jueves, 15 de octubre de 2015

Programa SF 178 - María Pía Lopez - 10 de Octubre de 2015


Hasta que se entienda.
por Mariana Moyano
Editorial SF del 10 de octubre de 2015
Hay cosas que pasan por otro lado antes de llegar a la cabeza. Se sienten en la piel, en la espina dorsal, se turba el eje de la columna vertebral. Hay, existe –una lo hace- un intento por racionalizar pero, para algunos y algunas, es inevitable que gane la irritación antes de que el cerebro pueda poner algo en orden en este lío.
Creo que el jueves comprendí lo que les ocurre –físicamente, me refiero- al mundo cacerolo ante las cadenas nacionales. No pueden pensar, se les nubla el potencial razonamiento. Yo el jueves por un ratito no pude pensar; se me nubló toda potencialidad de razonamiento. Fue fuerte. Muy.
Las crónicas del viernes dan un poco cuenta de cómo cayó en cada estómago editorial. “Con Moyano y Duhalde, Macri se dio un baño de peronismo. Reivindicó al creador del justicialismo por su llamado a la unidad en los 70 pero no cantó la marcha partidaria”, decía La Nación. La sensación que esa nota transmitía era la de los niños en la playa que encuentran algo muerto que el mar dejó en la orilla. Sienten profunda curiosidad pero para tocarlo necesitan de un palito, porque el asco puede más que la intriga. Ni con un palo y un puaj, parece chorrear la nota y la letra chica detrás del escrito más grande.
Clarín hizo la gran “metemo´ todo en la licuadora, metemo´” y saltó con una bajada que decía: “Es un gesto del jefe de gobierno al PJ. ‘El peronismo no es prepotencia ni soberbia ni narcotráfico’”, dijo Macri. Lectura ramplona, de profundidad pelopincho y mirada híper ligera y a gusto de conveniencias para hablar de peronismo: un clásico del gran diario casi desde que nació.
Página 12 arrancó su crónica con textuales de los ofendidos: “Oportunista, antiperonista, irrespetuoso”.
Para algunos fue un gesto parangonable con algunas actuaciones tipo stand up de Elisa Carrió. Esas de las cuales, la mayoría que no quieren a la diputada ex progresista, ex radical, ex aliada de Pino Solanas, ex alfonsinista, se ríen. Yo no suelo reírme de Carrió. Todo lo que aleja a los ciudadanos de la política no sólo no me da risa; me preocupa y le veo costura en la intención.
En lo personal, me irrité. Y hasta diría que quizás menos con quienes protagonizaron ese papelón frente a la Historia que con los que minimizan escenas de este tipo. Parece absurdo, pero quizás deba recordarles a quienes apenas hacen una mueca burlona, una media sonrisa de costado, un gesto socarrón y superado que en la Argentina durante una década entera (por mencionar apenas lo más reciente) fue la estructura del peronismo la que se puso al servicio del tercer desguace más fenomenal que se hizo de las riquezas de la Patria. El menemato no fue la corrupción y las excentricidades de Carlos Menem con la Ferrari, la avispa y el cohete que iba a salir a la estratósfera. Estamos hablando de un hombre que, todo indica, entregó a su hijo junto con el poco patrimonio que quedaba. No es joda el esqueleto del peronismo. Por no cuidarlo bien, en la ciudad de Buenos Aires se lo quedó Cristian Ritondo y por no prestar atención, Mauricio, que es Blanco Villegas, gana y gana y gana en el sur, en el norte y en el centro. El conservadurismo de derecha sabe cómo ser popular.
La historia sucede como tragedia y luego como farsa, dice la máxima. En su libro “Así hablaba Juan Perón”, Aníbal Fernández se pelea con la idea. Me atrevo a decir que a veces sucede primero como tragedia y después no sólo como farsa sino como una bufonada de profunda simulación, pero el inconveniente es que no termina en risa, sino en drama de esos que acarrean muertos. De hambre o de bala. Cuando hay crisis, da lo mismo.
No le doy más entidad al supuesto peronismo de Mauricio –que es Blanco Villegas- que a Rocío Marengo cantando la marcha peronista. Pero eso no quiere decir que deje pasar la inmensa, profunda, conceptual e histórica disputa que se viene dando por el peronismo desde hace ya unos cuantos años.
Osvaldo Pepe, que no es un cuatro de copas de Clarín (y no hablo aquí de Clarín como la “corpo”, sino como la columna vertebral del sentido común argentino durante décadas) en 2008 salió con los tapones de punta. Primero, en una carta abierta a Néstor Kirchner le advirtió de su pertenencia al peronismo y su cercanía a Antonio Cafiero y en 2012 a los jóvenes del kirchnerismo los llamó “imberbes”. Si alguien quiere decirme que esto es una casualidad, pues que lo haga. Yo, entre gente inteligente y que sabe lo que hace en política, no puedo pensar en coincidencias. Disculpen, prefiero andar alerta a tener que volver a ver en televisión como parte de la lógica de mi país a Adelina Dalesio de Viola junto a Susana Giménez cantando la marcha peronista entre sonrisas burlonas para decir luego: “en este país los proletarios quieren ser propietarios” y reír a carcajadas por conocer al detalle lo que aquí estaba sucediendo.
Celebro que varias voces se hayan levantado ofendidas. No porque pusieran alarido, sino porque si algo es molesto e irrumpe como fuera de lugar, eso quiere decir que el contexto ha asentado bien las bases para que los gestos y actos cínicos no pasen como parte del paisaje cotidiano.
Este fue un hecho menor. Como quizás también lo sea que justamente el gobierno de la ciudad por una razón que no explican, le hayan quitado a la autopista el cartel con el nombre de Arturo Illia. Pero se trata de actos de un simbolismo tan profundo que extraña que pocos hayan reparado en que Mauricio –que es Blanco Villegas- haya hablado de “igualdad de oportunidades” en lugar de “justicia social” y no explique la quita de un nombre tan caro a la tradición radical más popular.
Así como “olvidó”, digamos entre muchas comillas, esa parte de la trilogía y la reemplazó por frases de ocasión de Juan Domingo Perón buscadas por Jaime Durán Barba en Google, tampoco tuvo en cuenta las otras dos: la soberanía política y la independencia económica.
“Raro”, también entre muchas comillas y con el dejo de ironía del que soy capaz. Raro que lo olvidara justo en la semana en la que la República Argentina dio un paso gigantesco para llegar hasta casi el desendeudamiento completo. El lunes la Argentina pagó 5900 millones de dólares. Eso no significa, mal que les pese a los agoreros, que las reservas cayeron en 5900 millones. Implica que nuestro país debe 5900 millones menos y que los próximos años deberá hacer pagos que casi ni se sentirán en las arcas del país. En 2003, nuestra deuda implicaba el 11% de nuestras reservas; hoy apenas el 1% cuando Brasil, para hablar de un país y socio de acá cerquita, tiene comprometido el 8%.
La mentira de que no íbamos a poder pagar pudo durar sólo hasta el día en que se pagó. “Con Reservas del Central, hoy pagan bonos por U$S 5900 millones”, tituló Clarín. Jaque Mate. La plata estuvo, se pagó y como la majestuosa imagen de Rocambole, un eslabón más arrancamos de las cadenas que nos sujetan a las órdenes de los poderosos del mundo.
Trinaron. Estaban como locos. No pueden sostener la ira. Querían el acabose, el hundimiento, la falta de cash, la imposibilidad de asumir el compromiso. Para hacer como esas y esos cercanos que pululan por la vida de casi todos que, cuando una mete la pata, en lugar de abrirte un vino para compartir la angustia, ponen la espalda más erguida que de costumbre para que el “te lo dije” duela más. Pues no pasó. Se pagó y este fin de ciclo tan particular le deja al próximo gobierno un país casi por completo desendeudado. Esto no es ni un detalle, ni es sólo simbólico. Es histórico. Y novedoso para, al menos, 5 generaciones.
Hay cosas que pasan por otro lado antes de llegar a la cabeza. Se sienten en la piel, en la espina dorsal, se turba el eje de la columna vertebral. Hay, existe –una lo hace- un intento por racionalizar pero, para algunos y algunas, es inevitable que gane la irritación antes de que el cerebro pueda poner algo en orden en este lío. Y si algo los brota a los odiadores de todo esto que pasa es lo que mejor ha hecho el kirchnerismo: sacarle la ficha al gorilismo de derecha y al progre, y poder estereotiparlos hasta que cualquiera entienda de qué se habla.

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