domingo, 4 de enero de 2015

Programa SF 139 - Leonardo Grosso - 20 de Diciembre de 2014***


* el programa no esta completo debido a fallas en la grabación. Pedimos disculpas. SF

19 y 20 de diciembre: por esos tiempos.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 20 de diciembre de 2014.

Por esos tiempos su voz no sonaba estridente ni sus dichos delirantes. Es más, era de las pocas que intentaba vincular la tragedia diaria del hambre, la pobreza y la exclusión con el comportamiento del anarcocapitalismo -aunque aún no había sido definido con semejante precisión- y que no se quedaba anclada en la chatura de la crítica a la corrupción desde una perspectiva meramente moral.

Por esos tiempos, Elisa Carrió era una mina interesante. No caía en la tontería de adjudicar el padecimiento argentino al vuelto con el que se podía haber quedado algún funcionario. No era del grupo de los voceros del poder real que le daban al tamboril con el retintín de la ineficiencia del Estado y lo corrupto de nuestro sistema político; versitos éstos que servían de gruesísimo y astuto telón para tapar los zafarranchos financieros del poder económico –por esos tiempos- bastante invisible a la mirada masiva.

Intentaba relacionar los viajes a través del mundo del capital financiero (deudas externas e internas, pedidos de préstamos impagables, organismos multilaterales de crédito, financistas, cuevas) con nuestro 27% de desocupación y nuestro 53% de pobreza. Andaba bastante desgreñada y no tenía demasiado predicamento. Pero, hay que reconocerlo, por esos tiempos, era la que intentaba poner voz al problema. En parte, no obtenía oreja atenta porque la Argentina aún no había visto de cerca y cara a cara -como ahora- al serpenteo del poder real. Nadie lo había desenmascarado aún. Pero, por esos tiempos, Carrió aportaba. Incluso, logró que un caso, de esos que se ponen el traje completo de "caso", que había comenzado como un simple artículo policial en los diarios, fuera remontando la cuesta hasta convertirse en un ejemplo político de cómo ese anarcocapitalismo empezaba a actuar como anarco Narco capitalismo y a fuerza de insistencia hasta llevó a algunas tapas su interpretación.

Junto a Mario Cafiero, por esos tiempos, Carrió había presentado una denuncia por traición a la patria contra Fernando De la Rúa y Domingo Felipe Cavallo por los préstamos garantizados vinculados con el Megacanje. Y lo hacían bien a contrapelo de las voces que dominaban el espacio común. El 20 de diciembre de 2000, Clarín había titulado en tapa: “Préstamos entre bancos: En el primer día del blindaje el costo del crédito bajó. La estimación del riesgo país mejoró y por eso las tasas para operaciones entre bancos cayeron. Las acciones y bonos de la deuda subieron casi un punto. En créditos para la gente aún no se nota”. Era un ¡Iupi! para la gilada. Y un ¡puaj! para el que sabía leer.

Mientras ella y un grupito más, por esos tiempos, andaba de aquí para allá meta denunciar empresas, bancos, financistas y guita sucia y los diarios seguían dale que va con la máquina de anestesiar cerebros, en un departamento de Cariló, en febrero de 2001, aparecían los cadáveres de un hombre y una mujer, cada uno con un tiro en la cabeza. Se trataba de un financista de nombre Mariano Perel y de su mano derecha, Rosita. La investigación judicial y policial fue calificada como “catastrófica” por los periodistas que, por esos tiempos, eran lo suficientemente inteligentes y honestos como para darse cuenta de que estábamos frente a un crimen de causas financieras que no mostraba sino el inicio de lo que le pasaría a la Argentina poco tiempo después. Los burros o los distraídos hablaban de un asunto meramente policial. La procedencia de Perel nos impedía a quienes intentábamos mirar un poco más allá de la nariz propia quedarnos en esa hipótesis. La muerte o había sido causada por un suicidio desesperado por motivos de dinero, o lo habían matado por algo relacionado con el lavado o por la enormidad de guita en negro que debía.

No había que ser muy vivo para vincular y para darse cuenta que la Argentina estaba al borde de todos los estallidos. Veníamos de una saga de suicidios y asesinatos más que dudosos, particulares y llamativos. Y la mayoría iba directo o a Alfredo Yabrán o al lavado de dinero: el brigadier Rodolfo Etchegoyen había sido Administrador Nacional de Aduanas durante 1990, cargo para el que había sido recomendado, justamente, por Yabrán. Apareció muerto el 13 de diciembre. Había renunciado a su puesto un mes antes, mientras investigaba varios casos de contrabando relacionados con la Aduana de Ezeiza y con Edcadassa, una de las empresas de Yabrán. La causa no fue caratulada como muerte dudosa y la investigación fue cerrada.

José Luis Cabezas apareció calcinado dentro de su auto el 25 de enero del 97, en una cava de Pinamar. El jefe de custodia de Yabrán, Gregorio Ríos, fue condenado a perpetua por ese crimen junto con otros más.

Mezclado con toda la mugre del contrabando de armas a Ecuador, el capitán de navío Horacio Estrada fue encontrado muerto en agosto de 1998 con un disparo en la cabeza en su departamento de la calle Arenales. No encontraron rastros de pólvora en sus manos, pero en la investigación no dudaron en hablar de suicidio. Estrada fue hallado muerto el mismo día que Sudáfrica rechazó el pedido de extradición de Diego Palleros. Ex detenidos de la ESMA vincularon a Estrada con Licio Gelli, jefe de la Logia P-2.

Marcelo Cattáneo apareció ahorcado entre los árboles de la parte de atrás de Ciudad Universitaria. Había sido señalado como el encargado de repartir las coimas del mega curro entre IBM-Banco Nación. Nada de lo que llevaba puesto le pertenecía y su camioneta apareció en Olivos.

En febrero de 2001, contaba Página 12 que Mariano Perel “no era un banquero de la primera línea del establishment financiero, aunque estaba ligado a los poderosos. Su primera aparición en los medios no fue de lo más feliz: ocurrió en octubre de 1996, cuando el juez Julio Cruciani allanó las oficinas del Banco Mercurio en una investigación por el giro de divisas a Estados Unidos presuntamente vinculadas al ingreso de mercadería de contrabando al país. Perel, para entonces ex director de Mercurio, había sido citado a declarar como involucrado (…) Las maniobras en las que había quedado involucrado –y finalmente sobreseído– estaban vinculadas a las operaciones de la denominada “aduana paralela” a través de la cual se ingresó mercadería de contrabando por varios miles de millones de dólares durante todos los noventas. “El Banco Mercurio habría sido utilizado para realizar los pagos al exterior por estas compras, obviamente sin documentación respaldatoria, y Perel había quedado en el centro de la investigación con respecto a quiénes posibilitaron la operación”.

Apenas un incidente policial, insistían algunos, por esos tiempos. Seguramente los mismos que acusan a Hernán Arbizu en lugar de subrayar lo que él denuncia; los que frente a la muerte de Mariano Benedit no sospechan y quienes se hacen los zonzos frente a las 3 toneladas y media de documentación de las cuentas de los truchos en el HSBC de Suiza.

“Página/ 12 pudo corroborar –contaba por esos tiempos Susana Viau, esa periodista que hizo un recorrido similar al de Carrió y que terminó recostada en los mismos brazos- en 2001, que el Banco Mercurio, entidad de la que Perel fue directivo, mantenía con el Citibank de Nueva York y un banco uruguayo operaciones de triangulación de dinero similares a las que investiga el Senado de los Estados Unidos en relación al Banco República, el Federal Bank (ambos propiedad de Raúl Moneta) y el Citi de Nueva York. Entre las cuentas que el Mercurio llevaba en tales condiciones, estaban las del empresario menemista Mario Falak y, bajo distintas denominaciones, las del estudio Vignoli-Lublinerman, responsable de la sociedad a cuyo nombre figura la casa de Belgrano en la que reside Carlos Menem”.

Por esos tiempos “Luis Balaguer, quien junto a Carrió y Gustavo Gutiérrez inició las investigaciones sobre lavado de dinero, reveló que tanto la Compañía General de Negocios como el Intercontinental Bank of Uruguay, dos de las vías por las que circuló la coima del contrato IBM-Banco Nación, tenían cuentas en el Federal Bank, por las que movían cientos de millones de dólares. La Compañía General de Negocios es la off-shore del Banco General de Negocios, propiedad de los hermanos José y Carlos Rohm, dueños también del privatizado Banco de Santa Fe; el Intercontinental Bank of Uruguay es la off-shore del Banco Mercurio, centro de atención de los investigadores del asesinato del financista Perel. Alcoyana, alcoyana. Tocado.

Balaguer, este contador que investigó –por esos tiempos- las redes de los bancos y su operatoria de lavado se quejaba porque “se aparecieron por el hotel en el que me alojaba en Buenos Aires unos señores que dijeron ser de la SIDE. Presenté una denuncia en el juzgado de Claudio Bonadío y a pesar del tiempo transcurrido todavía no sé qué pasó con eso”. Bingo. Hundido.

Lavado de dinero, suicidados, privatizaciones, timba financiera, bancos metidos hasta el tuétano en el negocio sucio, plata dulce y rápida, políticos no a la altura de la política que sólo atinaban un “Sí, bwana” a los poderes permanentes, miseria, hambre, falta de representación, crisis de confianza en las instituciones, militares asesinos y chorros impunes, pibes sin horizonte y un Estado que aparecía sólo para gerenciar a los ricos y para pegarle a los pobres. Era cuestión de esperar cuándo entraría en erupción el volcán.

La década ladraba, movía la cola, tenía cuatro patas y hacía guau. Pero la mayoría de los medios miraban para otro lado. El único diario que se animaba a decir que estábamos frente a un perro era Página/12. Había sólo que estar más atento para saber que esos años de menemato-delarruismo no terminarían sino en un ataque de rabia.

La vida subterránea del dinero lavado, farsesco o sin respaldo en algún momento iba a salir a la superficie. Y como cualquiera que ha visto lo que hacen los geiseres, cuando el chorro brota está hirviendo y tiene una fuerza imposible de parar.

Así que vino el estallido. Desprolijo. Y me atrevo a decir que fue así, en parte, porque todavía no linkeábamos plata virtual con hundimiento de países. La conversión de Argentina en un país de servicio, con el homicidio que ello implica para la industria y el empleo, aún no podía ser ni descripta ni señalada por las mayorías. Hernán Arbizu, cuando su mundo era la guita y los negocios de la banca, lo dijo con su especial honestidad brutal: “los países son pobres por tipos como yo”.

Fue una explosión de hartazgo, de hastío. Que juntó ahorristas recientemente despertados y desesperados con militantes que habían resistido estoicos y heroicos la estepa política de los noventa a fuerza de convicción; que unió a desahuciados de unos cuantos años con algunos recién desilusionados del segundo capítulo del "deme dos"; que reunió a cierta antipatía por el cinismo de los pibes sushi con piqueteros de lucha de casi una década que no alcanzaban a ganarse el respeto de las principales ciudades del país.

No sobraba claridad conceptual para explicar el fenómeno. En parte, porque la propia experiencia era novedosa y, en parte, porque quienes sí le pusieron palabra analítica estaban todavía involucrados más con cuerpo que con pluma en el estallido argentino.

Como siempre, las bengalas perdidas se apresuraron a hablar de revolución y las clases medias livianas vieron en lo que ocurría una especie de picnic colectivo al que podían estar invitados.
El 19 fue bastante de sorpresa. "Vienen saqueando desde el conurbano", me acuerdo que me dijo una cajera de avenida Pueyrredón cuando le consulté por qué cerraban el local antes del mediodía. "Desde el conurbano, vienen saqueando". Se me compuso una imagen: pobres desdentados que acaparaban a su paso todo lo que los locales comerciales les ofrecieran. Los saqueos eran una posibilidad. Pero eso de "venir saqueando", esa idea de forasteros que van acumulando a medida que avanzan era absurda. Básicamente porque no tendrían donde cargar lo supuestamente robado.

Pero ese día transcurrió alrededor de los rumores. Y sin Twitter, ni Facebook, ni Internet para todos y todas y sólo algunos privilegiados con celular, era difícil enterarse de que estaba exactamente ocurriendo.

Por esos tiempos, las dos cabezas más lúcidas de la Argentina de esos años, Nicolás Casullo y Horacio González, no andaban muy de acuerdo. Así que, imaginemos lo perdidos que podíamos estar el resto de los mortales. Como explicó González: “La forma más prestigiosa de la movilización es aquella que actúa no por intereses específicos o particulares, sino cuando se desenvuelve por el interés universal. Y Casullo pensaba que en las movilizaciones de la clase media aparece siempre el interés particular” (1). Eso se discutió mucho por esos tiempos de Asamblea Interbarrial, de tanta intromisión trosca y troskeada, de tanto desconcierto entre los veteranos y experimentados militantes, de tanta cacerola multitarget.

El estado de sitio definió el humor, y la protesta del 19, por espontánea y porque ocurría bajo la más antipolítica de las consignas -ese que se vayan todos, que si no es desesperado es bien de derecha-, fue la que siempre conmemoraron los que le hacen mueca a la noción de militancia.

El 20, en cambio, además de envalentonar tuvo algún grado mínimo de organización. Y, por supuesto, más violencia. La cabeza de Martín Galli con la bala que le quedaría alojada, el asesinato de Carlos “Petete” Almirón, de Diego Lamagna y de Gastón Riva; los motoqueros del SIMECA que operaban de vanguardia y retaguardia de los sin nada; los limones y trapos mojados para bancar los gases; los tiros desde el -valgan las paradojas del destino- HSBC de Avenida de Mayo y Chacabuco que mataron a Gustavo Benedetto y la montada sobre las Madres son algunas de las postales de esas jornadas de mucha sangre, mucha bronca y mucha violencia institucional. Las de más sangre, más bronca y más violencia institucional de la Argentina desde la recuperación democrática.

Es arriesgada -pero por eso me gusta- la hipótesis de la politóloga María Esperanza Casullo (la pobre carga con un apellido que la obliga a aclarar que no tiene parentesco). Dice ella: “Nunca estuve de acuerdo con esa idea de que 2001 expresó una crisis política. Obviamente hubo una crisis política, pero no fue una crisis del sistema político. De hecho, la crisis fue procesada dentro del sistema político. Bien o mal, pero hubo una salida política del conflicto. El 2001 expresó una crisis del Estado y no del sistema político. No hubo un agotamiento de las capacidades políticas, sino de las capacidades de injerencia del Estado. Cuando hubo que hacer una negociación en el Congreso, los diputados y senadores se sentaron en sus bancas y negociaron y no hubo un golpe. Con todas las críticas que hubo a la clase política, nadie, con ningún tipo de credibilidad, pidió por la vuelta de los militares al gobierno o algo similar” (1)

El sistema político resistió. Hubo, eso sí, una criminal devaluación que calmó a las fieras más poderosas. Pero ese mismo lodo parió al hombre que mejor supo leer el 2001 y que casi como al pasar dijo cuando una vez le preguntaron: “Mi ministro de Economía voy a ser yo”, en una frase que resume la cabal comprensión de que el Estado no es una ONG, sino un espacio permanente de batalla del poder y que la economía no es ni una ciencia ni el reinado de los tecnócratas, sino el lugar de las más importante de las decisiones políticas. Ya el Néstor Kirchner candidato supo que si se plantaba bien en las jornadas del 19 y 20 del 2001 iba a poder usarlas de trampolín para correr los límites de lo posible.

Además de Almirón, de Lamagna, de Riva y de Benedetto, caían por balas liberadas por el poder político Juan Delgado, Alejandro Pacini y Yanina García. Elvira Abaca moría en Cipolletti y Rubén Pereyra y Claudio “Pocho”Lepratti, en Rosario. Jorge Cárdenas fallecía en las escalinatas del Congreso y Alberto Márquez sería otro de los nombres de la lista de asesinados y lastimados que incluye a otros cientos de anónimos heridos por la represión.

“Culmina un día muy difícil” fue la respuesta televisiva de De la Rúa el 19 de diciembre de 2001. De un hombre que no comprendió la diferencia entre un spot y una decisión presidencial y que eligió, para definir esas jornadas, la fórmula “horas difíciles”.

El 19 y el 20 de diciembre de 2001 no fue derrotado un Presidente, ni perdió un gobierno. Por esos tiempos empezó a quebrantarse un modelo de país. Comenzaron a crujir los cimientos neoliberales que se habían empezado a instalar mucho antes de la Alianza, mucho antes de Menem y mucho antes de Raúl Alfonsín. Decir esto no les quita responsabilidad, sino que pone en su real dimensión el enemigo que aún tenemos enfrente.

“Ese día –como dice Luis DElía- fue el derrumbe que abrió una crisis. Algunos señalan que fue EL día de la lucha, pero yo creo que fue el último minuto del último round, de una pelea que duró una década y que se expresó sectorialmente en centenares de luchas” (1)

“Se abrió una etapa completamente diferente, que también fue inesperada” , analiza uno de los pañuelos que más sabe, Hebe de Bonafini.

En esa etapa, en ese día, en ese minuto, en ese último round, por esos tiempos -me animo a decir- la parte democrática del ADN argentino supo que podía y que, justamente por eso, estaba –y esta vez de verdad- dándole uno de los tiros certeros a lo que vinieron a instaurar todas nuestras dictaduras. Por esos tiempos empezaron a ocurrir una enormidad de sucesos que nos permiten, si estamos a la altura, construir éstos y otros mejores tiempos (2).

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