sábado, 29 de noviembre de 2014

Programa SF 136 - Adela Segarra y Araceli Ferreyra - 29 de Noviembre de 2014


Mujeres.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 29 de noviembre de 2014

Fue hace tirando a poco. Pero en la dimensión de tiempo con la cual se mide el crecimiento de la cultura democrática, parece haber sucedido hace cientos de años. “Tras una riña con Monzón, murió su mujer. Alicia Muñiz cayó de un primer piso luego de una ruidosa pelea con el ex campeón mundial, quien también se tiró al vacío y resultó con fracturas múltiples”. Leíamos esto en la tapa del principal diario de la Argentina el 15 de febrero de 1988. Adentro, la cosa no se ponía mucho mejor: “La mujer de Monzón murió tras reñir con su marido”, decía el título que, supuestamente, explicaba la noticia. Dos notas más acompañaban la edición: “Un campeón incomparable” y “A trompadas con el amor”.

Es decir, un hombre -con lo que corporal y físicamente eso implica- campeón de boxeo, para más, pelea (según estas construcciones semánticas pero, sobre todo, político culturales) en paridad con una mujer, con lo que corporal y físicamente esto implica.

Como consecuencia de esa “pelea entre iguales”, la mujer muere. Ella. No es que alguien la asesina. La mujer es quien lleva adelante la acción de perecer. Y, luego, como si ya con esto no tuviéramos suficiente, nos explican que él era un hombre sufriente, que se llevaba a las patadas con el amor. Pero nos recuerdan, nos recalcan, que se trataba de un campeón sin igual. Particular construcción.

Cinco años habían pasado desde que la Argentina había retornado a la democracia, pero poco de ella había aún en el país. Cinco años con las asonadas militares al tope de las preocupaciones; los problemas de género no eran aún de agenda local. Había que lidiar con el enano fascista y sacudirnos el polvo de los valores dictatoriales. Pero no era solamente eso: 2000 años de patriarcado hacían lo suyo también.

Aún hoy, con algunos sigue sin irnos demasiado mejor. Hace poco –y esta vez con el crecimiento de la cultura democrática jugándonos a favor- todavía seguía costando. Fue en 2008 que escribieron lo que les voy a contar. “A 20 años del crimen de su esposa”, mejoraba la titulación el canal 26 en su versión on line, pero caminaba al filo de meter la pata hasta el anca: “Monzón, de la fama al ocaso: la trágica muerte de Alicia Muñiz”, decían en la presentación. “El campeón de boxeo fue acusado de homicidio ya que tras una fuerte pelea con su mujer le apretó el cuello hasta que quedó inconsciente y él la tiró por el balcón”. Bien, dice una. Queda entonces claro que, pese al amor popular por el ídolo deportivo, no queda más que reconocer que con intención o no cometió femicidio. Hubiera sido lindo dejar ahí la lectura. Porque la nota sigue. Sigue y justifica, excusa y hasta disculpa: “Así lo narran los hechos –continúa la crónica-. Pero él lo negó ante la Justicia y adujo que fue una fatalidad”.

Hasta hace poco lo sabíamos sólo los periodistas. Hoy casi cualquiera tiene la vista entrenada -porque la semiología se ha vuelto saber popular para defensa propia- y comprende que el pero es algo más que una preposición. Es el modo gramatical de arrancar con la justificación. Y si va al final de la frase no tiene más intención que dejarnos con eso último como idea fuerza. “Lo cierto es que Monzón le pegaba a sus mujeres y Alicia recibió la peor parte –sigue la nota. Ella fue para mí algo increíble. Ninguna otra mujer podrá marcar a fuego mi corazón como ella lo hizo”. Traducción: Monzón tenía un inconveniente. Él, no las víctimas, según escriben. Golpeaba a quienes amaba porque tenía un problema. Y frente a tanto amor, más trompada. “Años después, a poco de cumplir su condena, la tragedia lo volvería a sorprender”, dice casi al final este relato periodístico. Y lo dice así porque supone, presupone, que el asesinato de su esposa no fue para este hombre otra cosa que una sorpresa, una sorprendente calamidad.

Un año después de este texto, el Congreso puso más palabra y volumen político al tema. Una especie de BASTA de neón se encendió en el digesto de las reglas sancionadas. Llevó por número el 26485 y se llamó: “Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres”. Aburrido, de tan obvio. Necesario, de tanta colonización cultural.

Se establecieron allí, en el artículo 5°, para más detalle, cinco tipos de violencia. Cuatro, híper trabajadas en la legislación argentina: la violencia física, la sexual, la psicológica y la económica/patrimonial. Pero le agregaron la simbólica y la mediática, “que a través de patrones estereotipados, mensajes, valores, iconos o signos transmita y reproduzca dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de las mujeres en la sociedad”. Una novedad, para los marcos normativos de las relaciones de dominación perpetuadas por una organización patriarcal.

No es ni siquiera nuestro -de las mujeres quiero decir- esto de notar y hacer notar que hay un tipo de violencia sutil, escondida, tramposa. Pierre Bourdieu fue uno de los que se refirió a la cuestión. Él estableció la dominación masculina sobre las mujeres como un ejemplo paradigmático del tipo de violencia que se ejerce en nombre de un principio simbólico que es conocido y admitido tanto por el dominador como por el dominado. Es “sutil” y en ocasiones hasta “invisible” y tiene la particularidad de ser el sostén de otros tipos de violencia. Básicamente porque naturaliza y refuerza hábitos de sumisión.

Suelen hacernos muecas algunos y algunas que no terminan o de entender o de ser conscientes de sobre qué cosa va el problema. “Otra vez con la cantilenita feminista”, dicen o sugieren con ese gesto tan característico de quienes ni osan asomarse a comprender. Pues, para ellos, van aquí algunos datos, de los duros, como decimos en periodismo, a ver si les pegan: en los medios, 76% de las personas sobre las que hablan las noticias son hombres. 46% de las notas refuerzan estereotipos de género y sólo 13% de las noticias tienen a mujeres en rol central, aunque, claro, lamentablemente en la mayoría de los casos, somos nosotras las protagonistas porque una de las nuestras fue o golpeada, o asesinada o violada o ultrajada o pide a gritos que les devuelvan a sus hijos. Un tipo de protagonismo noticioso que preferiríamos no poseer. ¡Ah! Y por si algún/alguna anda completamente perdido en la temática. De la violencia de género se dice que es patriarcal por una razón bastante sencilla: en el 95% de casos, la víctima es mujer.

Uno de los sopapos que más me dolió vino de un hombre. Un hombre periodista. Y también fue en 2009: “La fábrica de hijos”, tituló. “Conciben en serie y obtienen una mejor pensión del Estado”. Humillante, dolorosa, escalofriante. Increíble. Pero el knockeo viene en ese envase: de género y de clase. Ser mina es difícil. Pero ser mina y ser pobre… Ni Clarín te lo perdona.

Me cae bien cuando lo explica Aníbal. Fernández, ¿qué otro? Tiene yeca, barrio, y el modo arrabalero y provocador, sacude. Y por eso es eficaz. Hace unos días se lo dijo a Baby Etchecopar, sobre el aborto y en tele: “yo si tengo que levantar la mano, la levanto y voto a favor”. Dos veces. Lo reiteró. Quizás sea porque es verdad que se conmovió.

Mariana Carbajal, la periodista, la militante incansable por el derecho al aborto seguro, en su libro lo cuenta así: “El (entonces) jefe de Gabinete se definió como “un tipo de fe”, “católico” y dijo que “desde el punto de vista dogmático” está “absolutamente en contra del aborto”. “La verdad –afirmó—es que no hay nadie en el mundo que esté a favor del aborto como concepto. El tema es que la casuística obliga a todo el mundo a pensar en eso”. Contó que siendo intendente del partido bonaerense de Quilmes le tocó conocer muchos casos de mujeres (pobres ellas, por supuesto) que caían para practicarse un aborto en manos de “hijos de puta” que “por tres pesos las hacen pedazos” y “encima las tenemos que denunciar para penalizarlas”. A “todo esto hay que encontrarle una solución”, consideró. Y anunció que “voy a trabajar de cualquier manera”, a pesar que el tema “colisiona con mi dogmatismo”, para que “este tipo de bestialidades que se cometen y que padece nuestra gente y que tiene que ser resuelta, encuentra la mejor forma. Y a la mejor forma que encuentre, voy a sumarme”, se comprometió.

Porque de las 100 mujeres que mueren por año por abortos inseguros, casi todas son pobres. Pobres y, por supuesto, minas.

En la Argentina, entre 450 y 500 mil es la cantidad de abortos clandestinos que se practican. Las que tienen con qué pagar (tenemos) no morimos. Pero quienes no, tienen altas posibilidades de pasar a formar parte del espantoso primer lugar en los casos de muertes maternas: hay 300 casos, dicen los números más confiables, por año y un tercio es por abortos mal practicados.

En febrero de 2013 supimos de una niña riojana de 12 años que tuvo mellizos y de su hermana de 14 que era madre de un bebé de meses. ¿Esas niñas sabían qué tenían otras opciones? ¿Alguien se las había acercado?

El asesinato de la joven chilena nos hiela la piel. Y Noelia y Melina y Ángeles suenan como maldiciones sobre el sueño de un futuro feliz para las niñas y las jóvenes de por aquí. ¿Por qué sigue costando llamar femicidio al crimen contra mujeres? ¿Por qué aún no es posible que esas muertes ingresen al respetado olimpo de los crímenes de primera categoría, ese que los enjutos periodistas llaman “inseguridad”? ¿Por qué el representante más circunspecto de ellos cuando se refiere a las puñaladas sobre el cuerpo de una joven sigue diciendo “crimen pasional”? La tele se ha ocupado de que la boca carnosa de Melina y las minis de Noelia ocupen más espacio que la aberración de su crimen.

Juan Carlos Volnovich es un reconocidísimo psicoanalista. Es varón, pero es de los feministos que acompañan la lucha de las mujeres. Y en este debate en que estamos metidos, la pifiamos fiero si no hacemos un hueco, en este contexto de discusión sobre los derechos, y sobre la violencia hacia las mujeres, al elemento político que ronda silencioso: el que, como él la llamó, tengamos una “Presidenta sexy”.

En un brillante artículo sobre la cuestión, Volnovich dijo: “En el momento de jurar como Presidenta, Cristina anticipó que, seguramente, a ella le iba a resultar más trabajosa su función por el hecho de ser mujer. No pudo avizorar, entonces, hasta qué punto la presidencia iba a convertirse en una misión imposible. No sólo por su condición de mujer. No por victimizarse detrás de una identidad devaluada, sino por ser mujer a su manera. Mujer sin atenuantes que ejerce sin atenuantes el Poder. Hay en eso algo más que una cuestión de estilo. ´Mujer sexy en el máximo poder de la Nación´ es un problema de estructura. Esa característica despierta un plus de odio. Se vuelve insoportable. De modo tal que esa ira visceral no se explica sólo como reacción a una política equivocada o respuesta indignada por la desilusión o la defraudación, no se agota en las razones. Lo insoportable se funda en la evidencia de una mujer sexuada que ejerce el Poder sin disimulo: que no apela a los estereotipos maternales que pudieran dulcificar su gestión. En ella, ese amor hacia los hijos no se vuelve virtud pública. Cristina renuncia a una abnegación que bien pudiera aligerarla y, así, toma distancia de un modelo Bachelet o de un modelo Angela Merkel, tan protectoras, ellas; tan maternales, tan trajecito sastre, tan antídoto contra la lujuria. Lejos de instalarse en el camino de una reina madre, de una reina virgen, elude ese otro prejuicio patriarcal que supone a las mujeres tontas pero sabias para la intriga y, sobre todo, expertas en el usufructo vicario del poder masculino”.

“De modo tal que no son los enemigos los que cuentan. Después de todo ¿qué político no tiene enemigos, adversarios, contrincantes? Pero esa ira irracional que le hace perder la compostura a la gente ´bien´, ese exceso de indignación, ese ´no me la banco´, ´no la soporto´, ´la detesto´, viene de otra parte. Ese plus de odio habita en aquellos que se sienten agraviados, testigos involuntarios de valores mancillados. Son las consecuencias, inevitables, de una estructura patriarcal resentida en sus cimientos cuando una mujer sexy, no madre, no puta, no macho, nada tonta, se ubica en la punta de una pirámide jerárquica”.

¿Oyeron? Mujeres sexy, no madres, no putas, no machos, no tontas. Mujeres que se acompañan y que se siguen. Mujeres que se deciden y deciden. Mujeres que protegen a sus pares más vulnerables. Mujeres que saben que otras de las suyas fueron asesinadas por su misma condición. Mujeres que quieren aborto seguro, legal y gratuito para no tener que abortar. Mujeres en zapatillas o mujeres con taco. Mujeres que dicen que sí. Y mujeres que saben que cuando dicen que no, es no.

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