lunes, 3 de agosto de 2015

Programa SF 169 - Matías Molle y Agustín D'Attellis - 1 de Agosto de 2015

Los cínicos.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 1 de agosto de 2015
Fue una construcción cultural solidificada a fuerza de muerte, represión y tortura, primero. Después la cimentaron gracias a la creación de consenso: dólares que –supuestamente- valían nada y góndolas repletas de salmones, juguetes y vida importados armaron una Plaza del Sí y nos instalaron Miami como único horizonte posible.
Tiempo, discurso efectivo y una urdimbre argumental bien lanzada desde medios socios fue lo que necesitaron para que las medidas económicas fuesen, sobre todo, un plan de fabricación de ideas.
Y lo hicieron creer; lo instalaron como verdad. Así fue que los cientos de miles de hombres y mujeres que a mediados de los años noventa se quedaron con esa fuerte suma de dinero del retiro voluntario –que se esfumó en el intento de empezar de nuevo en un país que se iba a pique- quedaron convencidos de que el no poder recomenzar no estaba vinculado a un modelo que los excluía, sino que la razón era pura y exclusivamente una falla individual: incapacidad para la reconversión, falta de conocimientos de computación o no haber estudiado inglés.
Nada le funcionaba mejor a quienes nos querían derrotados que el aislamiento y nuestra sensación de fracaso individual. Nadie le cuenta a nadie la desazón, por vergüenza. Y nadie comenta con nadie la frustración, por bochorno. Solitos padeciendo: ése fue el triunfo de la guerra cultural. En casa viendo la tele, como nos extorsionaba el canal del solcito.
“Nos quieren tristes para que nos sintamos vencidos. Nada grande se puede hacer con la tristeza”, escribió Arturo Jauretche y hoy es a veces un mantra esa frase. Nos tuvieron tristes y nos sentimos vencidos. Y no fue una casualidad. Estuvo premeditado para que no pudiéramos hacer nada grande. Nos anularon con la tristeza.
Los cínicos. Ellos nos lo hicieron. No los de la escuela cínica griega de los discípulos de Sócrates; de Antístenes y Diógenes de Sinope. Ellos no. Los que nos mintieron con descaro, con impudicia. Los que convencieron con la inmensa falsedad de que el desempleo era un resultado no deseado de un modelo que funcionaba bien salvo por ese “efecto colateral”. Quienes nos tabicaron para que no pudiésemos ver que la falta de trabajo no era una consecuencia no buscada sino, justamente, el objetivo.
Necesitaban ejércitos de hombres y mujeres dispuestos a ser esclavos. Temerosos. Competitivos con el de al lado. Que ése no fuera un otro/hermano sino un contrincante.
Nada mejor para estos cínicos que una milicia de derrotados y egoístas aislados uno del otro para que los trabajadores no estuvieran juntos y, por ende, no tuvieran poder. Nada más efectivo para ellos que un poder político acorralado. Nada más poderoso para poder manejarla que una democracia encadenada. Y el efecto perfecto de aquella cínica y perversa –y muy elaborada- construcción fue que la mayoría de los dirigentes políticos -supuestos guardianes de la democracia y la república de iguales- fueron, además de gerenciadores de las decisiones de los más poderosos, los mejores bufones de ellos para que una sociedad entera se riera y se burlase de la propia política.
Carlos Melconián, a quien no se le mueve ni un pelo del bigote al insistir con su supuesta asepsia económica al mismísimo tiempo en que uno le refresca su candidatura amarilla en el PRO; José Luis Espert, el autor de la memorable idea escrita en el diario La Nación acerca del “estatismo stalinista que nos regala casi a diario la pingüinera gobernante” y Miguel Ángel Broda, el así llamado gurú durante la década cínica, fueron protagonistas esta semana junto con Federico Sturzenegger por sincerar en encuentros privados lo que muchos sabemos y decimos que ellos piensan, desean y sostienen pero que sistemáticamente niegan. Por cínicos.
En la reunión con empresarios del Consejo Interamericano de Comercio y Producción, los tres voceros del más rancio poder económico habían bregado por la necesidad de un "Estado pequeño", la eliminación de lo que les gusta llamar “cepo” y “subsidios", de un “ajuste inexorable” y la muerte de las paritarias por considerarlas “fascistas”.
Sturzenegger, en tanto, se convirtió en otra involuntaria estrella al conocerse un video de una charla que brindó el 14 de abril de 2014 en la Universidad de Columbia, en la cual el actual diputado PRO cuenta cómo el asesor todoterreno Jaime Durán Barba le pide que no proponga nada. Porque “la gente no está particularmente preocupada por esas cosas. Así que no pierdas tu tiempo, eso no es relevante. No expliques nada. Si vos explicás qué es la inflación, vas a tener que explicar que tendrías que hacer un ajuste fiscal, y que si hacés un ajuste fiscal entonces la gente va a perder su trabajo y eso es lo que no queremos que digas. Cuando seas gobierno hacé lo que vos creas, pero no lo digas ahora en medio del debate. Sólo di que están mintiendo con la inflación. O decí cualquier cosa, hablá de tus hijos…”. Así cuenta –en un muy fluido inglés- el legislador y ex presidente del club de fans del Megacanje que el ecuatoriano le dijo.
Cínicos. Porque mienten, porque ocultan y porque con descaro niegan hasta la más evidente realidad. “Hay un video circulando donde estamos Broda, Espert y yo… no lo abras, es un virus”, twitteó Carlos Melconián a poco de conocida la grabación.
Una los escucha, los ve en acción, trabaja de desarmarles la trampa, de desmalezar su construcción y, así y todo, se sorprende. Por el descaro, por la impudicia, por la obscenidad pornográfica. “Acá no hay ideología, hay capitalismo”, fue la gran y memorable frase del bigotoso economista PRO. Al oírla, debo reconocer, cierta furia se apoderó de mi espina dorsal y cada vértebra logró crisparse.
No hay operación más ideológica que la de negar la ideología. Eso es tráfico ilegal de sentido, es venta inescrupulosa de un muy tramado y trabajado armazón de ideas. Parte del nudo de la operación es hablar con términos huecos. Pero sobre todo, consiste en vaciar las palabras más llenas de contenido y reemplazarlas con conceptos supuestamente inofensivos, esos que parecen no hacer ninguna mella, ni daño, ni rozar nuestras propias vidas. Así es como pueden decirle austeridad al ajuste, gasto a la inversión y, despectivamente, planes a las políticas de reparación de derechos.
Pueden hacerlo si nos aíslan, si nos mantienen con la cabeza loteada. Así la economía puede pasearse oronda como ciencia exacta sin el supuesto lastre de ser una disciplina social y, por ende, enteramente política. La vacían y nos vacían de sentido, de deseos, de autoestima, de rabia, de ganas de que lo que se desea, sea.
Así son los cínicos. Nos dicen que hablan de políticas económicas cuando, en realidad, van por toda nuestra estructura de pensamiento. Mienten y pretenden que todos finjamos demencia. Quieren que nos burlemos de la política y que ella sea el mal encarnado. Les urge despolitizarse y volver aséptica a la prensa que nos alimenta a diario.
Nos necesitan tristes para que estemos vencidos. Quieren volver a aislarnos. Les apremia volver a romper el tejido que, de a poquito, hemos vuelto a trenzar. Por eso no estamos tanto hablando de propuestas económicas ni de medidas monetarias, como de modos de pensarnos y encarar lo que se viene. Se trata, después de todo, de lo que se trató siempre. De eso para el que el mejor de todos tenía el siguiente antídoto: “reproducir la información, hacerla circular por los medios a nuestro alcance. Mandar copias a nuestros amigos porque nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados”. Él lo supo, lo sabía y ya lo sabemos. “El terror se basa en la incomunicación”. Tenemos que seguir rompiendo el aislamiento; ése que necesita el cinismo para instalarse y separarnos. Porque, tenía razón, “no hay mayor satisfacción moral que ese acto de libertad” que ése de derrotar al terror, lo que no es otra cosa que ganarle a los cínicos.

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