martes, 26 de mayo de 2015

Programa SF 161 - Luis Alberto Quevedo - 23 de Mayo de 2015


La palabra apropiada.
por Mariana Moyano

Editorial del 23 de mayo de 2015.
La tenían enjaulada. Era una palabra apropiada. Venía sólo con olor a bosta de caballo y vaca de campo de miles de hectáreas o con grito castrense autoritario; más rígido que de celebración. “La Patria es el campo” era la certeza desde tiempos inmemoriales, ratificada por “el relato” mitrista y la fiesta de 1910. Y no fue puesto en duda en voz muy alta hasta hace apenas unos añitos, cuando un número azaroso de la resolución inicialmente intrascendente puso patas para arriba hasta ese mismísimo concepto.
“Viva la Patria”, era la otra cantinela. Pero de tanto repetirla unos, se la terminaron quedando y parecía que gritarla era aceptar o emular al Galtieri que arengaba a las tropas en Malvinas, cuando éstos no sabían si tenían más frío que miedo o más incertidumbre que hambre.
Era de ellos. La “Patria” eran ellos. Por ahí ni asomábamos. Había demasiado reparo como para usarla y pensar en que fuese nuestra. Teníamos los Derechos Humanos. Esos sí. Esos eran nuestros. Porque eran de los sobrevivientes, de la Resistencia, de los pañuelos, de los derrotados, de los que si apenas nos daba para testimoniales.
Por esas cosas de la  mirada sospechadora sobre  el cómo, el cuándo y el por qué de los actos que comete el bajo fondo de la política –que siempre es o criminal o servicio- que le enviaran un mensaje a la política de la cara descubierta justo ese día me hizo poner en alerta. Y por esas cosas de cierta desconfianza al cómo, al por qué y al cuándo de ciertos títulos en ciertas tapas de ciertos diarios, algo me olió feíto.
Estaba tomada la decisión. Se sabía que Néstor Kirchner y Aníbal Ibarra iban a firmar el traspaso y ese acuerdo iba a presentarse con toda la bambolla ceremonial. Pero lo que verdaderamente se comprendía, se olía en el aire, era que a una de las cuevas iba a entrar por primera vez el mejor de los desinfectantes: la luz del sol.
Así que como el sol hacía su trabajo de desinfección y los Derechos Humanos eran nuestros, nos fuimos a la cueva del espanto aquel 24 de marzo. Requete muertos de calor se nos mezclaban las gotas de transpiración con las lágrimas que nos arrancaron cada una de las palabras de cada uno de los discursos de cada uno de los oradores de aquel acto, en que ella miraba seria con el ceño fruncido y él, con su mano izquierda apretaba fuerte el atril como batallando con las palabras que se le atragantaban en la garganta. Y así fue: pidió perdón, metió un poco la pata y se disculpó luego con el jefe radical que, bravucón como era, se había calentado de lo lindo.
Pero ese 24 no había sido el primero. Unas jornadas antes Néstor Kirchner había visitado la ESMA con sobrevivientes. Hay una foto. Hay varias. Pero hay una que me impacta especialmente. Él no va primero. Camina en una segunda fila. Es un grupo compacto pero sin protocolo, desordenado se puede decir. A su derecha está Eduardo Luis Duhalde y a su izquierda Lila Pastoriza.
Adelante van varios, pero la mirada que se destaca es la de Víctor Basterra, un obrero gráfico argentino que estuvo detenido-desaparecido en la ESMA y cuya historia es muy conocida porque fue quien se animó a sacar clandestinamente durante su cautiverio fotografías de otros detenidos y de represores para esconderlas y darlas a conocer cuando finalizara la dictadura. Iba Kirchner con no más de media docena de funcionarios y rodeado de sobrevivientes de ese infierno que iban a ingresar a ese lugar por primera vez luego de haber podido –quién sabe por qué loca razón de la lógica criminal de los asesinos- no ser parte de los tirados al río.
El 24 era la apertura oficial y literal y ese día, ese mismísimo día en que a la memoria se le hacía una muesca, en que al mecanismo de revisar el pasado se le daba cuerda para que empezara a funcionar, aparecía uno de los cadáveres que más conmocionó la vida política de la Argentina: “Matan a sangre fría a un secuestrado”, decía la portada. “Ejecutaron a sangre fría a un joven que habían secuestrado en Martínez hace seis días. Ayer apareció en un descampado, con los ojos vendados y un tiro en la sien”. El cuerpo muerto de Axel Blumberg aparecía en un descampado, pero era el primero que tiraban sobre el escritorio presidencial de los K.

Había un muerto. Había miles de muertos. Algunos muertos vivos que pretendían tener más vida que muerte encima y que por eso entraban a la ESMA. Pero habia un muerto que no venía de las catacumbas de la historia sino del día anterior. ¿Por qué al cadáver lo hacen aparecer un 23 de marzo? ¿Para garantizarse que comparta espacio con la apertura del más simbólico centro de detención de la Argentina? ¿Quién maneja los hilos? ¿Qué mensaje hay? ¿De quién es la Patria? ¿Quién tironea para no entregar ni un poquitito de ella?
Nunca pude evitar pensar que había una vinculación, un mensaje, un aviso: que los Derechos Humanos mientras fueran viejitas amorosas dando lástima en alguna que otra manifestación, no iban a sufrir inconvenientes. Es más, se iban a llevar tres cuartos de tapa y muchos lacrimógenos minutos de TV. Pero nada de andar metiéndose en serio, ni juzgar, ni sacar la basura de debajo de los pliegues. Mucho menos meterse con la vinculación económica de la tortura y ni que hablar de desmalezar. A ver si encima de todo, los que dicen que quieren justicia hasta quieren quedarse con la Patria.
No fue un 24, fue un 25. De mayo, de 2004. Me impactó. Llovía ese día y en la celebración no éramos tantos. Cerró Charly García y todavía iniciaba su versión del himno con el “Huid, mortales”. Porque, es cierto, la duda de quedarse aún se percibía. Pero no fue eso lo que me llamó la atención.
Hacía poquito que había sucedido esto que rememoro de la ESMA, el Salón Dorado se había abierto a los músicos, se dialogaba con piqueteros para atender sus demandas y para que los cortes y la protestas obtuvieran respuesta, se le respondía en público al diario La Nación y las paritarias salían del ostracismo. Es decir, habia signos importantes de un gobierno que pretendía hacer otra cosa. Pero ¿qué termómetro había de cómo todo eso se colaba entre “la gente”? ¿Encuestas? ¿Preguntando qué? Algo que podría considerarse una tontera fue lo que me despertó.
En los noventas, de esperanzas y futuro los pibes tenían poco: alguna referencia con el pañuelo blanco, los escraches y la universidad para hacer algún tipo de militancia, los menos; la nada, los más; y el espacio cobijante del rocanroll los que encontraban entre los acordes algo más que música. El súmmum de la celebración del estar juntos era el pogo. Y si era el más grande del mundo, pues ni que hablar. Esa era una patria: La patria ricotera.
Por eso lo que sucedía abajo del escenario de ese 25 de mayo de 2004 llamó poderosísimamente mi atención: el pogo, a la política, los pibes se lo prestaban en un Ferro de las Madres pero no mucho más. Entonces, ¿cómo era eso de ofrendar la danza tribal de quienes sólo confían en que el de al lado los va a sostener para no irse al suelo, a la fiesta de un Presidente? ¿Qué hierro duro se estaba torciendo para que cientos de pibes hicieran pogo en una fiesta oficial y con el himno? ¿Qué “microgesta colectiva” –como la llamó Sandra Russo cuando compartí con ella esta impresión- se estaba gestando?
Un detalle muy menor, pueden pensar algunos. Los de ojo avivado y que no vimos los noventas a través de un televisor, notamos que algo se estaba forjando. Sin nombre, sin eje, sin bandera. Pero los pibes estaban poniéndole baile a lo que se estaba pariendo: una patria en la que íbamos a poder entrar todos y en la que también iba a estar permitido bailar.
No lo tuve tan claro en aquel momento, por supuesto que no. 2008 y el tironeo acerca de quién cuernos es la Patria hizo el recorte más profundo. La celebración del bicentenario selló a fuego y puso bordes a la cuestión y que millones se vuelquen a las calles cada 25 de mayo ha vuelto indiscutible que aquella palabrita enjaulada y apropiada hoy es un poquito más compartida.
“Hoy les ganamos la cultural. Hoy los quebramos”, cuenta Máximo que le dijo su padre a la vuelta del festejo central cuando ya estaban en Olivos. Él, que se había cansado de burlarse de su esposa y de cómo ella estaba en cada detalle de la conmemoración por los 200 años de la Revolución de Mayo.
Pero, ¿y la bandera de los Derechos Humanos? ¿Cómo juega en todo esto? Pues la certeza de la costura, de la puntada y el hilo la tuve estos días. Y como la mayoría de las certificaciones, vino de la mano de un detalle, de lo que ocurre como a un costado del centro del escenario; eso que se hace para que modifique la escena principal pero sin que sea del todo percibido.
“Es cíclico”, explica él con esa cadencia tan particular que a veces lo hace parecer en trance. “Estas historias se repiten cícilicamente cada vez que escribo algo que molesta al poder”. Es que habían hecho saltar el cuento cuando escribió Robo para la Corona, cuanto publicó El Vuelo, cuando editó sus duras notas sobre Bergoglio -ya éste siendo Francisco- y ahora que señaló que los emperadores de la Corte Suprema estaban desnudos. Por esas casualidades del destino, a comienzos de este año el periodista Hernán López Echagüe publicó el libro El Perro, una especie de biografía del periodista –sin dudas- más importante de la Argentina actual. El subtítulo del volumen es “Horacio Verbitsky, un animal político”. Y antes del petit escandalete elaborado para promocionar una biografia no autorizada de HV escrita por un personaje tan menor y de los bajos fondos que se atrevió a robarle obras al inmenso León Ferrari, las palabras explicativas de Verbistky sobre el episodio con el cual ahora quieren caerle, ya estaban en el aire.
Lo acusaron ahora de haber colaborado con la Fuerza Aérea durante la dictadura, así. Repitieron lo mismo que ya habían dicho antes basados en un papel que se había salvado literalmente de una inundación de un metro y medio de mierda que copó el sótano del Instituto Nacional Newberiano y en un run run sobre el que también se había montado José Eliaschev en su momento con un “no tengo pruebas, PERO…”.
La historia es más larga, pero se puede resumir así: un hijo del Comodoro Juan José Güiraldes -un nacionalista retirado de la Fuerza Aérea en 1951- Pedro, está furioso con Verbitsky. Es uno de los que desde el grupo Aurora de una Nueva República defiende a los represores presos. Distan sus acusaciones de lo que sostiene su propio hermano Juan. Pedro toma un enojo anterior de un ex PC con una carta acusatoria publicada en Ámbito Financiero hace añares y montan sobre eso el relato de un HV socio de los militares. Y blanden un papel.
El recorrido del papel en cuestión -que el propio López Echagüe le mostró a Verbitsky y que éste desconoce, entre otros detalles no menores porque no lleva su firma- tiene una historia más que interesante. Cuenta López Echagüe en su libro que: “El profesor Salvador Roberto Martínez, presidente del Instituto Nacional Newberiano, me dice por teléfono: ‘Espero sepa disculparme, pero me ha sido imposible verificar la autenticidad del documento que usted me dejó. Ocurre que hace seis o siete años se inundó todo el sector de archivos. Fue muy triste. Libros maravillosos se perdieron entonces. Y también buena parte del archivo documental. Imagínese, un día llego al instituto y en ese sector encuentro todo inundado, un metro y medio de materia fecal. Había explotado el caño maestro de la cloaca. Entonces sólo puedo decirle que no tenemos apoyatura documental para corroborar la autenticidad del documento que nos dejó’”.
Al costado de la escena transcurre esta historia. De tan baja estofa que el grupo Clarín le hace tachín tachín pero desde los medios en los cuales la palabra se pierde. Ni una línea en la edición impresa, en la nave insignia, en el núcleo de las operaciones. Ellos también saben que todo lo dicho, denunciado y con lo que batieron el parche proviene -sin firma- de la explosión del caño maestro, de la cloaca, de un metro y medio de materia fecal.
¿Y por qué él? ¿Por qué se meten con él? Porque no pueden con él. Porque es preciso, riguroso e implacable. Pero sobre todo porque es un símbolo de que con este proceso político, los represores mueren en cárcel común; porque dejó avisado que estamos atentos a que tenemos “Cuentas Pendientes” con los civiles y porque es la prueba viviente de que en este momento político se pude caminar por la senda de la crítica sin que eso implique sacar los pies del plato.Y con eso se les cae todo el esqueleto argumental de que detrás de todo lo hecho sólo hay una claque de aplaudidores y choriplaneros que actúan por guita o por falta de razón.
Y porque no pueden contra miles que hoy pueden celebrar porque se han ganado la fiesta. Miles que saben que no han dejado la porquería debajo de la alfombra; miles que no revuelven los tachos de basura ni la mierda para discutir; miles a los que les gusta lo compartido, lo colectivo, la microgesta y la mega fiesta; miles que han aprendido a leer finito. Miles que ahora gritan Viva la Patria sin gesto autoritario y miles que saben que la Patria no es de uno. Miles que saben que la Patria somos todos.

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