título central del diario Clarín: “El oficialismo intenta imponer”, escribieron “la ley de control de empresas”. Me sonreí. ¿No tienen más versiones?, me interrogué. 2Para no pasar vergüenza”, pensé, porque dicen que de lo que único que no se vuelve es del ridículo y, a veces, cuando se cae y se vuelve nuevamente a tropezar con lo obvio y lo burdo, no se es más que eso: ridículo. Era el mismo, calcado, igualito título de aquel memorable 10 de octubre de 2009 cuando el Congreso coronaba la gran patriada que se llamó Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. “Kirchner ya tiene su ley de control de medios”, fue la furia vuelta primera plana que en aquella madrugada leímos. Deja vu, pero con bonus track para la sorna porque, casualmente, por esos giros extraños que viene dando la historia en esta última década, esa frase aparecía en “letra de molde” –como le gusta decir a una que conocemos todos- un 17 de septiembre, fecha en la cual 5 años atrás, la Cámara de Diputados de la Nación le daba media sanción a aquella ley sobre medios cuyo debate puso patas para arriba todos los modos de contarnos que conocíamos en la Argentina.

Y a partir de ahí no pararon: “polémica”, le dijeron a la ley que acaba de ser promulgada y que regula la relación entre consumidores y productores y que ha sido presentada –igual que con la vinculada con la propiedad de los medios de comunicación- como la expresión máxima de stalinismo soviético, algo extraño porque es bastante parecida a mecanismos que los Estados Unidos le aplicaron a Billa Gates. Pero, en fin, como ejercen un periodismo muy particular, no lo vamos a discutir ahora.

“Polémica”, decía que usaron mucho, muchísimo estos días. “Control”, también fue un término que repitieron bastante. “Exprés”, por lo rápido y diligente. “Trámite exprés”, llamaban al debate y combinaban esta caracterización con las otras palabritas que sabemos les gustan: control, polémica y, ah!, por supuesto, no vaya a faltar eso de “avance sobre la propiedad”. No se privaron de decir que se trataba de una normativa “inconstitucional” y avisaron también que “los empresarios ya se preparan para denunciar la ley en la Justicia” les construyeron plataforma a varios pre candidatos presidenciales para que pudieran decir en voz bien alta que “la oposición derogará la ley si llega al poder”. Explicaron, además, que no es otra cosa que una “intervención” y un “avance del gobierno sobre las empresas”. Lo mismo. “Mismito”, como dicen en algunas provincias del norte argentino. Deja vu, como apuntaron Cerati y aquel Boirac del que sabemos bastante poco.

Es una línea argumental gemela a la usada con la LSCA y si no me creen vayan y revisen uno a uno los calificativos y consideraciones que fueron desde marzo hasta octubre de 2009. Como dice Marcelo Bielsa “exímanme” de reiterar un ejercicio que ya hice.

Pero seamos justos y démosle al autor intelectual el mérito que posee. Quien lanzó la primera piedra para volver este paquete legislativo -al que ellos han bautizado livianamente como “ley de abastecimiento”- fue Joaquín Morales Solá. Un domingo, el 18 de agosto, tituló “La radicalización de un gobierno que se termina” y en serio, sin ponerse colorado, ni aclarando que se trataba de un texto ni jocoso, ni cargado de ironía escribió: “En la mañana del 30 de julio pasado, horas antes de que el país entrara en default parcial, Cristina Kirchner decidió radicalizar su gestión y emprender el último tramo de su mandato como líder de una revolución que deberá suceder. Durante los dos días anteriores, su Gobierno había presionado sobre banqueros nacionales y privados para que la ayudaran a esquivar la cesación de pagos. Estuvieron cerca de lograrlo, pero la Presidenta giró poco antes de llegar a un acuerdo. La rotación presidencial continuó luego con un paquete de medidas que promete estatizar de hecho a todas las empresas privadas”.

O sea, la ecuación sería más o menos así. La presidenta, que es peronista, se despertó un día y dijo “me cansé. Desde hoy me recostaré sobre mi hemisferio izquierdo, pero no para ser más racional sino para volverme bolchevique y mañana firmaré un decreto a partir del cual La Cámpora y para ser más específica, Máximo en persona, quedará a cargo de todas las empresas de la República Argentina. Esta decisión, básicamente la tomo porque carezco de apoyo popular y como me voy no me importa nada lo que le pase a mi país en el futuro. Por eso ya no le daré órdenes a Axel para que se devane los sesos pensando alternativas frente a los buitres porque por DNU también nos quedaremos con todos los emprendimientos privados de Paul Singer”.

Era el mismo, calcado, igualito mecanismo que en 2009 con la LSCA. Absurdo. Dicen que de lo que único que no se vuelve es del ridículo y, a veces, cuando se cae y se vuelve nuevamente a tropezar con lo obvio y lo burdo, no se es más que eso: ridículo.

Pero el Deja Vu no fue la única interesantísima operación de la semana. Hubo una escondida asunción que lo que molesta no son los modales; sino el modelo¸ que palabra, Poder Ejecutivo y ley sean una misma acción.

Como al pasar, sin que fuese esa su frase más estridente, al cerrar uno de los debates de estos días, la jefa del bloque de Diputados del Frente para la Victoria sostuvo: “Me quedó absolutamente claro que si la oposición fuera Gobierno, no las utilizaría”.

Y con esa, no precisamente la frase más fuerte, puso el cuchillo en el centro de la herida. Porque los calificativos rimbombantes de los medios que hacen el ridículo son la carcasa. El nudo es la acción. Y La Nación, el diario, o cometió el error de escapársele la confesión o intentaron mantener algo de cierta franqueza intelectual en su rol de cuna argumentativa de la derecha. Y lo dijeron. Así: “La reforma impulsada por la Presidenta acota las facultades de intervención estatal previstas en la ley actual, eleva las multas y elimina las penas de prisión”. Bien, en la letra chica, reconocen todo lo contrario de lo que afirman en la punta de lanza de la charlatanería. “Da la pauta, al mismo tiempo”, sigue el texto del artículo “de que el Gobierno planea usarla más seguido como herramienta para combatir la inflación, que, a juicio del Poder Ejecutivo, es producto de la concentración económica en determinadas etapas de la cadena de producción”.

Por eso, no sólo jugaron con la paramnesia de reconocimiento. Hubo también “errores ópticos del tiempo y de la luz”, con eje en ella, en Di Tullio, a quien algunos medios hace un tiempito definieron como “una combativa”, como “una dama de hierro” en “el timón de la bancada K”, “la primera jefa de bloque de la historia política argentina” y casada con “un hombre del kirchnerismo de la “primera hora” y “pingüino de pura cepa” por ser de la cuna santacruceña”. Brava, bravísima. Así la presentaron.

Encima, ella no tuvo mejor idea que hablar de “aguantar los trapos”; de remarcar ante quien quisiera su feminismo; de esquivar por despreciable cualquier modo de mujercita dócil y agradable a los cánones aceptados por estos señores del statu quo y de rememorar a Kirchner con la recordada idea de que “uno tiene que hacerse fuerte frente a los poderosos, y los cobardes son los que se hacen los fuertes frente a los débiles”.

Usaron las fotos. La edición gráfica. La que recorta apenas un gesto y lo vuelve escenario general, permanente y único. Primero lo hizo Clarín, el miércoles 17. El presidente de la Sociedad Rural, por alcurnia, apellido, historia de impunidad o la chapa que le da seguir los pasos de todos los Martínez de Hoz en la conducción de esa institución se sentó, para dar su posición frente a las normas en debate, no en cualquier silla sino en una de las que usualmente usan los legisladores, no los invitados. Al lado de Di Tullio. Y en la fotografía ella lo observa. Se toca la oreja y lo mira. Lo escucha, pero su media sonrisa lo dice todo. Dice todo lo que el peronismo piensa y siente de la oligarquía vacuna. Años de historia pueden sintetizarse en esa imagen. Y Clarín no se la perdió.

Otra fue al día siguiente. En la edición impresa, la del jueves. Cuando el diario de papel –a diferencia del on line- aún no tenía el resultado final de la votación. La foto es grande. Se ven las bancas, a varios diputados del FPV sentados y a la “jefa” de pie, con una lapicera en la mano derecha, con la cual señala algo. No sabemos qué. Ni los lo cuentan. Porque no les importa. Lo que vale es que ella aparezca amenazadora, “combativa”, como una “verdadera dama de hierro”. La Nación del viernes la pintó triunfante, amenazadora. Con los brazos en alto como festejando un gol. “Claro, no es otra que ESA que habló de aguantar los trapos. Habrase visto, lenguaje ese para una dama” parece ser el sonido que trae incorporada la fotografía. Y hoy la pintaron seria, con el brazo en alto, en el momento de la votación. No cansada, abatida después de dios semanas sin dormir, sino con cara de culo, porque después de todo no debe ser que una “minita mala onda, como la otra, la que la manda: Otra yegua”.

Así operan, con iguales argumentos, mismos títulos, con un foto que no dice nada para que diga todo, con “errores ópticos del tiempo y de la luz”, con eso que también Cerati -definió en aquella hermosa canción que pintaba una época- como ese segundo, ese único instante en una de “hiperhistoria”, en la que “todos quieren un flash y pocos algo para ver”.




domingo, 14 de septiembre de 2014

Programa SF 125 - Emilce Moler - 13 de septiembre de 2014




Palabras más, palabras menos
A propósito de los miedos frente a otro aniversario de “La Noche de los Lápices”
Por Mariana Moyano

Editorial SF del 13 de Septiembre de 2014

Es chiquitita, bajita. Inevitable que, a primera vista, den ganas de protegerla. Tiene una sonrisa inmensa, que además de ocuparle medio rostro, le ilumina la mirada. Es, claramente, una mujer de acción. Lo que, de ningún modo, quiere decir que la palabra y el pensamiento no ocupen un lugar central en toda su vida política e intelectual. Pero ella guarda el testimonio para los específicos momentos en que piensa que éstos harán la diferencia. No lanza frases al aire porque sí, de ocasión, simplemente porque puede. Espera que la circunstancia sea la oportuna para que eso dicho, también haga.

Estuvo detenida, estuvo desaparecida. Le hicieron daño, mucho. Físico y de los otros. Pero zafó porque puso la cabeza en movimiento. Porque le encontró la vuelta. Porque fue precisa, exacta, podríamos decir, matemáticamente minuciosa. Y así, quizás por eso, su palabra en sede judicial tuvo especial relevancia: en primer lugar porque fue la primera ex detenida desaparecida de lo que una época fijó como “La noche de los lápices” que pudo contar lo sucedido en el centro de detención clandestino llamado Arana, lo que se sumó a aquello que se sabía sobre el Pozo de Banfield; y en segundo término porque –y esto es de pura cosecha personal- cuando uno lee su testimonio encuentra un orden, una exactitud de ciencia dura, que la hace, como me dijo uno de los jueces que más víctimas ha escuchado, una “testigo sumamente creíble y confiable”.

Y así es que desde hace rato ella habla. Cuenta lo que le pasó y aporta datos, muchos datos de extrema fidelidad. No habló ante el tribunal del juicio a las juntas, pero sí declaró ante el Equipo Argentino de Antropología Forense en 1985; en el Juicio a Ramón Camps en 1986; en los juicios de la verdad; ante el juez Baltazar Garzón; y a metros de Miguel Etchecolatz cuando lo juzgaban a él y al conocido como circuito Camps.

“El impacto de ser sobreviviente lo sentí ante el EAAF. Me preguntaban detalles, como si me acordaba de fulano y si él tenía pantalones de corderoy. Dato importante porque habían encontrado fibras de esa tela entre los cuerpos. Entonces yo aporto ahí. Puedo contar el adentro. Por eso es que los ex detenidos tenemos una responsabilidad social”, dice Emilce Moler en una de las tantas entrevistas que le han realizado. Pero aclara de modo terminante: “No soy sólo una sobreviviente. Hice todo para no ser sólo sobreviviente”.

Cuando leí esta declaración viajé de inmediato a una de las respuestas que logró Benjamín Ávila en su excelente documental Ex ESMA, cuando uno de sus entrevistados dice: “yo no soy un sobreviviente. Soy un testimoniante”. Alcoyana, Alcoyana. Bingo. ¿Es casualidad? ¿Es una coincidencia que dos (o miles, da lo mismo) ex detenidos desaparecidos vayan por la misma senda en la reflexión sobre su palabra posterior a la salida del cautiverio? ¿Es sólo una eventualidad que militantes de antes que lo son de ahora también tengan tan profunda meditación sobre el rol de la palabra?

Hace casi 30 años que Emilce Moler habla. Ante los tribunales, los jueces, a metros de los genocidas y de sus torturadores, pero también en escuelas, en instituciones educativas donde hay chicos, jóvenes, pibes de la misma edad que tenía ella cuando la madrugada del 17 de septiembre un grupo de encapuchados que dijeron ser del Ejército se la llevaron de prepo de su casa familiar para que formara parte de los 10 estudiantes secuestrados en aquel operativo y de los 4 que lograron sobrevivir.

“Es un desgaste muy grande ir a dar una charla. Me quiebro a veces emocionalmente cuando veo a las chicas y a los chicos, porque tomo conciencia de lo que era yo. Es una carga muy intensa y no la quiero perder, ni ponerme el casete. No quiero ser una figurita de Billiken. Aunque diga siempre lo mismo, quiero tener el corazón abierto para poder recibir también. Me he sentido muy mal en muchos lugares porque no saben nada. Allí no me necesitan a mí, necesitan a un profesor de Historia”.

Es chiquitita, menudita, dulce y amorosa. Pero es dura. Es brava. No es autocomplaciente ni con ella ni con los demás. Sabe que su historia no puede ser una efeméride y que el momento político necesita palabra, pero no bla bla, sino palabra con peso específico, palabra política.

“Muchas veces me pregunto: ¿por qué me llaman a mí? Porque soy docente, universitaria, rubiecita, doctora, no anduve con armas. De la cuestión armada no se habla todavía. Yo les caigo bien a todos. Después, con ese tonito digo lo que pienso, bajo línea. No es bueno eso, porque significa que no hubo aprendizaje. Me llaman porque fuimos (entre comillas) "víctimas inocentes". Recién ahora, con estas políticas nacionales, se habla más. Pero nadie cuestiona "La noche de los lápices" desde ningún lugar. Porque éramos “unos pobres chicos del secundario”, reclamando por el boleto estudiantil y nos mataron. Primero, que no éramos eso, teníamos un proyecto político, éramos militantes; y segundo, que no alcanza para comprender el hoy”, reflexiona y agrega como subrayando y con resaltador: “Además, haber vivido una historia no me habilita a dar respuestas. Para hacerlo tengo que estar formada”.

Me impresiona la firmeza, el rigor, y hasta diría, la severidad con que mide lo dicho y lo suyo por decir. Y como este texto pretende ser algo más que una sinopsis de una persona, algo más que un recuerdo lavado de lo ocurrido en aquel septiembre de 1976 con aquel grupo de estudiantes secundarios de La Plata, algo más que una mirada edulcorada y lacrimosa de ese pedazo del genocidio, me resulta inevitable conectar, hacer un puente, entre los modos en que esta ex y actual militante mide y se esfuerza en los cómo de las palabras y la autorización de la voz que varios grupos de construcción de ideología le otorgaron a un individuo -que hizo, justamente eso, hablar en términos individuales, de persona sola en un mundo aparentemente llano y sin complejidades- que ante cada pregunta o disparador temático desbarataba dos mil años de intento civilizatorio pisoteando cualquier mínimo armado de una estructura de razonamiento.

“Sus contundentes declaraciones sobre la inseguridad”, rezaba el graph que iba encabezado con el nombre propio del actor, quien se volvió protagonista de un debate complejísimo y lleno de aristas; lo que muchos llaman “la inseguridad”. Era en un canal al que le gusta el tachín tachín antigubernamental pero cuya lógica convive en muchos otros medios. Porque acá el hueso es bien duro de roer. No se dividen aguas fácilmente y la imprecisión verbal y semántica –y, por ende, ideológica- chorrea para todos los costados.

Éste, el actor, era un caso grave de puesta en primer plano desde un yo completamente carente de solidez argumental. Pura carne viva. Todo lo contrario de quienes, como Emilce, como las Abuelas, como las Madres, como las Madres del dolor, como las Madres del Paco, como los pibes de La Garganta Poderosa, como los HIJOS y como tantos otros, supieron convertir su dolor privado en una travesía compleja para ir un paso más allá del regodeo en la tragedia individual. Todos aquellos que pudieron ubicar que eso padecido formaba parte de una madeja mucho más grande y enredada que esa aflicción particular. Que lograron pasar del yo al nosotros completo. Que pudieron poner “buenos” y “malos” en la misma licuadora porque, ante todo, hicieron el infinito esfuerzo por comprender. Que lograron colocarse bien lejos de esa perversión vuelta mecanismo mediático -y ya social- de que la tragedia privada inmediatamente nos convierte en cita de autoridad sobre todas las aristas de lo sufrido.

“Haber vivido una historia no me habilita a dar respuestas. Para hacerlo tengo que estar formada”, me resonaba como reiteración eterna mientras oía al actor decir: “ya sabemos que Massa y Macri han hecho cosas muy buenas con la seguridad… Pero yo no soy opositor porque no estoy haciendo política. Yo hablo sin careta y sin ideología… Porque hay que sacar la ideología y lo que hay que hacer es que reúnan un equipo técnico en un hotel y saquen de ahí un plancito… Yo no tengo ideología. No creo en los partidos. Yo me comprometí en política una sola vez, con Alfonsín, por el sufrimiento de las Madres de Plaza de Mayo… Yo me crie con Pepe Campagnoli, soy amigo de Pepe… Quiero soluciones de sentido común. Yo paso de la ideología. Ese concepto lo tengo re claro”… No llegó a hablar de los “derechos humanos de los delincuentes”, pero pegó en el travesaño.

Uf! De una pieza me quedé al fin de su alocución.

¿Cómo se desarma? ¿Cuál es la primera porción a quitar de semejante malentendido, de semejante mar de contradicción, de semejante oxímoron presentado como argumentación? ¿Cuánto hay de ignorancia ajena y cuánto de error propio en os límites que se presentan para ir poniendo en primer plano el reverso de la cultura aún hegemónica?

El paso del tiempo y los cambios en el día a día del batallar político ayudan. “No vamos a ser protagonistas de ningún cambio importante. Pero, bueno, seremos una buena retaguardia”, le decía resignada y más cerca del bajón militante que del estado de euforia que provoca la construcción colectiva Emilce Moler a Página 12 en septiembre de 1998. En aquellos días donde no sólo habían arrasado con todo, sino que parecía que nada íbamos a poder poner en pie.

Hoy, ella, como tantos sobrevivientes de los centros de detención pero también quienes lograron perdurar frente al cinismo y al hastío, y quienes pudieron hacerle ole a la desesperanza y revivir, hacen un brutal esfuerzo por ponerle cada vez más peso específico a las palabras. Para que se engarcen, se tatúen en la piel colectiva y perduren. Es decir, para triunfar por sobre la liviandad, la superficialidad, la falta de complejización, las generalidades, las vaguedades, la descontextualización y la frase vacía, esos tremendos y poderosísimos condimentos de la receta que mejor aplican las derechas; esas que saben a la perfección como poner la indignación a los gritos en el medio de la arena social, cargarla hasta el tope con un poquito de liberalismo y otra dosis de fascismo local, simplificar el decir hasta que hasta twitter parezca La Ilíada y presentar la generalidad más banalizada como el sentir “de la gente”, el general, el de todos. Esa derecha no confesada que tiene las argucias y la llave para cerrar el arcón y clausurar la posibilidad de escapatoria.

“Antes –explica Emilce sobre aquello que ella observa ocurre con la puesta en público de su palabra- cuando observaba a los chicos con un trabajo serio, con preguntas preparadas, con la elaboración del tema, yo salía muy reconfortada. Pero ahora, a veces veo una sobresaturación de todo esto. No veo una comprensión en el hoy. Es decir: existe una condena social a la dictadura, lo cual no es menor. Pero no hay una vinculación con lo que se vive hoy. Eso se ve en el rechazo a los piqueteros, por ejemplo. En el 2003, los mismos chicos que me llamaban para una charla y se mostraban afectados por lo que me había sucedido, se indignaban y decían "¡Qué barbaridad! Mirá los negros con los palos". Observo que en algunos lugares hay una condena a la dictadura y a los genocidas, pero no veo esos atisbos en las cuestiones que permitieron esa dictadura. Eso está faltando. Antes de las acciones de Kirchner, era predicar en el desierto. Ahora hay que ver qué se hace con cierta sobresaturación. Es necesario ponerle mucho más contenido; a ese ayer, pero en el hoy, en la construcción de la ciudadanía, en los valores y en la solidaridad”.

Da en el clavo, Emilce, pega en el centro del problema. Porque pide palabra con peso específico. Porque nota con claridad que en esa debilidad es en la cual las derechas saben perfectamente cómo inocular el veneno; como engendrar uno más de los tantos huevos de la siempre misma serpiente.