lunes, 7 de septiembre de 2015

Programa SF 173 - Alfredo Zaiat - 5 de Septiembre de 2015


El miedo, Aylan y Nicolás
Por Mariana Moyano.
Editorial SF del 5 de Septiembre de 2015

Pasaron, apenas, horas entre un lado y su opuesto. Las Abuelas de Plaza de Mayo anunciaron con la alegría que implica para el 99,999 % de las personas de bien que habían encontrado a la hija de Walter Hernán Domínguez y de Gladys Cristina Castro, es decir que ya habían sido identificados 117 nietos. Casi al mismo tiempo, ese ser siniestro a cuya derecha sólo encuentro la pared, que se hace llamar “economista” y cuyo nombre es José Luis Espert, twitteaba: “Lástima que la Corte de Apelaciones de Nueva York haya rectificado a Griesa. Que las reservas fueran embargables era un límite al populismo K”.
Pero no fue esto ni lo único ni lo más grave que salió de su bocota y de su cabeza esta semana. En el diario La Nación del jueves 3 publicó su nota bajo el sutil título de “La única opción es el ajuste”. Allí, bestial como suele ser, escribió: “Hay que prescindir de gran parte del empleo público, congelar el gasto público remanente, devaluar el peso, eliminar el cepo y anunciar una promesa creíble de que se dejará de emitir para financiar el déficit fiscal residual, para lo cual será necesario financiarse con dólares que podrían provenir de un acuerdo de préstamo con el FMI. También habrá que ajustar tarifas y poner las tasas de interés en territorio positivo luego de 12 años que han llevado el consumo, base económica del populismo, a niveles insostenibles. La otra cara de este plan de ajuste implica un drástico cambio en la orientación de nuestra política exterior. Tenemos que volver a vincularnos con Occidente y cumplir los fallos de la Organización Mundial del Comercio (OMC), los fallos del Ciadi (Banco Mundial), los de Griesa y cerrar el tema con los holdouts”.
Una amiga dice que a estos personajes no sólo hay que dejarlos que hablen, sino que habría que pedirles que se explayen. Cada día me convenzo más de cuánta razón tiene. Porque, ponele que el kirchnerismo es KK (escrito esto con la doble K y la furiosa mayúscula), bueno, enfrente está eso otro. Fijate.
Por esas mismas horas Mauricio Macri avisaba que no iría a la TV con sus potenciales ministros de Economía, sino con Esteban Bullrich, el de Educación. Dime de qué alardeas y te diré de qué careces, reza el mejorcito de los refranes populares. Es que, claro, son impresentables. Son los Miguel Ángel Broda, los Carlos Melconián, los Federico Sturzenegger o puede ser, incluso, el más prolijito Rogelio Frigerio. Pero a la hora de hablar en serio provocan el mismo susto, lo hagan con alharaca, con histrionismo o con susurros. El hijo y nieto de desarrollistas ratificó livianito de cuerpo el lunes 31 de agosto por Cadena 3 que el 11 de diciembre si gana Macri las elecciones presidenciales se levanta eso que ellos llaman “cepo”.
No tienen filtro. Van directo desde el corazón, el bolsillo, la cabeza y los intereses a la garganta. A lo Lannister. Sin piedad.
Son sombríos y funestos pero, en lo personal, pienso que lo son más que por proponer lo que proponen y presionar para que esto se haga, porque les importa nada qué le ocurre a los seres humanos de carne y hueso que padecen en sus vidas, sus días, su cotidiana, sus amigos, su no dormir, lo que ellos pregonan.
Es el mismo tipo de cinismo en derecho, adelante, inversa o reversa que cubrió a la orbe cuando la foto de Aylan Kurdi muerto en la orilla impactó directo en lo sensorial del planeta. Leí durante 48 horas la indignación de los medios del mundo que nos “explicaron” las razones de las invasiones occidentales y que al bardo lo llamaron “primavera árabe”. Ahí la indignada fui yo. En aquellos momentos, a estos medios y líderes de peso, como a estos operadores que se bautizan economistas, no les habían importado los seres humanos, los bebés y los chiquitos sino la “racionalidad” de las medidas y políticas llevadas adelante.
Mientras todo esto se arremolinaba en la batalla por la imposición de agenda y debate en el mundo, una querida colega le hacía un nuevo homenaje escrito a su hermano, un caído por las racionalidades y las austeridades neoliberales; uno de esos seres humanos a quienes la lógica dominante del poder le quitó todo, hasta la vida.
“Mañana se cumplen diez años”, escribió Nadia Lihuel este 1 de septiembre. “Nico se había recibido en una secundaria especializada en mecánica automotriz y sin embargo en 2005 –con 21 años– hacía delivery en la moto para bancarla porque nadie tenía un mango y arreglar un auto no era para cualquiera. Menos para cualquiera de su barrio de calles de tierra y pibes sin suerte. Se había separado de la mamá de su bebé –Sol recién había cumplido un año– y cada centavo que ganaba tenía que estirarlo al máximo. Entre alquiler, pañales y comida era cada vez menos frecuente el lujo de irse a bailar con los pibes. Para peor, su mejor amigo estaba preso por haber estado en el lugar incorrecto en el momento menos oportuno. Pero nada de eso le borraba la sonrisa, la alegría –aunque fuese chiquita– de poner Los Redondos o Los Doors al taco, abrir una birra y tratar de ponerle pilas porque mañana podía ser un día mejor.
En la familia estábamos todas más o menos en la misma. El viejo, metalúrgico desocupado, se había ido a España y no daba señales más que cada tanto. Mamá, ferroviaria de toda la vida y de linaje familiar, había quedado afuera por la voluntad de un retiro privatizador y atendía el teléfono en una remisería por la miseria –incluso entonces– de diez pesos por doce horas de laburo. Aun trabajando de lunes a lunes no le alcanzaba. Y nosotras, las tres hermanas, hacíamos cada una lo posible por bancarnos. Yo, la mayor, con 22 años vivía en una pensión de San Telmo y malabareaba con el trabajo y la facultad. La más chica, recién llegada de intentarlo en España, apenas se acomodaba a la vuelta. La del medio, con un embarazo de ocho meses recibió quizás la peor parte: su primer hijo llegaría apenas 30 días después de que su hermano tomase la decisión más desesperada que alguien pueda tomar. Nico decidió dejar de vivir.
Lo que vino después está teñido de esa sensación que dejan algunas películas, como de irrealidad, de bruma. Es lo que pasa cuando necesitamos seguir, lo que duele lo guardamos en lugares a los que es muy difícil volver sin sufrir otra vez.
Era jueves. Le habían robado la moto y la precaria estructura que lo sostenía peleándola se le cayó encima y lo aplastó. No sin metáforas eligió acostarse entre los rieles del tren que conecta Ezeiza con Constitución. Visitó a su hija –quién sabe si en secreto se habrá despedido de ella, le habrá querido explicar que su papá ya no podía pelear contra esa realidad–, apoyó la bici contra el paredón y como quien se va a dormir, se acostó. Para los que quedamos, ahí mismo empezó la pesadilla aunque se mezcló, por supuesto, con la alegría de un integrante más que se sumaba a esta familia magullada que hizo mucha fuerza para mantenerse en pie, a pesar de todo.
Esta historia no es solamente nuestra historia como familia. Esta, como toda historia familiar, es lo que muestra la lupa cuando se acerca un poco la mirada, pero es producto de la historia de este país. Porque acá nacimos, acá construimos lo que somos y acá seguimos viviendo.
Hace un buen tiempo que una idea sobre esta historia me transita la cabeza y es que los desaparecidos no fueron sólo los 30 mil de las Abuelas, Madres e H.I.J.O.S.; tengo la certeza de que la violencia económica sembrada con el terror de los 70, regada con sangre, florecida en la desocupación, las privatizaciones y la crisis de los 80 y los 90 se llevó a muchos nietos, hijos, padres desesperados. Personas que tenían familias y que por no tener laburo, por no saber cómo seguir, por no tener recursos se metieron un balazo, se quemaron con falopa o terminaron sus días en un penal por robar alguna cosa –seguramente más chica que las comisiones de los privatizadores-, en un sistema que, lejos de reinsertarlos, los condenó –sin juicio– a la marginalidad y la violencia extremas.
Diez años más tarde todavía duele recrear esos momentos tan intensos. Y sin embargo, tengo cierta tranquilidad. Que una década más tarde cada mamá tenga asegurada la AUH, que los chicos y chicas puedan seguir estudiando después del secundario porque el Estado les brinda herramientas, que un pibe que sabe arreglar autos tenga un parque automotor enorme esperándolo con dueños que pueden invertir en eso, en cierta forma me consuela.
Si esta historia ocurriera hoy, mi vieja todavía soñaría con volver al ferrocarril y jubilarse trabajando ahí, es cierto, pero mi hermano estaría con ella sin ese miedo omnipresente de no poder, de no saber cómo darle de comer a su hija sino, -¡con lo bueno que era para los números!- dedicándose a alguna ingeniería.
El sábado, en el lugar donde un pibe desesperado se bajó de la vida inauguraron un paso bajo nivel para que ni por accidente una familia pierda a un nieto, a un hijo, a un hermano.
Vivir sólo cuesta vida, dijo uno. En mi familia tenemos la vida a pesar de todo y nos consuela saber que la vida que hoy tienen los pibes no está condicionada por lo que la mano invisible de un montón de inescrupulosos supo hacer con los trabajos en este país.
Y por mucho que quieran volver, es nuestra obligación tener presentes, no sólo a nuestros muertos, sino que debemos recordar que si los dejamos volver a privatizar, malvender y negociar con el Estado, los que van a salir perdiendo siempre, y como siempre, son los pibes y pibas que sólo necesitan vida para vivir”.
Nicolás era un ser humano al que la racionalidad económica que pregonan le dio de lleno. El ejemplo perfecto, como Aylan. Y como los millones que no nos quieren mostrar. Esos que cuando se los enrostramos obtenemos por toda respuesta palabras como “corrupción” y “gasto público”.
El miércoles se presentó en la Biblioteca Nacional la película “Cristina, militante de un proyecto”. Habla ella en un quincho de Lomas de Zamora, como una militante más en el año 2000. Da decenas, cientos de definiciones. Pero dos me impactaron. Dice ella ahí que “el discurso de la corrupción (durante los noventas) les sirvió a muchos para pelearse con el menemismo pero también para no enfrentar al establishment” y dice también que “jamás hay que dejarle eso de la ‘racionalidad’ a la economía”, concebida ésta como una mezcla de hija del santo sudario y de purismo químico. Son dos interesantes puntos de partida lo que planteaba la entonces senadora, porque nos permiten meter la cabeza en el detrás de escena. Y el ver los hilos siempre nos ayuda a tener menos miedo: dejamos de ser espectadores de la escena construida.
“Amenazados” se llama el último libro del gran Alfreso Zaiat y en él nos dice varias cosas. Pero algunas de las más importantes, quizás, estén en las primeras páginas. El miedo que nos quieren inocular, para tenernos quietitos y obedientes y para nublarnos la razón está, dice él, “esa emoción primaria provocada por la percepción de peligro” no se aborda ni se enfrenta “con terapias o libros de autoayuda. Se requiere de resistencia y convicción para no defender intereses que no son propios”.
“El mayor desafío es surcar el pasaje hacia la conciencia de la protección para sí. Para ello es necesario identificar a quienes intervienen en la disputa de poder en el espacio de la economía y cuáles son los intereses de cada uno. La convocatoria es a no dejarse engañar por los profetas del caos que defienden privilegios de minorías. La tarea no es sencilla porque el miedo ha sido siempre uno de los aliados más fieles del poder”.
Es por Aylan, por Nicolás y también en defensa propia.





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